sábado, mayo 23

¡Centésima entrada! Séptima hilaridad

¡En efecto, con esta son cien las entradas publicadas en esta bitácora! No está nada mal, no señor...
Aunque la última vez dije que actualizaría pronto, he tardado más de dos semanas, a pesar de que tengo no una, sino dos historias terminadas. En fin, aquí tenéis la séptima hilaridad:

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Séptima hilaridad
Patada aérea, o dragones desdoblados

La humedad se condensaba en el exterior de las ventanas. Durante el fin de semana, había llegado una ola de frío siberiano, y los abrigos se reunían en las perchas. Los alumnos se frotaban las manos, para superar el frío del irregular habitáculo en el que aprendían.
-¿Has encendido el radiador, Caín?-preguntó Saray.
-Sí…-contestó él, volviendo a comprobar el enchufe de este-Aguanta, tarda un rato-miró la puerta, y frunció el ceño.
-Nos ha tocado la clase más pequeña, y la puerta más grande-sacudió la cabeza indignado-¡Así, es la que más tarda en calentarse!
-La clase de 4º Ç es aún más pequeña-dijo Dani.
-Sí, pero la entrada es de tamaño estándar-comentó Celsio.
-Además, está en la pared menos ancha, y el radiador está en la pared del fondo-añadió Andrés-Aquí, es justo al revés. Caín tiene razón-suspiró resignado, y entonces vio un pie que volaba hacia él.
Tras este, un chico delgado, con pelo moreno rizado y muy enfadado, se desplazaba por el aire.
-¡Ya verás, maldito!-gritó, atrayendo la atención de todos.
-¡Ah!-exclamó Andrés.
-¿Eh?-preguntó Clarisa, sentada en su sitio.
Los demás bien se quedaron boquiabiertos, bien con los ojos como platos, o bien de las dos formas. Sólo Caín siguió con curiosidad la trayectoria parabólica, que entonces estaba a medio metro del pecho de Andrés.
Él saltó entonces a su derecha, sobrepasando los pupitres y a Vilma, que estaba tras la fila delantera, chocando frente al de Celsio, quien sujetó su mesa. El muchacho siguió impulsado hasta estrellarse con la mesa del profesor. Su pierna izquierda, con la que apuntaba airado, quedó sobre la tabla de madera, mientras que la derecha, flexionada, golpeó una de las patas metálicas. El accidentado rebotó, cayendo aparatosamente al suelo.
-¡Ahí va, Dios!-exclamó Caín, consternado.
Tras un breve momento de pánico, Dani corrió hacia el chico.
-¿Estás bien, chaval?-le preguntó.
Pudo ver que el chico era algo menor que él. No respondía.
-¿¡Llamo a una ambulancia!?-consultó Saray, con el móvil en la mano.
-¡Espera, voy a avisar a los conserjes!-recomendó Caín, y enfrentó el umbral, pero no pudo salir. Shasha había llegado, y era ese tipo de persona que no dejaba salir, que tenía que entrar a toda costa. Para colmo, esta se quedó quieta al percibir la respiración agitada de sus condiscípulos.
-¿Te importa?-casi le rugió Caín.
-¿Qué pasa?
-¡Que tengo que pedir ayuda, coño!
Caín pudo cruzar la puerta, pero entonces chocó con José. Se disculpó, y empezó a andar a ancadas, pero se detuvo bruscamente cuando oyó a Dani.
-¡No vayas, que no hace falta! ¡Está consciente!
Todos se acercaron cuanto pudieron, excepto Andrés, que estaba de brazos cruzados.
-¡Eh, niño, no nos des estos sustos!-le riñó Clarisa, pero el chaval yacía sin importarle nada, aparentemente.
-¿Te duele algo?-Dani alargó el brazo para tocarlo, pero de pronto el chico se lo apartó de un manotazo.
-¡Quita, mariquita!-tras gritar, el chico se levantó de una voltereta. Miró a Dani con una sonrisa picaruela.
-¡Te descuidas un momento, y ya te quieren meter mano!-declaró, y rió de un modo extraño-¡Ujuy!
-¿¡Meterte mano, cabronazo!? ¡Encima de que nos preocupamos por ti, desagradecido!-lo acusó a la par que lo señaló Vilma.
José y Shasha se miraban el uno al otro, sin entender nada.
Clarisa se mordía el labio inferior, enfurecida, mientras con largas zancadas se acercaba al niño.
-¿¡Quién eres!?-interrogó.
El chico se asustó por la amenaza contenida, pero se repuso rápido.
-¡Me llamo Periquito! ¿Y tú quién eres?
Caín abrió la boca, dejando que su voz se asomara un momento, para luego volver con menor timidez.
-¿Periquito? ¿Cómo los pajaritos?
El muchacho estuvo a punto de saltarle encima.
-¡Ya estamos! ¡Es Periquito, de Perico!
Saray levantó los brazos, para dar a entender lo obvio.
-¡Ya, pero Perico es la abreviatura de Pedro! ¡Es como si te llamaras “Pedritito”!
-Se acepta también, Saray-comentó Clarisa.
A Dani le pareció muy risible, así que empezó a carcajear con ganas. Periquito, ante tal afrenta, quiso atacarlo, pero fue interceptado por Andrés, quien le puso la pierna derecha sobre el hombro izquierdo.
Todos tragaron saliva, excepto Celsio, a quien se le introdujo por las vías respiratorias y empezó a toser. Andrés negó con la cabeza.
-¡Periquito, estamos en el instituto! ¡No es lugar para jugar! ¡Espérame en el patio!
-¡Déjate de guasas, primo! ¡Conseguiré mi venganza!
-¿Aún estás con eso?-Andrés suspiró.
-¿¡Primo!?-preguntó Caín, estupefacto. Celsio seguía tosiendo.
Clarisa los comparó, a pesar de haber leído que era un acto odioso. No se parecían de cara, pero ambos tenían una complexión física similar, y eran delgados y fibrosos.
-¡Vaya, ahora que lo pienso, es la primera vez que conozco a uno de tus primos!-le dijo.
-Suelo ser yo quien lo visita él, Clarisa-explicó Andrés, que se arqueó ligeramente a su derecha, con la pierna aún en equilibrio. Luego hacia la izquierda, alarmado por la respiración agitada de Celsio.
El tal Periquito le echó una mirada significativa a Clarisa, interesado.
-¿Esta es tu novia?
Andrés estuvo a punto de precipitarse contra el suelo, y Clarisa mostró la mirada de un basilisco.
-¿Qué diablos le vas contando a tu familia? ¡Ya estoy hasta el… mismísimo de que todo el mundo nos empareje!
-¡Pero si hacéis mala pareja! Demasiado parecidos en gustos y manera de ser…-comentó Saray.
-Sí, no contrastáis… Quedaría muy soso en una serie-reflexionó José.
-¡Que no estamos en la tele!-les cortó Shasha. Ellos se disculparon sonriendo.
-¡Anda ya, niña!-Andrés saltó a su posición original, movimiento que a Caín le sonaba de un personaje de un videojuego de lucha-Tan sólo he hablado de ti. ¡No tengo la culpa de que mi familia sea tan simple!
Celsio dejó de toser, y rompió a aspirar ruidosamente por la boca. Todos se giraron para ver qué le ocurría, lo que aprovechó Caín para interrogar al mocoso.
-¿Cuál es el motivo de tu venganza?
-¡Él me violó!-Periquito señaló a su primo desde donde estaba, tumbado como un filósofo de la Edad Antigua.
-¡Mentira!-contestó Andrés-¡No es lo que os figuráis!
-¡Tranquilo, hombre!-dijo Dani-¡No vamos a creer al primero que pase!
-¡Es verdad! ¡Me violó!-insistía Periquito.
-¡Anda, anda, no mientas más!-lo amonestó Caín.
-Periquito, déjalo-dijo Andrés, y suspiró-No creo que esta gente entienda de qué hablamos.
-Vamos a ver, ¿a qué te refieres con que te violó?-preguntó Shasha.
-¡Me atacó a mí, en lugar de atacar al jefe final de fase!
La perplejidad dominó a Shasha, y se mostró en su rostro. Tan sólo Caín, Dani y Saray supieron a qué se refería.
-¿En qué juego?-preguntó el primero.
-¿Cómo fue?-solicitó el segundo.
-¿Te hizo daño?-quiso saber la última.
-¡Fue en el Dragon Duplex, mientras intentaba hacer una patada aérea en rebote desde la pared, y no sólo me hizo daño, también me mató!
Los tres se volvieron enfadados hacia Andrés.
-¡Hay que tener cuidado, hombre!-le espetó Caín, con una mueca de ira.
-¡Tío, no se puede ir por ahí pateando todo aquello que se mueva!-Dani suspiró, y sacudió la cabeza mientras se lamentaba.
-¡Si no sabes hacer la patada, no lo intentes! Déjaselo a un profesional-aconsejó Saray.
-¡Idos a tomar morcilla!-les espetó Andrés.
-Sí, claro, ¡cómo tú no eres la víctima!-dijo Caín, y él y los otros dos arroparon a Periquito.
-¡Bueno, tampoco es para esto…!-dijo Periquito, desacostumbrado a tener la razón y ser mimado.
Se los quitó de encima, y se despidió. Volvió corriendo a su clase, donde un chaval moreno y con cara de enfado lo estaba esperando.
-¡Al fin llegas, atontado!
-¡Perdona, estaba echándole a mi primo la culpa en su cara!
-¡Pero qué pesado eres!
-¡Y tú también, Tomasín!
-Te equivocas, el pesado eres tú, Periquito.
Se volvió, y vio a una muchacha bajita de pelo castaño corto.
-¡No me digas eso, Mariquilla!
-¡Pero si es verdad! ¿Quién se empeñó en que paraguas se escribe con diéresis sobre la u?
Tomasín señaló a Periquito.
-¿Quién creía que la regla conmutativa consiste en que el resultado no variaba si las cifras se disponían horizontal o verticalmente?
El muchacho apuntó nuevamente a su amigo.
-¿Quién insistió en que una pirámide de población es el tipo de vivienda donde residían los antiguos egipcios?
El dedo, inmisericorde, volvió a alzarse. Una media luna se dibujó en los rostros de Mariquilla y de Tomasín.
-¡Yo no podía saber que era una tumba!-contestó desesperado Periquito.
-¿Cómo que no? ¿No has visto nunca una película de momias?-preguntó Mariquilla.
-¡Pensaba que las pirámides eran un poco de todo, como centros comerciales de entonces! ¡“¿Para qué querían el oro y la comida, entonces?” es lo que pensaba cuando decían que era una tumba!
Mariquilla estuvo de acuerdo con él.
-Ya, vale, no tiene sentido...
-Bueno, vamos a sentarnos-ordenó Tomasín al ver al profesor.

