martes, abril 29

¡Tercer aniversario! Cuarta hilaridad (II)

En efecto, aquí se puede leer a continuación:

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Las horas de clase transcurrieron monótonamente. Al acabar el colegio, cada uno se fue por su camino. Déisdrol y Caín volvieron juntos, según acostumbraban.
-Bueno, pues a hacer los deberes, y luego a buscar el juego-comentó Caín.
-Antes comerás, ¿no?
-Pues no sé…
-¿Estás a régimen?
-No, es que mis padres se pasan el día discutiendo últimamente, y cuando el ambiente se caldea, suelo preferir mi cuarto.
-¡Oh…!-exclamó Déisdrol-Lo siento, tío.
-No te preocupes, tampoco llega la sangre al río. De hecho, a mi padre le ha dado ahora por no estar casi nunca, ¡ya ves!
-Y tu madre, mientras tanto, ¿qué hace?
-Pues seguir a lo suyo, en la tienda. Me ha dejado encargado de todo, así que estoy como antes, pero moviéndome un poco más. Yo lo prefiero así, la verdad.
-¡Huuuuuum!-suspiró resignado Déisdrol, quien había barruntado el siguiente acontecimiento.
Como se comentó en otra ocasión, Caín vivía muy cerca del instituto. Vivía en un bloque de pisos llamado hasta hace unos pocos años La casa de los Chisposos, ya que se edificó para las familias de los antiguos operarios de la compañía eléctrica. En la actualidad, dichos trabajadores estaban ya jubilados, y en la mayoría de los pisos vivían sus herederos. El bloque era de ladrillos, de veinte pisos, con dos alas que se repartían dos de las fachadas para sus balcones. Una de las fachadas asomaba los balcones a la calle en sí, pero la otra apuntaba a las ruinas de un antiguo economato. En verdad, el edificio presentaba otros detalles, aparte de los balcones orientados del modo contrario al esperado, que revelaban cierta falta de atención durante la obra de construcción. Por ejemplo, habitaciones individuales justo al lado de la puerta del rellano, en vez de la cocina. Quizás era un intento de habitación para invitados. Los propios balcones, en el ala correctamente orientada, estaban construidos a continuación de la cocina. Quizás el arquitecto quiso innovar en su tiempo, pero a Caín le parecían detalles extrañísimos.
Una vez llegaron a la puerta del bloque, se despidieron. Caín pulsó el botón de su piso en la superficie metálica del interfaz denominado portero automático.
-¿Sí?-oyó decir a su madre.
-¡Abre, soy yo!
Un segundo de silencio, y entonces se oyó el zumbido. La puerta cedió simplemente con su peso. Subió por bloques de piedra tallados y ornamentados, apoyándose en un fragmento largo de madera barnizada. Su casa estaba en el piso noveno, y aunque había ascensor, no le gustaba usarlo. Tres minutos después, vio la entrada abierta, y pasó cerrándola.
-¡Hola, mamá!-saludó. La madre estaba sentada en la mesa, tomando el almuerzo.
-Hola, Caín. ¿Cómo te ha ido hoy?
-Como siempre-respondió él, y depositó la mochila blanca sobre la silla más cercana-, muy aburrido. Los ejercicios son muy fáciles.
-Ten cuidado, que sueles confiarte demasiado… Sé que eres muy capaz, pero todo el mundo necesita trabajar un mínimo para lograr resultados.
-¡Ya, ya!-dijo, y miró a su alrededor-¿Hoy tampoco está?
-¡No, hijo, no está!-la madre suspiró, haciendo un malabar con el tenedor que iba a amerizar en la sopa. Sus ojos se asomaron en los rabillos más lejanos a Caín-Hoy tampoco.
-¡Ajam…!-dijo Caín, muy tranquilo.
La madre se quedó mirándolo. La sopa seguía enfriándose.
“Esto no puede continuar así”, pensó ella. “Con la chica aún debo esperar, pero parece que él ya ha asumido las circunstancias.”
-Caín, ¿vas a sentarte?-quiso preguntar ella.
