jueves, marzo 29

Reflexiones sobre esta jornada de huelga general.

Pues aquí, en Sevilla, no se han armado follones dignos de mención. Tan sólo he visto a un señor, representante de un piquete, hablar con bastante calma de los derechos de los trabajadores, y después, por la tarde, una acerba discusión entre unos manifestantes, jóvenes y debidamente uniformados con camisetas y banderas de la CGT (me parece), y una pareja madura, hombre y mujer, frente a una iglesia. Los insultos que pude oír mejor fueron los de los últimos, que gritaban con mayor fuerza. El hombre aseguró que vivíamos en un “fascismo”, aunque tampoco le entendí gran cosa. A la mujer sí la entendí, acusó a los jóvenes que se marcharon de ser vagos, drogadictos y gentuza. ¡Hombre, tanto como eso…! Sí es verdad que uno de ellos pareció querer darme el alto, pero como no tenía intención de entrar a misa (ni borracho, además), lo ignoré y seguí mi camino mientras observaba la escena.


En Politikon han decidido hacer lecturas de la caída de la demanda de electricidad para hacer una estimación del seguimiento de la huelga, y han deducido que esta huelga quizás haya sido menos seguida aún que la de septiembre de 2010, que tampoco es recordada como muy exitosa. Sí, no ha habido colegio en muchos sitios y las grandes superficies han tenido problemas para abrir, pero las tiendas de particulares han abierto. Aunque, como se ha comentado en los propios comentarios, el método usado no fuera el más fiable de todos, está claro que algo falla. En este otro artículo reflexionan acerca de las posibles causas y la tendencia del país. Debo admitir que coincido en un punto: si los sindicatos no son capaces de ganarse la confianza de los tres colectivos señalados por Roger (mujeres, jóvenes y temporales, en absoluto excluyentes), mal andamos.

Todavía, por otro lado, podemos decir que andamos. Lo peor es que mañana se diga que nos llevan del bozal.

martes, marzo 27

Cosas que han cambiado desde que soy pequeño.

•Geografía
Cuando yo era pequeño, había cincuenta provincias, diecisiete comunidades y cinco continentes. Ahora las dos primeras cifras son cincuenta y dos y diecinueve, o las mismas recordando en todo momento que Ceuta y Melilla son ahora ciudades autónomas, y se discute la última, aunque siete es el número más frecuente.

•Ortografía
En mis tiempos, la ch y la ll eran letras. Cuando llegué a la adolescencia, las declararon graciosamente dígrafos. Técnicamente ya lo eran, como la ñ, pero bueno.

También fueron alteradas ligeramente las normas para separar las palabras con guiones a final de línea. Ahora se considera válido escribir “nos-otros”, como “no-sotros” y “noso-tros”, porque las dos partes resultantes son palabras de sentido conocido.

Las reglas de acentuación también cambiaron recientemente, junto a la posibilidad de llamar a la i griega “ye”.

•Fisiología
Los sentidos son, para algunos, ¡once! O incluso diecinueve si uno decide incluir, como muchos hacen, los llamados sentidos internos, como tener hambre. El caso es que los cinco que estudié de pequeño ya no valen.

•Astronomía
¡Pobre Plutón! Ahora es un planeta enano. ¡Parece salido de un anuncio de zumos!

•Taxonomía
Los reinos eran cinco, pero ahora uno se llama Archaea, o arqueobacterias. ¡Pues sí! ¿Y ahora las algas ya no son vegetales? ¿Cuándo ha ocurrido esto?

•Química
La tabla periódica continuamente añade nuevos elementos, pero no siempre los nombra consistentemente. Así, el rutherfordio se llamó kurchatovio durante casi treinta años (en mi tabla, de hecho, se llama así) por polémicas políticas, las mismas que provocaron que el seaborgio se llamara, ¡rutherfordio!, durante tres años.