Tras las dos primeras horas, en las cuales los alumnos aprendieron a usar un mapa y algunas características de las irregularidades de la conjugación de verbos en la lengua española, llegó el primer recreo.
-¡Se va a enterar!-gritó Periquito tan pronto se levantó, y salió por la puerta.
-¡Otra vez no!-lamentó Mariquilla-¡Eres un pesado!-le gritó mientras salía.
-¡Lo sé! ¡Y reconociéndolo, me hago más fuerte, transformando mi debilidad en mi fortaleza!
Mariquilla se cayó de culo en la silla al oír su respuesta.
-¡Ha subido de nivel! ¡Seguro que ahora podrá vencerlo!-exclamó Tomasín encantado.
-¡Déjate de payasadas! ¿Tú también?-gritó enfadada Mariquilla.
-¿No reconoces la cita? ¡Es de ese gran manga de peleas llamado…!
-La verdad, o no lo he comprado nunca, o he dejado de hacerlo… Prefiero gastarme el dinero en humor y comedias divertidas.
-¡Con lo flipante que es! ¡En el último número, ya se están enfrentando con el malo y…!
-No insistas, Tomasín, la verdad, no me interesa ahora. Vamos a buscar a ese idiota.
Salieron, y bajaron las escaleras hasta el aula de 4º Ñ, donde Periquito irrumpió.
-¡Fuera de aquí, coño!-aulló Caín desde dentro. Como no lo conocían, Mariquilla y Tomasín se temieron lo peor.
Periquito salió de espaldas, confrontando a Caín.
-¿Ya se ha ido mi primo?
-¡Sí! ¡Andrés es el primero en salir al recreo, y el último en volver! ¡Jamás he tenido que pedirle que se marche! ¡No como a otras!-voceó, volviéndose al interior del aula. Saray salió apurada.
-¡Chico, no se puede tardar ni un minuto contigo! ¡Qué prisa! ¡Cualquiera diría que el patio va a escaparse!
-¿Sabe alguno de vosotros dos dónde puede estar mi primo?
-Sí, de hecho, nos sentamos con él-respondió Saray.
-¡Perfecto! ¡Llevadme a él!
-¿Aún quieres la revancha? ¡Si ya le he hemos echado la bronca!-dijo Caín.
-¡Sí! ¡Necesito vengar mi honor! ¡No lo conseguiré hasta devolverle la patada que me dio!
-¡Pero niño, no se la des de verdad! ¡Devuélvesela en el videojuego!-sugirió Saray, levantando los brazos para resaltar la simpleza del asunto.
-¡Así le dolerá de verdad!-insistió Periquito.
Repentinamente, Mariquilla se abalanzó sobre él, apoyó las manos sobre su hombro izquierdo y balanceó las piernas sobre el cuerpo de Periquito para empujar su torso hacia el suelo. Tras derribarlo, lo aprisionó con una tijera mientras le retorcía el brazo izquierdo.
Saray y Caín se quedaron atónitos. “Un poco más”, pensaron, “y lo dejas en el sitio”.
-¡Vamos a comprar el bocadillo, y a desayunar, y después, si hay tiempo, podrás encargarte de tus piques! ¿Vale?
-¡Vale…!-respondió medio asfixiado Periquito. Tomasín miraba la escena entre horrorizado y divertido.
-¿Y a esa niña por qué coño le importará que quiera pelearse con su primo…?-se preguntaba en voz alta Caín, mientras bajaba las escaleras con Saray.
-Será su novia…-hipotetizó ella.
-No creo, son muy pequeños…-contestó él.
Cuando Tomasín lo oyó, entró en cólera.
“¿Pequeños? ¡Ya tenemos doce años! ¡Ya estamos en el instituto! ¡Maldito sea!”, pensó irritado.

