martes, abril 9

El potlatch y la prima.


Decían el otro día en Politikon que hay gente que aún cree en el Buen Salvaje. Es llamativo que señalen el papel de la antropología, porque mis lecturas en esta disciplina me han llevado a darme cuenta de que se pueden trazar paralelismos entre los comportamientos de los pueblos sin estado y los estatales. Por otro lado, hay que reconocer que “salvaje”, como “primitivo”, es un término bastante ambiguo que lo mismo designa un grupo de cazadores-recolectores, un pueblo nómada o un asentamiento agrícola, que entre sí tienen claras diferencias. Hay mucho malentendido al respecto.

Pero no se preocupen, porque no quiero dar el coñazo con el Buen Salvaje. Más bien es una entrada humorística. Como mi familia está por medio, reduciré la anécdota a lo esencial: mi hermana se casará en julio, por lo que estamos haciendo preparativos. Ustedes sabrán que uno de los problemas con las bodas son los invitados, porque a diferencia de lo que ocurre con los listados, además de que todos los que estén sean relevantes, todos los que son relevantes deben asimismo estar. En el fondo, es el clásico problema de quiénes son los auténticos amigos frente a los simples conocidos.
Nuestro modelo de familia se llama esquimal, por cierto.

Esto se complica cuando entran en escena los familiares lejanos: esa gente que puede ser el tío del padre, pero que los novios no conocen (¿Y acaso deberían?), luego no debería ser invitado. Pero, ¿qué ocurre cuando a alguien se le ocurre invitar a ese tío que hace años que esta misma persona no ve? En el caso de mi hermana y de mi cuñado, al ser ellos los organizadores, no debería importar. ¡Ja! Ojalá. Este sería el caso si habláramos de personas que tuvieran claro que estamos ante el nacimiento de una nueva familia.

Uno de los problemas más usuales en las familias es lo que podríamos llamar “síndrome del clan”, que puede entenderse como empeñarse en que TODOS los miembros de la familia son sólo los de una parte. Esta creencia es más frecuente entre solterones (o singles, si es usted un guanabí de los cojones), pero tampoco es imposible entre casados, especialmente cuando viven con sus padres o hermanos solterones. Esta actitud se manifiesta en la incapacidad de reconocer que la familia de los cónyuges de hijos y de hermanos también lo es para nietos y sobrinos.

Falta el primo Cosa.
Pues algo así ha ocurrido. A una de las partes se le ha ocurrido invitar a una prima que, para colmo, ni siquiera se habla con el proponente de esta idea. A la otra parte le ha sentado como un tiro. ¿Cuál es la razón para ello, pues? Una de las más simples es numérica: más gente en la boda, más luce. Como hay varias partes, cada una compite para ver cuántos familiares trae: la del novio contra la de la novia, en primer lugar, y dentro de cada una de estas, la paterna contra la materna.


Es como el potlatch, una celebración de los kwakiutl, hoy en día Kwakwaka’wakw, un pueblo con estamentos sociales de la costa norte canadiense. Este festival lo conocí por el retrato que hacía Marvin Harris en Vacas, cerdos, guerras y brujas, y básicamente consiste en que el grupo que haya tenido una mejor pesca de salmón (la base económica de estas gentes) obsequia a sus vecinos con diversos regalos: pescado, aceite, leña, mantas y hasta en algunos casos extraordinarios, el jefe manda quemar la choza donde están los invitados para dar un discurso elogiándose a sí mismo mientras el incendio prosigue. Los agraciados, no obstante, se dedican a menospreciar cuanto reciben, e incluso consta que se quejan del frío mientras la casa está ardiendo.

El novio, en plena despedida de soltero.
Por si alguien se pregunta el porqué de esta fiesta, el motivo real está en la redistribución de víveres de los mayores productores a los menores, debido a que las migraciones de los bancos de salmones son impredecibles. Asimismo, es una demostración de poder, como puedan serlo unas Olimpiadas, que le cuestan dinero al país organizador. Piénsese que nosotros tenemos el dicho “tirar la casa por la ventana” para decir que alguien está gastando una cantidad de capital importante.


