lunes, abril 28

¡Tercer aniversario! Cuarta hilaridad (I)

No hay dos sin tres, ¡qué duda cabe! Aquí sigue mi bitácora a pesar de la falta de tiempo, y las distracciones. Y de tanto en tanto escribo, aunque sea para empezar un pasaje y dejarlo tal cual, de vago que soy. No ostante, desde mediados del mes pasado, he estado escribiendo de cabo a rabo el siguiente relato, sobre todo después de saber que era licenciado. La longitud del mismo me ha obligado a dividirlo en tres partes, que aparecerán en días consecutivos.
Aunque sólo he escrito este texto, y otro que en realidad es un homenaje a Draug y Las paridas de la Guarida, es curioso ver que es más extenso que todos los textos del aniversario pasado juntos, y que el documento del Word donde están guardados todos esos pasajes de los que hablaba en el párrafo anterior.
Sin más cháchara, (intentad) disfrutad(r)lo. Es otra Hilaridad, y advierto que ha habido cambios en algunos nombres de los personajes, para evitar posibles demandas de conocidos (y porque los personajes han crecido lo bastante para tener validez propia).

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Cuarta hilaridad:

La vida da muchas vueltas, o una excusa para desarrollar tramas paralelas

La mañana era tibia, con un sol deslumbrante, pero no abrasador, que iluminaba la clase. Al entrar por las ventanas, los haces de luz parecían uniformes, pero se deshacían para iluminar toda el aula. Caín, sentado en una mesa al lado de una ventana, estaba deslumbrado, pero le era posible ver la pizarra desde donde estaba. No le gustaba tomar apuntes, pero solía anotar todo lo que los profesores escribían en esta. Incluso le gustaba tener la ventana abierta: Le encantaba mirar el exterior, a pesar de que no pasaba nada en absoluto. Afuera sólo había un descampado de albero donde crecían jaramagos, una acera desnuda de edificios, y también estaba la propia acera del instituto, por donde apenas pasaba gente. Más lejos, el paseo del río, y al fondo, las carreteras que llevaban a la Ciudad del bollo y la capital.
En ese momento, como la clase estaba en un punto que para él era muy sencillo, volvió a observar el horizonte, unas colinas verdes. La voz de su compañera lo sacó de su ensoñación.
-Perdona, Caín, ¿podrías echar la persiana, por favor?-le preguntó. Él se giró a ella, y buscó con la mirada la manivela, la cual estaba al lado de Piñero, un par de pupitres más adelante. Le pidió a José, el cual era llamado Chirimoyo por la frutería de sus padres, que le alcanzara la manivela. Una vez en sus manos, usó el objeto gris (en sus partes aún no corroídas) para accionar la persiana también gris, pero de tono más claro. Se paró cuando el sol dejó de molestarle.
-Un poco más-le indicó la muchacha, que aunque estaba sentada al lado más lejano de la ventana, era de estatura mucho más baja. Al final, el astro rey no pudo contemplar su cuaderno.
-¡Gracias!-le dijo ella, y volvió al estudio. Caín la observó con más interés entonces. Saray, que era el nombre de la muchacha, había estado el año pasado en otro grupo, diferente de aquel de donde provenían Caín y Déisdrol. Le parecía haber oído que también Celsio vino con ella, y que realmente eran los mejores alumnos de aquel grupo, en cualquier sentido. Saray tenía la piel morena, medía ciento sesenta y dos centímetros, su cabello era negro, largo y brillante, sus ojos marrones y grandes. Tenía labios carnosos, su cuerpo no era rechoncho ni flaco, pero sí menudo, y sus piernas cortas. Vestía una camiseta blanca y pantalones negros.
En cuestión a su personalidad, era afable, bien intencionada y trabajadora. Sus notas eran generalmente buenas, alrededor del notable, pero tampoco destacaba en ninguna asignatura.
En contraste, Caín era pálido, medía ciento setenta y cuatro centímetros, su cabello también era negro, pero corto y graso, sus ojos marrones, pero pequeños y además, por su ceño fruncido y sus ojeras, parecían mínimos. Sus labios eran finos, su cuerpo robusto y grande, y de piernas largas. Solía vestir suéteres oscuros y vaqueros.