En la cafetería, los hambrientos clientes guardaban turno a la española, esto es, en barullo.
-¡¿Qué diablos se ha creído ese estúpido?!-farfullaba Tomasín.
-¿Cuál estúpido? ¿Mi primo?-preguntó Periquito.
-¡No, el otro! El que tenía la cerrar la clase.
-Es algo brusco, pero estúpido… No lo creo-admitió Periquito.
-¡Dejaos de chorradas!-les gritó Mariquilla-¿Tú también te vas a picar?-le dijo, indignada, a Tomasín.
-¡Ha dicho que somos muy pequeños!
-¡Y la chica ha sugerido que soy la novia de este tarugo, y me da igual!-Mariquilla señaló a Periquito.
-¡Eh!-se quejó este.
-¡Pero eso tiene lógica! ¡No que seamos pequeños, cuando ya vamos al instituto!
-¡Ten en cuenta que somos el primer curso de 1º de ESO, normal que piensen así!
Llegaron al mostrador.
-¡Un bocadillo de sobrasada, por favor!-pidió Mariquilla.
-¡Otro de jamón serrano!-dijo Tomasín.
-Vegetal-dijo Periquito.
Fueron servidos, y salieron al patio, mientras comían.
-Lo que tenéis que hacer es pasar de esas cosas, miradme a mí, ¡vivo tan tranquila!
-¡Anda, claro! Por eso casi le pegaste el otro día a esta, a la locuela de Désirée-le recordó Tomasín.
-¡Eso fue porque es muy pesada! ¡Está empeñada en que quiero quitarle su novio, o yo quién sé!
-¿Su novio?-preguntó Periquito.
-Es ese chico de la clase vecina, Julián. Viene simplemente porque nos caemos bien, le gusta ese tebeo de humor del que os he hablado… Será que le había echado el ojo, o lo que fuera, porque la chica tiene unos celos que no hay quien la aguante. La semana pasada…
-¡Helo ahí, al malvado!-señaló Periquito, y allí estaba su primo Andrés, divirtiendo a sus amigos.
Mariquilla se tragó con rabia sus palabras con el pan.
-¡Ah, ahí está riéndose ese listillo!-Tomasín levantó el puño en señal de amenaza hacia Caín, quien, en efecto, reía.
Ambos fueron corriendo. Mariquilla lamentó su estupidez una vez más.
-¡Ahí voy!-gritó Periquito, y volvió a utilizar su patada voladora.
-¡Al ataque!-gritó Tomasín, mostrando mucha originalidad, mientras se preparaba para embestir con su cabeza.
El grupo de chicos, consternados, se dieron la vuelta a tiempo.
-¿Pero otra vez? ¡Qué pesado eres!-sermoneó Andrés antes de esquivar a su primo hábilmente, quien fue a parar al árbol.
-¿Hum?-musitó Caín, en el banco, viendo una cabeza negra hacia él.
“¡Ahora conocerás el dolor!”, pensó Tomasín, pero se detuvo de inmediato.
Caín lo paró sólo con la mano izquierda, mientras con la derecha comía el bocadillo.
-¡Ten cuidado, que casi te caes sobre mí!-protestó.
Tomasín se quedó helado, sin poder decir nada.
-¿Estás bien?-preguntó Caín-A ver si le he hecho daño…-le comentó a Dani, a su vera.
Tomasín se sintió aún más ofendido.
-¡No, claro que no!-gritó, mientras daba un salto hacia atrás.
-¡Pues ten más cuidado, hombre, que casi me das!
“¡Maldito! ¡Es increíblemente fuerte! ¡Será mejor que me ande con cuidado!”, pensó, antes de ser derribado al suelo.
-¡Pero otra vez ella! ¡Miradlos, si es que van a matarse como sigan jugando así!-exclamó Caín, aunque fue irrelevante. Cuando todos vieron a Mariquilla volar alrededor del cuello de Tomasín, supieron que no auguraba nada bueno.
-¿Por… por qué a mí?-balbuceó como mejor pudo el pobre diablo.
-¡Porque eres el único que se tiene en pie!-contestó Mariquilla.
Lo cual era cierto, porque Periquito seguía tirado en el suelo.
-¡¿No se habrá hecho daño tu primo, tío?!-preguntó Luisma, asombrado.
-No sé…-respondió Andrés, dubitativo.
De pronto, alguien levantó a Mariquilla del suelo.
-¿Pero no ves que así acabarás haciéndole daño a alguien?-regañó seriamente Saray a Mariquilla.
Mariquilla vio esos ojos del color meloso de las semillas de cacao, y no pudo responder nada.
-¡Oh, lo siento!-dijo tímidamente.
-¡Serénate, o mejor todavía, apúntate a algún equipo deportivo! Ahí aprovecharás toda esa energía que tienes.
Mariquilla saltó al suelo ruborizada. Tomasín, mientras tanto, recuperaba el color. Periquito continuaba inerte, pero de pronto saltó y empezó a retorcerse.
-¡Se me han metido hormigas por el cuerpo!-gritó, exasperado.
Mariquita, Tomasín y Andrés no pudieron evitar carcajearse, mientras los demás, incluyendo a quienes no pertenecían al grupo, disimulaban un poco.

Tras el divertido recreo, los muchachos volvieron a la extraña aula de la pared curva.
-¡Jajajajajaja! ¡Qué gracioso es tu primo!-reía Clarisa.
-¡Sobre todo cuando se hace daño!-añadió Dani.
-Siempre ha sido así, generoso-admitió Andrés.
Fuera, en la penumbra, un joven de pelo ensortijado se retorcía de rabia.
-¡Estas cosas te pasan por ser un impulsivo!-le riñó Mariquilla.
Del interior vinieron más risas.
-¡Pues a mí me ha hecho más gracia el otro, el grandote! Tiene toda la cara del personaje que recibe golpes de modo cómico, ¿no creéis?-comentó Caín.
Fuera, otro joven, de piel morena, también se retorcía de rabia.
-¡Y a ti, por mendrugo!-le riñó también Mariquilla.
Finalmente, las carcajadas fueron amainando.
-Ahora, la chica es muy mona, las cosas como son-concluyó Saray.
Fuera, una joven se ruborizó. Sus compañeros la miraron envidiosos, por lo que les dio sendos codazos en los riñones. Resuelta, se dirigió a clase.

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De momento, ya está. Dentro de algún tiempo, haré cierto anuncio importante. No sé cuándo será, pero ocurrirá.

lunes, mayo 4

¡Cuarto aniversario! Sexta hilaridad

Bueno, el aniversario fue hace una semana, y de hecho la historia estaba casi completa, pero no del todo. Debido a la ruptura consecutiva de mis dos viejos ordenadores, me quedé temporalmente sin el sexto capñitulo (ahora tengo copia de sefuridad). Sin más, allá vamos:

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Sexta hilaridad

Hijos de un vicio mayor, o víctimas de los propios

La civilización siempre se ha desarrollado cerca del agua. Este hecho pasa fácilmente desapercibido a las generaciones que han tenido la suerte de conocer el agua corriente, y que, por ello, han condenado al ostracismo las fuentes naturales de la misma más inmediatas. La Ciudad del Churro no era una excepción, desde tiempos remotos, pero no inmemoriales, la localidad se había alimentado de una laguna, llamada del Espejo, por la fuerte impresión que les causó a sus fundadores ver sus propios reflejos mientras descendían por la cuesta que se oponía a la actual urbe.
Al menos, eso decía la leyenda. En el momento de los hechos descritos en estas páginas, era difícil comprobar su veracidad, debido principalmente a la contaminación que quitaba lustre a la superficie del agua. Las orillas de la laguna estaban llenas de desperdicios, como botellas de plástico y vidrio, latas, bolsas e incluso un neumático de camión, que flotaba cuando nuestros protagonistas lo encontraron.
Al final, Shasha no pudo venir, y se fueron antes de lo esperado, a las cinco y veinte, por la puntualidad de Saray. Paseaban en silencio, dejando que el atardecer bañara sus rostros. No obstante, a Clarisa le pareció que Saray estaba demasiado separada del grupo, y se acercó a ella. Saray se dio cuenta, y se amoldó a su ritmo.
Los demás peatones eran viejos, sobre todo, y alguna madre con hijos pequeños. No había nadie más de la edad del grupo. Saray decidió aprovechar que Caín se había parado para observar a un niño que saltaba sobre baldosas del mismo color.
-¿Te puedo hacer una pregunta sobre el Bad Boy Rodríguez 3, ¡digo, Tale of Snorf!?-dijo ella cuando lo alcanzó. Él entonces volvió a andar al ritmo de las dos.
-Sí.
-Estoy en la Isla del Trueque con Truco, ¿hay algún modo de continuar sin tener que vender a alguno de los personajes?
-No, no puedes.
-¡Qué gamberrada! Con razón te dice el pillo de Klaus que “I’m a really bad boy, so I’m letting you decide it.”
-¡Ya te dije que es lo peor! Es uno de los protagonistas más sinvergüenzas de la historia del ocio. Si llega a salir al mercado hoy, el Tale of Snorf habría sido el centro de la polémica.
-¡Hombre, es que está mal!-dijo repentinamente Clarisa-¡Es esclavitud, es inmoral!
-¡Mujer, el juego es humorístico!-replicó Caín-¡Además, no es mucho peor que otros que hay en el mercado!
-¡Pero es que está mal!
-También está mal matar, y no por ello, cuando alguien ve una película, deja de alegrarse cuando el malo muere, a veces de forma muy cruel-argumentó Saray.
-¡Mujer, visto así…! Ocurre…
Clarisa dejó la frase interrumpida, y se quedó mirando algo rarísimo. En uno de los bancos del paseo, había alguien durmiendo. Era un niño, de pelo castaño claro, extremidades cortas, gran cabeza y horriblemente feo. Para colmo, el niño estaba cubierto por una sábana formada por latas de cerveza vacías.
-¡Oh, no!-gritó entonces Caín. Corrió hacia el chaval. Dani lo persiguió, pero para acompañarlo. Los demás no comprendían qué ocurría.
-¡Despierta, Penco!-gritó Caín cuando llegó al banco, y se subió al asiento para quitar a patadas todas las latas. Dani examinó al chico, le apartó el flequillo para verle la cara.
-¡Venga, Penco!-le dijo Dani. El resto del grupo se quedó parado.
-¿Soy yo, o le llaman Penco?-preguntó Clarisa.
-Eso parece…-comentó Andrés.
-¡Avisemos a una ambulancia!-propuso Saray.
No obstante, el muchacho despertó por las acciones de Caín y Dani. Abrió los ojos de una vez, y se incorporó de un salto. De pie, todos pudieron apreciar que además era pasicorto, y nervioso como pocos. Jamás mantenía la mirada en una dirección concreta más de un segundo, y ojeaba tan rápida y continuamente que provocaba mareo con sólo verlo.
Ese chico era el Niño Penco, como todos le apodaban, debido a su torpeza, causada por una absoluta falta de concentración cuyo origen era el consumo de alcohol y, ocasionalmente, otras sustancias. A pesar de esto, todos lo tenían como un juerguista y un chaval de puta madre, y es que el Niño Penco no se metía con nadie, e incluso tenía conversación y una opinión para todo (esta solía ser “¡Ergh!”).
-¡Señor, cuánto he dormido!-comentó, quizás risueño, aunque parecía tener una sonrisa torva. Su cabeza giró hacia Caín, y tras cambiar de dirección tres veces, le dedicó un ditirambo.
-¡Oh, Caín!-dijo entonces-¡Gracias por despertarme, te lo agradezco! ¡Dime que además tienes algo de comer, y te lo agradeceré de corazón!
-¿No has comido?-preguntó Saray.
El Niño Penco observó con extrañeza a la chica, pero tuvo una revelación.
-¿Es tu novia, Caín?-dijo, con total sinceridad.
Caín abrió los ojos asombrado, pero se echó a reír, como todos menos Saray, que seguía preocupada.
-¡En tu casa te echarán de menos!
-¡No, no creo! Mi madre está acostumbrada, y a mi padre le da igual. ¡Por cierto, Caín, ¿has visto a mi padre últimamente?!
Caín se sulfuró, y Clarisa pudo apreciarlo. ¡Todo se había ido al garete!
-¡Ni siquiera veo al mío desde hace semanas! ¡Como para preocuparme por el tuyo!-le espetó, y el Niño Penco saltó hacia atrás.
-¡Oh, lo siento!
-¡Mis padres se han separado! ¿No te ha contado eso el tuyo?
-¡Mmmm…!-el Niño Penco se cruzó de brazos al cruzar-¡No, para nada! Y mira que van siempre juntos…
-¿Se conocen… vuestros padres?-preguntó Clarisa.
-¡Sí, son compañeros de parranda!-contestó el Niño Penco.
-¡Di más bien que son compañeros de borracheras!-contestó Caín.
-¿No es lo mismo?-preguntó el Niño Penco.
-No necesariamente-dijo Saray.
El Niño Penco la miró como si hubiese dicho una herejía.
-¡Qué desastre! ¡Pobre chico! ¡No sabe divertirse sin alcohol!-lamentó Saray.
-¡Como la mayor parte de la gente de este país!-dijo Andrés, con tranquilidad.
-¡No, también está el fútbol, la música, la televisión…!-empezó Clarisa.
-Los videojuegos…-continuó Dani.
-La literatura, los tebeos, el internet…-siguió Caín.
-¡Y hacerse unas pajillas!-concluyó Luisma.
Todos lo miraron con reparo, y una señora se volvió hacia ellos de lado, pero reanudó su camino de inmediato, convencida de que había oído mal.
-Hombre, habría sido algo más elegante nombrar el dibujo, el teatro, los juegos de rol…-propuso Saray.
-¿Juegos de qué?-preguntó Clarisa.
-De rol.
-Es un tipo de juego en grupo, Clarisa-le explicó Caín.
Antes de que Clarisa pudiera aprender más, Andrés quiso saber algo más del Niño Penco.
-¡Hey, chaval!-le dijo amigablemente-¿Cómo te llamas?
