lunes, abril 30

¡Aniversario! III

Y llegamos a la recta final con la última historia, que básicamente presenta a un grupo de antihéroes, o mejor dicho, reinterpretaciones irónicas de algunos héroes más o menos típicos y tópicos. Como no quiero contar mucho más, ahí vamos.

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Crónicas de los Diez, y aún así pocos.
Antihéroes de leyenda.
“Hace mucho tiempo, surgió un imperio hasta entonces ignoto que quiso conquistar el mundo. Este imperio se encontraba en otro mundo diferente a este, y de algún modo desconocido lograron abrir un camino hasta este mundo. Su avance era imparable, pues el poder de esa nación no tuvo, ni tiene todavía, par. Sin embargo, diez héroes aparecieron para plantarle cara al imperio. Lograron, con sus éxitos, estimular a los ejércitos del mundo para una unión, y gracias a su intervención fue totalmente fructuosa. Los diez héroes se retiraron a gobernar un gran reino, y así acaba la historia.”
-¡Es muy corta, hermanito!-protestó el pequeño.
-¡No seas así, Roberto!-le dijo su hermano, Juan-La historia se ha acabado, no hay más hasta que lleguemos a casa.
-¡Jo!
-¡Venga, no seas un niño mimado! ¡Pregunta lo que quieras, que te contestaré!
-¿Esos héroes eran muuuuuy fuertes?-el pequeño estaba ilusionado.
-¡Muuucho! Eran tan fuertes, que se bastaban para derrotar a cien enemigos, ¡y más!-Juan hizo gestos de lucha.
-¿Y cómo eran esos héroes? ¿Altos y fuertes?
-Pues cinco de ellos eran hombres, hombres tan bravos que eran comparados a decenas de enemigos. Y los otros cinco, mujeres, mujeres tan decididas que si se planteaban llegar al mismo infierno, todos suponían que les traerían recuerdos a la vuelta del próximo viaje que emprendieran.
-¿Como esos de ahí, hermanito?-Roberto señaló a un grupo de muchachos sentado no muy lejos. Juan se alarmó.
-¡Roberto, te he dicho que está mal señalar a la gente!-se volvió para disculparse, y se asombró cuando vio a esos chicos durmiendo a pierna suelta, prácticamente unos encima de los otros, como sacos. Para colmo, llevaban la ropa arrugada, como si la hubieran llevado durante más de un día. No estaban sucios, pero cualquiera habría dicho que vivían en la calle. No era el único que los miraba estupefacto.
-¿Pueden ser, hermanito?-volvió a preguntar Roberto.
-¡No llames su atención!-Juan se pudo el dedo en el labio para indicar que hablara calladito-Y no, no pueden serlo. ¡Eso sucedió en la antigüedad!
-¡Pero también me dijiste que todavía hay sucesores de los héroes de la historia!
-¡Pero ellos no pueden serlo!
-¿Por qué?
Juan no supo qué responder.
-Porque… ¡sería mucha casualidad! ¡Y no tienen nada que les hagan parecer héroes! ¡Incluso parecen personas desastrosas!
Juan habría dado más excusas débiles, en lugar de decir que aquellos sujetos le parecían unos elementos sin remedio, pero en ese momento el tren sufrió una sacudida. Cuando paró, estaba en el suelo con su hermano entre sus brazos. El tren estaba parado, y parecía que nadie hubiera salido herido, ni siquiera los dormilones dejados, aunque una de las chicas había caído sobre la entrepierna de uno de sus amigos. Juan no entendía cómo no podía darse cuenta, y se asustó, pensando que quizás había muerto tras romperse el cuello. No pudo pensar en ello, ni en las preguntas nerviosas de Roberto, porque entonces entraron por la puerta unos pistoleros.
-¡Esto es un asalto!-gritó uno de ellos, como si nadie se hubiera dado cuenta. Muchos reprimieron su angustia, porque se había oído hablar de forajidos por esa zona, tan crueles que violaban a las chicas jóvenes.
Juan dio sin protestar su dinero al encapuchado que se dirigió a ellos, mientras con el brazo izquierdo protegía a su hermano para lo que pudiese ocurrir.
-¡Eh, mirad esto!-la voz sonaba socarrona. Juan se echó a temblar.
-¡Oooooh! ¡Aquí las nenas se están divirtiendo sin nosotros!
Todos se atemorizaron. Ojalá no fueran testigos, eso pensaron. No les gustaban nada esos muchachos con pinta de pilluelos huérfanos que deambulaban por ahí y por aquí, pero tampoco querían presenciar el sufrimiento de esos pobres diablos. Juan sostuvo a su hermano.