•Dinámica
La pobre fuerza centrífuga desapareció y se transformó en la fuerza centrípeta. Quizás era para combatir los nacionalismos centrífugos…

•Termodinámica
La famosa primera ley de la termodinámica se escribía como ΔU = Q – W, porque se consideraba que el trabajo ejercido sobre un sistema era negativo. Ahora se considera positivo, y se suma sin más: ΔU = Q + W (Nótese que la cantidad Delta U no cambia, lo que cambia es el signo de W).

Y más, supongo. Por otro lado, el número 3 siempre ha tenido cierta significación. En la mayor parte de los cuentos tradicionales, es el número de veces que se repite una escena antes de que el protagonista se salga con la suya. Aristóteles planteó que un argumento tiene tres partes, comienzo, nudo y desenlace. Varias religiones defienden que la divinidad se compone de tres personas, manifestaciones todas ellas del mismo ser omnipotente y omnisciente. Tres es el número de dimensiones de la geometría euclidiana y el número de componentes de un vector (módulo, dirección y sentido). Tres es el número de personas gramaticales y si bien hay dos números gramaticales, es a partir de tres cuando son multitud. Esto lo saben bien en mecánica cuántica, pues la resolución de la ecuación de Schrödinger para un sistema polielectrónico, esto es, como mínimo dos electrones y un núcleo, es inexacta. Lo mismo pasa con cualquier molécula poliatómica, que comienza con dos núcleos y un electrón. Por supuesto, protón, neutrón y electrón. Tres son los demostrativos, este, ese y aquel, o Fulano, Mengano y Zutano.

Pero, ¿qué del tres como decena? ¿Por qué sólo su posición como unidad? ¿Es que acaso no cuenta? Está la Guerra de los Treinta Años y mucho más, pero especialmente relacionado con la edad. ¡Ah, la edad! ¡El tiempo!

Y nada diré del cero, por razones obvias. Tempus fugit, sicut nubes, quasi naves, velut umbra.

viernes, marzo 23

Falacias químicas.

Se entiende como falacia naturalista un razonamiento como el siguiente:

Todo lo natural es bueno. El agua de este arroyo es natural. Luego, esta agua es buena.

Por supuesto, es una falacia porque olvida que la naturaleza tiene partes muy peligrosas, como setas venenosas. También olvida que la definición de natural puede ser, como mínimo, digno de debate. Una de las manifestaciones más corrientes hoy en día es la preocupación por la alimentación, especialmente por los aditivos.

Bien, la primera en la frente: no existe, por ejemplo, el pan natural, aunque Eduard Punset saliera en un anuncio televisivo hace tiempo asegurando que sí. Existen, eso sí, diversas maneras de prepararlo, con diferentes componentes, pero el pan ya es un alimento artificial, creado por la acción del hombre. Opinar que es natural porque no lleva tal o cual aditivo no deja de ser una mamarrachada, pues denota una falta horrorosa de vocabulario por lo que podría denominarse como “pan integral”. Ocurre como comentó un día Lansky en este humilde blog, que la palabra "natural" no significa nada por un exceso de uso.

Así, uno tiene que oír paridas como que es bueno fumar marihuana tomada directamente del campo porque “no tiene químicos”. Una más divertida es esta defensa de la apiterapia, aunque debo admitir que posiblemente es un malentendido. Eso, o que quiero creer que lo fue.

Así, la falacia naturalista anterior se transforma en la primera falacia química:

Lo natural está libre de aditivos artificiales. Este pastel tiene aditivos artificiales. Luego, este pastel no es natural.

Esta falacia se da de bruces tanto con el hecho de que lo natural es obviamente químico, como con que los aditivos tradicionales, como la sal, el azúcar y el vinagre, no son percibidos como tales. Probablemente, por ignorancia de los defensores de lo “natural”.

Por otro lado, el hecho de que todo lo que ocurre en el cuerpo humano es química puede llevar a otra falacia: como todo es química, todo vale. El ejemplo más habitual de este pensamiento se da con la legalización de drogas, cuando se critica la prohibición del uso recreativo de ciertas sustancias, alegando que diversos fármacos tienen la misma base química.

