jueves, junio 24

Alienado.

Soy uno de los cien desalojados de la Macarena y estoy escribiendo esto en el ordenador de mi prima. Desde que tuve que salir a la calle ha pasado más de una semana, y sé que mi piso no es de los más afectados, pero no cuándo podré volver a casa.

La verdad es que lo han hecho fatal. El barrio de la RENFE era, hace cincuenta años, un pantano. Nada raro, pues al lado pasa el Guadalquivir. Por tanto, el terreno es húmedo, tampoco extraño en una ciudad como Sevilla, donde el metro se ha atrasado treinta años por este mismo motivo. Bien, la obra empezó hace tres años, pero la mantuvieron parada casi dos años. Para entonces, el hoyo cavado era enorme, y coincidió con un invierno especialmente lluvioso. Quedó anegado, y el agua ha acabado erosionando la tierra situada bajo los cimientos. Por ello, tanto los edificios como la grúa empezaron a hundirse.

Cuando mi hermana me despertó a las 2 de la mañana, no tenía idea de lo que ocurría. Soy de esas personas que no se despiertan, literalmente, siquiera durante un terremoto. Además, como mi piso no está afectado, no supe de los grietas hasta una hora después (creía que había un incendido). Con los nervios, sólo se me ocurrió salvar el material del posgrado, la muda del día siguiente y los objetos personales. Extrañamente, me puse ropa de calle pero dejé el pijama atrás. Nada más recogí, debido al ataque de histeria de una de mis familiares, que se empeñó en que no subiera. Mi hermana sí pudo y sacó aún más ropa.

Con lo puesto, pasaron tres horas y media mientras observaba la fachada de los edificios así como la grúa que dio la señal de alarma. Después de que oyera rumores de los vecinos, la policía nos llevó al hotel Macarena cerca de las cinco y media. Dormí dos horas, y desperté preocupado y algo incrédulo. El hotel nos informó de que no se había renovado el acuerdo de dejarnos pasar la noche y tuvimos que sacar nuestras cosas, por lo que debí ausentarme del posgrado. Tras desayunar con la familia, volví al barrio. No perderé el tiempo describiendo cómo los rumores, los nervios y el miedo a perder el hogar nos torturaban a los vecinos. Baste decir que una reunión vespertina reveló que, si bien no todos los edificios estaban en mal estado, era necesario esperar a la retirada de la grúa para tener una respuesta. Cuando se cumplió, se supo que algunos edificios estaban mucho peor, aquellos situados a la otra punta del mío. Pude volver al Hotel Macarena por tiempo indefinido, y dormí.

Llegó un nuevo día y acudí al posgrado sólo para distraerme y dar cuenta de mi situación. Los coordinadores fueron comprensivos, y les conté mis aventuras a mis compañeros cuando me preguntaron al respecto (he salido en las noticias). Desde que volví hasta este momento, ha habido nuevas noticias, como que vamos a ser trasladados temporalmente a otras viviendas o que los bomberos nos ayudarán a sacar nuestras posesiones. No obstante, nada tiene fecha segura, excepto que el fin de semana voy a una residencia para volver el lunes al hotel, y que el análisis de los expertos puede tardar seis meses.

En resumen, estoy bien puteado. En el peor de los casos, tendré que empezar de nuevo y ser generosamente indemnizado. No obstante, no es lo mismo para los jubilados que llevan viviendo en ese barrio toda su vida. Esto es lo acojonante: lo poco que esto depende de mi decisión, y cómo el resultado está fuera de mí. Estoy alienado.