-¡Atacadlos! ¡Vosotros podéis!-dijo Roberto.
El pobre confundía la realidad y la ficción. Mejor así, pensó. Muy cerca, siete forajidos se reían, y el jefe permanecía callado, porque sus hombres habían olvidado sus órdenes iniciales de robar primero, y después a otras cosas.
-¡Eh, vamos a despertarla! ¡Verás qué sorpresa, cuando piense: “¡Oh, qué vergüenza! ¿Qué pensarán ahora de mí?”, y luego nos vea a nosotros!
-¿Y por qué no comenzamos ahora, la levantamos de un tirón, y la llevamos a ese banco donde esos chicos?-A Juan le empezó a caer un sudor frío.
-¿Y por qué no lo dejáis para después? ¡Al trabajo, gandules!-bramó el jefe. Los rufianes se hicieron los remolones al principio, pero decidieron hacerle caso. Cada cual se dirigió a un pasajero, y cuando todos estuvieron ocupados, una de las chicas dormidas, la rubia, empezó a desperezarse y bostezar ruidosamente.
-Nos está provocando-dijo con una mueca uno de los asaltadores, que se acercó de nuevo tras haberle robado un reloj a un caballero, y se dirigió a ella. Al jefe no le importó ya, porque había cumplido, y además reconocía que tanta indiferencia lo enfadaba.
-¡Arriba, preciosa!-dijo con falsa voz de recién casado. La chica lo miró, extrañada, y volvió a cerrar los ojos. Él le dio un golpecito en el hombro, ella lo ignoró y así hasta la cuarta vez, cuando la chica repentinamente lo abofeteó en toda la cara.
-¡Déjame en paz, gilipollas! ¡El tren es de todos! ¡Que ni eres mi padre, ni voy al colegio!
Y volvió a cerrar los ojos. Los forajidos se rieron, incluso el agredido se rió, pues la chica no sabía en qué situación estaba. Entonces adoptó otro tono.
-¡He dicho que arriba, preciosa!
-Y yo te he dicho que me dejes en paz, gilipollas-respondió tan tranquila. El forajido volvió a reírse, tenía sentido del humor.
-¡Bueno, no sé si dejarte dormidita!
-Sería un detalle que no tuviera que decírtelo tres veces.
Antes de seguir el forajido la broma, la chica con la cabeza apoyada sobre la entrepierna del otro muchacho, que tanta hilaridad les había causado, se levantó y lo miró. Era morena, de pelo negro y largo, con una cara redonda, como un peluche. Tenía aspecto de ser bobalicona, y eso bastó para que el forajido pasara de la rubia deslenguada.
-¡La princesa se ha despertado! ¡Qué bien ha funcionado el beso del príncipe!-sus compañeros a penas duras se mantenían en pie de la risa. Incluso su jefe disimulaba malamente sus carcajadas. Tuvo que reconocer que tenía buenos golpes, a pesar del ridículo que pasó cuando la chica le dio de bofetadas.
-¡¿Eeeeeeh?!-dijo esta.
-¡Princesa, tus enanitos hemos estado muy preocupados, pero el príncipe ha hecho su labor con entusiasmo!-más risas de los forajidos, los pasajeros estaban espantados.
-¿Príncipe…? ¿Princesa…?
-¡Verás qué bien lo pasas, con tus enanitos!
-¿Enanitos…?
-¡Sí, tus amiguitos!
-Mis amiguitos están muertos.
-¡Pero nosotros estamos muy vivos!-respondió burlonamente.
-Me da igual que estés vivo o muerto-y se inclinó hacia atrás con la boca muy abierta, roncando ruidosamente. Aquello era demasiado, el forajido decidió que ella sería el plato principal y decidió catarlo.
-¡Ven, princesa!-se adentró entre los chicos, exactamente diez, y de pronto dio un respingo hacia atrás.
-¡Ay! ¡Creo que me han pinchado con algo!-sus compañeros se extrañaron. El jefe no dijo nada.
-Ninguno se ha movido. Míralos, deben de ser mendigos, o truhanes como nosotros cuando éramos jóvenes. No me extrañaría que te hayas pinchado con un punzón que lleven escondido en los pantalones.
-¡Será eso! ¡Malditos niñatos…! Se van a enterar-se adelantó a los chicos. Tres eran morenos, uno negro y el otro castaño. Los morenos eran muy diferentes, uno era muy pequeño, otro estaba gordo y el último muy fuerte. El bajito llevaba el pelo largo. El castaño y el negro parecían normales, y el primero tenía el pelo castaño y era el más alto. El negro era el segundo. Roncaban sin miramientos en las posturas más raras.