En sus relaciones, Cín era taciturno, de trato agradable, pero desconfiado, y con tendencia a no rendir cuando encontraba algo demasiado fácil. Por otro lado, las malas experiencias en el curso anterior lo habían hecho un muchacho algo retorcido, siempre pensando en cómo poder defenderse de un posible ataque. No obstante, lograba mantener un buen nivel académico, merced al gran potencial que encerraba su mente, y por ello, tener imagen de alguien responsable, ya que, además, aunque reacio al estudio de la teoría, jamás dejaba de hacer sus deberes.
-Sal a resolver esto, Clarisa-le pidió el profesor a la citada alumna. Caín dejó de pensar en Saray y se fijó en ella, y en el ejercicio. Caín, sin coger el lápiz, pudo resolver mentalmente el ejercicio con facilidad. Clarisa empezó a escribir, y Caín estuvo de acuerdo hasta aproximadamente la mitad, cuando vio que Clarisa aplicaba una hipótesis incorrecta. Clarisa continuó hasta que el profesor le sugirió que comprobara lo que hacía. Caín se fijó en ella. Clarisa tenía una piel muy clara, más aún que él, y era aún más bajita que Saray, con sólo ciento cincuenta y tres centímetros. El cabello de color castaño claro le llegaba a cubrir el cuello, los ojos azules y pequeños. También tenía labios finos, como Caín, y su cuerpo era menudo como el de Saray, pero también flaco, sin llegar a escuálido. Sus piernas, para su estatura, eran normales. Su vestuario era mucho más colorido, principalmente camisetas y pantalones.
Era una persona alegre y dicharachera, bromista, y siempre dispuesta a ayudar, pero también a reprender. Académicamente era una alumna aceptable, cuya calificación numérica solía ser de seis y medio, aunque no era raro que a veces entrara en el rango del notable. También es digno de comentar que en alguna ocasión aprobaba por los pelos, y que en muy raras veces suspendía.
Clarisa no comprendía dónde se había equivocado, así que el profesor preguntó a la clase. Caín conocía la respuesta, pero no siempre intervenía por motivos personales, básicamente para evitar el odio de algunos perdedores, aunque hay que decir que en ese curso las cosas funcionaban como debían. Además, con ese chico no tenía que preocuparse.
-Te has equivocado en la inecuación: Cuando multiplicas ambos lados por un número negativo, la relación cambia: Si la parte de la izquierda es menor que la derecha, pasa a ser mayor; y viceversa.
Ese alumno que había hablado, y en el cual pensaba Caín, se llamaba Celsio, y era un estudiante modelo. Era algo más moreno de piel que Caín, un poco más bajo, ciento sesenta y nueve centímetros, de cabello negro y de punta, más largo que el de Carlos sin salir de lo habitual en un varón, con un largo flequillo. Sus ojos eran marrones, muy claros, y de tamaño más bien normal. Sus labios eran de grosor normal, su cuerpo de complexión normal, algo fondón, y de piernas de longitud normal. Su vestuario comprendía camisas, camisetas, y pantalones no sólo vaqueros.
Era formal y simpático, aunque poco verboso, y muy benevolente. Nunca se negaba a explicar algo, ni a hacer un favor, pero tenía reservas para dejar los deberes, ya que opinaba (y llevaba razón) que eso no ayudaba a quien los pedía, como Luisma solía hacer. Su nivel académico, como ya se ha insinuado, era excelente, con una media de sobresaliente. Cuando sus condiscípulos atribuían sus méritos a su gran inteligencia, él respondía sin más:
-Nada de eso, sólo es que estudio-y no decía nada más. Para él, el trabajo de uno era lo que determinaba el éxito o el fracaso, más que los dones que la naturaleza confiere a cada uno.
No obstante, hay que comentar que él estaba reconsiderando la veracidad de esta afirmación tras conocer a Caín. Pensaba que su caso aportaba datos contradictorios: Jamás obtendría mejores resultados que él si no trabajaba más, pero tenía la sensación de que, por las calificaciones de Carlos, le costaría menor esfuerzo que al propio Celsio mantener su alto nivel. Estaba empezando a admitir que algunos reciben dones extraordinarios.
Clarisa ya estaba corrigiendo su error, y siguió con el problema hasta resolverlo correctamente. Dejó entonces la tiza, y volvió a su sitio mientras se sacudía las manos. Se levantó entonces su compañera de pupitre, Shasha. Era la alumna más morena de la clase, con ciento sesenta y siete centímetros, cabello negro y largo, pero no demasiado. Sus ojos eran marrones oscuros y grandes. Sus labios eran carnosos y de color oscuro, su cuerpo era fuerte y rechoncho, y sus piernas largas. Prefería los jerseys con pantalones que no fueran vaqueros.