La segunda falacia química, pues, se formula como:

La salud son un conjunto de reacciones químicas. Las drogas son simplemente sustancias químicas que desencadenan reacciones. Luego, las drogas son saludables.

Científicamente, es cierto, pero éticamente no me parece lo mismo suministrar un tranquilizante para evitar graves sufrimientos después de un accidente, por ejemplo, que simple y llanamente para pillarse un colocón. No es que los tranquilizantes no dejen de tener cierto riesgo (la morfina puede causar adicción), sino que se considera menos malo que padecer grandes dolores.

Nótese que el error nace de confundir la verdad científica con la verdad ética. La primera sirve de base a la primera, pero no puede determinarla completamente, como la química no determina por sí sola la farmacia y la toxicología, aunque sea su base. Por ello, en estos dos ejemplos vemos cómo sendos comentaristas llegan a entender que, como los autores de los artículos cuestionan la base científica de algunas normas éticas, ambos están proponiendo abandonarse al nihilismo más descerebrado posible. Eso es otro tipo de falacia, por cierto.

jueves, marzo 15

El ladrón y los cuarenta abogados.

En este blog, El tablero intelectual, apostamos por la puesta al día de los relatos ancestrales, pues si bien el mensaje permanece, la estética ha de adaptarse a nuestro mundo moderno.

Cassim y los cuarenta abogados

Érase una vez un señor llamado Cassim, poco aficionado a trabajar. Decidió meterse en política y llegó a ser funcionario del órgano de gobierno regional. Cassim tenía un hermano, llamado Alí Baba, que vivía de su trabajo, así que a efectos prácticos lo olvidaremos.

Estaba Cassim en su puesto de trabajo, ocupado en hacer pajaritas de papel, cuando vio por la ventana de su despacho a uno de sus compañeros dirigirse a una puerta, y llamar con la fórmula “¡Ábrete, subvención!”. Le dejaron entrar, lo cual extrañó a Cassim, pues le habían dicho que esa puerta no le era abierta a nadie.

Decidido, les preguntó a sus compañeros de trabajo y se enteró de que esa puerta sólo se le abriría si se ocupaba de un puesto de responsabilidad, tal como dedicarse a financiar el desempleo de camelleros, muchos de los cuales habían perdido su trabajo por la competencia desleal de los carromatos.

Aceptó, y probó fortuna. “¡Una subvención para esos paraditos!”, gritó, y la puerta se abrió. Entró y encontró una gran fortuna por doquiera que mirara, y no había ningún vigilante. Decidió tomar un poco de la fortuna y salió disparado. Le sorprendió comprobar que nadie le dijo nada, así que decidió volver más tarde con un saco enorme, donde metió todo lo que podía llevarse sin deslomarse. Como no le dijeron nada en esta nueva ocasión, decidió que no era mala idea llamar a unos cuantos camelleros, ya que se suponía que aceptaba las subvenciones para ellos.

Fue al centro del pueblo, donde encontró a varios camelleros manifestándose. La pancarta del grupo rezaba: “El hombre, como el camello, cuanto más feo más bello.” Cassim podía averiguar, gracias a su experiencia como sinvergüenza, quiénes de aquellos hombres eran sobornables. Para ello, entró en el bar más cercano, y mientras se tomaba lentamente un té, vio en el bar a uno de los manifestantes que, si bien no paraba de presumir del mérito del trabajo, dejaba pasar las horas muertas ahí dentro.

Cassim pagó todas las consumiciones del camellero, el cual se acercó a Cassim para agradecerle la invitación. Cassim respondió encargando una kachimba que tardaron en fumarse toda la tarde mientras le contaba su plan al camellero.