-¡Sí, ya, ya voy a sentarme!-dijo él-Pero antes cogeré la comida, ¿no?
La madre observó cómo fue a la cocina y se sirvió él mismo. Rápidamente, volvió y se sentó frente a ella, y sin decir nada más, empezó a almorzar.
“Ahora no”, pensó ella. “No quiero arruinar la comida. Demasiadas veces se ha ido al garete.”
-¿Cómo te va en clase?-decidió preguntar, sin mucho interés.
-Bien, ya te lo he dicho.
-¿Y con los compañeros?
-Mejor que el año pasado, son formales. Hay algún payaso, pero no les dan cancha. De momento, ningún gamberro.
-¿Y son aplicados?
-En eso, cada uno es un mundo. ¡Pero vamos, más que el año pasado, desde luego!
-Me alegro. Me has quitado otro peso de encima.
-¿Otro…?
-¡Eh, quiero decir que me alegra que sean formales, y también que sean aplicados! Me preocupaba que tuvieras que pagar por un nivel bajo, como en el anterior curso.
-¡Ah…!
Siguieron comiendo.
“Quizás debería decirle ahora mismo que su padre se ha desentendido de nosotros, y que estamos separados”, pensó la madre.
No obstante, siguieron comiendo sin dialogar más. Así, como dos desconocidos en un comedor, sentados el uno frente al otro. Cuando acabaron, se levantaron y llevaron los platos al fregadero. Antes de lavarlos, la madre se quedó un rato sentada, descansando. Caín la acompañaba, dejando reposar la comida.
-¿Cómo te ha ido a ti en la tienda?-preguntó él, de pronto.
La madre se sorprendió.
-Regular, hijo. He vendido, pero no demasiado. La verdad es que estoy más cansada de aburrimiento, que de esfuerzo.
-¡Ajam…!-dijo él, mirando tranquilo el techo.
La madre volvió a observarlo, y se prometió a sí misma que le contaría (o confirmaría) su nueva situación marital ese mismo día, pero le pareció mejor decírselo por la noche, cuando hubiese vuelto de trabajar. Para entonces, Caín ya habría echado la tarde, y su hija Mercedes aún estaría en casa de una amiga.
Media hora después, se levantó para lavar los platos. Solo, Caín recordó el trato con Saray, y fue a su habitación. Esta estaba a la derecha del pasillo, y era pequeña, pero suficiente. A la derecha, había una estantería con libros, tebeos, y juegos. A la izquierda, el armario de la ropa. Ambos muebles creaban a quien entraba el espejismo de que pasaba por el espacio dejado por dos columnas geminadas. Un poco más adelante, una cama de colcha azul y sábanas blancas. El diseño era modesto, con patas cuadradas, y una cabecera rectangular. Al fondo había un escritorio, consistente en una simple mesa y una silla móvil, que originariamente, formó parte de una oficina donde trabajó el padre de Caín. En una esquina, había un televisor pequeño, de pantalla de catorce pulgadas. En principio, era también de su hermana, pero él disfrutaba de la mayor parte del usufructo por su afición a los videojuegos. Estaba situado en una cómoda. Debajo, había un par de consolas.
Giró a la derecha, y entre las murallas ilustradas no le costó encontrar su objetivo. Caín era bastante ordenado. Los juegos de la ya entonces vieja consola Pega Pibe estaban en la repisa inferior, y la carátula llamada Tale of Snorf estaba situada la primera a la izquierda, en representación de una línea apoyada a la derecha.
Era el último juego de dicho sistema con el que había jugado, que no el último que había comprado. Lo cierto es que la Claymotion tenía una buena oferta, pero de momento no se había reído tanto como con ese juego. Los gráficos palidecían incluso para la época en que salió, y el sistema de juego en sí era muy simple, de hecho, demasiado. Pero el argumento era sencillamente desbordante, una parodia clara de los juegos de rol clásicos, con un grupo de antihéroes singulares: Un protagonista perezoso y nada voluntarioso, su feo y simple amigo de la infancia, una muchacha medio loca y un coro de secundarios desquiciados. Cada situación estaba claramente inspirada en los tópicos del género.