-¡Eh, despierta! ¡Maldito bastardo! ¡Barrigón, que sé que me he pinchado junto a ti!-no hubo respuesta. Se disponía a pegarle cuando la rubia habló.
-¡Joder, te ha faltado discreción! A ver si tenemos cuidado, colega.
-Intenta estar así durante varias horas, y hablamos entonces-respondió el gordo.
-¡Tengo los hombros cargados, así que no te quejes!
-¡Callad ya, maldi…!-el forajido calló de pronto. La rubia se levantó, lo sujetó y con la mano derecha le quitó el arma. Tiroteó a los bandidos que ofrecían mayor blanco y se refugió.
-¡Defendeos, estúpidos!-bramó el jefe. No se esperaba semejante resistencia. Esos mocosos, unos niños con apenas barba, y unas niñas apenas desarrolladas habían engañado al mejor de sus hombres. Quizás lo habían envenenado con un paralizante de efecto retardado.
-¡Morid, cabrones!-gritó uno de los bandidos, y los pasajeros se escondieron. Entonces se le ocurrió que podía usarlos de escudos, como hacía la chica. De pronto, sintió un pinchazo. A su espalda había llegado el chico gordo y le había clavado algo en la espalda. Tenía muchas puntas. Se desmayó por la pérdida de sangre.
-¿Cómo lo ha hecho?-se preguntó el jefe. Sólo miraba a la rubia, pero estaba claro que esos diez mamarrachos no eran lo que aparentaban. Los cinco chicos se habían levantado. Dos atacaron a uno de sus hombres, el castaño lo desarmó y el negro cogió su arma. El fuerte se bastó solo para romperle el cuello a otro que no podía ser llamado débil. Pero lo más increíble era que el bajito y una de las chicas, con pelo azul, parecían volar mientras sus hombres caían como fulminados por una fuerza.
-¡Es hora de ahuecar el ala!-pensó, y tras gastar sus balas en todos sin pensárselo dos veces, corrió a la salida. Un tiro en la nuca acabó con él. Fue una chica, castaña, alta y con un parche en un ojo. La morena de antes y otra morena de mirada enigmática estaban con esta y con la chica rubia. No parecía que hubiesen hecho nada.
Los pasajeros estaban aterrorizados, pero también impresionados. Juan se incorporó poco a poco, y vio horrorizado que a su alrededor se había formado un campo de batalla. Ahora pudo contar a los canallas, eran quince. Roberto estaba callado como un muerto, pero respiraba fuertemente. Después de todo, el trauma sería causado por la masacre de unos forajidos sin escrúpulos, no por el abuso de mujeres. Quizás deseó que pasara, pero ahora se arrepentía.
Los jóvenes responsables del estado de tren se incorporaron. Intercambiaron miradas rápidamente.
-Bueno, pues ha salido bien. Y eso que por unos momentos temí que se iba a ir al traste-comentó la rubia de pasada, mientras tiraba al pobre diablo que había usado como escudo. Había encajado nueve disparos, y a través de él ella había disparado un par más.
-¡Nada, nada!-repuso el bajito alegremente, y bajó de un asiento sobre el cual había saltado, o volado, era dudoso-El trabajo estaba perfectamente planeado. Nadie sospechó de nosotros, que es lo que cuenta.
-Sí, ni siquiera se dieron cuenta de que mientras hacíais el numerito de estar dormidas, los demás preparábamos el ataque. De todos modos, era inevitable que se dieran cuenta del pinchazo-añadió el fuerte.
-Pero otras veces, el envenenamiento también pasaba desapercibido-respondió la rubia con el ceño fruncido.
-¡Perdona, pero fui lo más sigiloso posible! Tenía que clavársela, no había otra posibilidad. Las otras veces, lo que hacía era rozar la piel desnuda, pero ese tío tenía todo el cuerpo tapado-protestó el gordo.
-Cierto-comentó la morena de mirada enigmática-, si hubiera cometido un error, no habría creído que le habían pinchado, lo habría sabido de seguro. Ha levantado el pie y lo ha vuelto a bajar en menos de un segundo.
-¡Vale, vale!-contestó la rubia mientras agitaba los brazos-¡Que sí, que lo que digáis!
-¡Eh, sois los dos unos quejicas!-les recriminó de falsete la morena de cara redonda-¡A mí me ha tocado una postura rara!