A la mañana siguiente, el camellero entró en el edificio donde “trabajaba” Cassim, y ambos se encaminaron hacia la famosa sala. Cassim recitó su acostumbrada fórmula, “¡Ábrete, subvención!”. Ambos entraron, y el camellero calculó que para llevarse todo aquello bien harían falta cien camellos. Cassim dio su visto bueno y todo se hizo en una sola mañana.

En un destello de lucidez, Cassim y su cómplice pensaron que la gente podría extrañarse de verlos con mucha pasta, así que decidieron repartir el tesoro que sacaron entre varios amigos suyos. Estos simplemente debían hacer ver que usaban el dinero en diversas iniciativas. Desafortunadamente, estos amigos eran un tanto zopencos cubrieron a sus familiares de oro, haciéndolos figurar en puestos de trabajo desde el día en que habían nacido o prejubilándolos con treinta años, pues ya se sabe que no es una edad para esos trotes.

Por esos últimos, acabaron pillando a todo el grupillo. El camellero acusó a Cassim de haberse gastado una importante suma en odaliscas y alcohol, cosa que negó y, mientras buscaba desesperadamente una salida, volvió a la famosa puerta donde empezó su destino, y gritó “¡Necesito ayuda!”. Otra puerta, situada no muy lejos, se abrió.

Cassim entró y vio que había varias tinajas. Por curiosidad, abrió una de esas tinajas y repentinamente salió un genio mágico, capaz de conceder deseos. El genio, no obstante, sólo podía conceder uno porque el precio de un bien típico se había incrementado desde los tiempos en que eran tres.

A Cassim poco le importaba la subida de los precios, así que pidió desesperadamente ayuda. El genio hizo aparecer un abogado. A Cassim le pareció insuficiente, así que abrió la siguiente tinaja, de donde salió un segundo genio, que le concedió a Cassim un segundo abogado.

Cassim fue recorriendo la habitación, abriendo tinajas y consiguiendo abogados. Cuando vio que no cabían en la habitación, tuvo una epifanía. Puso orden entre sus abogados, les contó para qué los necesitaba y, cuando le requirieron, fue al tribunal de justicia. A sus puertas, exigió que el dejaran entrar con todos sus abogados. En el edificio no tenían disponible una sala para todos, así que Cassim quedó libre. Diez meses después, aún no había sitio, y una reestructuración del órgano de poder regional permitió a Cassim volver a su trabajo, haciendo lo mismo que hacía antes.

Y colorín, colorado, este cuento ha acabado. O eso queremos creer

domingo, marzo 11

Leyendas del mundillo friqui: Nobita estaba en coma. Shizuka, en la Costa del Sol.



Esta es una famosa leyenda, que se ha salido del mundillo del manganime y ha dado sus pasitos por el mainstream. Ya sabe, resulta que en el último episodio de Doraemon, esa famosa serie de dibujos basada en un tebeo, se descubre que Nobita es en realidad un niño comatoso y Doraemon un peluche suyo. ¡Qué grima, señores míos! ¡Qué grima!

Antes de nada, las verdades por delante: Doraemon no tiene un final, ¡¡¡tiene varios!!!. Todos los tebeos de Japón se publican en revistas, y en varias para el caso de esta historieta En concreto, acabó hasta tres veces en años consecutivos en una publicación llamada Shogaku 4-nensei. Estos finales, como son muy parecidos entre sí, los explicaré bajo el siguiente epígrafe.

1-Doraemon tiene que volver a filas.

Básicamente, en la época de Doraemon algo provoca que los viajeros del tiempo deban volver a su época.

a) En el ejemplar de Shogaku 4-nensei de marzo de 1971, se cuenta que los viajeros del tiempo causaban tales problemas que el gobierno de la época futura acabó prohibiendo el viaje en el tiempo. Doraemon se despide de Nobita.

b) En el de marzo de 1972, Doraemon debe volver por alguna razón no revelada, así que se hace el estropeado (recordemos que es gato-robot) para que Nobita lo deje marchar. Como Nobita lo cree y le promete esperarlo, Doraemon le cuenta la verdad y el chico acepta. Doraemon vuelve al futuro.

c) En el de marzo de 1973, Nobita vuelve a casa después de ser apaleado por Takeshi (alias Gigante o Gian, dependiendo de tu edad). Allí, Doraemon le cuenta que ha de volver al futuro. Nobita queda desolado después de oír esto e intenta convencerlo de que se quede, pero acaba aceptando la realidad después de hablarlo con sus padres y pasean los dos juntos por última vez. Mientras Doraemon hace las maletas, Nobita pelea de nuevo contra Gian. Como no quiere preocupar innecesariamente al gato-robot, lucha con todas sus ganas, hasta el punto de que Gian le concede la victoria por abandono. Doraemon encuentra a Nobita hecho trizas y lo lleva a casa, donde vuelve al futuro mientras el niño duerme.

Esta tercera versión habría sido el final oficial, pues la serie tenía una baja audiencia y el dúo Fujiko Fujio trabajaba en otros proyectos, pero volvieron a la carga al mes siguiente. Aún así, este final fue reimpreso en uno de los tomos y tuvo dos adaptaciones animadas, de lo que las dos primeras versiones carecen. Eso sí, estas últimas adaptaciones son más extensas e incluso tienen una doble lectura.

Aún así, a efectos prácticos es como si no tuviera final. Años después, el dúo Fujio Fujiko se separó, lo que dejó en suspenso una decisión definitiva y finalmente Fujiko F. Fujio, quien continuó el tebeo hasta 1996, falleció. La serie y las películas continuarán hasta que dejen de ser rentables, obviamente.

Vale la pena mencionar que estos finales se intentaron porque se sentía la necesidad de acabar una historia cuyos lectores iban creciendo.

2-Pero entonces, ¿Nobita era autista?

Por tanto, ya volviendo a la leyenda friqui, tanto vale preguntarse por el final de Doraemon como por el de Los pitufos. Aún así, durante mis prácticas de laboratorio llegué a discutirles a varios compañeros la veracidad de esta y en Japón llegó a haber una manifestación de fans enfadados. ¿Por qué se hizo famosa? ¿Por qué con Doraemon? Dejando a un lado la obviedad de que es muy conocida, no me chocaría que su origen nipón fuera la mayor razón de que le haya tocado llevar la cruz de la fantasía comatosa. Primero, todo el mundo puede alegar que el capítulo se estrenó en Japón pero que fue prohibido, del mismo modo que ocurriera con el episodio de Pokémon, caso comentado en la anterior entrega de esta serie. Segundo, todo el mundo sabe que los japoneses son capaces de hacer cracks como Akira o Urotsukidoji. ¿Que Doraemon resultó ser el sueño de un niño moribundo? Bastante más digerible que la superpolla que aparece en la segunda obra.


¡QUÉ TRANCA, TRON! (véase el artículo viruetil para más información)

Lo realmente curioso viene ahora: este final existe. Sólo que es de otra serie, de St. Elsewhere, una teleserie hospitalaria de origen americano emitida durante los ochenta. Una de las razones por la cual esta serie es tremendamente conocida, especialmente fuera de los Estados Unidos, es por su último capítulo (¡¡Ahora sí!!). En este, el escenario cambia del susodicho hospital a un edificio de apartamentos. En este, hablan uno de los doctores de la serie, en ese capítulo obrero, y su padre, un personaje ajeno a la serie. El primero le comenta al segundo que su hijo, presente en la misma habitación, es un autista cuya única actividad es contemplar un juguete: una bola de nieve que incluye una maqueta idéntica al edificio del hospital de la serie “per se”. Perturbador.

