miércoles, abril 30

¡Tercer aniversario! Cuarta hilaridad (III)

¡Última parte!

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En el cuarto de baño, se lavó la cara, y viendo que seguía presentable, recogió su abrigo, y se despidió de todos.
-Vuelve pronto, chiqui-le dijo su hermana antes de que ella saliera.
Bajó las escaleras de madera, y se dirigió al punto donde se encontraría con Piñero. Esperó unos cinco minutos, durante los cuales sus labios actuaron de puertas de entrada desde el averno a espíritus informes. Aún hacía frío, y no era raro que el aliento se condensara. Dentro de una hora, ya estaría anocheciendo.
A la hora justa, vio a Piñero. Este corrió a su encuentro, saltando en gráciles zancadas.
-¿Llevas mucho esperando?-le preguntó él.
-No, en absoluto. ¿Te ha dado tiempo a hacer algo?
-¿De deberes?
-Sí.
-¡No, en absoluto!
Comenzaron a andar, mientras hablaban de música. Sin las maletas, fueron algo más rápidos, y a los veintitrés minutos ya estaban allí. Asombrados, vieron allí a Déisdrol.
-¿Cuándo has llegado?-le preguntó Piñero.
-A las seis menos cuarto-respondió él.
-¡Sí que tienes prisa por ir!-comentó Clarisa.
-¡No, es que tenía un amigo que se retrasaba siempre un cuarto de hora! A final tenía que engañarle y citarle un cuarto de hora antes. La costumbre, ya veis.
Rieron alegremente, y partieron hacia la parada del autobús. Allí, una mujer vieja estaba sentada cómodamente, como en un sillón.
-¿Hace mucho que espera?-le preguntó Piñero.
-¿Eh?-respondió la mujer-¡Oh, no, sólo estoy sentada, descansando!
-Bueno, entonces, ¿ha visto pasar un autobús hace poco?
-No, no he visto ninguno… Sólo llevo un rato aquí.
-Vale, ¡gracias!
Esperaron de pie, montando guardia, a la espera del autobús. Al principio, se movían mucho, para estirar sus inquietas piernas; pero conforme el tiempo pasaba, se quedaron inmóviles, asemejando estatuas. La mujer se despidió y reemprendió su paseo, y ellos seguían con la vista en la calzada, con esperanzas de que el autobús apareciera.
Al fin, tras veintitrés minutos, llegó.
-¿Hay que levantar la mano para que pare?-preguntó Clarisa.
-Tú, por si acaso, levántala-aconsejó Déisdrol.
El autobús se detuvo. Afortunadamente, a esa hora del día esa línea no llevaba muchos pasajeros, e incluso encontraron asiento. Clarisa se sentó al lado de la ventana, Piñero a su derecha, y Déisdrol enfrente de ella, en sentido opuesto al movimiento del vehículo.
-¿No te mareas, Déisdrol?-le preguntó Clarisa.
-¡No! ¿Por qué?
-¡A mí me marea sentarme así, ya ves!
Clarisa apoyó su pequeño codo en la repisa de la ventana. Déisdrol apoyó las palmas de las manos sobre los muslos. Piñero se cruzó de brazos.
En ese momento, entró un grupo de jovenzuelos. Hacían mucho ruido, y hablaban todos a la vez, creando la impresión de un público charlatán.
-¡Hostia, tronco, no veas la que le cayó al Chino el otro día!
-¿Qué, tío?
-¡Tío! ¡¿No lo sabes?!
-¡No, tío!
-¡Tío, su vieja descubrió la maría!
-¿¡Sí, tío!?
Siguieron conversando un rato acerca del tal Chino y su madre, de sus hábitos, consistentes básicamente en el consumo de estupefacientes; y del precio de la cocaína en la calle, y de cómo a un “coleguita” se la había vendido el camello de turno a 12 euros el gramo. A Piñero, que no acostumbraba a montar en autobús, lo dejó estupefacto la conversación, pero más estupor le produjo la indiferencia generalizada del resto de los pasajeros, cada uno era un mundo aislado. A Clarisa y Déisdrol, habituados a los asistentes a conciertos más granados, y a los de las discotecas, respectivamente, no los escandalizó.
Con el tiempo, los “narcopijos” empezaron a hablar aún más rápido, y sólo se entendía un “¡Tío, tío!” confuso y casi gutural, semejante a un concierto de ranas.
“Si los griegos hubiesen conocido a esta gente”, pensaba Clarisa, “hoy en día bárbaro se diría tiotío.”
De pronto, obedeciendo a una voluntad colectiva, se levantaron a la vez y bajaron del autobús, liberando a los presentes de tener que sufrir su estupidez.
-¡Buf…!-suspiró Piñero.
-¡Si tú fueras a según qué conciertos…!-dijo Clarisa.
-¿Es que es aún peor que lo de estos muchachos?-preguntó una mujer madura.
-¡Horroroso! A veces, he preferido cambiar de un buen sitio a otro peor, para no asfixiarme con humo de porro.
-¡Qué vergüenza, adónde vamos a llegar!-se quejó la mujer, quien siguió con un discurso poco original y monótono acerca de sus tiempos, los actuales y las diferencias generacionales.
El autobús giró a la izquierda, y en ese momento Piñero se incorporó sobre el asiento.
-¡Ya llegamos!-dijo.
Pulsó el botón de parada que tenía al alcance de la mano. Durante un momento permaneció sentado encorvado, listo para levantarse. A los diez segundos, los tres estaban ante la puerta, y bajaron. Enfrente de ellos, estaba el estadio del Pelotilla.
El estadio era de color blanco lechoso, y medía unos doce metros de altura, y ocupaba un área de aproximadamente diez mil metros cuadrados. Sus paredes estaban pintarrajeadas con grafitis infames, obra de los hinchas más radicales, y algún gamberro ocasional. Esta rodeado por una valla de ladrillo de cuatro metros de altura.
La zona de entrenamiento estaba relativamente cerca. En la valla, varios espectadores contemplaban a los jugadores del Pelotilla, célebres por sus derrotas. El público era un perezoso gris y triste en el atardecer lento. Dentro del cerco, unos títeres danzaban penosamente mientras realizaban acciones ridículas, llevados por unos hilos manejados sin habilidad.
-Bien, ¿qué hacemos ahora?-preguntó Déisdrol.
-¡Vaya, me has pillado…! No lo sé, esperemos un rato. Quedaría mal que nos pusiéramos a gritar tras llegar al primer momento-dijo Piñero.
-¡Pues a mí me parece bien!-rebatió Clarisa.
-¡Mujer, no es preciso gritar para mostrar tu desacuerdo! ¡Espera que se acerquen, o algo…!
-¡No estoy de acuerdo!
Discutieron durante unos minutos, cuando de pronto el aire se vio roto por una onda de baja frecuencia, modulada como un exabrupto. El foco de origen era un cuerpo de grasa y suciedad, que consumía un cilindro de papel con una mezcla de planta aromática molida y aditivos artificiales.
-¡Inútiles, idiotas!-volvió a decir el individuo.
El exabrupto provocó resonancias en otros puntos del espacio. Dichas resonancias eran sumamente constructivas, y la intensidad se multiplicó, aunque tras la valla se volvían destructivas. En el campo, las marionetas se agitaron, como si la muñeca de la que pendían hubiese cedido al cansancio.
-¡Venga, por favor!-protestó entonces el entrenador, un hombre de un metro setenta, con bolsas en los ojos, calvicie y vestido con un chándal de color azul marino brillante.
-¿¡Qué “por favor”, ni nada!?-se oyó desde el público.
-¡Miren, señores! ¡Entiendo su decepción y los motivos que los han llevado aquí, pero no hacen ningún bien a los muchachos-el entrenador señaló a los jugadores, que intentaban seguir corriendo y hacían la vista gorda-llamándoles idiotas!
-¡Usted no puede prohibírnoslo!
-¡Por supuesto que puedo! Esto es propiedad del club, ¡faltaría más!
-¡Nos gustaría verlo!-resonó en diversos puntos entre el público.
Clarisa frunció el ceño.
-No puede echarlos-dijo.
-No, pero tampoco me parece justo que tenga que aguantar a estos idiotas-comentó Piñero.
Clarisa calló, y otorgó, como dice el refrán. No le resultada agradable tener que admitir que llevaba razón, y que su postura estaba equivocada.
En ese momento, un chico recién llegado se subió a la valla, para a continuación vociferar contra el equipo. Los títeres, ya superada su paciencia, rompieron los hilos y siguieron la voluntad de su euforia. Alrededor del joven se formó un tumulto.
-¡Vámonos, rápido!-ordenó Déisdrol, que era hábil para reconocer una situación realmente peligrosa.
Empezaron a caminar ligero, pero evitando echar a correr, por si acaso. Un hombre maduro, cerca, hacía lo mismo. Parecía la unión de las sombras de los tres.
-¡No hay derecho, la gente no es nada razonable!-se lamentaba.
-¡Qué gran verdad!-le comentó Piñero, y el hombre se volvió a ellos.
-¡Son unos exaltados! ¡No saben quejarse sin ser unos groseros!
-¡Yo quería quejarme, pero no así!-dijo Clarisa.
-¡Pues así es como se quejan! ¡A gritos, y con descalificaciones! ¡Subnormales!
-Yo quería gritar, pero para hacerles notar mi disgusto… No para insultar sin más…
-¡Y yo también! ¡Pero es imposible! ¡En esta ciudad, o eres tonto, o un energúmeno, por lo visto! ¡No hay término medio!
Ligeramente deprimidos, vieron cómo el hombre subía a su coche y se marchaba. Decidieron volver a sus casas dando un largo paseo. De todos modos, llegarían temprano a sus casas.
En las calles estrechas, la oscuridad era ya propia del crepúsculo, debido a la proyección de los edificios, y la inactividad de los minúsculos faros urbanos. Prefirieron por ello regresar por la avenida principal, por la cual aún se podía ver el final de la calle. En las ciudades, incluso en las pequeñas como la Ciudad del Churro, no puede hablarse de horizonte.
-¡En fin…! Esto ha sido perder el tiempo-comentó Clarisa.
-¡Oh, no creas!-dijo Déisdrol riendo-Yo lo habría perdido de todos modos, jugando con el ordenador o algo así.
-Yo tampoco puedo decir que sea muy trabajador-admitió Piñero.
El lucero del alba apareció, su haz constante contrastaba con la intermitencia de las estrellas.
-¡Oye, Déisdrol!
-¿Sí?
-¿Qué tal está Caín?
-¡Bien! ¿Por qué lo dices?
-¡No, por nada! Es que es algo distante…
-¡Bueno, es su forma de ser!
-¡Ya...! Lo digo para que no se margine.
-¡Qué va! Él es callado, pero se lleva bien con la gente. De hecho, va a dejarle un juego a Saray.
-¿Un juego…?
-Sí, el Tale of Snorf.
-Yo no entiendo de juegos…