-¡Dímelo a mí!-el castaño se rió con ganas.
-¡Qué escena! ¡Realmente impagable!-el negro le puso la mano en el hombro al castaño y rieron juntos.
-Al menos, sabemos que si nos retiramos de esto podemos dedicarnos a trabajar en programas de bromas callejeras-dijo la tuerta, parecía cansada.
-¡Yo casi me parto de risa, os lo juro!-dijo la del pelo azul sobre uno de los asientos, como si nada.
Y así conversaban tranquilamente, mientras el pasaje intentaba calmar sus corazones desbocados. Cuando uno de los señores entados delante comprobó que su respiración era normal, no pudo contenerse.
-¡No puedo creerlo! ¡Una terrible banda de forajidos liquidada por unos chavales que aún no se afeitan!
-¿Hum?-dijo la del pelo azul-Me parece que usted debería fijarse mejor-el señor vio entonces, tras examinarlos mejor, que no eran tan jóvenes como pensaba. Tampoco eran muy maduros, seguramente rozaban la veintena. Cuando estuvieron dormidos, su expresión, o lo poco que se veía de sus caras, era propia de adolescentes. Ahora, sin ocultarse, se veían rasgos de adultez, además algunos de ellos tenían cicatrices o callos en lugares del cuerpo donde un chaval normalmente no los tiene.
-Luego entonces, ¿sois mercenarios? ¿Cazarrecompensas?
-¡Bueeeeeno…!-el más gordo reflexionó un poco-Algo parecido, pero ninguna de las dos exactamente.
-Pero me parece que sabíais perfectamente quiénes eran estos granujas, y estáis hablando de que el plan ha salido como esperaba, ¿sabíais lo que iba a pasar, y no habéis advertido a nadie?
-No-respondió el fuerte tajantemente.
-¿No lo sabíais, quieres decir?
-No lo sabíamos, no.
-¡Mientes!-acusó una mujer, aún nerviosa.
La muchacha rubia miró con desprecio a quien se dirigió así a su compañero.
-¡Mira, tú, no mentimos!-afirmó desagradablemente.
-¡Es demasiada casualidad que estéis perfectamente armados para nada!
-No estábamos armados cuando hemos subido, señora, a excepción de esto-respondió el castaño, mientras señalaba sus brazos y piernas, y se sacaba del largo abrigo que llevaba un paquete de cigarrillos.
-¿Y las pistolas, eh? ¡Llevabais armas!
-No, señora-intervino entonces el señor que antes había hablado-, esas pistolas son de los forajidos, se las han quitado. Me parece que el único realmente peligroso en ese sentido es este muchacho… fuertote-señaló al gordo-Ha pinchado al menos a dos hombres, además debe de haber empleado algún veneno. Llevará alguna navaja escondida, que saltó el detector de metales.
-¡No, qué va! Esos son cuchillos, mire-el gordó se arremangó la pernera izquierda-Los mismos que dan con la comida-sacó un cuchillo así, en efecto-Si quiere, vaya a ver el cadáver del individuo que ensarté por la espalda.
-¡No hace falta!
-Pero… ¡pero esto ha sido muy peligroso!-se quejó un anciano.
-Lleva usted razón. Deberíamos quejarnos tan pronto lleguemos a la estación-la castaña volvió su único ojo, triste y rasgado.
-¡Me refiero a vuestras acciones!
-¿Ah, sí? Mire, no es culpa nuestra. Nosotros no hemos querido atacar este tren, ni sabíamos de antemano que iba a ser atacado. Nosotros sólo hemos pensado el modo más adecuado de responder.
-¡Podríais haber muerto!
-Pensaba-dijo entonces la morena enigmática, su rostro era inexpresivo-que ciertas personas nos consideraban indignas mientras estábamos durmiendo. ¿Cómo es que ahora hay quien se preocupa por nuestras vidas?
-¡Eso es diferente! ¡Una cosa es no querer ver mendigos, y otra…!-se detuvo. Lo habían sacado de sus casillas.
-¿Mendigos? Mire, llevamos en este tren tres días, es natural que nos cansemos y echemos un sueño. Si le molesta que tengamos confianza como para dormir tan cerca los unos de los otros, ¡ignórenos!-le reprochó el bajito con cierta sorna.
-¡En fin…!-dijo la rubia-Al menos, la recompensa por la banda también está garantizada si todos sus miembros han muerto.
-¿Todos? Te lo digo porque no sé si ese tío estará muerto-el fuerte señaló al acuchillado.
-¡Sí lo está, ya lo he dicho!-dijo el gordo-He sentido que he atravesado su bazo.