Así, nosotros demostramos nuestro poder con los invitados de boda. Por un lado, con el ya dicho número, y por el otro, con la rareza de los mismos. Si son veinte primos, y con la mitad no te hablas por una mezquina discusión en torno a una herencia, demuestras un poder enorme por haber dejado a lado falta de contacto y vulgares querellas.

Estampa atípica, en la que vemos cómo hasta ese primo tan lejano
se integra perfectamente.
No hay más que ver la reacción dentro de mi familia: de sentirse ofendido, de amenazar con no acudir a la boda o de llorar por no poder invitar a los primos lejanos (de cada cual). Yo me lo tomé con humor antropológico y me costó una acusación de estar al lado del familiar invitaprimos (a falta de un término mejor), a la que respondí con sarcasmo. Mi hermana tuvo que ponerlos en su sitio y dejar claro que los invitados son conocidos suyos y/ o de mi cuñado, lo que rematé con una broma.

Mientras tanto, nuevas estrategias surgirán para demostrar el poder: decidir dónde se sienta cada uno, cuáles serán los regalos, y quién recita los versículos de la Biblia (que nadie oirá porque varias señoras tendrán a bien comentar el buen aspecto de los zapatos de alguna de las hijas de la Paquita*). Luego, a zampar como leones.

*Personaje mítico sevillano, al que se le atribuyen varias hijas ya adultas, caracterizadas por su buen acierto al elegir zapatos y presentes en cualquier boda, reunión de vecinos o asunto más o menos serio en el que yo haya estado presente, como mínimo.



domingo, abril 7

Coda: Stephenie Meyer y la Biblia molonista.


Quiero completar mi anterior entrada con un breve ejemplo. Recientemente se ha estrenado en los cines La huésped, título original The Host, basada en una novela (por llamarlo de alguna manera) de Stephenie Meyer, famosísima por haber escrito Crepúsculo. El argumento: unos alienígenas invaden la Tierra y poseen a la humanidad mediante una curiosa habilidad, consistente en parasitar sus cuerpos. Las víctimas presentan un peculiar color azulado en sus pupilas, pero fuera de ello son humanos. No obstante, aquellos con una excepcional fuerza de voluntad son resistentes a este parasitismo, aunque han sido señalados como enemigos y han tenido que formar la Resistencia. Meyer decide centrar su novela en la relación entre una poseída, su alienígena y su novio, miembro de la Resistencia.

Dejémoslo ahí. Veamos, pregunta: una, dos y tres, ¿a alguien le suena este guión? Excepto por la parte romántica, se parece mucho a La invasión de los ultracuerpos. Puede que alguno diga que no tiene que ser necesariamente esta película, pues las historias de monstruos que poseen o sustituyen a un ser humano, sin que exteriormente haya cambios más que por el comportamiento o algún pequeño detalle, son bastante típicas. Sin ir más lejos, es un argumento típico en varias series fantásticas que el malo suplante a un bueno, incluyendo su apariencia, y se cuele en la base hasta que los compañeros del suplantado empiezan a barruntar algo raro. Que como haber, podría haber varias fuentes de inspiración. No obstante, ¿qué ha respondido la autora más vendida del momento? Que un día, aburrida durante un viaje, se le ocurrió la idea.

En efecto, así son los best-selladores del momento: con un morro que se lo pisan. Bien mirado, puede que Meyer no mienta. Ya hubo quien destacaba de la saga de los vampiritos que Rebeldesin causa es muy posiblemente gran inspirador de la trama, así que no me extrañaría que la propia autora no se dé cuenta de que está haciendo pastiches.