-A mí tampoco me suena…-comentó Piñero-¿Es nuevo?
-¡No, de hecho salió en la Pega Pibe! Hace muchos años.
-No lo conozco. ¿Es muy bueno?
-¡Es graciosísimo! Te partes con el argumento.
-¿Es que es ridículo, o algo así…?-preguntó Clarisa.
-¡No, está pensado para provocar la carcajada! Como las comedias.
-¡Oh…! ¿Y cómo es… ese juego?
Entonces, Piñero y Clarisa pasaron el resto del paseo escuchando la narración de Déisdrol. Mientras tanto, el alumbrado artificial empezó a dotar el cielo de contaminación lumínica, y rescató de la sombra a las plantas primera y segunda de los edificios. Incluso llegó a alcanzar el suelo, formando oasis de claridad.
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Mientras tanto, Caín estaba haciendo los deberes, y estaba a punto de acabar. Los libros formaban ante él un arco iris de materias escolares.
“…Y el valor de x es 10”, pensó. “x=10”, escribió.
Punto y final. Tras repasar los ejercicios, recogió los libros, y metió algunos en la maleta delante de los cuadernos. Despejó la mesa, rodeada de material escolar, y decidió leer de nuevo un tebeo que le había gustado mucho. Este trataba de un joven que viajaba por un mundo fantástico donde buscaba las mandarinas del fénix, que podían conceder cualquier deseo (incluso los más perversos y delictivos). En su búsqueda, era ayudado por una muchacha tan espabilada como un pez de colores, y un chulo con tendencias suicidas.
“¡Un cachondeo!”, pensó él.
Leyó durante una hora, y tras acabar, decidió buscar un libro que tenía de pequeño. Hojeó durante un rato, pero no le apeteció al final. Volvió a la estantería, y encontró otro tebeo que también leyó. Entonces regresó al escritorio, y durante una media hora actuó así, como una abeja que recoge el polen para el panal, o como una hormiga que busca alimento para su hormiguero. Como un heminóptero, en resumen.
Entonces, decidió volver al salón, y encender el televisor. Aunque tenía uno en su habitación, lo reservaba para jugar. Era la hora de una serie de dibujos llamada Yu-Yu, que estaba adquiriendo cierta fama en el mundillo de los aficionados a la animación. Era una parodia amable de las series de ciencia ficción y de los relatos tradicionales del lejano Oriente.
Así, reía en la penumbra que cada vez lo envolvía más, hasta hacerse imperceptible en el sillón. Cuando la serie acabó, Caín percibió que había anochecido, y se levantó para encender la luz. La invasión fue tan súbita que sus ojos se rindieron durante unos instantes.
En las ondas no habría nada interesante durante el resto del día, pero decidió quedarse leyendo una revista en el salón, para cuando llegara la familia. Esta hablaba de las últimas novedades en videojuegos, aunque Caín se estaba planteando dejar de comprarla. En la red, uno podía encontrar todo, como si le preguntara al mismo Dios.
Aburrido de nuevo, decidió releer sus capítulos preferidos de un libro. En eso estaba, cuando oyó el portero automático. Se levantó de un salto, y arrojó el libro con habilidad sobre la mesa, dejándolo en la misma página en que lo tenía. Llegó hasta el interfaz, y tras comprobar que era su madre, abrió. Esta ascendió sin usar las piernas gracias al ascensor.
-¡Hola, mamá!
-¡Hola, Caín! ¿Qué tal la tarde?
-Provechosa.
-Bien… Ya estás mejor que yo. A la tienda ha ido poca gente. ¡Qué desastre!
Se sentó en el sofá y se quitó los zapatos.
-¡Buuuuf!-suspiró.
Jadeó un poco, y puso en orden sus pensamientos.
-Caín.
Él levantó la vista del libro.
-Tu padre se ha ido de casa, y no quiere volver. Yo tampoco quiero impedírselo.
Enarcó el joven una ceja como si estuviera oyendo la lluvia.
-Entiendo.
-En consecuencia, tenemos que salir adelante con la papelería.
-¡Claro, porque ni estás divorciada, ni mi padre tiene trabajo! Y aunque ambas condiciones e cumplieran, dudo horrores que nos pagara en efectivo la pensión.
La mujer asintió.
-¿Necesitas ayuda?-le preguntó él.
La incredulidad se hizo soberana del rostro de la mujer.
-Quizás, no vendría mal. Pero ahora lo más importante-ella se acercó a él-es que no le digas nada a tu hermana, ¿de acuerdo?
-Sí.
La mujer lo observó como a un problema sin aparente solución.
“Se lo ha tomado realmente bien”, pensó. “¡Es tan frío…! Su padre siempre lo ignoró, pero me preocupa…”
Suspiró otra vez, y se levantó para ponerse cómoda.
Caín volvió a la jaula donde encerraba aquello que le hacía, según él, estar en el punto de mira. Fue a la única ventana, y se asomó. No lamentaba tanto la separación ni la situación familiar, como sí el hecho de que siempre tuvo la esperanza de entenderse con su padre.
“¡En fin, a tomar por culo!”, pensó.
Fuera, Orión se había apoderado del cosmos que le era visible.
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A la mañana siguiente, el sol volvió a reivindicar su trono celestial, y la luna, como si sintiera nostalgia por su dominio, permaneció visible. Debajo de ellos, los hombres continuaban con sus quehaceres, en el mundo transitorio.
Los estudiantes también continuaban con su rutina, sobre todo por inercia, ya que el interés de varios estaba por los suelos. No para dedicarse de mayores a fregarlos, precisamente. Entre estos estaban los alumnos de la clase de cuarto de ESO, grupo Ñ, y lo cierto es que eran los árboles de uno de los vergeles de esa zona desertizada llamada oficialmente instituto. A su conserjería llegó Caín, y le pidió a un hombre alto, calvo y severo en apariencia que le diera las llaves y el parte de su clase.
Fue por el pasillo al fondo, subió las escaleras, despejados a esa hora, y llegó a la puerta de la clase. Pensó que, como siempre, no había nadie. Entonces oyó el saludo.
-¡Hola!-le dijeron a la par Clarisa y Piñero.
Caín parpadeó.
-¿Os habéis caído de la cama?
-¡No, es que ayer quedamos rendidos tras ir al estadio del Pelotilla!-comentó Clarisa-Nos fuimos a dormir muy rápido.
-¡Ah, sí! ¿Y qué tal os fue?
-¡Espantosamente! ¡Había mal ambiente, y nos fuimos unos minutos después de llegar!-explicó Clarisa.
-Ha salido en las noticias, ¿no lo viste?-dijo Piñero.
-No me llama el fútbol, la verdad…-respondió Caín.
-¿Y tú qué tal estás?-preguntó Clarisa.
-¡Bien! Como siempre, vamos.
-¿Estás seguro? ¿No tienes preocupaciones?
-¡No…!-respondió Caín encogido de hombros.
-¡En serio, si hay algo que te preocupe, cuéntalo! Es mejor que lo sueltes.
-¡Venga, Clarisa! ¡Déjale estar! Caín es ese tipo de chaval que no deja que nada lo preocupe-comentó Piñero-¡Si no fuera así, no lo habría votado para ser delegado!
-Yo más bien creo que me votasteis para no tener responsabilidades-acusó Caín muy serio.
-¡Venga, venga! ¡No nos tendrás rencor!
Piñero rió. Caín esbozó una mueca malvada mientras movía las cejas con picardía.
-¡Ya te vale!-dijo Piñero.
-¿¡Ves!? ¡A eso me refiero! Si no te gusta, ¿por qué no te quejas?-preguntó Clarisa.
-¡Me quejé! Pero no me escuchasteis. Además, tampoco está tan mal. La verdad es que no es, sin duda, algo tan pesado como os imagináis. ¡Es que sois unos quejicas!-los señaló con el índice.
-¡Vale, vale! Ya veo que aguantas bien lo que te echen.
-¡Es que no le veo el sentido, la verdad! Entiendo que a la gente, algunos días, no le apetezca levantarse de la cama, ¡pero es lo que hay que hacer! Además, llorar no sirve de nada. El trabajo seguirá pendiente, lo roto seguirá igual, y tu padre no volverá si ya está decidido.
Clarisa se quedó boquiabierta.
-¿¡Tu padre se ha ido de casa!?
-Sí, ¡ya ves! No es que esté muy afectado ni nada de eso…
-¿Hace ya tiempo?-preguntó Piñero.
-¡No, ayer!-Clarisa y Piñero se quedaron asombrados-¡Bueno, ahora que pienso…! Ayer fue cuando me lo dijo mi madre, no cuando se fue… Hará casi dos semanas.
-¿Era frecuente que no estuviera en tu casa?-preguntó Piñero.
-Sí, de siempre, pero en los últimos tiempos ha ido a peor, con peleas con mi madre. ¡En fin, es lo que hay!
Clarisa y Piñero se miraron admirados. Desde luego, tenía narices y aguante. Caín, sin embargo, abrió la puerta.
-¡Ah, sí!-dijo tras entrar-No se lo contéis a nadie, por favor. No tengo ganas de cotilleos.
Ellos se lo prometieron. Caín fue a su mesa, en la absurda clase de la pared curva, y abrió la mochila, y miró dentro. Empezó a pasear impaciente.
-¿Qué te ocurre?-le preguntó Piñero.
Se aproximó a él y echó un vistazo a la bolsa de fabricación industrial.
-¡Oh, un juego de la Pega Pibe! ¿Tale of Snorf? ¡Anda, Déisdrol estuvo hablándonos de este juego a la vuelta!
Clarisa se acercó con curiosidad.
-¿Puedo verlo?
-Sí, toma-le dijo Caín.
-¿Es verdad eso de que puedes cambiar a alguien por cosas?
-Sí, cuando llegas a la Isla del Trueque con Truco.
-¡Jopé! Oye, pues no he oído hablar de este juego en mi vida-dijo Piñero, que lo cogió después de que Clarisa hubiese estado mirando la carátula por delante, por detrás y dentro.
-Es que no tuvo publicidad… ¡Una lástima, porque te ríes mucho!
-¿A quién se lo vas a dejar?-preguntó Piñero de nuevo.
-A Saray, que sí lo conoce.
-¿Me lo dejarás después?
-¡Mmm…! ¡Ya veremos!
Piñero le siguió rogando, pero Caín siguió a lo suyo. Recuperó el juego, para entregárselo a Saray cuando llegó, casi a la primera hora. La muchacha se alegró muchísimo, y reiteró su agradecimiento. Ella, Cáin y Déisdrol hablaron un rato amigablemente, mientras Clarisa pensaba que quizás no hacía falta preocuparse, aunque quería enterarse de los detalles del festival intergaláctico de monstruos. Piñero hablaba con Luisma y otro chico de lo ocurrido en el entrenamiento, y Shasha seguía a lo suyo.
-¿Te lo pasaste bien en el estadio?-le preguntó de pronto.
Clarisa se quedó sorprendida. Shasha sonrió.
-¡Fue horrible!-y le relató punto por punto su odisea.
Había empezado otro día más en el instituto.