El Niño Penco se volvió a él. Andrés creyó haberse dado cuenta de la razón por la cual era apodado así. Aunque estuviera frente a su interlocutor, el Niño Penco sólo lo miraba a los ojos una de cada siete veces, pues no paraba quieto. Se figuró que ese era el motivo.
-¿Y tú quién eres…?-inquirió extrañado el pequeño, dando muestras de una sana desconfianza.
-Yo me llamo Andrés, ¿y tú?
-Yo no.
Todos se quedaron impresionados por la falta de luces del infante.
-¡Tócate los huevos…!-le espetó Clarisa, pero calló al acordarse del pene de Caín. Se dio golpes en la frente, intentando olvidar el bulto. Luisma, perplejo, no entendía nada en absoluto.
-A ver, él se llama…-Dani lo pensó un buen rato.
-¿Tú tampoco lo sabes?-preguntó Andrés.
Dani siguió pensándolo, y al final respondió.
-¿Crisógono…?-probó.
El Niño Penco redobló su viraje ocular, alterado.
-¡Ergh!-clamó.
-Me da a mí que no…-se disculpó Dani, aunque no consiguió evitar que los demás lo consideraran algo gilipollas.
-¡Anda ya!-lo abroncó Caín-¡Ese era el chico nuevo que conocimos en quinto!
-¿Hay gente que se llama así?-preguntó Luisma, como si hubiese oído que llegaban los marcianos.
-Sí, era de un pueblo. Se cambió de colegio no por haberse mudado, ni por problemas en el anterior, sino porque cerró.
-¿Cerró?
-Sí-continuó Dani-Verás, su pueblo es de los que están siendo abandonados. Él era el habitante más joven, ahora que recuerdo… A los niños los tenían todos en la misma clase, en mesas según su curso-los demás no dieron crédito a lo que oían-, y así fue hasta que quedaron… ¿doce niños?
-No-corrigió Caín-, había doce el último año que asistió. Quedaron tres.
-¡Eso! En ese momento, tuvieron que cerrar ese colegio, y los alumnos se fueron a otros. El tío recorría tres kilómetros todos los días por esa mierda, ¿os lo podéis creer?
Efectivamente, no se lo podían creer.
-Bien, pues esa es la historia de Crisógono… A propósito, ¿a santo de qué hemos sacado este tema?-preguntó Dani.
-Yo quería saber el nombre del muchacho-respondió Andrés, y señaló al Niño Penco.
-¡Cierto! ¡Es curioso cómo hemos olvidado el tema, a pesar de tenerlo delante…!-comentó Saray, observando el frenético movimiento del protagonista de la charla.
-¡Jamás me ha hecho falta decir mi nombre!-declaró repentinamente el Niño Penco, con cierto orgullo-¡Se debe a mi carisma, que supera las fronteras de un vulgar nombre!
-¿Pero tú sabes qué significa “penco”?-le preguntó Saray.
-Torpe-respondió él.
-Más o menos, sí...
-¿No te molesta…?-preguntó insegura Clarisa.
-¡No! Tampoco es tan raro. Lo mismo podrían haberme llamado Niño Borrachín, o Niño Litrona.
-Visto así…
-Bueno… Ya puestos, creo que lo suyo es acompañarte a casa-le ofreció Caín al Niño Penco.
Este no lo esperaba.
-¿¡Ergh!? Estoy bien, no te molestes…
-¡No, no vaya a ser que te sientas mal por el camino! Has dicho que no has comido…-comentó Saray.
-¡Y además, ya damos el paseo!-dijo Luisma.
-¿Dónde vives?-preguntó Andrés.
-En La Costa Este.
-¡No puede ser!-dijo Luisma-Ahí, lo único que hay son chabolas… ¡Oh!
Todos se quedaron mudos.
-¡No os preocupéis, son buena gente!-dijo apresuradamente Caín.
-Sí, bueno, ya sabéis, gente… que no puede permitirse algo mejor por cobrar un sueldo de mierda-explicó Dani-El problema es que algunos son unos borrachos que no trabajan, ¡claro!-y miró por el rabillo del ojo al Niño Penco.
-¡Eh, mi padre sí trabaja! ¡Es perito cartonero!
-¡Ya, claro…!-dijo Caín con sarcasmo.
-¿Qué es eso de perito cartonero?-musitó Saray para que no la oyera el Niño Penco, quien discutía con Caín.
-Que recoge cartones, rebusca en basura y demás-le respondió Dani.
-Oye, ¿y tú cómo conociste a este chaval?-preguntó Luisma, también por lo bajo.
-No hace mucho, venía de vez en cuando a la casa de Caín. ¡La verdad es que es un personaje, apenas te aburres con él!
Mientras continuaba la discusión, mediada por Andrés, siguieron el paseo en la misma dirección, hacia la Costa Este. Esta fue concebida como una zona de disfrute, y un lugar pintoresco para el turismo, pero hacía unos doce años esta fue “poblada” por desesperados que aprovecharon la laxidad de las leyes, y la tolerancia del gobierno de la ciudad, que se excusaba en la “solidaridad” (consistente, básicamente, en que este no hace nada, y los ciudadanos aguantan lo que hay) hacia los necesitados. Al parecer, no era “solidario” convencerlos de que las zonas públicas estaban fuera de la “especulación” (o invasión, que dicen otros).
Por otra parte, y aunque era un sitio de mala fama, realmente no sucedía nada demasiado grave. Lo más seguro, por si acaso, era ir con alguien conocido en el barrio.
Ya estaban cerca, cuando Penco señaló su casa.
-¡Ahí vivo yo!-declaró.
La chabola parecía a punto de venirse abajo en cualquier momento. La pared derecha estaba increíblemente inclinada de modo convexo. Una cortina corredera de color azul marino hacía la función de puerta, y los paneles negros del tejado daban la impresión de bambolearse sobre las paredes amarillentas, que en algún momento fueron blancas.
-¡Pasad, pasad!-invitó el Niño Penco.
-¡No hace falta, esperaremos fuera!-dijo Saray.
Al final entraron Caín, Andrés y Clarisa. Se vieron en una habitación pequeña, con un suelo de material prefabricado, unas cuantas sillas, y una mesita que hacía de comedor.
-¡¿Dónde has estado?!-rugió una madre pequeña, rubia, de piel morena. Rasgos juveniles, como una nariz y unas orejas pequeñas, se entremezclaban con otros maduros, como arrugas.
-¡Por ahí!-contestó, sin dejar de mirar a todas partes, el Niño Penco.
Si su madre no le pegó, fue porque vio a las visitas.
-¡Ah, me lo has traído tú, Caín! ¡Te lo agradezco! ¡Este niño sigue los pasos de su padre…! ¡Aprende de él!-le conminó al Niño Penco-¡Él no sigue el mal ejemplo paterno!
-¡Ergh!-respondió el Niño Penco.
-¡Oh, no es nada!-contestó Caín, humildemente.
-¿Qué tal les va a tus padres?-preguntó la mujer.
-Bueno, como se han separado…-comenzó Caín, pero fue interrumpido.
La madre del Niño penco se consternó.
-¿Se han separado…? ¡No… no lo sabía!
-¡Yo me he enterado hace poco, también!-comentó el Niño Penco-Por lo visto, o papá no se ha enterado, o no va con el de Caín desde hace tiempo…
-¡Un momento…! Entonces, ¿con quién anda mi marido?
Caín levantó las manos, dando a entender lo evidente.
-¡Este hombre va a acabar conmigo!-lamentó, llevándose las manos a la cabeza-Pero bueno, gracias por traérmelo… Y a vosotros dos también… ¿Cómo os llamáis?
-Clarisa.
-Andrés.
-Yo, Alejandra.
Caín hablaba aparte con el Niño Penco, parecía estar aconsejándolo.
