domingo, diciembre 22

Epílogo.

Desde que soy pequeño, he visto Los Simpson. En cierto capítulo simplemente brillante, Bart y Milhouse acuden a su primer concierto de rock. En este, la banda, llamada Spine Tap, canta una canción que empieza tal que así:
“We are the children who grew too fast

We are the children of the future past”
Somos los niños que crecieron demasiado de prisa, somos los niños del futuro pasado. ¡Qué gran verdad! Este blog lo empecé cuando tenía veintipocos y miren ahora: ¡¡Ocho años y ocho meses!! Bonita cifra redonda para dejarlo por acabado.

Quizás haya algún lector interesado en el por qué. Pues es simple: hay otras cosas. Servidor es, aunque no paran de decirle que joven, lo bastante mayor para ir planteándose una mejor estabilidad laboral, para tener proyectos serios. Dejando a un lado que para esto la economía española no está ayudando nada, estos proyectos no se reducen a tener familia o un curro bueno. Uno tiene ambiciones y sueños de hacer algo más que limitarse a vivir.

Un dicho dice que todos deberíamos “plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro”. La primera parte es bonita, la segunda requiere colaboración (externalizar funciones, que diría un empresario modelno), y la tercera parte parece complicada. Mas, no lo es, y es de hecho mentira. Cualquiera escribe un libro. Escribir un buen libro, ahora sí, es difícil. Un buen libro no tiene por qué ser, a diferencia de lo que piensan algunos desnortados, un libro muy serio, también puede serlo divertido, como las novelas de Terry Pratchett.

Además, siempre se podría pensar que la frase es una metáfora, y no tiene que ser un libro. Desde luego, de momento no pienso escribir un libro porque el mundo ya tiene los suficientes libros superfluos como para que yo añada el mío. Fidias, sin ir más lejos, es conocidísimo por sus esculturas. