¡Hola! Como veis, hoy es el segundo aniversario del blog. Tuve que saltarme la celebración del primero por motivos ajenos a mi voluntad (es decir, estudios), y dejarlo correr. Este segundo, sin embargo, es buena oportunidad. Aunque tengo trabajo hasta arriba, he sacado tiempo para completar esta historia que os presento hoy, y escribir dos más cuyas extensiones son tales que tendrán que esperar a mañana y pasado mañana.
Y es que esta bitácora nació con la sana intención de dar a conocer mis relatos (mayormente unas verdaderas afrentas al sentido común, claro), pero la pereza es muy mala. No obstante, aquí hay una muestra. Mañana, y pasado, más.
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Tercera hilaridad:
El extraño caso del tubo de escape, o por qué debería haber carnet de hombre
Piñero y Carlos paseaban una tarde tras atender un asunto. Como no tenían nada mejor que hacer, decidieron hablar de temas intrascendentes, como los posibles cambios de enseñanza o qué compañero de su clase empleaba la mejor técnica para copiar en los exámenes. De pronto, Piñero se fijó en algo.
-¿Y ese tío?-preguntó entonces mientras se volvió hacia unos coches aparcados. Entre estos, había un hombre agachado. Carlos miró y no supo qué hacía.
-¡Qué raro! Está tras el maletero, cerca del tubo de escape... No creo que vaya a robar el coche desde ahí.
-Ni yo, pensaba que quería pincharle las ruedas, pero lleva mucho tiempo y no es la mejor posición, desde luego...
-¡Oye!-Carlos dio un respingo-¿No será que va a poner un...?
-¡No, no creo!-Piñero se asustó con la insinuación de su amigo. Pero parecía lógico. ¿Qué, si no, iba a hacer alguien cerca de esa parte concreta de un coche? Había que hacer algo.
-Lo abordaremos-sugirió Piñero.
-¿Estás seguro? ¿Y si tuviera un arma?
-Yo no llevo móvil, y conociéndote, tú tampoco. Y no veo un policía ni una cabina de teléfono, maldita la gracia. Si tú te acercas por el lado de la calzada, y yo por la acera, se rendirá, créeme.
-¡Eso, no te fastidia! Tú por la acera, si pasa algo, tú sales corriendo con mayor seguridad y...-empezó a quejarse Carlos.
-¡Vale, es verdad! Al revés-rectificó Piñero, y estuvieron de acuerdo. Nuestro dúo se acercó al sospechoso. Carlos se acercó silenciosamente, y esperó que Piñero llegara a la altura del coche, donde el hombre seguía agachado. Se hicieron una señal.
-Oiga, ¿puedo ayudarlo?-inquirió Carlos al sujeto. El hombre dio un respingo. No se levantó, y Carlos vio que parecía que se sujetaba los pantalones. Entonces maldijo las circunstancias, pues quién sabía si era un indigente que estaba defecando.
-¡No, no!-respondió el hombre mientras Carlos tenía estas cavilaciones-No hace falta, no...-parecía apurado-¡Ya me voy, ya!
-¡Aún no!-dijo de pronto Piñero, que había escuchado la conversación y dedujo algo similar-Creo que necesita auxilio. Si no fuera así, no estaría haciendo sus necesidades en plena calle.
-¡No, no!-contestó el hombre-No estoy haciendo nada de eso, en serio...
-¿Entonces?
-Es que... uh... no puedo levantarme.
-¿Se siente usted mal?-le preguntó Carlos.
-No, veréis... Es que...
-¿Es que...?-repitieron Piñero y Carlos simultáneamente.
-...mi pene está obstruido en el tubo de escape-terminó el hombre. Piñero y Carlos se quedaron estupefactos.
-¡¿Perdón?!-Esto es lo único que Carlos puede decir normalmente cuando encuentra un suceso tan chocante y aberrante como este.
-¡Claro, todo encaja! Los pantalones bajados, que esté tan cerca del coche, que no sea capaz de ponerse en pie... Sólo una duda: ¡¿Cómo cojones ha pasado esto?!-gritó Piñero.
-Verás... Tengo la fea costumbre de introducir mi miembro por tubos de escape desde jovencito.
-¡¿Perdón?!-el lector ya imaginará quién habla.