Abrió la carátula, y examinó el manual de instrucciones. “No está demasiado arrugado”, pensó tras sacarlo. En su día, lo releyó por lo menos cuatro veces, y otras tantas en posteriores. Se alegró de que no sufriera “efecto otoñal”, metáfora empleada por un foro de la red poblado por ingeniosos usuarios para describir la caída de las hojas de los tomos de tebeos.
En ese momento, su madre entró en su cuarto.
-Caín, te veo esta noche-le dijo ella.
Él asintió sin mirarla. Ella se acercó silenciosamente, y le puso la mano en el hombro.
-Tengo que contarte una cosa importante luego. Te lo digo porque prefiero que para entonces hayas hecho todo lo que debas y quieras hacer, ¿de acuerdo?
-¡Vale!-respondió él, consternado.
-Bueno, ya es hora-su madre miró el reloj.
Salió de la habitación acompañada. Antes de salir, la madre le dio un beso. Él la vio bajar, y cuando la perdió de vista, cerró la puerta. Se asomó por la ventana, la siguió con la mirada hasta que estuvo lejos. La tienda de su madre estaba cerca, a sólo dos calles.
“¿Qué querrá contarme?”, pensó él. “No creo que sea por los estudios. ¿Algo familiar? ¿Algún bautizo o comunión?”
Por lo que dijo, parecía que iban a hablar largo y tendido.
“Será mejor que haga los deberes antes que nada”, concluyó, y volvió a su cuarto tras recoger la mochila de la silla donde la dejara antes.
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Por su parte, Clarisa también volvió acompañada. Piñero y ella vivían en el mismo barrio, y al poco de encontrarse en la nueva clase, cogieron la costumbre de volver juntos.
-¿Se ha enterado bien Déisdrol?-preguntó ella.
-Sí, no te preocupes.
-¡Se ha ido tan rápido…!
-Cosas de Caín, que le gusta salir pronto.
-También le gusta llegar pronto.
-¡Ya ves!
Caminaron. Su barrio estaba situado a media hora a pie. Era un área en la cual había bloques de pisos escasamente agrupados, haciendo que un peatón se sintiera por la zona como un campista cuando llega a un claro del bosque. Por ello, gran parte del terreno era zonas comunes, permitiendo el juego libre de los niños, sin temer el tráfico rodado.
-Tú conoces a Caín, ¿no?-preguntó ella.
-Bueno, del curso pasado. Sé cómo es, pero no demasiados detalles de su vida.
-Oye… ¿Crees que le ha sentado muy mal que lo hayamos elegido delegado?
-No, ¿por qué preguntas eso?
-Bueno, es tan arisco…
-¡No, no te preocupes! Se comporta así por lo que le pasó el año pasado.
-¿Tan mala era tu clase?
-¿Mala? ¡Era lamentable! Figúrate que en esa clase, yo era buen alumno.
-¡Hombre, tan malo no eres…! Si estudiaras algo más…
-Lo que quiero decir es que la mayor parte de los alumnos no hacían nada. Nada de nada. Pura dejadez.
-¡Joder! ¡Pues entonces yo tuve suerte! En mi clase éramos normalitos, pero como mínimo avanzábamos. Había un gandul, pero a mitad de curso se desentendió-dijo ella, y calló un momento-Bueno, la verdad es que antes de irse, tampoco causaba problemas…-concedió ella.
-Sí, y este año has vuelto a tenerla. Y nosotros la hemos tenido.
-Déisdrol, Caín, y tú, ¿no?
-Y también este chico… Este…
-¿Quién?
-Ese que está a la izquierda de Celsio…
-No me acuerdo… Creo que no sé cómo se llama. ¿Estuvo contigo el año pasado?
-Sí, pero nadie lo llamaba por el nombre. Tenía un mote por algo que ocurrió en el negocio de su padre, o algo así… ¡Mira, da igual! Pues este muchacho, también.
-¡Ajá!