-Entonces, ¿tienen que estar todos muertos o vivos?-preguntó la del pelo azul.
-¡No, no!-le respondió la castaña-Tan sólo se refiere al peor de los casos.
-¡Aaaah!
-¿¡Creéis que encima vais a recibir un premio!?-gritó la mujer de antes-¿Qué os creéis, que esto es una rifa y habéis ganado?
-A veces-respondió la morena de cara redonda-sólo la suerte cuenta. Sí, suena horrible, pero la vida es así: Algunos que “merecen vivir”-dijo esto con retintín-, mueren; y otros que “merecen morir”, viven. En realidad, nadie merece vivir o morir, tan sólo vivimos o morimos. No hay castigos divinos, o rescates del héroe en el último momento. Tan sólo podemos sobrepasar esta tómbola con nuestra voluntad, si es posible.
-¿Luego entonces, quieres decir que he tenido suerte porque tú tienes voluntad de vivir, y no dejarte matar hoy?
-¡Sí!-dijo alegremente.
-¿Quieres, por tanto, que te dé las gracias?
-No, ni mucho menos. Por supuesto que no. No te he salvado directamente, tan sólo a mí misma y a mis amigos. Y también quería conseguir la recompensa, ya puestos, como compensación por el mal rato.
La mujer no pudo aguantar más, y se levantó para tirarle de los pelos y abofetearla, pero la chica, sin dejar de sonreír, atrapó su mano al vuelo.
-No se lo recomiendo, señora-la maldita era bien fuerte. El caballero de sangre fría la calmó como pudo. Juan estaba muy impresionado, no pudo imaginar que conocería gente así en su vida.
-¡Son los Diez!-gritó Roberto, y de levantó sin que el sudoroso y tembloroso Juan pudiera hacer nada.
-¡No, ven aquí!
-¡Sois los Diez!
-¿Eh?-la rubia se volvió al oír al niño, y lo miró cuando se acercaba a ella. El niño saltaba y chillaba.
-¡Cinco y cinco de cada! ¡Sois los Diez! ¡Los descendientes de los héroes que expulsaron al imperio del mundo!
El grupo de jóvenes lo contempló con curiosidad.
-¡Aún existen héroes capaces de combatir ejércitos!-el niño voceó “¡Hurra!”, “¡Oeoé!” y “¡Qué guay!” unas cuentas veces.
-¡Qué niño tan dicharachero!-dijo el gordo. La rubia lo miró, y entonces sonrió. Al gordo le gustó poco eso, que su amiga sonriera era sospechoso. Se agachó, llamó al niño y fue a susurrarle algo al oído. El niño se enfadó.
-¡Mientes! ¡Tú eres de los Diez!
-¡No, no!-la rubia hablaba con tonto adecuado para hacer rabiar a los niños.
-¡Si dices mentiras, se te caerán los dientes, y serás tan fea que nunca tendrás novio!
-¿Ah, sí? ¡Bueno, no importa! Da igual lo fea que sea una mujer, porque si es ligera de cascos, no faltará hombre que la quiera encontrar-y tras decir esto puso una postura sensual.
-¿Aún más fea?-comentó el gordo con el fuerte, y se rió.
-¡Sí, también llevas razón!-dijo la rubia, de espaldas a él-Pero no importa, porque mi culito compensa mi rostro sin atractivo alguno-se lo meneó con descaro-Mira, mira, es un premio por serle tan fiel, que si vas siempre detrás de mí cuando nos movemos de un sitio a otro es porque te encanta-los demás se rieron mucho. El gordo sonrió de modo extraño, intentando ocultar que le había molestado un poco.
-¿Tu culo? ¡Oh, por favor! ¡No le deseo tu culo ni a mi peor enemigo!-volvieron a reír.
-¡Claro! ¡No se lo deseas a amigos ni a enemigos porque lo quieres para ti solo, bribón!-los otros se morían de la risa cuando veían cómo meneaba el trasero. Incluso el caballero de sangre fría reconoció que tenían salidas ingeniosas, aunque bastante descaradas.
-Es que tu enorme culo ocupa casi todo mi campo visual, siempre estás pavoneándote ante todo el mundo, y zanganeando por ahí y por aquí, que tengo que fijarme en lo que tienes más grande-la morena de la cara redonda estaba riéndose tendida en el asiento tan larga como era. El resto se encogía del dolor de barriga que les estaba entrando por las carcajadas. La mujer de antes, no obstante, estaba roja de ira.
-¡Encima es una descarada sinvergüenza! ¿Será posible?