-¡Eso... eso es enfermo! ¡Grotesco, vulgar, digno de figurar en un libro de desviaciones sexuales! ¿Pero por qué hace esto, hombre?-chilló Piñero.
-Empecé a hacerlo un día que estaba de cachondeo y algo borracho, me vi solo en un descampado donde había un coche abandonado y completamente destrozado. Vi que el tubo de escape estaba en buenas condiciones, y sentí curiosidad...
-¡¿Perdón?!
-Repugnante, sinceramente. Mire, deje de explicárnoslo, le echaremos una mano...-concluyó Piñero.
-¡¿Perdón?!
-¡Carlos, ya vale!-Este pareció reaccionar.
-¡Uh, perdona!-volvió en sí, y miró al tipo-Pues supongo que usted habrá intentado todo lo que puede hacer con lo que tiene entre manos... ¡Huy, perdón!
-¡Carlos!
-Déjalo, no pasa nada-dijo el atrapado.
-Bueno, a ver-razonó Carlos-Está claro que no lograremos nada mirando o tirando, para eso ya se vale usted solo. En estos casos, lo mejor que se me ocurre es cortar un trozo del tubo más largo que la zona de... “atasco”. Una vez se haya hecho esto, fragmentamos el tubo por la abertura y empezamos a abrirlo, algo así como la cáscara de una avellana o la piel de un plátano.
-No me parece mala idea, no... El problema está, primero, en encontrar instrumental apropiado y, segundo, que el dueño del coche no se cague en la madre que nos parió-comentó Piñero.
-Bueno, lo conveniente es llamar a la policía para localizar al propietario... Veamos la matrícula... ¡Joder! ¡Puta suerte!-maldijo Carlos.
-¿Qué pasa? ¡No me digas ahora que no tiene matrícula!
-No, si de hecho la conozco, es que...-intentó explicar Carlos.
-¡Mejor aún!-le interrumpió Piñero-¡Pues ve a avisar al dueño enseguida! Ahora, lo mejor sería que llamáramos a un amigo mío, experto en trabajos manuales. Seguro que él dispondrá de un serrucho para maniobrar... ¿No llevará móvil?-preguntó al agachado.
-Pues mira, no, cuando hago esto prefiero no...
-Bueno, vale, entiendo. Carlos, ocúpate de ello cuando avises al dueño... ¿Cómo es que estás aquí todavía? ¿No conocías al propietario?
-Sí, pero es que tú también y...
-¡Pues no sé qué esperas!
Carlos se sintió confuso, y prefirió no decir nada y llamar a esa persona, pero sólo al darse la vuelta se dio cuenta de que no hacía falta. Suspiró, lamentando las circunstancias.
-¿Vas o no?-le preguntó Piñero cuando vio que se dio la vuelta.
-No, viene.
-¿Viene?
-Sí, mira-señaló a un grupo de personas que se acercaba. Eran Clarisa, Shasha, Celsio, Luisma y Alexis, un amigo del último que también estaba en la clase del resto. Cuando los vio, Piñero se quedó boquiabierto. Ahora recordó dónde había visto ese modelo de coche antes.
-¡Pues claro! ¿Por qué no lo habías dicho?
-Porque no me has dejado, colega.
-Pues estamos buenos. Aquí se arma.
-O nos partimos el culo de la risa. Está claro que no nos quedaremos indiferentes.
El grupo llegó y los reconoció.
-¡Hola! ¿Qué, de paseo?-saludó Clarisa.
-¿Ya habéis acabado con el problema de las tapas de retrete sexistas?-quiso saber Shasha.
-Ya decía yo que el asunto en sí era una tontería enorme-comentó Celsio.
-¡Ey, illos!-saludó Luisma.
-Habéis tardado poco, ¿eh?-les dijo Alexis.
Carlos y Piñero no supieron qué decir. Piñero empezó.
-Pues... sí, sí. Hemos llegado a la conclusión de que no, que la tapa del retrete no es sexista porque esté fijada a la taza sólo en el servicio de chicas, porque los únicos que la levantarían para el uso ordinario (nunca mejor dicho) serían varones. De todos modos, se van a soltar, sobre todo porque alguien puede enfermar y vomitar, así que...
-Vamos, que serán iguales y punto-finalizó Carlos.
