Decían el otro día en Politikon
que hay gente que aún cree en el Buen Salvaje. Es llamativo que señalen el
papel de la antropología, porque mis lecturas en esta disciplina me han llevado
a darme cuenta de que se pueden trazar paralelismos entre los comportamientos
de los pueblos sin estado y los estatales. Por otro lado, hay que reconocer que
“salvaje”, como “primitivo”, es un término bastante ambiguo que lo mismo
designa un grupo de cazadores-recolectores, un pueblo nómada o un asentamiento
agrícola, que entre sí tienen claras diferencias. Hay mucho
malentendido al respecto.
Pero no se preocupen, porque no quiero
dar el coñazo con el Buen Salvaje. Más bien es una entrada humorística. Como mi
familia está por medio, reduciré la anécdota a lo esencial: mi hermana se
casará en julio, por lo que estamos haciendo preparativos. Ustedes
sabrán que uno de los problemas con las bodas son los invitados, porque a
diferencia de lo que ocurre con los listados, además de que todos los que estén
sean relevantes, todos los que son relevantes deben asimismo estar. En el
fondo, es el clásico problema de quiénes son los auténticos amigos frente a los
simples conocidos.
Nuestro modelo de familia se llama esquimal, por cierto. |
Esto se complica cuando entran en
escena los familiares lejanos: esa gente que puede ser el tío del padre, pero
que los novios no conocen (¿Y acaso deberían?), luego no debería ser invitado.
Pero, ¿qué ocurre cuando a alguien se le ocurre invitar a ese tío que hace años
que esta misma persona no ve? En el caso de mi hermana y de mi cuñado, al ser
ellos los organizadores, no debería importar. ¡Ja! Ojalá. Este sería el caso si
habláramos de personas que tuvieran claro que estamos ante el nacimiento de una
nueva familia.
Uno de los problemas más usuales
en las familias es lo que podríamos llamar “síndrome del clan”, que puede
entenderse como empeñarse en que TODOS los miembros de la familia son sólo los
de una parte. Esta creencia es más frecuente entre solterones (o singles, si es
usted un guanabí de los cojones), pero tampoco es imposible entre casados, especialmente
cuando viven con sus padres o hermanos solterones. Esta actitud se manifiesta
en la incapacidad de reconocer que la familia de los cónyuges de hijos y de
hermanos también lo es para nietos y sobrinos.
Falta el primo Cosa. |
Pues algo así ha ocurrido. A una
de las partes se le ha ocurrido invitar a una prima que, para colmo, ni
siquiera se habla con el proponente de esta idea. A la otra parte le ha sentado
como un tiro. ¿Cuál es la razón para ello, pues? Una de las más simples es
numérica: más gente en la boda, más luce. Como hay varias partes, cada una
compite para ver cuántos familiares trae: la del novio contra la de la novia,
en primer lugar, y dentro de cada una de estas, la paterna contra la materna.
Es como el potlatch, una
celebración de los kwakiutl, hoy en día Kwakwaka’wakw, un pueblo con estamentos
sociales de la costa norte canadiense. Este festival lo conocí por el retrato
que hacía Marvin Harris en Vacas, cerdos, guerras y brujas, y básicamente
consiste en que el grupo que haya tenido una mejor pesca de salmón (la base
económica de estas gentes) obsequia a sus vecinos con diversos regalos:
pescado, aceite, leña, mantas y hasta en algunos casos extraordinarios, el jefe
manda quemar la choza donde están los invitados para dar un discurso
elogiándose a sí mismo mientras el incendio prosigue. Los agraciados, no
obstante, se dedican a menospreciar cuanto reciben, e incluso consta que se
quejan del frío mientras la casa está ardiendo.
El novio, en plena despedida de soltero. |
Por si alguien se pregunta el
porqué de esta fiesta, el motivo real está en la redistribución de víveres de
los mayores productores a los menores, debido a que las migraciones de los
bancos de salmones son impredecibles. Asimismo, es una demostración de poder,
como puedan serlo unas Olimpiadas, que le cuestan dinero al país organizador.
Piénsese que nosotros tenemos el dicho “tirar la casa por la ventana” para
decir que alguien está gastando una cantidad de capital importante.
Así, nosotros demostramos nuestro
poder con los invitados de boda. Por un lado, con el ya dicho número, y por el
otro, con la rareza de los mismos. Si son veinte primos, y con la mitad no te
hablas por una mezquina discusión en torno a una herencia, demuestras un poder
enorme por haber dejado a lado falta de contacto y vulgares querellas.
Estampa atípica, en la que vemos cómo hasta ese primo tan lejano se integra perfectamente. |
No hay más que ver la reacción
dentro de mi familia: de sentirse ofendido, de amenazar con no acudir a la boda
o de llorar por no poder invitar a los primos lejanos (de cada cual). Yo me lo
tomé con humor antropológico y me costó una acusación de estar al lado del
familiar invitaprimos (a falta de un término mejor), a la que respondí con
sarcasmo. Mi hermana tuvo que ponerlos en su sitio y dejar claro que los
invitados son conocidos suyos y/ o de mi cuñado, lo que rematé con una broma.
Mientras tanto, nuevas
estrategias surgirán para demostrar el poder: decidir dónde se sienta cada uno,
cuáles serán los regalos, y quién recita los versículos de la Biblia (que nadie
oirá porque varias señoras tendrán a bien comentar el buen aspecto de los
zapatos de alguna de las hijas de la Paquita*). Luego, a zampar como leones.
*Personaje mítico sevillano, al
que se le atribuyen varias hijas ya adultas, caracterizadas por su buen acierto
al elegir zapatos y presentes en cualquier boda, reunión de vecinos o asunto
más o menos serio en el que yo haya estado presente, como mínimo.
5 comentarios:
Como futuro cuñado tuyo no me ha gustado nada la comparación de mi familia con los aleutianos esos y sus extravagantes ritos.
Thatcher era química, como tú
Es que yo sólo el conocía el potlatch de los kwakiutl, ¡jeje!
Sí, ya lo sabía. Doctora en q. orgánica, ni más ni menos.
Y Rubalcaba, y...casi teneís el mismo éxito en política que los abogados...je, je
Pero hablamos más claro.
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