-¡Mentirosa, te crecerá tanto el culo que no podrás moverte!-dijo de pronto el niño, y los diez empezaron a reírse tanto que a uno se le escapó un pedo, lo que hizo que rieran aún más. Juan iba a decir algo, pero entonces entró un revisor herido y el maquinista blanco, que quedaron espantados al ver los cadáveres por ahí tirados. Preguntaron qué pasaba, y el caballero les informó punto por punto de lo sucedido, pues los chavales aún estaban riéndose. Al rato, estos se calmaron, y tras secarse las lágrimas confirmaron la versión del caballero, que ellos eran los responsables y que querían cobrar la recompensa tan pronto fuera posible, si no le importaba. Ambos trabajadores contemplaron a la muchachada como si fueran animales exóticos, y preguntaron qué veneno usaron con el primer hombre muerto. El gordo contestó que era cierto condimento usado en algunos países, que en dosis altas tenía efecto letal, y que como tal lo había hecho figurar en la estación de salida. Decidieron dejar la escena tal y como estaba, y trasladar el pasaje a otros vagones, aunque los pasajeros de estos no les quitaron ojo de encima, especialmente a los muchachos que custodiaban las azafatas, el ayudante del maquinista y el revisor por turnos. Después de todo, volver a poner el tren en marcha costó menos de lo que pensaron.
En su nuevo vagón, Juan no fue observado durante mucho tiempo, porque la gente vio que eran dos niños asustados, tan asustados, que un matrimonio maduro les preguntó por su estado, pero Juan contestó que no estaban heridos, sólo muy impresionados. Narró brevemente lo sucedido, y los dos señores se asombraron de lo que les contó. El caballero reconoció que le gustaría ver qué muchachos habían conseguido semejante hazaña, y Juan le contestó que seguramente no pasarían desapercibidos en la estación. Roberto, por su parte seguía indignado, y Juan se acordó.
-¡Por cierto, Roberto! ¿Qué te ha dicho antes? ¡No importa qué te diga esa chica, hay que ser educado siempre!
-¡Que los Diez son los padres!-dijo él enfurruñado.
-¿Qué, los Diez?-preguntó la señora-¿Los de la leyenda?
-Verá, señora, antes del asalto le estaba leyendo esa historia, y resulta que los chicos de los que he hablado son exactamente diez…
-Pero, ¿cinco chicos, y…?
-¡Y cinco chicas! ¡Exactamente!-completó Juan.
-¡Qué curioso! ¡Una coincidencia muy llamativa!-exclamó el caballero.
-Sí, y él piensa que pueden ser descendientes, ya sabe, como en la parte que habla del fin del reino de los Diez y de cómo sólo unos chicos, a los que salvaron en el pasado antes de ser famosos, los reconocieron y…-explicó Juan.
-…Y decidieron que la vida del héroe que no buscaba el reconocimiento inmediato era lo mejor. ¡Realmente, parece increíble que hoy en día puedan encontrarse personas que parecen salir de las leyendas antiguas!
-Sí, lleva razón-concluyó Juan, quien por sus adentros pensó que no podía ser, aunque ahora reconocía que esos jóvenes bien podían ser los Diez. Quizás, si fuesen más educados…
-Pero son demasiado maleducados, la verdad, muy desagradables…-dijo él, y empezó a contar la broma del culo. Mientras, en otro vagón la gente no podía dejar de mirar a los protagonistas del día, que estaban hablando tranquilamente, o mirando por la ventana.
-Deberías haberle dicho la verdad. “Sí, señora, debe darme las gracias, porque gracias a mí hemos tenido suerte, porque doy buena suerte.”-la rubia hablaba a la morena de cara redonda.
-No es cierto, sólo yo tengo suerte, a costa de la desgracia ajena, como pasó con mis amigos-respondió esta.
-No es culpa tuya, tú no los mataste-dijo el gordo.
-Sí, es verdad-afirmó la rubia.
-Ya lo sé, pero pudo pasarle a cualquiera, y a mí no me tocó esa persona ni una vez.
-No te obsesiones-dijo la castaña, y la otra morena asintió.
-En fin, ahora en la estación tendremos que demostrar toda la historia. Es una suerte que ese caballero tan amable se ofreciera a explicar la historia-dijo el fuerte.
-Deberíamos haberle dado las gracias-dijo el bajito.
-Yo se las he dado por todos-dijo el gordo.
-Siempre vas a tu aire-le dijo la rubia. El gordo no le hizo el menor caso.