-Bueno, me voy-anunció-Si quieres, Alejandra, puede venir a mi casa mañana-comentó, señalando al Niño Penco.
-Mira, es mejor que vaya contigo a que vuelva a estar todo el día perdido.
Se despidieron, y salieron del barrio chabolista.
-Desde luego, llevabas razón-le comentó Caín a Clarisa.
-¿En qué?
-En que no debería preocuparme tanto. Bien mirado, lo que ha ocurrido era lo mejor que podía pasar. Si hubiera tenido que seguir aguantándolo, habría acabado medio loco.
-Bueno, sí, pero me da lástima esa familia-dijo Clarisa.
-Es inevitable, la única manera de no hundirse uno mismo es saber que otros lo están por motivos iguales, o peores, que los nuestros-declaró Saray.
-No estoy de acuerdo con eso que dices-dijo Dani-, mucha gente tiene un día feliz, y se entristece cuando oye de algún suceso desagradable.
-Lo que quiero decir es que muchas personas sufren innecesariamente, porque creen que son las más desgraciadas.
-Saray, en eso consiste estar deprimido, en no poder pensar claramente-replicó Andrés.
-Eso es diferente, yo me refiero a quienes hacen un drama por costumbre.
-¿Por costumbre?-preguntó Caín.
-Mi vecina, por poneros un ejemplo, siempre está contándole al que pilla su vida desgraciada.
-¿Qué le ocurrió?-preguntó Clarisa.
-Pues cuenta que tenía un hijo muy bueno, estudioso y trabajador. No obstante, ese mismo hijo, debido a que frecuentaba malas compañías, acabó muy mal, por lo que no pudo llegar a la universidad en su año.
-¿Tanto tardó?-preguntó Caín.
-Un año.
-Tampoco es para tanto, simplemente se pasaría el último año del instituto haciendo el ganso con sus amigotes-dijo Clarisa.
-¡No, qué va! Lo que os he dicho es lo que cuenta, no lo que ocurrió.
-¿Qué pasó, pues?-preguntó Andrés.
-Simplemente se fue a cenar con una amiga suya pocos días antes de Selectividad, con tan mala suerte que la comida estaba en mal estado por un problema relacionado con una huelga de transportistas, creo. El pobre pilló una enfermedad horrorosa, que lo tuvo cinco meses en fiebres y delirios.
-¡Joder, qué mala suerte!-lamentó Dani-Vamos, que no pudo presentarse a Selectividad porque estaba fatal, simplemente. ¡Para colmo, le echa la culpa a la chica!
-Pues lo más sangrante es que la chica… ¡es la novia actual del hijo!
-¡Buf, qué mujer más insoportable debe de ser!-suspiró Clarisa.
-¡No te puedes hacer una idea! En realidad, esto lo sé por mis padres… Deberías verla cuando se acuerda de su hermano, el que se quedó inválido del servicio militar.
Andrés sacudió la cabeza.
-Pero sigue sin ser lo mismo: Esa mujer gusta de dramatizar, pero no está realmente hundida.
Saray pareció admitir su argumento.
-¿Os hacen unos recreativos?-preguntó Dani.
-¿Por qué no? ¡Es mejor que discutir acerca de las desgracias!-admitió Caín.
-¿Aún existen recreativos?-preguntó Saray, asombrada.
-Uno queda, que conocemos-explicó Dani.
-¿Pero con recreativas actuales, o de los que se quedan congelados en el tiempo?-preguntó Andrés
-¡No pidas tanto!-se quejó Caín.
Clarisa, sin embargo, apenas entendía algo. Luisma, por su parte, se despidió, pues había quedado con un amigo suyo.
Llegaron a un antro perdido en una callejuela del centro. En el interior, recreativas viejas y polvorientas formaban una orquesta estridente. Vieron a dos conocidos, Vilma y Rafael.
-¡Eh, qué tal! ¿Jugando al Pang?-saludó Dani a Vilma.
La chica rubia apenas se volvió, tenía los ojos fijos en la pantalla.
-Sí, a ver si consigo los récords.
-¿Los récords…?-preguntó Clarisa, con duda.
-¡Ah, hola!-dijo Vilma, quien dejó de mirar en un momento-Cada vez que vengo, marco el mejor récord. Sólo me falta uno más, y entonces en la pantalla de récords sólo saldrán mis tres primeras letras, ¡ja!
-¿Cuántos salen en la pantalla?-preguntó Clarisa, consternada.
-Cincuenta-respondió Andrés.
-¿Y tú, Rafael? ¿Qué, has podido llegar al fin a Sagat?-preguntó con sorna Caín.
-¡Déjame en paz!-respondió este, enfadado-¡Ya verás cómo llego, y lo venzo!
-¡Pobre diablo! Mira que no haber llegado aún a ese enemigo…
-Y eso que tiene cuatro botones-añadió Dani.
-¿Qué tiene que ver?-preguntó Clarisa.
-Verás, para jugar bien al Street Fighter II es aconsejable usar todos los golpes, para lo que necesitas seis botones. No obstante, las máquinas en España sólo tienen la mitad, o como Rafael, cuatro. Vamos, que juega con desventaja, pero mejor que lo habitual-explicó Caín.
-¡Oh…!-contestó Clarisa, sin más.
-¡Esa mesa está libre!-señaló Dani.
-¡Bien! Hace tiempo que no juego a esto-comentó Caín.
Era una tabla de hockey de aire. Las mazas colgaban de un lado de tablero de juego.
-¿Quién empieza?-preguntó Dani.
-¡Tú misma, Clarisa!-dijo Andrés.
-¡Vale! ¡Pero contra Caín!-respondió ella.
-¡Te vas a enterar!-contestó él, desafiante.
Tomaron las mazas, y se enfrentaron. Lucharon con denuedo, con el objetivo de marcar los siete goles que les daban la victoria.
-¡Maldita!-rugía él.
-¡Ahora verás!-amenazaba ella.
Los dos golpeaban el disco con furia, pero con control. Finalmente, un rebote inesperado le dio el primer tanto a Clarisa.
-¡Olé!
-¡Mierda!
Caín decidió no quedarse atrás, y cuando depositó el disco sobre el tablero, lo golpeó con saña. El disco, rápidamente, se dirigió al lado contrario. Clarisa intentó interceptarlo, pero le fue imposible. No obstante, no desesperó: sabía que el disco chocaría contra la pared, y no rozaría siquiera la portería.
-¡Ja!-rió ella.
Pero Caín estaba concentrado. El disco rebotó hacia la maza de Clarisa. Cuando Clarisa percibió el impacto, fue tarde. El disco había chocado contra su mano desde detrás, y se coló por su portería.
-¿Eh? ¿¡Será posible…!?-maldijo ella.
-Lo cierto es que desarrolló esta técnica tras jugar incesantemente contra mí-explicó Dani.
-Tienes buena mano, Clarisa-dijo él sarcásticamente.
Ella se airó.
-¡Vale, ahora voy en serio!-gritó, y golpeó el disco con rabia. Lamentablemente, la precisión no fue la mejor, y falló en trayectoria y velocidad. Caín le devolvió el disco con vigor.
-¡Para esa!-gritó él, entusiasmado. Clarisa lo obedeció, pero no pudo darle ninguna trayectoria al disco, que fue de un lado a otro con mientras describía problemas de trigonometría. Caín esperó pacientemente, y entonces volvió a golpear el disco de la misma manera.
Quedaba claro que Caín apostaba por la potencia para desconcertar a su adversario, mientras que Clarisa apostaba por la técnica, y le gustaba apuntar a las esquinas de las porterías.
Clarisa dio un golpe para reducir la velocidad del disco, y apuntó a una esquina.
-¡Ahora sí!-gritó ella, y volvió a golpear con impulso.
Aunque lo realizó perfectamente, Caín lo vio venir, y detuvo el gol, devolviendo el disco. Clarisa se dio por contenta.
“Era imposible que volvieras a golpearla del mismo modo”, pensó ella. “Es imposible golpear así sin calcularlo, y ahora no puedes.”
Clarisa movió la maza en un cuarto de círculo, y golpeó el disco para enviarlo a la otra esquina. Caín no pudo evitarlo, y ella volvió a marcar.
-¡Hurra!-clamó ella.
-Aún queda partido-dijo él, sonriente. Así, la victoria sería más divertida.
Decidió darle cancha, no usar toda su potencia para no quedar exhausto. Esperaba poder encontrar un hueco en su defensa que le permitiera atacar con todo su furor. No obstante, acabó dándose cuenta de que Clarisa era el tipo de persona con una gran resistencia.
“¡Aún así, es muy impulsiva! Debo engañarla… No se lo pensará dos veces.”, pensó él.
Así, de pronto rechazó el disco con energía hacia una esquina del tablero, descaradamente. Dicha esquina se situaba al lado derecho de Clarisa, donde sostenía el maza.
-¡Ahora no será igual!-anunció ella, y devolvió bien, hacia una esquina de su portería, ahora desprotegida. Caín, sin embargo, predijo su acción.
“¡Eres mía!”, pensó.
Rápidamente, giró la maza en el sentido de las agujas del reloj, y golpeó el disco, de modo que su trayectoria hizo un ángulo prácticamente recto. El disco se coló por la esquina de la portería de Clarisa. Ella no pudo evitarlo, Caín había adelantado su golpe unos treinta centímetros antes de lo habitual.
-¡Traidor!-gritó ella.
-¡Déjate de cuentos!-replicó él.
Los tantos siguieron aumentando, mientras los contendientes empezaban a usar trucos más descarados, como casi saltar sobre el tablero para llegar lo más lejos posible.
-¡Ríndete!-decía él, sudoroso.
-¡Jamás!-respondió ella, jadeando.
“¡Bien! Ha llegado mi hora, ha durado mucho más de lo que esperaba, pero al final se ha quedado sin fuelle.”, pensó él, y preparó el contraataque. Dio un golpe inesperadamente fuerte. Clarisa intentó evitarlo, pero no pudo.
“¡No pasa nada, va al tablero!”, reflexionó ella.
Pero Caín no esperó que Clarisa no contraatacara, y el disco volvió con mucho vigor hacia su portería. La sorpresa le impidió pararlo.
Clarisa empezó a reírse, mientras Caín maldecía furiosamente. El público se quedó pasmado.
-¡Ahora voy en serio!-rugió él.
-¡Aquí estoy!-invitó Clarisa, risueña.
Caín lanzó el disco con ira, y Clarisa lo paró como tuvo. Rápido como una serpiente, el brazo de Caín interceptó el disco con un golpe seco, y este despegó de la superficie de juego.
Caín se quedó absorto mientras veía el disco volar, y Clarisa sólo pudo apartarse, estupefacta. El disco salió volando hacia un chaval que jugaba en una recreativa del Peggen 4.
-¡Cuidado!-le gritó Andrés, y el chico se volvió a tiempo para ver el disco. Se quedó aterrado, pero Andrés lo salvó del golpe.
-¡Lo siento, de veras!-se disculpó Caín.
-¡Falta! ¡Exijo penalti!-reclamó Clarisa.
-¡No te pases!-dijo él.
-No sé, Caín, pero me parece que lleva razón-dijo Saray.
-Sí, la falta es falta aunque sea involuntaria-afirmó Dani.
-¡Putos! ¡Va, da igual, no me das miedo!-aceptó Caín.
Andrés puso el disco en el centro exacto entre el medio tablero y la portería de Caín. Clarisa se adelantó para poder tirar. Ambos se concentraron: Ella, porque sabía que si fallaba, podía salirle caro. Él, porque era difícil.
Clarisa tiró bien, pero mejor interceptó Caín. De nuevo, el disco despegó. Pero ahora, no tocó el tablero hasta que entró por la portería de Clarisa.
-¡No lo puedo creer!-lamentó Clarisa.
-Si te soy sincero, yo mismo tampoco-admitió Caín, consternado.
-¿Cuál será la probabilidad de que ocurra algo así?-preguntó Saray.
-Ni idea… ¿Una entre un millón?-sugirió Dani.
-¡Fascinante…! ¡Tengo que jugar contigo, Caín!-comentó Andrés, consternado.
-Me refiero a ambos tiros volantes seguidos, más que entre justamente en la portería-añadió Saray.
-Ya lo sé-dijo Dani-Hay mucho burro por ahí suelto, y basta que el disco se deteriore por un lado para que esto pase con mayor facilidad.
Volvieron a ponerse en juego, se disputaban los últimos tantos. De pronto, Clarisa perdió la maza.
-¡Oh, no!-lamentó. Caín golpeó el disco antes de darse cuenta, y se quedó mirando con cara de circunstancias. Clarisa tuvo que actuar rápido. Se balanceó sobre la esquina del tablero hacia el mango, y lo cogió con la mano izquierda. El disco estaba cerca de la portería. Sabedora de que no podía pararlo, lo desvió desde detrás, desde el sentido de su contrario. El disco fue con un impulso mayor a la esquina del tablero.
Así, el disco llegó cerca de Caín, y Clarisa recuperó su sitio. Caín dio un primer golpe para reducir su velocidad, y volvió a hacerlo para dirigirlo a la esquina izquierda de la portería de Clarisa.
“¡Leches, no ha cambiado de mano!”, pensó, asombrado.
Ella golpeó, y Caín experimentó la sensación de luchar contra un zurdo. Desacostumbrado, perdió el control y el juego. Clarisa le había ganado por sólo dos goles.
-¡Hurra!-gritó ella.
-Sí, has jugado muy bien-dijo Caín-Ha sido divertido, pero la segunda vez no será igual.
-¡Jujuju! ¡No creas, yo también he aprendido de ti!
-¡Ahora yo!-dijo Andrés.
-Tengo el brazo molido-dijo Clarisa.
-Gracias, pero tengo sed. Voy a comprar algo-dijo Caín.
-¡Invítame a algo!-exigió Clarisa.
-¡Bah…!-dijo él, y discutieron.
-¿Quién, entonces?-preguntó Andrés.
-¡Yo!-contestó Dani-¿No te importa?-añadió a Saray.
-¡No, jugad!-indicó ella.
El partido que disputaron no fue tan divertido como el anterior, ya que la diferencia entre Andrés y Dani era demasiado obvia. El momento más señalado fue cuando Dani logró confundir a Andrés, y le coló un gol por el borde tras usar intencionadamente la esquina.
Finalmente, Andrés lo venció con gran diferencia.
-Has empeorado desde que empezamos el curso-dijo Caín-Demasiadas juergas.
Sorbió un refresco de cola.
-¡Qué poca habilidad ha demostrado! ¿Seguro que es tu gran rival?-preguntó Clarisa.
Bebió un refresco mineral de naranja.
-¡Callaos! No sabéis lo difícil que es recuperar fuerzas en sólo cinco horas de sueño para estar de marcha toda la noche.
-¡Ya…!-ironizó Caín.
-¡Si tú lo dices…!-dijo Clarisa de falsete.
Saray parecía sentirse aparte.
-¿Seguro que no quieres jugar?-le preguntó Andrés.
-Es que no me gusta demasiado-contestó ella-Prefiero el billar-señaló una mesa que iba a quedar libre.
-Pero somos impares, para jugar por equipos no vamos bien-dijo Dani, y entonces vio que Rafael deambulaba cerca.
Caín se giró para verlo mejor.
-¿Qué tal te ha ido?-le preguntó Caín.
-¡He ganado! ¡Ha habido un noqueo doble, pero le he ganado!
-¡Mola!-dijo Dani.
-Bison es, si lo llevas bien, más fácil de vencer-comentó Caín.
-¿Te apuntas a jugar, Rafael?-ofreció Andrés-Nos falta uno para hacer un equipo.
-¡Me gustaría, pero no me queda ni un pavo!-dijo él, desolado.
-¡Te invito, hombre!-comentó Dani-¡Como premio por haber ganado al fin!
-¡Muchas gracias!
-Bien, veamos… ¿A quién se le da bien jugar?-preguntó Andrés.
Sólo Saray y Dani levantaron la mano.
-¡Vale, pues cada uno en un equipo!-concluyó.
-¡Yo voy con Dani!-dijo Rafa.
-Yo prefiero ir con Saray-dijo Clarisa-¡Únete tú también, Caín!
-¡Vale!-gritó este, entusiasmado.
-Yo me voy con vosotros dos, pues-dijo Andrés.
Echaron a suertes quién empezaba con el relativamente desconocido método de lograr que un chicle se quedara pegado al techo. Clarisa era hábil en ese arte, y ganó, pero dejó que sacara Caín.
-¡Ten cuidado, ¿eh?!-le advirtió Clarisa-No te pases, que eres capaz de meter la negra antes que ninguna.
-¡Tranquila!-dijo él, sacando la lengua. Clarisa volvió junto a Saray.
-¿No te parecen curiosas las personas que sacan la lengua antes de hacer nada?-preguntó Clarisa.
-En mi opinión, es un instinto que viene de la parte más primitiva del ser humano, como el que los niños se lleven las cosas a la boca…-respondió Saray.
Caín tiró con energía, pero moderadamente. Las bolas se desperdigaron velozmente, con resultado dispar: entraron dos bolas lisas y una rayada.
-¡Bien, puedes tirar de nuevo!-celebró Clarisa.
-¡Nanay, ha metido una de las otras!-se quejó Dani.
-Se compensa porque ha metido después una bien-comentó Saray, y señaló las tres bolas introducidas. La rayada estaba entre las otras dos.
-¡Dita sea su estampa! Vale, ¡pero que no vuelva a hacerlo!-admitió Andrés.
Caín volvió a tirar, y se las arregló para poner varias bolas de su color cerca de huecos.
“¡Maldito, tiene la suerte del principiante!”, pensó Dani, fastidiado.
Fue su turno, y se las arregló para meter una bola con carambola, de modo que apartó una bola de los contrarios al otro lado. Dani sonrió, complacido.
“¡Hala, qué hábil es!”, admitió Clarisa.
Caín no se sorprendió, sabía de su habilidad. Saray tampoco pareció impresionada.
-¡Mirad y llorad!-de un tiro, Dani fue capaz de introducir una bola más, y preparar otra para el turno siguiente.
-¡Mola!-exclamó Andrés, contentísimo.
-¡Sigue, sigue!-lo animaba Rafael.
Dani metió otra más, pero tuvo las cosas más difíciles en el siguiente tiro, y sólo pudo ver cómo su bola se quedó cerca del hueco.
-¡Os toca!-comentó, sin más.
Clarisa fue la siguiente, y no pudo meterla, pero pudo tener turno. Andrés, a continuación, tuvo buena suerte y metió otra. En su siguiente turno, la perdió.
“¡Vamos ganando! Ellos han metido dos, y nosotros, cinco”, reflexionó ufano Rafael.
Saray tomó el taco de manos de Clarisa. Examinó la situación de las bolas, midió ángulos con el taco, y pareció reflexionar. Finalmente, se dispuso a golpear la bola blanca.
“¡Bah, se va a limitar a lo fácil, a esa bola!”, pensó Dani. Una de las bolas enteras había quedado libre para entrar tras el tiro de Andrés.
Sorprendentemente, la bola blanca pasó al lado.
-¡Falló!-gritó Dani, sin evitar su regocijo. Pero su regocijo se fue de inmediato.
Una hábil carambola introdujo dos bolas enteras en sendos huecos inmediatos. Saray volvió a estudiar la situación, y entonces metió otra bola difícil. Finalmente optó por la más fácil. Con los dos turnos sobrantes, decidió mejorar la situación a su favor como pudo.
Caín estaba asombrado, y Clarisa ya cantaba victoria. Rafael se quedó espantado, Andrés patidifuso, y Dani disimuló su preocupación.
“¡Mejor así, con una buena rival!”, quiso convencerse.
Quedaban dos bolas que meter a su equipo, así que se concentró para su turno.
“Basta con esperar. Ya hay pocas bolas y es fácil conseguir resultados. Basta que Rafael mueva las bolas, es difícil que pueda estar peor la situación”, decidió. Sabía que no tendría otra oportunidad, porque Saray podía sentenciar el resultado.
Rafael tiró al fin, pero lo hizo mal, y le dio a la bola ocho. No obstante, la trayectoria que siguió movió las dos bolas rayadas restantes del modo más adecuado.
Fue el turno de Caín, que miró su bola, y el que le pareció el hueco más razonable. Estuvo un buen rato mientras decidía cómo tirar, y se decidió. Falló, pero la carambola hizo que se metiera en otro hueco.
“¡Tiene una suerte diabólica…!”, pensó Dani. “¡Pero bueno…!”, se dio cuenta entonces.
-Caín…-empezó a decir Clarisa.
-¿Sí?-preguntó él.
-Tienes que meter la bola negra en ese mismo agujero.
Caín se quedó boquiabierto.
-¡Ah, sí! Ya no me acordaba.
Por supuesto, la bola ocho estaba bastante inaccesible en un solo tiro. Clarisa se llevó las manos a la cabeza. Saray mantenía la sangre fría.
Ufano, Dani se preparó bien, e introdujo las dos bolas, una tras otra. La bola ocho estaba difícil, pero él podía.
“¡Ya está!”, pensó, pero algo inesperado ocurrió. Una segunda bola blanca entró, dio un golpe a la ocho, y se coló antes de que nadie pudiera evitarlo. Todos se quedaron de piedra.
-¡Ahí va, qué mal le he dado!-gritó un individuo adulto, con cara de pardillo-¡Perdonad, ha sido un accidente! ¿Ha pasado algo?
Ninguno tuvo ánimos de responderle. Finalmente, el resultado fue empate por injerencia de un jugador de la mesa vecina. La bola ocho, quizás porque el destino es irónico, o el azar es un guasón, se coló justo por el hueco situado entre los objetivos de los jugadores.
-¿Alguien tiene ganas de más?-preguntó Andrés.
-La verdad, a mí me esperan en mi casa-dijo Saray.
-Yo tengo que cuidar a mis sobrinos-dijo Clarisa.
-Dentro de poco, me iré de juerga-comentó Dani.
-Yo, en principio, no tengo nada que hacer-dijo Caín.
-Yo tampoco, pero los dos solos será algo aburrido-comentó Andrés.
-¡Lo hemos pasado bien, que es lo que cuenta!-comentó Clarisa.
-¡Sí!-confirmó Saray.
-Pues nada, cada cual a su madriguera… Caín, mañana iré a tu casa, ¿vale?-dijo Dani.
-Sí, estaré con el niño Penco.
Se despidieron, así como de Rafael, que iba a ver a un amigo suyo. Mientras salían, vieron a Vilma.
-¿Has marcado el nuevo récord?-le preguntó Dani.
-¡Sí!-respondió, con los dedos en señal de victoria-¡A partir de ahora, sólo se leerán mis iniciales!
-No es por nada, pero los récords se borran cada tres meses… ¿Lo sabías?-le dijo Caín.
-Sí, lo he grabado con el móvil-respondió ella, pizpireta-A partir de mañana, me concentraré en el Snow Bros…
-¡No tiene remedio!-comentó Dani, impresionado.
Así, cada cual fue a su casa.

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Dentro de poco, otro especial por un motivo diferente.