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Y se acabó. Como comenté, el último relato que tengo preparado es para Draug, así que él lo recibirá antes que nadie. De todos modos, como no tengo demasiado que hacer, es probable que en poco haya otro nuevo.
¡Hasta entonces!

martes, abril 29

¡Tercer aniversario! Cuarta hilaridad (II)

En efecto, aquí se puede leer a continuación:

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Las horas de clase transcurrieron monótonamente. Al acabar el colegio, cada uno se fue por su camino. Déisdrol y Caín volvieron juntos, según acostumbraban.
-Bueno, pues a hacer los deberes, y luego a buscar el juego-comentó Caín.
-Antes comerás, ¿no?
-Pues no sé…
-¿Estás a régimen?
-No, es que mis padres se pasan el día discutiendo últimamente, y cuando el ambiente se caldea, suelo preferir mi cuarto.
-¡Oh…!-exclamó Déisdrol-Lo siento, tío.
-No te preocupes, tampoco llega la sangre al río. De hecho, a mi padre le ha dado ahora por no estar casi nunca, ¡ya ves!
-Y tu madre, mientras tanto, ¿qué hace?
-Pues seguir a lo suyo, en la tienda. Me ha dejado encargado de todo, así que estoy como antes, pero moviéndome un poco más. Yo lo prefiero así, la verdad.
-¡Huuuuuum!-suspiró resignado Déisdrol, quien había barruntado el siguiente acontecimiento.
Como se comentó en otra ocasión, Caín vivía muy cerca del instituto. Vivía en un bloque de pisos llamado hasta hace unos pocos años La casa de los Chisposos, ya que se edificó para las familias de los antiguos operarios de la compañía eléctrica. En la actualidad, dichos trabajadores estaban ya jubilados, y en la mayoría de los pisos vivían sus herederos. El bloque era de ladrillos, de veinte pisos, con dos alas que se repartían dos de las fachadas para sus balcones. Una de las fachadas asomaba los balcones a la calle en sí, pero la otra apuntaba a las ruinas de un antiguo economato. En verdad, el edificio presentaba otros detalles, aparte de los balcones orientados del modo contrario al esperado, que revelaban cierta falta de atención durante la obra de construcción. Por ejemplo, habitaciones individuales justo al lado de la puerta del rellano, en vez de la cocina. Quizás era un intento de habitación para invitados. Los propios balcones, en el ala correctamente orientada, estaban construidos a continuación de la cocina. Quizás el arquitecto quiso innovar en su tiempo, pero a Caín le parecían detalles extrañísimos.
Una vez llegaron a la puerta del bloque, se despidieron. Caín pulsó el botón de su piso en la superficie metálica del interfaz denominado portero automático.
-¿Sí?-oyó decir a su madre.
-¡Abre, soy yo!
Un segundo de silencio, y entonces se oyó el zumbido. La puerta cedió simplemente con su peso. Subió por bloques de piedra tallados y ornamentados, apoyándose en un fragmento largo de madera barnizada. Su casa estaba en el piso noveno, y aunque había ascensor, no le gustaba usarlo. Tres minutos después, vio la entrada abierta, y pasó cerrándola.
-¡Hola, mamá!-saludó. La madre estaba sentada en la mesa, tomando el almuerzo.
-Hola, Caín. ¿Cómo te ha ido hoy?
-Como siempre-respondió él, y depositó la mochila blanca sobre la silla más cercana-, muy aburrido. Los ejercicios son muy fáciles.
-Ten cuidado, que sueles confiarte demasiado… Sé que eres muy capaz, pero todo el mundo necesita trabajar un mínimo para lograr resultados.
-¡Ya, ya!-dijo, y miró a su alrededor-¿Hoy tampoco está?
-¡No, hijo, no está!-la madre suspiró, haciendo un malabar con el tenedor que iba a amerizar en la sopa. Sus ojos se asomaron en los rabillos más lejanos a Caín-Hoy tampoco.
-¡Ajam…!-dijo Caín, muy tranquilo.
La madre se quedó mirándolo. La sopa seguía enfriándose.
“Esto no puede continuar así”, pensó ella. “Con la chica aún debo esperar, pero parece que él ya ha asumido las circunstancias.”
-Caín, ¿vas a sentarte?-quiso preguntar ella.
-¡Sí, ya, ya voy a sentarme!-dijo él-Pero antes cogeré la comida, ¿no?
La madre observó cómo fue a la cocina y se sirvió él mismo. Rápidamente, volvió y se sentó frente a ella, y sin decir nada más, empezó a almorzar.
“Ahora no”, pensó ella. “No quiero arruinar la comida. Demasiadas veces se ha ido al garete.”
-¿Cómo te va en clase?-decidió preguntar, sin mucho interés.
-Bien, ya te lo he dicho.
-¿Y con los compañeros?
-Mejor que el año pasado, son formales. Hay algún payaso, pero no les dan cancha. De momento, ningún gamberro.
-¿Y son aplicados?
-En eso, cada uno es un mundo. ¡Pero vamos, más que el año pasado, desde luego!
-Me alegro. Me has quitado otro peso de encima.
-¿Otro…?
-¡Eh, quiero decir que me alegra que sean formales, y también que sean aplicados! Me preocupaba que tuvieras que pagar por un nivel bajo, como en el anterior curso.
-¡Ah…!
Siguieron comiendo.
“Quizás debería decirle ahora mismo que su padre se ha desentendido de nosotros, y que estamos separados”, pensó la madre.
No obstante, siguieron comiendo sin dialogar más. Así, como dos desconocidos en un comedor, sentados el uno frente al otro. Cuando acabaron, se levantaron y llevaron los platos al fregadero. Antes de lavarlos, la madre se quedó un rato sentada, descansando. Caín la acompañaba, dejando reposar la comida.
-¿Cómo te ha ido a ti en la tienda?-preguntó él, de pronto.
La madre se sorprendió.
-Regular, hijo. He vendido, pero no demasiado. La verdad es que estoy más cansada de aburrimiento, que de esfuerzo.
-¡Ajam…!-dijo él, mirando tranquilo el techo.
La madre volvió a observarlo, y se prometió a sí misma que le contaría (o confirmaría) su nueva situación marital ese mismo día, pero le pareció mejor decírselo por la noche, cuando hubiese vuelto de trabajar. Para entonces, Caín ya habría echado la tarde, y su hija Mercedes aún estaría en casa de una amiga.
Media hora después, se levantó para lavar los platos. Solo, Caín recordó el trato con Saray, y fue a su habitación. Esta estaba a la derecha del pasillo, y era pequeña, pero suficiente. A la derecha, había una estantería con libros, tebeos, y juegos. A la izquierda, el armario de la ropa. Ambos muebles creaban a quien entraba el espejismo de que pasaba por el espacio dejado por dos columnas geminadas. Un poco más adelante, una cama de colcha azul y sábanas blancas. El diseño era modesto, con patas cuadradas, y una cabecera rectangular. Al fondo había un escritorio, consistente en una simple mesa y una silla móvil, que originariamente, formó parte de una oficina donde trabajó el padre de Caín. En una esquina, había un televisor pequeño, de pantalla de catorce pulgadas. En principio, era también de su hermana, pero él disfrutaba de la mayor parte del usufructo por su afición a los videojuegos. Estaba situado en una cómoda. Debajo, había un par de consolas.
Giró a la derecha, y entre las murallas ilustradas no le costó encontrar su objetivo. Caín era bastante ordenado. Los juegos de la ya entonces vieja consola Pega Pibe estaban en la repisa inferior, y la carátula llamada Tale of Snorf estaba situada la primera a la izquierda, en representación de una línea apoyada a la derecha.