-Y ya que lo he nombrado, Celsio y Saray también han tenido suerte.
-Y Shasha, ahora que pienso. ¡Jolines, ¿han juntado a todos los que valían la pena en una sola clase?!
-No lo sé, la verdad…
Siguieron andando sin hablar, mientras pasaban por dos semáforos. Clarisa entonces se mordió el labio.
-¿Y qué pasó entonces, la tomaron con Caín?-preguntó ella.
-Más que eso, fue una putada concreta que le hicieron. Verás, fue en el festival intergaláctico de monstruos…
-¿El qué?-preguntó ella, con la boca torcida.
-¡El concurso intergaláctico de monstruos!
-¿De qué puñetas hablas?
-¿No os enterasteis en vuestra clase?
-¡No!
-¡Con razón decían que estabais en la parra!
-¡No estábamos en la parra, estábamos estudiando!
-¡Seguro que tampoco estuvisteis en el día de las torturas!
-¡Joder, mira que erais raritos, todo el día haciendo el imbécil!
-¡Da igual!-Piñero alzó los brazos, y retomó su explicación-Mira, se celebró un concurso con representantes de otros mundos, para determinar cuál era el más horrendo.
-¡No… no lo sabía! ¿Seguro que no era gente de otro instituto disfrazada de payasos?
-¡No! Verás, de nuestra parte fue Caín…
-¡Caín no es feo! No es que esté buenorro, pero…
-¡Ya, ya! Si fue por sus ojos. Ese año tenía unas ojeras horribles, ya que no podía dormir entre la tensión que le causaba el patetismo del resto de la fauna de nuestro curso y las peleas de sus padres, y daba lástima verlo. Tenía ataques de agresividad, y con esos ojos tan irritados, flanqueados por orzuelos y ojeras parecía un zombi. Acojonaba lo bastante para que todos nos fuéramos al otro lado.
-¡Jo, el pobre!
-En esas estábamos cuando llegó la noticia del concurso, y tuvimos la brillante idea de enviarlo para ver si ganaba el premio, que era muy cuantioso. Cuando oyó que podía ganar dinero fácilmente, se alegró, y aceptó enseguida. Incluso acordamos que nos los repartiríamos entre los implicados, dándole a él una parte diez veces mayor.
-¡Qué generosos!
-Pues empezó el concurso, ¡y no veas qué candidatos! Pero Caín los superó a todos, como el feroz insomne que era (lo usó incluso como nombre artístico). ¡Pero no ganó! ¡Cuánto lo lamentamos!
-¿Por qué?-preguntó Clarisa, viendo que Piñero se tapaba la cara.
-¡Por el jurado! La mayoría de miembros eran del instituto, ¡y votaron en contra!
-¿¡Por qué!?
-Porque le iba a dar mala imagen al instituto-dijo Piñero, y Clarisa se quedó boquiabierta.
-¡Qué chorrada!
-Supongo que por eso quedó ocultado al público-siguió Piñero.
-¿Y tú cómo lo sabes? ¿Te lo contó Caín? ¿La historia?
-¡No qué va! Fue ese chico que también estuvo con nosotros el año pasado, de cuyo nombre no consigo acordarme, también estaba en el ajo. Yo sospeché algo cuando leí el nombre del ganador, fui a preguntarle a él, y nos lo confirmó. Yo estaba con el grupo hablando, y nos quedamos sorprendidos. No nos esperábamos semejante final.
-¡Joder, qué corruptos, eso es trampa!-se quejó Clarisa-Bueno, ¿y quién ganó?
-Pues no lo sé bien, la verdad, el asunto me dio asco y no quise saber más. Caín tuvo la impresión de que tanto sufrimiento no le valió para nada, y quedó algo traumatizado.
-Entiendo…-dijo Clarisa, y reflexionó.
En ese momento llegaron a su barrio, y se pararon un rato.
-Quizás deberíamos haberlo invitado o algo, ya sabes… Romper el hielo-propuso ella.