-Ajam... Por cierto, ¿qué hacéis aquí, al lado del coche? ¿Y quién es este señor?-preguntó Clarisa con curiosidad.
-¡Ah, este señor...! No se siente bien, no. Estamos atendiéndolo, y le vendría bien que nadie se acercara. Ya hemos llamado al servicio de urgencias del hospital central y...-respondió Piñero.
-Cariño, que he estudiado el arte del interrogatorio y sé de sobras cuando alguien miente. Y lo haces fatal-le interrumpió Clarisa-Di la verdad.
-Este caballero ha introduciendo su pene en el tubo de escape de este automóvil y ahora no puede extraerlo-explicó Carlos. Nadie dijo nada durante cinco segundos.
-¡Y lo más curioso es que lo ha dicho mientras me miraba a los ojos, y no ha mostrado los signos que denotan mentira!-exclamó Clarisa, y se acercó al tipo-A ver... ¡Hala, es verdad! ¡Oiga, no entiendo cómo se le ha ocurrido!-regañó al sujeto, que se sintió cohibido.
-A ver... ¿Este tío ha decidido, por llamarlo de algún modo, agredir sexualmente una máquina?-preguntó Celsio mientras se aproximaba para mirar. Luego volvió, agitó la cabeza inconforme, y exclamó-¡Inaudito! Tengo ganas de ir a la facultad de psicología para consultarles este hecho.
-¡Pero qué asco! Con lo sencillo que es llamar a ciertos números de teléfono que aparecen en ciertas secciones de diarios. Si es que hay ganas de ser complicados...-le reprochó Shasha. El atrapado estaba todavía más avergonzado.
-¡Ostras, qué raro! ¿Se os ha ocurrido algo?-inquirió Alexis. Luisma se desternillaba de risa, hasta el punto de retorcerse por el suelo.
-Lo más normal, creemos, es cortar el tubo y rajarlo. Para ello, Piñero iba a llamar a alguien y yo a buscar al dueño...-dijo Carlos.
-¡Lo que me recuerda...! Lleváis móvil, ¿no? Avisad al amigo Alberto, el experto en bricolaje-comentó Piñero.
-¡Vale!-Clarisa empezó a marcar el número.
-¿Decías que ibas a buscar al dueño?-le preguntó Shasha a Carlos.
-¡Pues sí, pero como habéis llegado...! ¡Luisma!-el interpelado dejó de reírse.
-¿Sí, Carlos?
-Ven conmigo.
-¿Para qué?
-Para hablar tranquilamente.
-Estoy tranquilo.
-Bien, pues allá voy: Es tu coche, Luisma.
-¿Cómo dices, illo? ¿Mi coche...? ¡Pero si es verdad, es mi coche! ¡Mi coche está siendo violado!
-¡Pero qué putada! ¡Y vais a quitarle el tubo de escape!-protestó Alexis.
-Hombre, me parece inevitable. Si hay una obstrucción, habrá que romper. ¿No querrás que tiremos hasta que quede mutilado?-repuso Celsio.
-Ahora entiendo que hayáis venido directamente, es porque su coche estaba aquí-comentó Piñero.
-Pues sí, queríamos dar una vuelta para probarlo... ¡Lástima!-lamentó Shasha, con cara de resignación.
-¡Oíd, ya lo he avisado!-Clarisa guardó su móvil-Tardará poco, quizás quince minutos.
Todos se alegraron al saberlo, pero Luisma hablaba incoherentemente.
-¡Mi coche, illo! ¡Mi coche! ¡Van a quitarle el tubo de escape!-Alexis lo atendía como podía, Piñero y Carlos lo miraban con pesar, Shasha y Celsio conversaban sobre algo y Clarisa miraba al atrapado severamente, y este se sentía avergonzado.
Siguieron esperando, y al rato llegó Alberto. Era un tipo realmente alto, de más de un metro noventa, delgado, rubio y con manos grandes y con dedos largos. Era bastante ducho en el uso de herramientas, y traía consigo una caja llena del material necesario para resolver el accidente que los ocupaba. Piñero recordaba de sobras el intento de robo de la bicicleta de Alberto, que resultó infructuoso por la incapacidad de los ladrones de romper la cadena de seguridad, aunque Alberto tuvo que romperla después con una segueta.