Era el último juego de dicho sistema con el que había jugado, que no el último que había comprado. Lo cierto es que la Claymotion tenía una buena oferta, pero de momento no se había reído tanto como con ese juego. Los gráficos palidecían incluso para la época en que salió, y el sistema de juego en sí era muy simple, de hecho, demasiado. Pero el argumento era sencillamente desbordante, una parodia clara de los juegos de rol clásicos, con un grupo de antihéroes singulares: Un protagonista perezoso y nada voluntarioso, su feo y simple amigo de la infancia, una muchacha medio loca y un coro de secundarios desquiciados. Cada situación estaba claramente inspirada en los tópicos del género.
Abrió la carátula, y examinó el manual de instrucciones. “No está demasiado arrugado”, pensó tras sacarlo. En su día, lo releyó por lo menos cuatro veces, y otras tantas en posteriores. Se alegró de que no sufriera “efecto otoñal”, metáfora empleada por un foro de la red poblado por ingeniosos usuarios para describir la caída de las hojas de los tomos de tebeos.
En ese momento, su madre entró en su cuarto.
-Caín, te veo esta noche-le dijo ella.
Él asintió sin mirarla. Ella se acercó silenciosamente, y le puso la mano en el hombro.
-Tengo que contarte una cosa importante luego. Te lo digo porque prefiero que para entonces hayas hecho todo lo que debas y quieras hacer, ¿de acuerdo?
-¡Vale!-respondió él, consternado.
-Bueno, ya es hora-su madre miró el reloj.
Salió de la habitación acompañada. Antes de salir, la madre le dio un beso. Él la vio bajar, y cuando la perdió de vista, cerró la puerta. Se asomó por la ventana, la siguió con la mirada hasta que estuvo lejos. La tienda de su madre estaba cerca, a sólo dos calles.
“¿Qué querrá contarme?”, pensó él. “No creo que sea por los estudios. ¿Algo familiar? ¿Algún bautizo o comunión?”
Por lo que dijo, parecía que iban a hablar largo y tendido.
“Será mejor que haga los deberes antes que nada”, concluyó, y volvió a su cuarto tras recoger la mochila de la silla donde la dejara antes.
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Por su parte, Clarisa también volvió acompañada. Piñero y ella vivían en el mismo barrio, y al poco de encontrarse en la nueva clase, cogieron la costumbre de volver juntos.
-¿Se ha enterado bien Déisdrol?-preguntó ella.
-Sí, no te preocupes.
-¡Se ha ido tan rápido…!
-Cosas de Caín, que le gusta salir pronto.
-También le gusta llegar pronto.
-¡Ya ves!
Caminaron. Su barrio estaba situado a media hora a pie. Era un área en la cual había bloques de pisos escasamente agrupados, haciendo que un peatón se sintiera por la zona como un campista cuando llega a un claro del bosque. Por ello, gran parte del terreno era zonas comunes, permitiendo el juego libre de los niños, sin temer el tráfico rodado.
-Tú conoces a Caín, ¿no?-preguntó ella.
-Bueno, del curso pasado. Sé cómo es, pero no demasiados detalles de su vida.
-Oye… ¿Crees que le ha sentado muy mal que lo hayamos elegido delegado?
-No, ¿por qué preguntas eso?
-Bueno, es tan arisco…
-¡No, no te preocupes! Se comporta así por lo que le pasó el año pasado.
-¿Tan mala era tu clase?
-¿Mala? ¡Era lamentable! Figúrate que en esa clase, yo era buen alumno.
-¡Hombre, tan malo no eres…! Si estudiaras algo más…
-Lo que quiero decir es que la mayor parte de los alumnos no hacían nada. Nada de nada. Pura dejadez.
-¡Joder! ¡Pues entonces yo tuve suerte! En mi clase éramos normalitos, pero como mínimo avanzábamos. Había un gandul, pero a mitad de curso se desentendió-dijo ella, y calló un momento-Bueno, la verdad es que antes de irse, tampoco causaba problemas…-concedió ella.
-Sí, y este año has vuelto a tenerla. Y nosotros la hemos tenido.
-Déisdrol, Caín, y tú, ¿no?
-Y también este chico… Este…
-¿Quién?
-Ese que está a la izquierda de Celsio…
-No me acuerdo… Creo que no sé cómo se llama. ¿Estuvo contigo el año pasado?
-Sí, pero nadie lo llamaba por el nombre. Tenía un mote por algo que ocurrió en el negocio de su padre, o algo así… ¡Mira, da igual! Pues este muchacho, también.
-¡Ajá!
-Y ya que lo he nombrado, Celsio y Saray también han tenido suerte.
-Y Shasha, ahora que pienso. ¡Jolines, ¿han juntado a todos los que valían la pena en una sola clase?!
-No lo sé, la verdad…
Siguieron andando sin hablar, mientras pasaban por dos semáforos. Clarisa entonces se mordió el labio.
-¿Y qué pasó entonces, la tomaron con Caín?-preguntó ella.
-Más que eso, fue una putada concreta que le hicieron. Verás, fue en el festival intergaláctico de monstruos…
-¿El qué?-preguntó ella, con la boca torcida.
-¡El concurso intergaláctico de monstruos!
-¿De qué puñetas hablas?
-¿No os enterasteis en vuestra clase?
-¡No!
-¡Con razón decían que estabais en la parra!
-¡No estábamos en la parra, estábamos estudiando!
-¡Seguro que tampoco estuvisteis en el día de las torturas!
-¡Joder, mira que erais raritos, todo el día haciendo el imbécil!
-¡Da igual!-Piñero alzó los brazos, y retomó su explicación-Mira, se celebró un concurso con representantes de otros mundos, para determinar cuál era el más horrendo.
-¡No… no lo sabía! ¿Seguro que no era gente de otro instituto disfrazada de payasos?
-¡No! Verás, de nuestra parte fue Caín…
-¡Caín no es feo! No es que esté buenorro, pero…
-¡Ya, ya! Si fue por sus ojos. Ese año tenía unas ojeras horribles, ya que no podía dormir entre la tensión que le causaba el patetismo del resto de la fauna de nuestro curso y las peleas de sus padres, y daba lástima verlo. Tenía ataques de agresividad, y con esos ojos tan irritados, flanqueados por orzuelos y ojeras parecía un zombi. Acojonaba lo bastante para que todos nos fuéramos al otro lado.
-¡Jo, el pobre!
-En esas estábamos cuando llegó la noticia del concurso, y tuvimos la brillante idea de enviarlo para ver si ganaba el premio, que era muy cuantioso. Cuando oyó que podía ganar dinero fácilmente, se alegró, y aceptó enseguida. Incluso acordamos que nos los repartiríamos entre los implicados, dándole a él una parte diez veces mayor.
-¡Qué generosos!
-Pues empezó el concurso, ¡y no veas qué candidatos! Pero Caín los superó a todos, como el feroz insomne que era (lo usó incluso como nombre artístico). ¡Pero no ganó! ¡Cuánto lo lamentamos!
-¿Por qué?-preguntó Clarisa, viendo que Piñero se tapaba la cara.
-¡Por el jurado! La mayoría de miembros eran del instituto, ¡y votaron en contra!
-¿¡Por qué!?
-Porque le iba a dar mala imagen al instituto-dijo Piñero, y Clarisa se quedó boquiabierta.
-¡Qué chorrada!
-Supongo que por eso quedó ocultado al público-siguió Piñero.
-¿Y tú cómo lo sabes? ¿Te lo contó Caín? ¿La historia?
-¡No qué va! Fue ese chico que también estuvo con nosotros el año pasado, de cuyo nombre no consigo acordarme, también estaba en el ajo. Yo sospeché algo cuando leí el nombre del ganador, fui a preguntarle a él, y nos lo confirmó. Yo estaba con el grupo hablando, y nos quedamos sorprendidos. No nos esperábamos semejante final.
