lunes, junio 13

Cero en calidad.

Cuando yo estudié el máster de calidad, ya nos lo advirtieron. Que las normativas de calidad, presentes en la civilizada Europa, son como los manuales de instrucciones: son útiles mientras se lean. Un brote de Escherichia coli mutada ha demostrado lo poco que sirve actuar sin prudencia y prevención.

Para vender en Europa cualquier cosa que se coma, es necesario estar certificado en uno o varios sistemas de calidad, siendo los más famosos BRC, IFS y ISO.

Estos sistemas exigen un control de la trazabilidad, que en palabras simples es saber, dado un producto dado, tal como una lata de tomate frito, cuál ha sido su recorrido: cuándo llegó al comercio, quién lo llevó hasta allí, cuándo salió de fábrica, cuándo se empaquetó, cuándo se procesaron los tomates, cuándo llegó a recepción esta materia prima, quién la transportó, quién es el agricultor, dónde está la huerta…

Este tipo de requisitos fueron exigidos después de desastres alimentarios tanto a nivel europeo, como el síndrome de las vacas locas, como a nivel local, como el síndrome del aceite de colza en España. En teoría, a la hora de una emergencia ayudan a identificar con facilidad las muestras contaminadas, haciendo que el certificado de que la comida no nos va a sentar como un tiro a la hora de zamparla sigue siendo de fiar.

Hasta que ocurre algo inesperado, como ahora. Este sistema es incuestionablemente útil para poder identificar correctamente cuáles partidas son potencialmente peligrosas. Pero como la causa no siempre está clara, hay que investigar bastante para saber cuál es.

Lo que no es de recibo es esta situación, en la que ya se han señalado tres posibles fuentes sin estar seguros. El primero está causando una crisis tremenda en el sector agrícola español, y los dos siguientes han sido señalados en la propia Alemania.

Ha contado más el dedo acusador de alguien que las pruebas empíricas. Un cero en calidad, les doy.

* Hay varios más, como Global Gap.