-¡Pero tengo una duda!-dijo la del pelo azul. Una azafata estaba ahora vigilándolos, y lo cierto es que parecían muy normales, totalmente incapaces de liquidar una banda de forajidos. No sentían ningún temor. Entonces un hombre se dirigió a ella.
-¡Señorita!
-Perdone, señor, no puedo atenderlo ahora mismo, porque…-intentó explicarse, pero la cortó en seco.
-¿Quiere contarme qué ha sucedido?
-Verá, ha habido una reyerta en el último vagón con unos bandidos, pero no ha de preocuparse, porque han sido reducidos y…
-¿Son ellos?
-¿Cómo dice?
-¡Pregunto si estos son los bandidos!-señaló a los diez chicos.
-¡No, No! Ellos, en verdad…
-¡No me engañe! ¡Los están vigilando intensamente! ¡Si esos niñatos tienen algo que ver, le juro que…!
-¿Que qué?-el fuerte estaba entre ambos. Ni lo habían olido.
-¿Cuándo has llegado?
-Hace seis segundos, más o menos. ¿Qué dice usted que hará?
-¡Protestaré firmemente!
-Protestará… ¿Por qué?
-¡Porque ahora mismo los cómplices de unos bandidos me está molestando!
-¿Bandido? Usted es imbécil. Si yo fuera un bandido, estaría atado de pies a cabeza, herido o muerto. Y lo mismo si fuera cómplice. Nosotros somos los que los han reducido.
-¡No puede ser!
-¿Qué pasa?-preguntó la del pelo azul-¿No quieres ver eso? ¿Qué haces hablando ahí?
-Este se piensa que nosotros somos los bandidos, en lugar de sus captores-todo el mundo se volvió.
-¡Será gilipollas!-gritó la rubia. El resto de los diez chicos lo miró de mala manera. El hombre se sintió algo cohibido.
-¿Sabes qué te digo? ¡Que toma!-dijo la del pelo azul. Se levantó, se subió al respaldo del asiento y empezó a menear el culo, como hiciera la rubia antes, porque le decía al gordo que el culo de la rubia no era nada comparado con el suyo. El pasaje se quedó de piedra. La azafata fue por ella.
-¡Basta, por favor! ¡Sé perfectamente que no sois bandidos, hace horas os llevé la comida! Lo recuerdo porque un chico sacó un condimento del bolsillo y porque me faltan unos cuchillos. No seas una descocada.
-Bueno, vale, pero porque nos tratas con respeto-y se sentó. El fuerte volvió, se quedaron callados.
-Oye-le dijo el gordo a la rubia-, podrías haberle dejado al chaval la ilusión-la rubia sonrió.
-¡Bah! Es mejor que cuanto antes aprenda que en la vida es mejor confiar en la gente normal y buena, no en supuestos héroes maravillosos, que ni sienten ni padecen.
-Ya, pero…-el gordo se inclinó hacia ella y le habló en el oído-le has mentido. Te quedarás fea-añadió con sorna. La rubia se rió.
-Bueno, nunca me habría ganado el sustento con mi cara bonita.
-Pues creo que eres muy guapa.
-Tú también mientes, pues.
-Es que tu expresión cuando estás contrariada me parece muy interesante.
-¿Interesante?
-Ya me entiendes.
-No, no te entiendo-dijo burlonamente.
-Me la comería a besos.
-¡Te veo muy capaz!-se rió del chiste tan malo.
-Este… si vais a montároslo, por favor, que sea en el cuarto de baño-el negro se rió. Los demás sonrieron maliciosamente.
-Sí, no creo que os digan nada por un polvete, si es rapidito-sugirió el bajito. La azafata tuvo que reprimir la risa.
-Pero claro, los que no somos tan afortunados no tenemos que ver vuestro éxtasis, ¡anda, anda!-el fuerte mostró unos dientes blancos.
-¡Pero si os encanta espiar, que lo sé yo! Seguro que filmaríais películas pornográficas si tuvieseis narices-les contestó la rubia.
-Las tendríamos si no fuerais tan cobardes para dar el primer paso-la morena de la cara redonda les sacó la lengua.
-Quizás deberíamos ponernos de acuerdo un día, y participar todos a la vez, para así aprender todos juntos-el gordo se rió, pero los demás callaron.
-Ya es pasarse un poco, ¿no?-le dijo la rubia.
-¡Sois unos sosos!-les recriminó el gordo, pero se hicieron los suecos-De todos modos, ¿qué problema había? El niño tenía buena intuición.
-Pero prefiero que piense que somos unos bordes, que no hay duda, a que somos héroes, que está por demostrar-concluyó la rubia. El gordo volvió a su sitio. Todos callaron, y miraron cómo se movía el paisaje. Pero ellos eran los que se movían.
Sólo quedaba saber a dónde iban.