Parecía una egoísta, que siempre se mostraba reticente a ayudar a los demás cuando le pedían consejo con los deberes. Se llegó a comentar que solicitó ser transferida al grupo en el cual se encontraba ahora con tal de no volver a coincidir con sus antiguos compañeros. El motivo era puramente académico: Shasha era brillante, con notas muy altas, rozaba el sobresaliente en la mayoría de asignaturas, pero sólo en unas pocas lo atrapaba. Pero su antigua clase de tercero de la ESO era un desastre, con alumnos que apenas sabían escribir una frase como esta misma sin cometer alguna falta de ortografía, y Shasha consideró, siempre según los rumores, que suponían un lastre para ella. Ya en el curso pasado, sus nuevos condiscípulos oyeron hablar de una clase que intentó imitar un truco de una serie televisiva para que forzar el aprobado general en los exámenes de una asignatura difícil, lo cual resultó al principio exitoso, pero después se truncó cuando alguien delató a los tramposos. Sospechaban de ella, ya que era la única que tuvo un notable (y la consideraban, con sus propias palabras, “muy borde”), aunque sus exámenes siempre obtuvieran la misma calificación que los de sus compañeros y recuperara en el final, donde fue vista por todos. En todo caso, se ignoraba cómo se las arregló el chivato para pasar desapercibido.
Sin embargo, parecía que Clarisa estaba logrando romper el hielo entre ellas, como demostró el que saliera de paseo con ella y otros compañeros en otra ocasión.
El profesor continuó la clase, y llamó a otro alumno, Piñero, para hacer el siguiente ejercicio. Él se removió en su pupitre, y se levantó inseguro. Mientras se acercaba a la pizarra, suspiró y cogió de la mano del profesor la tiza. Su compañero, Déisdrol, agitó la cabeza con pesar.
Ambos eran alumnos del montón, que no destacan demasiado. Académicamente, el aprobado era su norma. Estudiaban regular, y de tanto en tanto, tenían que acudir a recuperación. No obstante, Piñero era fuerte físicamente, y obtenía buenos resultados en educación física. Déisdrol era algo flojo en ese aspecto. Piñero era alto, con ciento setenta y siete centímetros, de cuerpo enjuto y fibroso, sus piernas eran largas. Tenía el pelo rojo, rizado y desmelenado. Sus ojos eran azules y pequeños. Péibol, por su parte, era bajo, ciento sesenta y cinco centímetros, de cuerpo más bien rechoncho, y de piernas cortas. Tenía el pelo castaño, lacio, con un peinado corto clásico con raya. Sus ojos eran de color ámbar con irisaciones verdes y normales en tamaño.
Caín conocía bien a ambos. Y a Luisma, un alumno de ciento cincuenta y ocho centímetros, con cara de pervertido. Era un mal estudiante con cierto talento deportivo, que siempre iba con un conocido suyo del colegio, Alexis. Antes iba más con Caín y Piñero, pero se habían distanciado, sin que esto les afectara demasiado.
Respecto a los demás alumnos, Caín no los conocía tan bien. Al fin y al cabo, no hacía mucho que el curso había empezado. Pero siendo el delegado, posiblemente tendría ocasión de conocerlos. Pero la historia de hoy nada tiene que ver con ellos.
La clase continuó con un ritmo lento, debido a la lentitud de Piñero. Caín quiso mirar de nuevo por la ventana, pero la persiana seguía ahí. Intentó pensar en algo, pero no lograba concentrarse en nada. Piñero seguía ocupado con el accesible ejercicio. Entonces se dio cuenta de que Saray llevaba en el llavero un muñeco pequeño, un cabezón de pelo blanco con expresión sonriente de héroe satisfecho, que vestía una túnica de color gris claro. El rostro era moreno, y los ojos de un morado brillante. Carlos lo reconoció, era el protagonista de un videojuego célebre. Recordó entonces lo que había leído en la red al respecto hasta el momento, y se quedó embobado. Una cosa lo llevó a otra, y durante el tiempo restante de clase, rememoró cierto libro que mencionó Celsio, un tebeo de superhéroes, a una antigua condiscípula que le robó el corazón, y otro con el cual fue uña y carne. Entonces sonó el timbre, y la clase concluyó a tiempo, y sorprendió a Piñero mientras escribía el resultado. El profesor encargó unos problemas para la siguiente clase, y tras recoger su material, salió del aula.