-¡Joder, qué corruptos, eso es trampa!-se quejó Clarisa-Bueno, ¿y quién ganó?
-Pues no lo sé bien, la verdad, el asunto me dio asco y no quise saber más. Caín tuvo la impresión de que tanto sufrimiento no le valió para nada, y quedó algo traumatizado.
-Entiendo…-dijo Clarisa, y reflexionó.
En ese momento llegaron a su barrio, y se pararon un rato.
-Quizás deberíamos haberlo invitado o algo, ya sabes… Romper el hielo-propuso ella.
-¡Déisdrol lo ha intentado, pero no estaba para nadie! Estaba hablando con Saray, creo…
-¡Oh! Pues entonces, para la próxima vez.
-No sé, no le gusta el fútbol…
-¡Vaya!
-Bueno, mira, ya veremos en otra ocasión. Me voy a comer, te veré después.
-¡Venga! A las seis y veinte.
-¡De acuerdo!
Cada uno se fue a su casa. Clarisa entró en su bloque con su propia llave. La portería era espaciosa, con una planta en una maceta. Había cristaleras que dejaban que el sol dotara de vida la estancia. Clarisa subió por las escaleras. Su piso estaba en la tercera planta.
Abrió también la puerta de su casa. Dentro, cuatro personas miraban la puerta.
-¡Hooola!-los saludó ella.
-¡Hola, Clarisa!-saludó un hombre de estatura media, complexión normal y moreno.
-¡Hola, chiqui!-le dijo una mujer parecida a Clarisa.
-¡Hola, tía!-dijeron a la par dos niños.
-¡Hola, sobrinos!-dijo Clarisa, y besó a ambos, y a la mujer.
-¿Qué tal te ha ido?-le preguntó la mujer.
-Como siempre, Tania: Más o menos entretenido.
-¡Ajam…! Bueno, luego llamaremos a papá y mamá, ¿vale?
-Sí, vale… ¿Y a ti cómo te ha ido, cuñado?-le preguntó Clarisa al varón.
-¡Bien, he vuelto muy pronto, ya ves!
-¡Venga, que sólo faltas tú en la mesa!-le dijo Tania.
Clarisa fue a su cuarto, y dejó la maleta sobre la cama. Volvió a la mesa tras lavarse las manos. Cogió la silla sobrante, y se acercó en la mesa.
-¡Siempre me dejáis la silla que está floja!-se quejó al sentarse.
-¡Si llegaras antes…!-le dijo Tania.
-¡Eh, que salgo a las tres de la tarde, y estoy a media hora!
-¡Pues no te pares con nadie, y vuelve corriendo! Así llegas en diez minutos.
-¡Y con la lengua fuera!
-¡Pero empiezas a comer en siete minutos, desde la calle!
Siguieron picándose la una con la otra, mientras el resto reía alegremente.
-¡Bah, da igual…!
-¿Por qué da igual?-preguntó Tania.
-¡Esta tarde me voy al entrenamiento del Pelotilla!
Todos la miraron sorprendidos.
-¡Anda!-dijeron los niños.
-¿Vas a animar?-preguntó su cuñado.
-¡No, Juan! ¡Voy a quejarme de lo mal que juegan!
-¡Sí, es cierto! El partido de ayer fue un desastre, hoy lo estaban comentando en el trabajo.
-¡Yo he querido defender el Pelotilla en el colegio, pero casi nadie me ha ayudado!-dijo el niño, llamado Rodrigo por el abuelo de Juan.
Tania los miró a todos, y no pudo contenerse.
-¡No me puedo creer lo que os gusta el fútbol! ¡No sé lo que veis! ¿Verdad, Dunia?-le preguntó a su hija, llamada así por la abuela de Tania y Clarisa.
-Bueno, la verdad es que veo muchos partidos últimamente…-dijo ella.
Tania se quedó asombrada, y los miró a todos.
-¡Únete a nosoooooooootroooos…!-le dijo Clarisa agitando los brazos delante de ella.
-¡Úúúúúúúúneteeeee…!-dijeron los niños a la par.
-¡Payasos!-se quejó Tania.
Estaban imitando la escena de la película de vampiros que tanta gracia les había hecho la semana anterior. Juan se echó a reír.
-¡Bueno…!-continuó Tania-Dime, ¿vas a ir sola?
-¡No, con dos amigos!-respondió ella.
-¿Vas con Piñero?
-Sí, y otro chaval.
Tania se quedó callada, reflexiva.
-Te llevas muy bien con él, ¿eh?-le comentó entonces con camaradería, tocándola con el codo en el antebrazo.
-¡Ya estás otra vez!-se quejó Clarisa-¡Cuántas ganas tienes de librarte de mí!
-¡Anda, anda! Sólo estaba bromeando.
-¡Ya, pero el año pasado quisiste liarme con ese chaval…! ¿Cómo se llamaba…?
-¡Estás imaginándote cosas!-le dijo Tania burlonamente, señalándola con la cuchara.
-¡No, sabes que es cierto! También decías cosas como que iba a morrearme con él…
-¡Ah, sí!-dijo Juan-Ese muchacho tan escuálido… No le vendría mal engordar…
-¡Qué raro! No consigo acordarme de su nombre… ¡Si hablé mucho con él…!-dijo entonces Clarisa.
-¡Si no te acuerdas tú, figúrate nosotros!-le comentó Tania-Bueno, es igual. ¿Quién es el otro chaval?
-Déisdrol.
-No me suena…
-Lo he conocido este año.
-¿Cómo es?
-Parece un juerguista, jamás está serio.
-¡Vaya…! Se habrá juntado con todos los graciosos de la clase.
-¡Pues no, precisamente todo lo contrario! Habitualmente está con un chico llamado Caín, muy serio y callado, con ojeras… Parece un tristón, desde luego…
-Como el símbolo del teatro, ¡qué buen contraste!-comentó Juan.
Todos lo miraron con una interrogación.
-¿Nunca habéis visto esas dos caras, una sonriente y la otra triste? ¡El símbolo del teatro! ¡La comedia y la tragedia, respectivamente! ¡Tenéis que leer más!-se defendió él.
-¡Miradlo! ¡El señor licenciado universitario! ¡Perdone que nuestra ignorancia lo sorprenda!-dijo Tania, juntando las manos como un plebeyo dirigiéndose a un señor.
-¡Pero si es algo básico!-se quejó él.
Siguieron comiendo, y estaban acabando cuando Tania preguntó por última vez.
-¿A qué hora te vas?
-A las seis tengo que estar enfrente del instituto-respondió Clarisa.
-No vuelvas muy tarde, ¿eh?
-¡No, no! Por eso me voy temprano.
-¡Y ten cuidado, que de vez en cuando se arman barullos en esos sitios!
-¡Bah, no creo! Los aficionados ya están muy acostumbrados…
-Bueno, en eso tienes razón, Tania: Es increíble ver cómo la gente se exalta por el fútbol-dijo Juan-Lo realmente curioso, eso sí, es que luego son personas normales y corrientes en su vida normal. ¡El fútbol los transforma!
-¡Pues yo no me vuelvo así! ¡A mí me gusta el fútbol porque me divierte, no porque quiera destrozar a nadie ni nada!-protestó Clarisa.
-¡Lo sé, lo sé…! Pero a esta gente sí los transforma, ¡de veras!
-¡Burros, los hay en todas partes! ¡No es exclusivo del fútbol!
-¡Sí, ya lo sé…! Ocurre que algunos sólo se comportan así cuando hay partido.
-¡Ya les vale…!
En ese momento, Clarisa cogió su plato y lo llevó a la cocina. Miró el reloj, eran las cuatro y cuarto. Le daba tiempo a acabar los ejercicios de lengua.
En su habitación, Clarisa tenía las paredes ocultas por la cantidad de pósteres presentes. Algunos eran de fútbol, otros de alguna película que le hubiese gustado en su momento, y de discos de música, especialmente de un grupo alternativo llamado El grito del maricón obtuso.
Aparte, había un armario de ropa, una estantería con discos y películas, sazonadas con algún libro, y un escritorio al lado de la cama, al lado de la pared del fondo. Sobre la silla descansaba la mochila, cargada de un saber que, aunque Clarisa no lo sabía, le parecería simple años después.
Tras retirarla, y sacar el material de lengua, Clarisa encontró mucho más simples los análisis sintácticos. Pudo acabarlos sin demasiadas dificultades en media hora. En la siguiente media hora hizo cuantos pudo de matemáticas. Ya eran las cinco y cuarto cuando detuvo su estudio.