-¡Déisdrol lo ha intentado, pero no estaba para nadie! Estaba hablando con Saray, creo…
-¡Oh! Pues entonces, para la próxima vez.
-No sé, no le gusta el fútbol…
-¡Vaya!
-Bueno, mira, ya veremos en otra ocasión. Me voy a comer, te veré después.
-¡Venga! A las seis y veinte.
-¡De acuerdo!
Cada uno se fue a su casa. Clarisa entró en su bloque con su propia llave. La portería era espaciosa, con una planta en una maceta. Había cristaleras que dejaban que el sol dotara de vida la estancia. Clarisa subió por las escaleras. Su piso estaba en la tercera planta.
Abrió también la puerta de su casa. Dentro, cuatro personas miraban la puerta.
-¡Hooola!-los saludó ella.
-¡Hola, Clarisa!-saludó un hombre de estatura media, complexión normal y moreno.
-¡Hola, chiqui!-le dijo una mujer parecida a Clarisa.
-¡Hola, tía!-dijeron a la par dos niños.
-¡Hola, sobrinos!-dijo Clarisa, y besó a ambos, y a la mujer.
-¿Qué tal te ha ido?-le preguntó la mujer.
-Como siempre, Tania: Más o menos entretenido.
-¡Ajam…! Bueno, luego llamaremos a papá y mamá, ¿vale?
-Sí, vale… ¿Y a ti cómo te ha ido, cuñado?-le preguntó Clarisa al varón.
-¡Bien, he vuelto muy pronto, ya ves!
-¡Venga, que sólo faltas tú en la mesa!-le dijo Tania.
Clarisa fue a su cuarto, y dejó la maleta sobre la cama. Volvió a la mesa tras lavarse las manos. Cogió la silla sobrante, y se acercó en la mesa.
-¡Siempre me dejáis la silla que está floja!-se quejó al sentarse.
-¡Si llegaras antes…!-le dijo Tania.
-¡Eh, que salgo a las tres de la tarde, y estoy a media hora!
-¡Pues no te pares con nadie, y vuelve corriendo! Así llegas en diez minutos.
-¡Y con la lengua fuera!
-¡Pero empiezas a comer en siete minutos, desde la calle!
Siguieron picándose la una con la otra, mientras el resto reía alegremente.
-¡Bah, da igual…!
-¿Por qué da igual?-preguntó Tania.
-¡Esta tarde me voy al entrenamiento del Pelotilla!
Todos la miraron sorprendidos.
-¡Anda!-dijeron los niños.
-¿Vas a animar?-preguntó su cuñado.
-¡No, Juan! ¡Voy a quejarme de lo mal que juegan!
-¡Sí, es cierto! El partido de ayer fue un desastre, hoy lo estaban comentando en el trabajo.
-¡Yo he querido defender el Pelotilla en el colegio, pero casi nadie me ha ayudado!-dijo el niño, llamado Rodrigo por el abuelo de Juan.
Tania los miró a todos, y no pudo contenerse.
-¡No me puedo creer lo que os gusta el fútbol! ¡No sé lo que veis! ¿Verdad, Dunia?-le preguntó a su hija, llamada así por la abuela de Tania y Clarisa.
-Bueno, la verdad es que veo muchos partidos últimamente…-dijo ella.
Tania se quedó asombrada, y los miró a todos.
-¡Únete a nosoooooooootroooos…!-le dijo Clarisa agitando los brazos delante de ella.
-¡Úúúúúúúúneteeeee…!-dijeron los niños a la par.
-¡Payasos!-se quejó Tania.
Estaban imitando la escena de la película de vampiros que tanta gracia les había hecho la semana anterior. Juan se echó a reír.
-¡Bueno…!-continuó Tania-Dime, ¿vas a ir sola?
-¡No, con dos amigos!-respondió ella.
-¿Vas con Piñero?
-Sí, y otro chaval.
Tania se quedó callada, reflexiva.
-Te llevas muy bien con él, ¿eh?-le comentó entonces con camaradería, tocándola con el codo en el antebrazo.
-¡Ya estás otra vez!-se quejó Clarisa-¡Cuántas ganas tienes de librarte de mí!