Caín, fuera de su ensoñación, cambió rápidamente el material sobre el pupitre por el de la siguiente asignatura. Tras realizarlo, volvió a fijarse en el llavero, y su curiosidad lo obligó a romper el hielo:
-¿Tienes el Flies of Pasqualia?
Ella se volvió sorprendida, y cuando comprendió de qué hablaba, le respondió:
-¿Eh? ¡Ah, sí! ¿Lo dices por esto?-dijo, cogiendo el monigote.
-¡Sí!
-Pues lo tengo, en efecto, es muy chulo. Al principio me aburría, pero cuando todos los personajes se reúnen coge ritmo.
-Ese de ahí no es el protagonista, ¿verdad?
-No, no lo es… aunque si quieres mi opinión, el verdadero protagonista es el mago negro, que es mucho más carismático. Más que nada, porque él sí tiene cierto papel en la historia.
-La verdad es que en los RPG hay cada vez menor variedad… Vale que la lucha de unos héroes contra un imperio, reino o individuo malvado sea un clásico, pero precisamente por eso es necesario cuidar el argumento, sin personajes que sencillamente están en el grupo porque sí.
-¡Cuánta razón llevas! Creo que en Japón hay ejemplares del género que te permiten ser el malo de la historia, u optar por el lado más conveniente según las circunstancias.
-Ya, pero aquí no los venden. Piensan que no tienen salida en el mercado.
-Bueno, de hecho, hace años se llegó a distribuir la tercera parte del Bad Boy Martínez titulada como Tale of Snorf, y vendió poco… Porque también sacaron pocas unidades, no se tradujo, apenas se hizo publicidad…
-¡Yo tengo ese! ¡Qué buenos ratos pasé!
-¡¿En serio?!
-¡Sí! Cuando fui a comprarlo, la dependienta se quedó asombrada y hasta sonrió. Me da a mí que fui el primero que se lo pidió.
-No me extraña, ya te digo que muy pocos se atrevieron por el idioma. Eso fue lo que me pasó a mí. Eso, y que me daba corte ir a adquirir un juego cuyo protagonista es… un mal bicho.
-No te creas que era tan malo… un poco cabrón, sí, pero nada del otro mundo. Ocurre que su “maldad” dependía de que actuaba al margen de la “justicia” y una bandera. Era más un personaje que iba a su bola.
-¿Cómo se llamaba, ahora que lo dices…? Creo que no Snorf, como precisamente dice el título.
-No, se llamaba Klaus Martínez. Y ahora que lo dices, no sé de dónde sacaron lo de Snorf.
-¿De veras?
-No, no había nadie ni nada que se llamara Snorf…
-A saber, seguramente pensaron que ese título era más atractivo.
Siguieron charlando de este y otros juegos. Un par de pupitres más adelante, Clarisa sacó un periódico deportivo, y lo abrió por la página que comentaba el partido de un equipo local. Leyó un poco, y se lamentó en voz alta.
-¡Buf…! ¡Pero qué malos son los pobres!
Shasha la ignoró, no le gustaba el fútbol, pero Piñero, sentado detrás de ella, alcanzó a oír su comentario.
-¿Y qué esperas? ¡El presidente es un impresentable, se ha gastado el dinero en regalos para una modelo!
Déisdrol asintió, pero aún así sonreía. Sus paletales se asomaban.
-¡Muy poca vergüenza es lo que tiene! ¿A que sí, Caín?
-Y entonces, el tío tenía que vestirse de monja de clausura… ¿Eh? ¿Decías?-preguntó él.
-El Pelotilla, ¡tío! ¡Qué mal partido jugó!
-Ni lo vi, ni me interesa-le cortó Caín.
-¡Mal aficionado!-lo acusó Déisdrol.
Para Caín, desde hacía algún tiempo, el fútbol no le decía nada en absoluto. Clarisa, sin embargo, sí quería debatir.
-¡Coño, pues entonces ya sabéis lo que debe ocurrir en la siguiente junta de accionistas! ¡Echarlo!
-Pero mujer, tiene la mayor parte de las acciones, el Pelotilla es suyo-le recordó Piñero.
-¡A aguantar toca! Verás cómo no harán nada hasta que el equipo acabe en segunda-comentó Déisdrol cruzado de brazos.