¿Cuál era la intención de los guionistas? ¿Epatar? ¿Echarse unas risas? ¿Vengarse por la cancelación? ¿Hablar de que la realidad es en verdad un sueño? ¿Criticar que la ficción sin mesura puede llevar a una fantasía que aísla al espectador? En verdad, no lo sé y aunque es hasta interesante, debo continuar con esta entrada. Sólo diré que el niño, llamado Tommy, es el supuesto “creador” de gran parte de la ficción norteamericana por los crossovers entre la teleserie donde apareció y otras, representado en una tabla que debe de circular por la red.

Sea como sea, este final es idéntico al pretendido para Doraemon. De todos modos, no me gustaría dejar de lado OTROS supuestos finales que no son tan populares pero existen.

3-Doraemon se quedó sin pilas.

Este final supone que, en algún momento dado (¡Cómo no!), Doaemon se descarga y deja de funcionar (recordemos que es un robot). Extrañado, Nobita consulta a la gente del futuro y descubre que la única manera de recuperar a Doraemon consiste en cambiarle la batería, pero es imposible en el caso de Doraemon porque no tiene orejas (Recordemos que se las comieron unos ratones, ¡qué barbaridad!). Entristecido, Nobita acepta la pérdida y se vuelve estudioso y trabajador. Con el tiempo, llega a ser un genio en robótica que repara a Doraemon. Todos viven felices y comen dorayakis.

Este final fue creado como fanfiction por un tal Nobuo Sato, y después fue publicado como un exitoso dōjinshi por un artista bajo el pseudónimo “Tajima T Yasue”, pero fue demandado por Shogakukan, tuvo que disculparse y pagar para hacer las paces.

4-La vida duele, la muerte no.

Este es un dramón: Nobita cae aparatosamente y queda en coma (¡Hum…!). Su estado es grave y la única cura es una operación tan costosa, que Doraemon se ve obligado a vender todos sus inventos menos uno. No obstante, la operación fracasa. Dolido, pero firme, Doraemon le cede a Nobita el anterior invento para que el criajo pueda ir adonde quiera una última vez antes de que la Parca corte su hilo. Nobita pide ir al Cielo. ¡Joder! Esto SÍ da grima.


Los de la Frikipedia también han propuesto su propia conclusión para el enorme trabajo artístico, filosófico y ético que es Doraemon. No obstante, a Japón no le ha interesado.

Sólo la fascinación del personal por las historias que acaban en “Todo era un sueño” explica que ninguno de estos otros finales, ciertos o falsos, sea más conocido. Aún así, no hay lugar para la discusión: no sólo no acaba Doraemon así, sino que han copiado el final de otra serie, ¡y hay más finales legendarios! Ante esta situación, yo sólo puedo citar el lema de Los inmortales: “Sólo puede quedar uno”.

Fuentes:
Doraemon (manga), Wikipedia
Enciclopedia de Doraemon

martes, marzo 6

Leyendas del mundillo friqui: El episodio de Pokémon que alucinó a muchos niños.

Esta será la última sobre Pokémon, de verdad. Hace unos años, un extraño titular llenaba los medios de comunicación occidentales: ¡¡Setecientos niños habían sufrido ataques epilépticos mientras veían Pokémon!! ¡Terrible! ¡Horrible! ¿Qué habrá sido de esos niños? En serio, ¿qué ha pasado con ellos?

Pues miren, la respuesta es fácil: algunos fueron diagnosticados de epilepsia, pero muy poquitos. Sí es cierto que en 1997 casi 700 niños que estuvieron viendo un episodio de esa serie fueron hospitalizados con síntomas tales como mareos, picor de ojos y similares. Como también lo es que al día siguiente de aparecer la noticia, miles de niños acudieron a hospitales. Asimismo, pocos de los primeros pacientes resultaron siendo diagnosticados de epilepsia fotosensible.