-¡Anda, anda! Sólo estaba bromeando.
-¡Ya, pero el año pasado quisiste liarme con ese chaval…! ¿Cómo se llamaba…?
-¡Estás imaginándote cosas!-le dijo Tania burlonamente, señalándola con la cuchara.
-¡No, sabes que es cierto! También decías cosas como que iba a morrearme con él…
-¡Ah, sí!-dijo Juan-Ese muchacho tan escuálido… No le vendría mal engordar…
-¡Qué raro! No consigo acordarme de su nombre… ¡Si hablé mucho con él…!-dijo entonces Clarisa.
-¡Si no te acuerdas tú, figúrate nosotros!-le comentó Tania-Bueno, es igual. ¿Quién es el otro chaval?
-Déisdrol.
-No me suena…
-Lo he conocido este año.
-¿Cómo es?
-Parece un juerguista, jamás está serio.
-¡Vaya…! Se habrá juntado con todos los graciosos de la clase.
-¡Pues no, precisamente todo lo contrario! Habitualmente está con un chico llamado Caín, muy serio y callado, con ojeras… Parece un tristón, desde luego…
-Como el símbolo del teatro, ¡qué buen contraste!-comentó Juan.
Todos lo miraron con una interrogación.
-¿Nunca habéis visto esas dos caras, una sonriente y la otra triste? ¡El símbolo del teatro! ¡La comedia y la tragedia, respectivamente! ¡Tenéis que leer más!-se defendió él.
-¡Miradlo! ¡El señor licenciado universitario! ¡Perdone que nuestra ignorancia lo sorprenda!-dijo Tania, juntando las manos como un plebeyo dirigiéndose a un señor.
-¡Pero si es algo básico!-se quejó él.
Siguieron comiendo, y estaban acabando cuando Tania preguntó por última vez.
-¿A qué hora te vas?
-A las seis tengo que estar enfrente del instituto-respondió Clarisa.
-No vuelvas muy tarde, ¿eh?
-¡No, no! Por eso me voy temprano.
-¡Y ten cuidado, que de vez en cuando se arman barullos en esos sitios!
-¡Bah, no creo! Los aficionados ya están muy acostumbrados…
-Bueno, en eso tienes razón, Tania: Es increíble ver cómo la gente se exalta por el fútbol-dijo Juan-Lo realmente curioso, eso sí, es que luego son personas normales y corrientes en su vida normal. ¡El fútbol los transforma!
-¡Pues yo no me vuelvo así! ¡A mí me gusta el fútbol porque me divierte, no porque quiera destrozar a nadie ni nada!-protestó Clarisa.
-¡Lo sé, lo sé…! Pero a esta gente sí los transforma, ¡de veras!
-¡Burros, los hay en todas partes! ¡No es exclusivo del fútbol!
-¡Sí, ya lo sé…! Ocurre que algunos sólo se comportan así cuando hay partido.
-¡Ya les vale…!
En ese momento, Clarisa cogió su plato y lo llevó a la cocina. Miró el reloj, eran las cuatro y cuarto. Le daba tiempo a acabar los ejercicios de lengua.
En su habitación, Clarisa tenía las paredes ocultas por la cantidad de pósteres presentes. Algunos eran de fútbol, otros de alguna película que le hubiese gustado en su momento, y de discos de música, especialmente de un grupo alternativo llamado El grito del maricón obtuso.
Aparte, había un armario de ropa, una estantería con discos y películas, sazonadas con algún libro, y un escritorio al lado de la cama, al lado de la pared del fondo. Sobre la silla descansaba la mochila, cargada de un saber que, aunque Clarisa no lo sabía, le parecería simple años después.
Tras retirarla, y sacar el material de lengua, Clarisa encontró mucho más simples los análisis sintácticos. Pudo acabarlos sin demasiadas dificultades en media hora. En la siguiente media hora hizo cuantos pudo de matemáticas. Ya eran las cinco y cuarto cuando detuvo su estudio.

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Mañana, la última parte.

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