Se acercó y saludó a todos. Piñero, y Carlos, que lo conocía desde la infancia, lo pusieron al corriente de los hechos y examinó la zona obturada. Parecía saber qué había que hacer, en cierta ocasión ayudó a sacar el dedo de un chico de un tubo de medio centimetro de grosor con la misma técnica que iba a emplear ahora. Apenas hizo comentarios sobre el curioso acontecimiento.
-¡Joder, qué flipada está la gente!-fue lo único que dijo. Dejó sobre el capó la caja, sacó una segueta y la dejó ahí. Piñero reconoció la herramienta y permaneció expectante. Entonces sacó una llave inglesa.
-Bien, creo que lo mejor que podemos hacer es cortar una parte lo bastante larga como para evitar hacerle daño, lo más que se pueda, y posteriormente la rompemos, siempre con unas cizallas, para así arrancarla a tiras.
-Lo que yo decía-dijo Carlos.
-Pues venga, ¡al trabajo!-ordenó Piñero, y entonces Alberto empezó a serrar. Como el lugar no era ni mucho menos una zona deshabitada, sino que para colmo estaba junto a un barrio, mucha gente paseaba justo por delante de donde estaban trabajando para liberar al fetichista. Antes de llegar los últimos observadores, algunas personas miraron un poco interesados cuando tan sólo estaban Carlos y Piñero, pero ahora era inevitable que todo el mundo echara al menos una mirada, pues los seres humanos son gregarios y curiosos, y que ya hubiera espectadores facilitaba la labor. Algunos jóvenes indiscretos se aproximaron mucho, pero como Carlos estaba por medio sólo vieron a un tío agachado con una chica (o un chico) pelirroja, y a Luisma y Alberto poniendo el gato.
-¿Qué sucede, macho?-preguntó el cabecilla a Carlos.
-Nada, que este hombre se ha pillado… unos dedos-mintió.
-¿Que se ha pillado unos dedos?-respondió, intrigado.
-Sí, sí, mira: Está sentado porque está algo cansado, lleva cierto tiempo aquí el pobre hombre.
-¿Y con qué?
-Con el tubo de escape.
-¿Y por qué metió los dedos en el tubo de escape?-preguntó otro.
-Porque iba a arrancar el coche, se dio cuenta de que el tubo no sonaba y quiso examinarlo. Le pareció que estaba obturado, y quiso sacar lo que sea que esté dentro, y se pilló los dedos.
-Pero bueno, ¿por qué le han hecho eso?-preguntó el que estaba detrás del todo.
-¡No lo sé!
-Pensamos que han sido unos gamberros-dijo entonces Celsio.
-¡Pues esto lo han hecho los cabrones del barrio de las Cien Revueltas! ¡Son unos mamones que siempre están dando problemas!
-¡Seguro, seguro!-aseguró de falsete Clarisa.
Y como eran tan ruidosos, el público oyó la historia, y entonces hubo quejas de vecinos contra la delincuencia, el paro y la inmigración. Esto le sentó mal a Celsio, Clarisa y Shasha, que eran inmigrantes. Piñero estaba tan ocupado en lo suyo que ni siquiera prestaba atención: Sostenía al hombre para que no le fallaran las fuerzas. Incluso estiró su pierna derecha por el suelo y se la ofreció para que este pudiera sentarse un rato. Ya de paso, lo hacía para no avergonzar más a ese individuo, ya que consideraba suficiente el apuro que estaba pasando para que escarmentara.
Eso sí, por supuesto, Luisma estaba bastante disgustado. No se negó a buscar el gato para que cortar el tubo fuera fácil, pero se juró que ese tío le pagaba la reparación como que se llamaba Luis Manuel. Justo entonces levantó la rueda trasera a una altura suficiente para que Alberto pudiera tumbarse por debajo cómodamente, pues como se ha dicho era muy alto.
La operación no tardó demasiado, dentro de lo que cabía. Cortar el tubo fue sencillo con las cizallas, la operación posterior costó un poco, pues era necesario calcular bien el número de partes a tirar, y cómo enrollarlas para evitar que se rompieran a la mitad. Al final, sólo hizo falta romper una, pues a través de la grieta pudieron abrir el tubo. Lo único realmente inesperado fue la aparición del dueño del coche que estaba aparcado detrás del de Luisma.
-¡¿Se puede saber qué pasa aquí?!