¿Qué pasó en el caso del episodio de Pokémon? Bien, el episodio Dennō Senshi Porygon fue emitido el 16 de diciembre de 1997 en TV Tokyo. Durante la emisión del episodio, había varias escenas en las que la pantalla mostraba flashes que alternaban a rápida velocidad los colores rojo y azul. Como todo el que sienta cierta pasión por las obras audiovisuales sabe, los flashes de alta frecuencia cansan la vista, provocan mareos y, si se es susceptible, pueden provocar un ataque epiléptico. Se supone que una de estas tres posibilidades fue lo que les ocurrió a los casi setecientos niños que acudieron a urgencias aquel mismo día, tales como un chico de catorce años que cayó inconsciente. Sólo una minoría de estos chicos fueron diagnosticados de epilepsia, mientras que el resto es una mezcla entre diversos factores, como que los televisores japoneses suelen ser demasiado brillantes para el tamaño de los hogares, que la combinación de azul y rojo acentúa la posibilidad de afectar el nervio óptico y que el estrés fue parte del detonante.

Y ahora, ¿por qué, a la mañana siguiente del suceso, doce mil niños aseguraron estar enfermos? ¿Se marearon en diferido, como en Canarias? ¡Doce mil! La explicación oficial es histeria colectiva, esto es, la gente se escandalizó hasta el punto de creer que ellos mismos también estaban afectados. Ya se sabe que el terror aumenta el peligro hasta límites insospechados. El pánico moral suele aumentar cuando hay niños por medio, como Helen Lovejoy nos demuestra en la gran serie Los Simpson.



Por supuesto, en la actualidad los mayores voceros del pánico moral son los grandes medios de comunicación, capaces de publicar que el presidente de un país come sesos de niños huérfanos con tal de vender periódicos. Justo a la mañana siguiente del suceso, varios informativos comentaron el extraño suceso. Considérense los siguientes hechos: una serie conocida, la primera hora de la mañana, durante la cual las familias japonesas están sentadas delante del televisor, y el boca a boca. Al final, nada que ver con la historia original.


Pikachu intentó aclarar la verdad del asunto, pero no tuvo mucho éxito.

Por otro lado, una parte del asunto resulta, como mínimo, extraña. Flashes similares a los empleados en el infame episodio se han usado ya en varias series, tales como Sailor Moon, sin que fenómenos a la misma escala de este episodio hayan sido registrados. De ahí que algunos escépticos comenten que fue, mayormente, un episodio de histeria colectiva, basándose que una investigación posterior arrojaba un porcentaje de afectados similar al de personas afectas de epilepsia fotosensible.

Las consecuencias del asunto sí son claras: prohibición ad perpetuum del episodio, tanto en su tierra natal como en el extranjero, discusiones absurdas sobre toda la animación japonesa, una retirada de cuatro meses para la serie, negación del principal acontecimiento por parte de enteradillos, normas para los futuros dibujos animados, bajada de las acciones de los videojuegos y cachondeo por parte de parodiadores profesionales, como Trey Parker y Matt Stone.

Por tanto, el asunto es una leyenda de diccionario: un hecho real, pero exagerado lo suficiente.

Fuentes:
Dennō Senshi Porygon
Pokémon Panic

jueves, marzo 1

Me parto de la risa.

En serio, de veras. Lean esta noticia.



Un tío publica un libro en blanco que llega a ser un best-seller. De veras que si hubiese llegado a saberlo anteayer, habría asegurado que eso es un chiste de un número de Zipi y Zape. Esto no debe hacernos desdeñar la colección de libros-objeto: todos ellos con 256 páginas (2 elevado a 8) y con un contenido que va desde un texto escrito sólo con gemidos hasta un libro que sólo contiene la palabra “gracias” las veces necesarias para llegar al total de páginas. Y se vende, que ya manda huevos la cosa.

Bien mirado, sí, no deja de ser una burla al mercado de la autoayuda, aunque tengo la sensación de que hay parodias mucho mejores. De hecho, lo de llenar 256 páginas de lo que sería un orgasmo inacabable me recuerda a esas historietas, en narrativa y en cómic, que servidor y sus amigotes del colegio hacían para pasar el rato, sólo que nosotros teníamos la decencia de procurar que tuvieran gracia. En una de las viñetas, incluso, se inspira cierto derivado de sainete que escribiría años después.