-¡No estoy de acuerdo! ¡Hay que protestar! ¡Decidido, esta tarde iré al campo a decirles la verdad en toda la cara! ¿Os apuntáis?
-Bueno, ¿por qué no…?-le respondió Piñero-Total, es mejor que lamentarse aquí inútilmente.
-No sé… Carín, ¿te apuntas?-preguntó Déisdrol.
-Y tras obtener la espada legendaria en el paquete de chucherías…-seguía este explicándole a Sarita. Déisdrol no quiso insistirle.
-Sí que iré-decidió Déisdrol.
-¡Vale! Hoy por la tarde, a las seis, delante del instituto, ¿de acuerdo?-propuso Clarisa.
-¡Bueno!-accedió Déisdrol.
-Sí, ¿por qué no? Total, no es como si estuviera que estudiar, o algo así…-ironizó Piñero.
-¿Te vienes, Shasha?
-Gracias, pero no me interesa.
-Entonces somos tres.
En otro pupitre, Celsio leía un tebeo. Entonces se acercó Luisma.
-Perdona, Celsio, ¿puedo preguntarte algo?
-¿Eh? ¡Sí, claro!
-Verás, es que no entiendo qué tengo que hacer en este ejercicio de lengua-le mostró Luisma una oración.
-Tienes que hacerle el análisis morfológico.
-Ya, pero verás… ¿Está bien esto?
-A ver… Sí, claro, eso es un sustantivo… género femenino, número plural, en efecto… ¡Oh! Mira, aquí no está bien.
-¿Dónde?
-En esta palabra, es un adjetivo, no un adverbio como dices. De hecho, incluso está en plural.
-¡Pero no realiza función especificativa, explicativa ni atributiva!
-Claro, realiza función predicativa, referida al complemento directo.
-¡Ah…! ¡Pues entonces no sé si el resto también estarán bien! ¿Me dejas ver tus ejercicios?
-¡Hombre…! Ya sabes lo que pienso al respecto…
-¡Pero copiando también se aprende!-exclamó de pronto Luisma, y todo el mundo lo miró.
-Y en ese momento, tras descubrir que el “malo” de la historia era su cuñado, en cuya casa había estado de gorrón…-estaba diciendo Caín antes de oír la exclamación de Luisma.
-Entonces, la parada del estadio es la sexta…-Piñero dejó de hablar, y miró a Luisma.
Luisma se sintió ligeramente sorprendido por un momento. Clarisa lo miró con cierta indignación.
-¡Hombre, claro, chaval!-le dijo entonces-Él te hace los ejercicios, y tú los copias, ¡buen negocio!
-Mujer, lleva algo de razón… Cuando yo iba a primaria, no aprendí a resolver ecuaciones hasta haber copiado unas veinte, por lo menos…-intercedió Caín.
-¿Ah, sí? ¿Y aprendiste mágicamente tras la vigésima, y dejaste de pedir apuntes?
-No, quiero decir que las copiaba de la pizarra.
-¡Pero él también hará lo mismo, pienso yo!-comentó Shasha, simplemente por aburrimiento.
-Eso es cierto…-dijo Saray.
-¡Pero yo he hecho los ejercicios! Pasa que tengo uno mal, y puede que el resto también estén mal. ¡Quiero comprobar que hago los ejercicios bien!
-¿A ver…?-le pidió Caín. Luisma le entregó unos folios escritos, y él los leyó. Al rato, dijo:
-Pues no te creas, están razonablemente bien. Pasa que el primer fallo está en el complemento predicativo…
-¿Qué es eso…?-preguntó Clarisa.
-Un adjetivo que está en el predicado, y coordina con el sujeto o el complemento directo-le explicó Shasha.
-¡Oh…!-exclamó Clarisa, y acto seguido rebuscó en su mochila. Sacó un cuaderno de color verde oliva, y pasó las láminas de celulosa cortadas y coloreadas con fría precisión. Encontró el garabato, y con un bolígrafo bermellón empezó a rectificar lo ahí escrito.
-Complemento… predicativo…-musitó mientras la plebeya pluma danzaba sobre el escenario cuadriculado.
-¿Tú también habías puesto que era un adverbio?-le preguntó Caín.
-No, yo sí sabía que era un adjetivo-respondió ella.
Piñero la miró muy serio, como un guardián a un intruso.
-¿Qué pasa?-inquirió Clarisa, cuando se percató de la vigilancia a la cual era sometida.