-¡Ah…!-Carlos se quedó asombrado, no se dio cuenta de que se acercaba y le habló de improviso por la espalda-¡Pasa que… que este señor tiene los dedos…!
-¡¿Cuál señor?!
-¡Este!-Celsio señaló al grupo que había en el suelo.
-¿El que está sentado?
-Sí-respondieron ambos.
-¿Y qué le pasa?
-Que tiene los dedos pillados en el tubo de escape-contestó Carlos.
-¿Los dedos?
-Sí.
-¿Qué se ha pillado los dedos… en el tubo de escape?
-Sí.
-¡Anda ya!
-¡Es cierto, mire!-intervino Shasha-¿No ve que está ahí, con el tubo de escape al lado? Se lo están quitando, han tenido que agacharse, tumbarse y romper el tubo para ayudarlo a salir del aprisionamiento.
-¡Que no! ¿A ver, para qué iba a meter los dedos?
-Porque unos gamberros le han metido algo para taparle el tubo de escape, quiso sacarlo con los dedos, y…
-¡Aquí hay algo raro!-el hombre se acercó mucho, pero Carlos se puso por delante-¡Quiero verlo con mis propios ojos!
-¡Pero bueno! A ver, ¿a usted qué le importa? ¡Si no va a echar una mano, vaya a incordiar a otra parte!-le recriminó Clarisa, que ya estaba irritada con los modales del sujeto.
-¡Pues me importa!
-¿Ah, sí?
-¡Este es mi coche!-señaló el coche de atrás, donde Clarisa estaba apoyada.
-¡Oh!-ella dio un respingo y se incorporó-¡Bueno, hombre, tranquilo! No le hemos hecho nada a su coche, ni vamos a hacérselo porque no hace falta. Tan sólo estamos ayudando a este hombre, que por un accidente-Clarisa ya había decidido seguir con el bulo hasta el final, aunque fuera por cabezonería-ha quedado atrapado. ¡No vamos a dejarlo así, narices!
-¡Pero es que no me acaba de convencer! ¡Aquí hay algo raro! ¡Este señor, por llamarlo de algún modo, tiene bajados los pantalones!
Todos se quedaron mudos y sin saber a dónde mirar. Alexis hacía mucho que decidió hacer como si no supiera de qué iba ese asunto. Clarisa no pareció alterarse.
-Eso se debe a que, por los nervios y el apuro de la situación, ha tenido unas ganas incontrolables de orinar, y como con una sola mano no podía bajarse bien los pantalones, lo han atendido. ¿Qué pasa, que le parece mal?-le respondió, desafiante.
Los demás se quedaron atónitos con esta explicación. No se lo creía ni ella. Sin embargo, Clarisa era muy buena actriz, y bien capaz de convencer a cualquiera de la historia más inverosímil. El individuo que tanto gritaba, de hecho, no supo cómo continuar la conversación, pues aunque semejante respuesta le parecía una mamarrachada, la cara de la chica estaba tan relajada como si hubiera dicho que el cielo es azul. Por ello, intentó hacerse el sueco y miró a otro lado, pero en ese instante vio que Carlos estaba distraído.
-¡Pues yo soy como el apóstol, tengo que verlo por mí mismo!-gritó y se abalanzó hacia delante, apartó a Carlos y observó por encima la actividad del grupo entre los coches, a ras del suelo. Y volvió a quedarse mudo, pues vio que realmente ese hombre estaba atrapado en un tubo. Pero no por dónde le habían dicho, sino por “aquello que tenemos los hombres debajo”, en un estúpido eufemismo de pene. En ese momento habían abierto la grieta, y empezaron a abrir el tubo. El espectador de primera fila vio cómo un chaval pelirrojo (a pesar de su ambigüedad, pensó que una mujer no se prestaría a ello) lo sostenía por los hombros y le pasó la pierna por debajo para que se sentara, y cómo un chico alto y rubio, y otro bajito y moreno sacaban el tubo con esfuerzo.
-¡Ya está!-dijo Alberto, y todos suspiraron.
-¡Gracias, chico!-dijo el hombre.
-No hay de qué, ¡pero no vuelva a hacerlo!-respondió Piñero.
-Y a ti te pagaré la reparación.
-¡Más le vale!-contestó Luisma. El espectador no pudo soportarlo más.