El libro en blanco, sin embargo, es mi favorito. En realidad, tal ocurrencia no es, ni mucho menos, una novedad; en Uruguay, valga el ejemplo, se publicó un libro similar llamado Inteligencia militar después de la dictadura militar. Bueno, entonces sí había una diferencia: aquello era una boutade legítima y seguro que sus compradores consideraban que aupar semejante idea era demostrar su rechazo a la barbarie. Esto no es más que una gracieta. Ha habido quien se ha quejado de que, claro, esto es una muestra del perverso feminazismo, pero en realidad su autor, Sheridan Simove, ya tuvo su polémica cuando comercializó un control remoto de mujeres. Eso sí, nadie se quejó del de hombres, que también se vendía en la misma tienda.

Volviendo al asunto, estoy bastante seguro de que hay tarjetas que resumen en una jocosa viñeta lo mismo que estos libros con mucha más gracia. Además, hay cuadernos. Luego entonces, ¿por qué la peña se gasta los cuartos en semejantes ideas? La noticia afirma bobamente que “El objetivo de los creadores es, evidentemente, el de hacer que nos riamos de nosotros mismos”, cuando esto lo hacen de sobras varias series, como Los Simpson. La respuesta auténtica es otra: el márketing. La verdadera razón es la misma que el Copépodo indicaba en esta estupenda entrada acerca de campañas publicitarias que demuestran verdadero talento artístico: lo importante no es que te vendan algo material que necesites o quieras, sino que te ofrezcan cierto concepto abstracto que desees. Nadie quiere, bien mirado, una cafetera como las de los bares (¿Tan útil es, leches?), lo que la gente quiere es esa sensación de exclusividad que conlleva la posesión del puñetero electrodoméstico.

Así, los libros-objeto no tienen mucha gracia, pero se venden porque su poseedor siente que soltar la guita en estas chorradas lo hará parecer un tipo chistoso, aunque el libro de sexualidad no sea mucho más ingenioso que las marranadas que escribía e/o ilustraba con mis cuates. El libro en blanco no hace sino aprovechar un viejo tópico en un formato ya usado, pero más de uno ha afirmado que es una idea brillante y meridiana, incluyendo personas que ya saben de los precedentes. Ya se sabe: es la misma Stacy Malibú, pero el sombrero es nuevo.

Lo más curioso, ya para acabar, es que mi mención al chiste de Zipi y Zape no estaba ni mucho menos tan desencaminada. Me vais a perdonar que me conforme con describirlo, pero es que no tengo ganas de buscar el tebeo entre mi montón y además dudo que pudiera escanearlo bien. El chiste era tal que así: los Zapatilla se encontraron con los Plómez, el matrimonio que les daba el coñazo con sus visitas, en plena calle. Los Plómez estaban vendiendo libros en un puesto, que don Pantuflo quiso leer. Ahí empieza la gracia.

Don Pantuflo: ¿Pero qué es esto? ¡Estos libros están en blanco!
Señora Plómez: ¡Pues claro que sí! ¿Quién los va a leer?
Don Pantuflo: ¿Perdone?
Señora Plómez: Le explico, don Pantuflo: nosotros no vendemos novelas ni libros de texto, nosotros vendemos las portadas. Lo que la gente quiere no es leer libros, sino llevarse los libros a su casa y colocarlos en las estanterías, porque hacen bonito, ¿comprende usted?


Don Pantuflo sólo puso cara de circunstancias. La misma que puse yo, ni más ni menos, cuando leí la noticia ayer. En el fondo, llevará razón el Copépodo: si estoy aquí y no forrándome, es porque no estoy en sintonía con la fórmula del éxito de los tiempos de ahora. Lo que no es malo, al menos no seré un Duchamp.