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Mañana, la última parte.

lunes, abril 28

¡Tercer aniversario! Cuarta hilaridad (I)

No hay dos sin tres, ¡qué duda cabe! Aquí sigue mi bitácora a pesar de la falta de tiempo, y las distracciones. Y de tanto en tanto escribo, aunque sea para empezar un pasaje y dejarlo tal cual, de vago que soy. No ostante, desde mediados del mes pasado, he estado escribiendo de cabo a rabo el siguiente relato, sobre todo después de saber que era licenciado. La longitud del mismo me ha obligado a dividirlo en tres partes, que aparecerán en días consecutivos.
Aunque sólo he escrito este texto, y otro que en realidad es un homenaje a Draug y Las paridas de la Guarida, es curioso ver que es más extenso que todos los textos del aniversario pasado juntos, y que el documento del Word donde están guardados todos esos pasajes de los que hablaba en el párrafo anterior.
Sin más cháchara, (intentad) disfrutad(r)lo. Es otra Hilaridad, y advierto que ha habido cambios en algunos nombres de los personajes, para evitar posibles demandas de conocidos (y porque los personajes han crecido lo bastante para tener validez propia).

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Cuarta hilaridad:

La vida da muchas vueltas, o una excusa para desarrollar tramas paralelas

La mañana era tibia, con un sol deslumbrante, pero no abrasador, que iluminaba la clase. Al entrar por las ventanas, los haces de luz parecían uniformes, pero se deshacían para iluminar toda el aula. Caín, sentado en una mesa al lado de una ventana, estaba deslumbrado, pero le era posible ver la pizarra desde donde estaba. No le gustaba tomar apuntes, pero solía anotar todo lo que los profesores escribían en esta. Incluso le gustaba tener la ventana abierta: Le encantaba mirar el exterior, a pesar de que no pasaba nada en absoluto. Afuera sólo había un descampado de albero donde crecían jaramagos, una acera desnuda de edificios, y también estaba la propia acera del instituto, por donde apenas pasaba gente. Más lejos, el paseo del río, y al fondo, las carreteras que llevaban a la Ciudad del bollo y la capital.
En ese momento, como la clase estaba en un punto que para él era muy sencillo, volvió a observar el horizonte, unas colinas verdes. La voz de su compañera lo sacó de su ensoñación.
-Perdona, Caín, ¿podrías echar la persiana, por favor?-le preguntó. Él se giró a ella, y buscó con la mirada la manivela, la cual estaba al lado de Piñero, un par de pupitres más adelante. Le pidió a José, el cual era llamado Chirimoyo por la frutería de sus padres, que le alcanzara la manivela. Una vez en sus manos, usó el objeto gris (en sus partes aún no corroídas) para accionar la persiana también gris, pero de tono más claro. Se paró cuando el sol dejó de molestarle.
-Un poco más-le indicó la muchacha, que aunque estaba sentada al lado más lejano de la ventana, era de estatura mucho más baja. Al final, el astro rey no pudo contemplar su cuaderno.
-¡Gracias!-le dijo ella, y volvió al estudio. Caín la observó con más interés entonces. Saray, que era el nombre de la muchacha, había estado el año pasado en otro grupo, diferente de aquel de donde provenían Caín y Déisdrol. Le parecía haber oído que también Celsio vino con ella, y que realmente eran los mejores alumnos de aquel grupo, en cualquier sentido. Saray tenía la piel morena, medía ciento sesenta y dos centímetros, su cabello era negro, largo y brillante, sus ojos marrones y grandes. Tenía labios carnosos, su cuerpo no era rechoncho ni flaco, pero sí menudo, y sus piernas cortas. Vestía una camiseta blanca y pantalones negros.
En cuestión a su personalidad, era afable, bien intencionada y trabajadora. Sus notas eran generalmente buenas, alrededor del notable, pero tampoco destacaba en ninguna asignatura.
En contraste, Caín era pálido, medía ciento setenta y cuatro centímetros, su cabello también era negro, pero corto y graso, sus ojos marrones, pero pequeños y además, por su ceño fruncido y sus ojeras, parecían mínimos. Sus labios eran finos, su cuerpo robusto y grande, y de piernas largas. Solía vestir suéteres oscuros y vaqueros.
En sus relaciones, Cín era taciturno, de trato agradable, pero desconfiado, y con tendencia a no rendir cuando encontraba algo demasiado fácil. Por otro lado, las malas experiencias en el curso anterior lo habían hecho un muchacho algo retorcido, siempre pensando en cómo poder defenderse de un posible ataque. No obstante, lograba mantener un buen nivel académico, merced al gran potencial que encerraba su mente, y por ello, tener imagen de alguien responsable, ya que, además, aunque reacio al estudio de la teoría, jamás dejaba de hacer sus deberes.
-Sal a resolver esto, Clarisa-le pidió el profesor a la citada alumna. Caín dejó de pensar en Saray y se fijó en ella, y en el ejercicio. Caín, sin coger el lápiz, pudo resolver mentalmente el ejercicio con facilidad. Clarisa empezó a escribir, y Caín estuvo de acuerdo hasta aproximadamente la mitad, cuando vio que Clarisa aplicaba una hipótesis incorrecta. Clarisa continuó hasta que el profesor le sugirió que comprobara lo que hacía. Caín se fijó en ella. Clarisa tenía una piel muy clara, más aún que él, y era aún más bajita que Saray, con sólo ciento cincuenta y tres centímetros. El cabello de color castaño claro le llegaba a cubrir el cuello, los ojos azules y pequeños. También tenía labios finos, como Caín, y su cuerpo era menudo como el de Saray, pero también flaco, sin llegar a escuálido. Sus piernas, para su estatura, eran normales. Su vestuario era mucho más colorido, principalmente camisetas y pantalones.
Era una persona alegre y dicharachera, bromista, y siempre dispuesta a ayudar, pero también a reprender. Académicamente era una alumna aceptable, cuya calificación numérica solía ser de seis y medio, aunque no era raro que a veces entrara en el rango del notable. También es digno de comentar que en alguna ocasión aprobaba por los pelos, y que en muy raras veces suspendía.
Clarisa no comprendía dónde se había equivocado, así que el profesor preguntó a la clase. Caín conocía la respuesta, pero no siempre intervenía por motivos personales, básicamente para evitar el odio de algunos perdedores, aunque hay que decir que en ese curso las cosas funcionaban como debían. Además, con ese chico no tenía que preocuparse.
-Te has equivocado en la inecuación: Cuando multiplicas ambos lados por un número negativo, la relación cambia: Si la parte de la izquierda es menor que la derecha, pasa a ser mayor; y viceversa.
Ese alumno que había hablado, y en el cual pensaba Caín, se llamaba Celsio, y era un estudiante modelo. Era algo más moreno de piel que Caín, un poco más bajo, ciento sesenta y nueve centímetros, de cabello negro y de punta, más largo que el de Carlos sin salir de lo habitual en un varón, con un largo flequillo. Sus ojos eran marrones, muy claros, y de tamaño más bien normal. Sus labios eran de grosor normal, su cuerpo de complexión normal, algo fondón, y de piernas de longitud normal. Su vestuario comprendía camisas, camisetas, y pantalones no sólo vaqueros.
Era formal y simpático, aunque poco verboso, y muy benevolente. Nunca se negaba a explicar algo, ni a hacer un favor, pero tenía reservas para dejar los deberes, ya que opinaba (y llevaba razón) que eso no ayudaba a quien los pedía, como Luisma solía hacer. Su nivel académico, como ya se ha insinuado, era excelente, con una media de sobresaliente. Cuando sus condiscípulos atribuían sus méritos a su gran inteligencia, él respondía sin más:
-Nada de eso, sólo es que estudio-y no decía nada más. Para él, el trabajo de uno era lo que determinaba el éxito o el fracaso, más que los dones que la naturaleza confiere a cada uno.