Otro ejemplo, ilustrativo por sí solo, es el de esa curiosa súper-producción basada en La Biblia, estrenada en Antena 3 la semana pasada. Por curiosidad y porque me conozco el fenómeno del hype, decidí consultar IMDB, una famosa web de crítica cinematográfica. La primera crítica que encontré decía lo siguiente:

Let's just take the scene with Lot and his family, hiding the Angels from the angry mob. The Bible clearly states that Lot offers up his daughters to the mob (to be raped) in order to save the Angels, but instead we get a sword slashing kung-fu scene that wipes out the mob. Genesis 19:1-11“Basta con examinar la escena de Lot y su familia, protegiendo a los ángeles de la turba enfurecida. La Biblia dice claramente que Lot le ofrece a la turba sus hijas (para que las violen) con el objetivo de salvar a los Ángeles, pero en su lugar nos ofrecen una escenita de mandobles a lo kung-fu que dispersa la turba. Génesis 19:1-11”

Al leer esto, no pude evitar recordar una entrada de SuperSantiEgo sobre las adaptaciones de El señor de los anillos, en la que comentaba que Peter Jackson muchas veces era incapaz de darse cuenta de qué pretendía Tolkien en las novelas. Citaba, por ejemplo, que Jackson sólo añadía efectos especiales cuando Galadriel se sentía tentada por el Anillo Único y que en términos generales no había entendido palabra alguna de lo que podríamos llamar los momentos “mágicos” del libro. Los productores de esta serie, sin duda, no tienen ni pizca de imaginación para interpretar la escena, que es lo mismo que un lector sensible siente cuando lee las circunstancias de la muerte de la madre de Dionisio. No hace falta ser creyente para entenderlo: asombro absoluto ante la fuerza desatada de la naturaleza, ya sea como fenómeno externo (rayos y truenos), como humano (una ceguera colectiva). Es justo mencionar que nuestros conocimientos pueden hacer que lo que asustaba a un hombre de hace cien años sea ahora una minucia, pero la sensación de terror ante lo incomprensible puede seguir usándose en la medida de lo posible.

¿Pero cuál es la solución de los guionistas de esta peculiar adaptación? Unos tipos lanzando espadazos. De quitar la parte de las hijas de Lot, ni hablo. Ambas anécdotas son ilustrativas, porque es imposible que nadie sepa, entre la enorme cantidad de colaboradores de cualquier producción televisiva, que ambas ideas fallan en lo fundamental. No obstante, se deja que los productos sigan adelante aunque sean espantosos y carentes de imaginación porque no se preocupan de la calidad. Se preocupan, por ejemplo, de la reacción de los padres antes las bazofias de Meyer, o por la opinión de las autoridades religiosas por la adaptación de La Biblia. Por memeces, en resumen.

Y no es culpa únicamente de la televisión. Todo el sistema cultural ha estado sufriendo bajo el yugo de lo que ambiguamente se llamaría políticamente correcto, por lo que yo prefiero llamarlo concretamente como la religión del “no ofenderás”. Como muchos clásicos (esto es, cualquier obra anterior al año 50 digna de ser recordada) incurren en visiones racistas o sexistas, hemos creado versiones modernas para el público sin señalar estos aspectos. Aunque sus intenciones eran nobles, está creando una generación que apenas conoce clásicos. Anteriormente, no todo el mundo leía La isla del tesoro o El principito, pero sabían que eran libros. Ahora, a lo mejor ni han oído hablar de estos libros, el primero por tener frasecitas acerca de una señora negra, y el segundo por ser demasiado corto para los cánones actuales de sagas de tropecientas mil  páginas.

Hay más productos artísticos/obras de arte*, pero significa poco un 99,99% de los mismos. El 0,01% restante se compone mayormente de obras correctas, pero que no son originales, y el resto quizás pasará a la historia.

*Pongo la barra porque yo, al no considerarme un experto en arte, me abstengo a discutir qué es arte y qué no, y si la palabra “producto” es adecuada.