-¡Tú estás copiando también, ahora, aprovechando la confusión!-la señaló con el dedo.
La muchacha retrocedió como si por esa acción pudiera sufrir un maleficio.
-¡Eh, que a mí nadie me ha dicho cuál es el complemento! Lo he deducido yo solita, faltaría más.
-¡Qué gracia, en esa oración también hay un complemento predicativo!-exclamó Saray, pero nadie le prestó atención.
-¿¡Ves cómo te hace falta ayuda, de vez en cuando!?-clamó Luisma levantando los brazos. Clarisa se quedó doblemente desconcertada: Por sus palabras, y porque se asemejaba al entrenador del Pelotilla en una de las fotografías que componían el artículo que había estado leyendo, desesperanzado por la indolencia de sus balompedistas. No tuvo palabras.
-Supongo que esto demuestra que todo el mundo necesita que le echen un cable, de tanto en tanto-comentó Déisdrol. Si los demás comulgaban con él, no lo manifestaron a viva voz.
-Bueno, es verdad… pero todo tiene un límite-concedió Clarisa, a regañadientes.
Caín le devolvió el cuaderno a Luisma, quien decidió que era mejor que Celsio le explicara cómo distinguir una función gramatical de otra. Entonces, Caín recordó su narración del argumento del Bad Boy Martínez 3, y quiso reanudarla.
-Pues como te contaba, el protagonista entonces se encuentra ante la difícil decisión de enfrentarse a quien lo mantiene…
-Bueno, en serio, gracias, pero no hace falta que llegues hasta el final-le respondió Saray.
-¡Ah…!
-Además, así, si algún día cae en mis manos, podré disfrutar del final de primera mano.
Ella sonrió.
-Si quieres, te lo dejo-Caín pronunció las palabras con naturalidad, a pesar del tiempo pasado desde que compartió una posesión con una nueva amistad.
-¿De veras?
-Sí.
Déisdrol se enteró también, y se volvió.
-¿Cuál juego le vas a dejar?
-El Tale of Snorf-respondió Caín.
-¡Hostia, pues es buenísimo! ¡Qué juego tan grande! Aún recuerdo cuando llegan a la playa y…
-Espera, no te embales, ella no quiere saber más.
-¡Ah, muy bien! Es un juego muy divertido, te ríes mucho-resumió Déisdrol.
-¿Tú también te lo compraste? ¡Qué curioso, dos personas en una misma clase! Seguro que se sale de la estadística…-comentó Saray.
-No, no se lo compró, jugamos juntos-le dijo Caín.
-¿Entonces, o siempre jugáis juntos?-preguntó ella.
-Entonces-respondió Caín.
-¡Debéis de ser muy buenos amigos!-exclamó ella.
-¡Bueno, sí! Desde la guardería, hemos estado siempre en la misma clase-comentó Déisdrol.
-¡Vaya, cuánto tiempo! Pues yo casi nunca he tenido los mismos compañeros de un curso a otro, ¡ya veis!-dijo ella.
-Pero sí a Celsio, ¿no?-Caín señaló al joven, que seguía instruyendo a Luisma en gramática.
-¡Bueno, sí! Es una bendición tenerlo en clase. De hecho, de no haber sido por él, nuestra clase habría sido un desastre, no habríamos llegado ni al segundo tema en algunas asignaturas.
-La nuestra también daba lástima, sí…-comentó Caín, pensativo.
Entonces, la profesora de la siguiente clase entró por la puerta.
-¿Te lo traigo mañana?-preguntó Caín.
-¡Eh…! De acuerdo, si no te importa-contestó Saray.
-¡Pues vale!
Por su parte, Clarisa, Piñero y Déisdrol habían quedado para las seis delante del instituto para coger un autobús e ir al estadio del Pelotilla a manifestar su malestar por el pésimo rendimiento del equipo.

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Mañana colgaré la segunda parte. Los anteriores relatos de esta serie están en:
http://analitoendisolucion.blogspot.com/2005/07/he-vuelto.html
http://analitoendisolucion.blogspot.com/2005/09/el-segundo-relato.html
http://analitoendisolucion.blogspot.com/2007/04/aniversario.html

1 comentario:

Chache dijo...

Pues nada, ya que estamos de aniversario (de blog) me paso a saludar :) Como decía Miliki "feliiz feliiz en tu díaaa".

Bueno, también decía "el mar, idiota, el mar" y "señor Nuez", pero no viene al caso.