No obstante, hay que comentar que él estaba reconsiderando la veracidad de esta afirmación tras conocer a Caín. Pensaba que su caso aportaba datos contradictorios: Jamás obtendría mejores resultados que él si no trabajaba más, pero tenía la sensación de que, por las calificaciones de Carlos, le costaría menor esfuerzo que al propio Celsio mantener su alto nivel. Estaba empezando a admitir que algunos reciben dones extraordinarios.
Clarisa ya estaba corrigiendo su error, y siguió con el problema hasta resolverlo correctamente. Dejó entonces la tiza, y volvió a su sitio mientras se sacudía las manos. Se levantó entonces su compañera de pupitre, Shasha. Era la alumna más morena de la clase, con ciento sesenta y siete centímetros, cabello negro y largo, pero no demasiado. Sus ojos eran marrones oscuros y grandes. Sus labios eran carnosos y de color oscuro, su cuerpo era fuerte y rechoncho, y sus piernas largas. Prefería los jerseys con pantalones que no fueran vaqueros.
Parecía una egoísta, que siempre se mostraba reticente a ayudar a los demás cuando le pedían consejo con los deberes. Se llegó a comentar que solicitó ser transferida al grupo en el cual se encontraba ahora con tal de no volver a coincidir con sus antiguos compañeros. El motivo era puramente académico: Shasha era brillante, con notas muy altas, rozaba el sobresaliente en la mayoría de asignaturas, pero sólo en unas pocas lo atrapaba. Pero su antigua clase de tercero de la ESO era un desastre, con alumnos que apenas sabían escribir una frase como esta misma sin cometer alguna falta de ortografía, y Shasha consideró, siempre según los rumores, que suponían un lastre para ella. Ya en el curso pasado, sus nuevos condiscípulos oyeron hablar de una clase que intentó imitar un truco de una serie televisiva para que forzar el aprobado general en los exámenes de una asignatura difícil, lo cual resultó al principio exitoso, pero después se truncó cuando alguien delató a los tramposos. Sospechaban de ella, ya que era la única que tuvo un notable (y la consideraban, con sus propias palabras, “muy borde”), aunque sus exámenes siempre obtuvieran la misma calificación que los de sus compañeros y recuperara en el final, donde fue vista por todos. En todo caso, se ignoraba cómo se las arregló el chivato para pasar desapercibido.
Sin embargo, parecía que Clarisa estaba logrando romper el hielo entre ellas, como demostró el que saliera de paseo con ella y otros compañeros en otra ocasión.
El profesor continuó la clase, y llamó a otro alumno, Piñero, para hacer el siguiente ejercicio. Él se removió en su pupitre, y se levantó inseguro. Mientras se acercaba a la pizarra, suspiró y cogió de la mano del profesor la tiza. Su compañero, Déisdrol, agitó la cabeza con pesar.
Ambos eran alumnos del montón, que no destacan demasiado. Académicamente, el aprobado era su norma. Estudiaban regular, y de tanto en tanto, tenían que acudir a recuperación. No obstante, Piñero era fuerte físicamente, y obtenía buenos resultados en educación física. Déisdrol era algo flojo en ese aspecto. Piñero era alto, con ciento setenta y siete centímetros, de cuerpo enjuto y fibroso, sus piernas eran largas. Tenía el pelo rojo, rizado y desmelenado. Sus ojos eran azules y pequeños. Péibol, por su parte, era bajo, ciento sesenta y cinco centímetros, de cuerpo más bien rechoncho, y de piernas cortas. Tenía el pelo castaño, lacio, con un peinado corto clásico con raya. Sus ojos eran de color ámbar con irisaciones verdes y normales en tamaño.
Caín conocía bien a ambos. Y a Luisma, un alumno de ciento cincuenta y ocho centímetros, con cara de pervertido. Era un mal estudiante con cierto talento deportivo, que siempre iba con un conocido suyo del colegio, Alexis. Antes iba más con Caín y Piñero, pero se habían distanciado, sin que esto les afectara demasiado.
Respecto a los demás alumnos, Caín no los conocía tan bien. Al fin y al cabo, no hacía mucho que el curso había empezado. Pero siendo el delegado, posiblemente tendría ocasión de conocerlos. Pero la historia de hoy nada tiene que ver con ellos.
La clase continuó con un ritmo lento, debido a la lentitud de Piñero. Caín quiso mirar de nuevo por la ventana, pero la persiana seguía ahí. Intentó pensar en algo, pero no lograba concentrarse en nada. Piñero seguía ocupado con el accesible ejercicio. Entonces se dio cuenta de que Saray llevaba en el llavero un muñeco pequeño, un cabezón de pelo blanco con expresión sonriente de héroe satisfecho, que vestía una túnica de color gris claro. El rostro era moreno, y los ojos de un morado brillante. Carlos lo reconoció, era el protagonista de un videojuego célebre. Recordó entonces lo que había leído en la red al respecto hasta el momento, y se quedó embobado. Una cosa lo llevó a otra, y durante el tiempo restante de clase, rememoró cierto libro que mencionó Celsio, un tebeo de superhéroes, a una antigua condiscípula que le robó el corazón, y otro con el cual fue uña y carne. Entonces sonó el timbre, y la clase concluyó a tiempo, y sorprendió a Piñero mientras escribía el resultado. El profesor encargó unos problemas para la siguiente clase, y tras recoger su material, salió del aula.
Caín, fuera de su ensoñación, cambió rápidamente el material sobre el pupitre por el de la siguiente asignatura. Tras realizarlo, volvió a fijarse en el llavero, y su curiosidad lo obligó a romper el hielo:
-¿Tienes el Flies of Pasqualia?
Ella se volvió sorprendida, y cuando comprendió de qué hablaba, le respondió:
-¿Eh? ¡Ah, sí! ¿Lo dices por esto?-dijo, cogiendo el monigote.
-¡Sí!
-Pues lo tengo, en efecto, es muy chulo. Al principio me aburría, pero cuando todos los personajes se reúnen coge ritmo.
-Ese de ahí no es el protagonista, ¿verdad?
-No, no lo es… aunque si quieres mi opinión, el verdadero protagonista es el mago negro, que es mucho más carismático. Más que nada, porque él sí tiene cierto papel en la historia.
-La verdad es que en los RPG hay cada vez menor variedad… Vale que la lucha de unos héroes contra un imperio, reino o individuo malvado sea un clásico, pero precisamente por eso es necesario cuidar el argumento, sin personajes que sencillamente están en el grupo porque sí.
-¡Cuánta razón llevas! Creo que en Japón hay ejemplares del género que te permiten ser el malo de la historia, u optar por el lado más conveniente según las circunstancias.
-Ya, pero aquí no los venden. Piensan que no tienen salida en el mercado.
-Bueno, de hecho, hace años se llegó a distribuir la tercera parte del Bad Boy Martínez titulada como Tale of Snorf, y vendió poco… Porque también sacaron pocas unidades, no se tradujo, apenas se hizo publicidad…
-¡Yo tengo ese! ¡Qué buenos ratos pasé!
-¡¿En serio?!
-¡Sí! Cuando fui a comprarlo, la dependienta se quedó asombrada y hasta sonrió. Me da a mí que fui el primero que se lo pidió.
-No me extraña, ya te digo que muy pocos se atrevieron por el idioma. Eso fue lo que me pasó a mí. Eso, y que me daba corte ir a adquirir un juego cuyo protagonista es… un mal bicho.
-No te creas que era tan malo… un poco cabrón, sí, pero nada del otro mundo. Ocurre que su “maldad” dependía de que actuaba al margen de la “justicia” y una bandera. Era más un personaje que iba a su bola.
-¿Cómo se llamaba, ahora que lo dices…? Creo que no Snorf, como precisamente dice el título.
-No, se llamaba Klaus Martínez. Y ahora que lo dices, no sé de dónde sacaron lo de Snorf.
-¿De veras?
-No, no había nadie ni nada que se llamara Snorf…
-A saber, seguramente pensaron que ese título era más atractivo.
Siguieron charlando de este y otros juegos. Un par de pupitres más adelante, Clarisa sacó un periódico deportivo, y lo abrió por la página que comentaba el partido de un equipo local. Leyó un poco, y se lamentó en voz alta.
-¡Buf…! ¡Pero qué malos son los pobres!
Shasha la ignoró, no le gustaba el fútbol, pero Piñero, sentado detrás de ella, alcanzó a oír su comentario.
-¿Y qué esperas? ¡El presidente es un impresentable, se ha gastado el dinero en regalos para una modelo!
Déisdrol asintió, pero aún así sonreía. Sus paletales se asomaban.