-¡¿Alguien quiere decirme qué coño pasa aquí?!-todos se asustaron repentinamente. Piñero incluso giró sobre sí mismo, como quien espera un ataque, para golpearlo con sus piernas. Se detuvo a tiempo.
-¡No me asuste así, hombre!
-¡El asustado soy yo!
-Verá, le explicaré todo, y esta vez de verdad-dijo entonces Carlos-Este hombre tiene un fetiche sexual, consistente en introducir su miembro viril por los tubos de escape de los coches. Hasta hace media hora ha estado dando rienda suelta a sus instintos, pero tuvo mala suerte y quedó atrapado. Mi amigo-señaló a Piñero-y yo nos acercamos para ver qué le ocurría, y decidimos pedir ayuda. Entonces llegaron estos amigos nuestros-movió las manos hacia todos, excepto Piñero-para probar el coche, que es de este chico que llegó a la vez que ellos-Luisma saludó-, y justo entonces llamaron a este chaval-Alberto inclinó la cabeza-para que trajera herramientas y lo liberara. Eso es todo.
-¡In… increíble!-respondió el hombre.
-¡Eh, es verdad!-le dijo Clarisa.
-¡No, si por la cara tan roja del responsable de este lío, ya veo que debe ser verdad!-el dueño del coche se puso aún más rojo que el fetichista, pero de ira-¡Con razón decía yo que había algo raro!
-Es que es una historia bastante inverosímil-dijo Celsio-, y parecía más natural contar que se había pillado los dedos.
-¡No, si ya, ya! ¡Si no lo estuviera viendo, no lo creería jamás! Mire-se dirigió al fetichista-, procure no volver a repetir esto, ¡nunca!
-¡Así lo haré, lo prometo!-juró este.
Y todos se quedaron contentos. Cuando se levantaron, la gente aplaudió al “mártir”, quien intercambió sus datos con los de Luisma bajo la supervisión de Clarisa, para evitar engaños. Tras llamar a la grúa, el coche de Luisma fue llevado al taller, no sin la extrañeza de algunos, ya que vieron que el fetichista se marchó al poco y quien se encargaba de todo era el propio Luisma, y creían que el dueño del coche era el primero. No obstante, supusieron que eran padre e hijo y cada lechuza se fue a su olivo.
Unos días después, Carlos y Celsio iban juntos a la tienda de tebeos.
-¿Crees que habrá salido al fin un nuevo número de El Planetario?-preguntó Celsio.
-Lo dudo, me parece que aún no… ¡No puede ser! ¡No doy crédito!
-¿Qué pasa?
-¡Lo ha hecho otra vez!
-¿Quién?
-¡Él!-Carlos señaló a una obra.
-¿Él…? ¡Oh, no! ¡Porca miseria!
Y ahí estaba otra vez nuestro fetichista, con los pantalones bajados, dándole rienda suelta a sus instintos, con un… ¿¡tubo de hormigón!? como nueva víctima. Al menos, esta vez no quedaría atrapado. Asqueados, decidieron hacer la vista gorda y corrieron a la tienda de tebeos. Decidieron no contárselo a los demás.
Al fin y al cabo, ¿qué necesidad hay de sufrir?
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Las dos primeras hilaridades están en:
http://analitoendisolucion.blogspot.com/2005/07/he-vuelto.html
http://analitoendisolucion.blogspot.com/2005/09/el-segundo-relato.html
3 comentarios:
Lo sigo diciendo: No me produjo daños irreversibles en el cerebro =P
En primer lugar: ¡feliz segundo aniversario!
Y la hilaridad ha sido tremenda. Hay fetichismos raros, pero éste se lleva la palma. xD
Gracias a ambos.
Draug, puede parecer increíble, pero casi está basada en hechos reales. El origen de esta historia está en un tebeo que de crío vi en el colegio, hecho por un amigo de entonces, y digamos que contaba de modo obsceno la corrupción mental de un jovenzuelo al salir del colegio, y una de las escenas era esa, el tío aproximando su miembro al tubo de escape de un coche.
No obstante, esta habría caído en el olvido si no fuera porque hace años leí que un individuo necesitó ayuda de los bomberos porque no tuvo mejor idea que introducir el pene en el aspersor de una piscina pública. Menudas ideas...
Y la segunda historia ya está arriba.
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