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¡Ya está! Antes de que alguien lo pregunte, no se me han ocurrido nombres para ellos. Sucede que, como he dicho en la cabecera, varios de los Diez están basados en arquetipos de héroes de tebeos, libros, videojuegos, películas o series, e incluso en algún caso son mis reinterpretaciones de algunos personajes que me parecieron desaprovechados por algún motivo. Por ello, pienso en ellos como "la parodia de X". Quizás algún friqui muy friqui del producto original pueda reconocer a algunos de ellos, pero la mayoría de los lectores ocasionales carece de pistas suficientes.
Como autor, me parece que, aunque es sólo una presentación, esto es, una puesta de escena, he desarrollado demasiado a dos de ellos (el gordo y la rubia), y el resto ha quedado algo descolgado. Y es que nueve páginas daban para poco, aunque Nicolás pensará que ya es demasiado largo.
Bueno, eso es todo. A ver si dentro de poco puedo obsequiaros con otra parida, o relato extravagante, o con nombres para los Diez. ¡Hasta entonces!

5 comentarios:

Koopa dijo...

MO-LA!

Quiero una nueva entrega.

Ahora!

Porfaaaa!

Chuck Draug dijo...

Ha estado muy bien. Es cierto que como introducción se ha dado más importancia a ciertos personajes con respecto a otros, pero si más tarde se ve más sobre el resto, no debe ser malo.

En serio, gran trabajo. Espero que algún día te decidas a seguir con esto.

Y la verdad, aún estoy pensando en quién puede ser cada cual. xD

Jessy_Juls dijo...

Pues yo no pillo a ninguno en sí...tal vez la del pelo azul, me suene...pero no estoy segura, así que no la cagaré...jejeje
Está entretenido, gracioso y fresco... espero que nos deleites con más, porque lo cierto es que engancha, pinta bonito ^^
Un beso y sigue así de creativo.

capolanda dijo...

Gracias a todos.
Sobre nuevas entregas, tendréis que esperar, se me ha ocurrido una continuación, pero antes tengo que pensar un poco en ciertos detalles sobre los personajes.
Sobre la introducción, también es verdad que he preferido mantener en el misterio intencionadamente a las dos chicas morenas, esas que no han hecho nada (aparentemente...), mostrar un poco a la rubia y el gordo, que se tienen cierta confianza a pesar de ser él discreto y ella una deslenguada, y no contar nada del resto, sobre sus motivos y características, tan sólo que saben defenderse. En próximas entregas se exhibirán sus miedos más arraigados.
Sobre quiénes son en origen, ya digo que dos de ellos son originales, aunque se parezcan a conceptos ya existentes, uno es casi original, y los otros siete sí son versiones más o menos libres de personajes. Pero vamos, es difícil, porque varios de ellos son interpretaciones muy personales, y claro, puede que a ojos de otros no haya parecidos suficientes. Pero adelante, intentadlo.
Koopa y Draug, ya sabéis esperad.
Jessy, menos mal, me delvolvieron ¡dos veces! los mensajes que te enviaba. Y sigue pensando en la chica del pelo azul, que es quizás la más fácil de reconocer.

Chuck Draug dijo...

Si hay que esperar, se espera, sabemos tener paciencia y de sobra. ;)