-¡Muy poca vergüenza es lo que tiene! ¿A que sí, Caín?
-Y entonces, el tío tenía que vestirse de monja de clausura… ¿Eh? ¿Decías?-preguntó él.
-El Pelotilla, ¡tío! ¡Qué mal partido jugó!
-Ni lo vi, ni me interesa-le cortó Caín.
-¡Mal aficionado!-lo acusó Déisdrol.
Para Caín, desde hacía algún tiempo, el fútbol no le decía nada en absoluto. Clarisa, sin embargo, sí quería debatir.
-¡Coño, pues entonces ya sabéis lo que debe ocurrir en la siguiente junta de accionistas! ¡Echarlo!
-Pero mujer, tiene la mayor parte de las acciones, el Pelotilla es suyo-le recordó Piñero.
-¡A aguantar toca! Verás cómo no harán nada hasta que el equipo acabe en segunda-comentó Déisdrol cruzado de brazos.
-¡No estoy de acuerdo! ¡Hay que protestar! ¡Decidido, esta tarde iré al campo a decirles la verdad en toda la cara! ¿Os apuntáis?
-Bueno, ¿por qué no…?-le respondió Piñero-Total, es mejor que lamentarse aquí inútilmente.
-No sé… Carín, ¿te apuntas?-preguntó Déisdrol.
-Y tras obtener la espada legendaria en el paquete de chucherías…-seguía este explicándole a Sarita. Déisdrol no quiso insistirle.
-Sí que iré-decidió Déisdrol.
-¡Vale! Hoy por la tarde, a las seis, delante del instituto, ¿de acuerdo?-propuso Clarisa.
-¡Bueno!-accedió Déisdrol.
-Sí, ¿por qué no? Total, no es como si estuviera que estudiar, o algo así…-ironizó Piñero.
-¿Te vienes, Shasha?
-Gracias, pero no me interesa.
-Entonces somos tres.
En otro pupitre, Celsio leía un tebeo. Entonces se acercó Luisma.
-Perdona, Celsio, ¿puedo preguntarte algo?
-¿Eh? ¡Sí, claro!
-Verás, es que no entiendo qué tengo que hacer en este ejercicio de lengua-le mostró Luisma una oración.
-Tienes que hacerle el análisis morfológico.
-Ya, pero verás… ¿Está bien esto?
-A ver… Sí, claro, eso es un sustantivo… género femenino, número plural, en efecto… ¡Oh! Mira, aquí no está bien.
-¿Dónde?
-En esta palabra, es un adjetivo, no un adverbio como dices. De hecho, incluso está en plural.
-¡Pero no realiza función especificativa, explicativa ni atributiva!
-Claro, realiza función predicativa, referida al complemento directo.
-¡Ah…! ¡Pues entonces no sé si el resto también estarán bien! ¿Me dejas ver tus ejercicios?
-¡Hombre…! Ya sabes lo que pienso al respecto…
-¡Pero copiando también se aprende!-exclamó de pronto Luisma, y todo el mundo lo miró.
-Y en ese momento, tras descubrir que el “malo” de la historia era su cuñado, en cuya casa había estado de gorrón…-estaba diciendo Caín antes de oír la exclamación de Luisma.
-Entonces, la parada del estadio es la sexta…-Piñero dejó de hablar, y miró a Luisma.
Luisma se sintió ligeramente sorprendido por un momento. Clarisa lo miró con cierta indignación.
-¡Hombre, claro, chaval!-le dijo entonces-Él te hace los ejercicios, y tú los copias, ¡buen negocio!
-Mujer, lleva algo de razón… Cuando yo iba a primaria, no aprendí a resolver ecuaciones hasta haber copiado unas veinte, por lo menos…-intercedió Caín.
-¿Ah, sí? ¿Y aprendiste mágicamente tras la vigésima, y dejaste de pedir apuntes?
-No, quiero decir que las copiaba de la pizarra.
-¡Pero él también hará lo mismo, pienso yo!-comentó Shasha, simplemente por aburrimiento.
-Eso es cierto…-dijo Saray.
-¡Pero yo he hecho los ejercicios! Pasa que tengo uno mal, y puede que el resto también estén mal. ¡Quiero comprobar que hago los ejercicios bien!
-¿A ver…?-le pidió Caín. Luisma le entregó unos folios escritos, y él los leyó. Al rato, dijo:
-Pues no te creas, están razonablemente bien. Pasa que el primer fallo está en el complemento predicativo…
-¿Qué es eso…?-preguntó Clarisa.
-Un adjetivo que está en el predicado, y coordina con el sujeto o el complemento directo-le explicó Shasha.
-¡Oh…!-exclamó Clarisa, y acto seguido rebuscó en su mochila. Sacó un cuaderno de color verde oliva, y pasó las láminas de celulosa cortadas y coloreadas con fría precisión. Encontró el garabato, y con un bolígrafo bermellón empezó a rectificar lo ahí escrito.
-Complemento… predicativo…-musitó mientras la plebeya pluma danzaba sobre el escenario cuadriculado.
-¿Tú también habías puesto que era un adverbio?-le preguntó Caín.
-No, yo sí sabía que era un adjetivo-respondió ella.
Piñero la miró muy serio, como un guardián a un intruso.
-¿Qué pasa?-inquirió Clarisa, cuando se percató de la vigilancia a la cual era sometida.
-¡Tú estás copiando también, ahora, aprovechando la confusión!-la señaló con el dedo.
La muchacha retrocedió como si por esa acción pudiera sufrir un maleficio.
-¡Eh, que a mí nadie me ha dicho cuál es el complemento! Lo he deducido yo solita, faltaría más.
-¡Qué gracia, en esa oración también hay un complemento predicativo!-exclamó Saray, pero nadie le prestó atención.
-¿¡Ves cómo te hace falta ayuda, de vez en cuando!?-clamó Luisma levantando los brazos. Clarisa se quedó doblemente desconcertada: Por sus palabras, y porque se asemejaba al entrenador del Pelotilla en una de las fotografías que componían el artículo que había estado leyendo, desesperanzado por la indolencia de sus balompedistas. No tuvo palabras.
-Supongo que esto demuestra que todo el mundo necesita que le echen un cable, de tanto en tanto-comentó Déisdrol. Si los demás comulgaban con él, no lo manifestaron a viva voz.
-Bueno, es verdad… pero todo tiene un límite-concedió Clarisa, a regañadientes.
Caín le devolvió el cuaderno a Luisma, quien decidió que era mejor que Celsio le explicara cómo distinguir una función gramatical de otra. Entonces, Caín recordó su narración del argumento del Bad Boy Martínez 3, y quiso reanudarla.
-Pues como te contaba, el protagonista entonces se encuentra ante la difícil decisión de enfrentarse a quien lo mantiene…
-Bueno, en serio, gracias, pero no hace falta que llegues hasta el final-le respondió Saray.
-¡Ah…!
-Además, así, si algún día cae en mis manos, podré disfrutar del final de primera mano.
Ella sonrió.
-Si quieres, te lo dejo-Caín pronunció las palabras con naturalidad, a pesar del tiempo pasado desde que compartió una posesión con una nueva amistad.
-¿De veras?
-Sí.
Déisdrol se enteró también, y se volvió.
-¿Cuál juego le vas a dejar?
-El Tale of Snorf-respondió Caín.
-¡Hostia, pues es buenísimo! ¡Qué juego tan grande! Aún recuerdo cuando llegan a la playa y…
-Espera, no te embales, ella no quiere saber más.
-¡Ah, muy bien! Es un juego muy divertido, te ríes mucho-resumió Déisdrol.
-¿Tú también te lo compraste? ¡Qué curioso, dos personas en una misma clase! Seguro que se sale de la estadística…-comentó Saray.
-No, no se lo compró, jugamos juntos-le dijo Caín.
-¿Entonces, o siempre jugáis juntos?-preguntó ella.
-Entonces-respondió Caín.
-¡Debéis de ser muy buenos amigos!-exclamó ella.
-¡Bueno, sí! Desde la guardería, hemos estado siempre en la misma clase-comentó Déisdrol.
-¡Vaya, cuánto tiempo! Pues yo casi nunca he tenido los mismos compañeros de un curso a otro, ¡ya veis!-dijo ella.
-Pero sí a Celsio, ¿no?-Caín señaló al joven, que seguía instruyendo a Luisma en gramática.
-¡Bueno, sí! Es una bendición tenerlo en clase. De hecho, de no haber sido por él, nuestra clase habría sido un desastre, no habríamos llegado ni al segundo tema en algunas asignaturas.
-La nuestra también daba lástima, sí…-comentó Caín, pensativo.
Entonces, la profesora de la siguiente clase entró por la puerta.
-¿Te lo traigo mañana?-preguntó Caín.
-¡Eh…! De acuerdo, si no te importa-contestó Saray.
-¡Pues vale!
Por su parte, Clarisa, Piñero y Déisdrol habían quedado para las seis delante del instituto para coger un autobús e ir al estadio del Pelotilla a manifestar su malestar por el pésimo rendimiento del equipo.

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Mañana colgaré la segunda parte. Los anteriores relatos de esta serie están en:
http://analitoendisolucion.blogspot.com/2005/07/he-vuelto.html
http://analitoendisolucion.blogspot.com/2005/09/el-segundo-relato.html
http://analitoendisolucion.blogspot.com/2007/04/aniversario.html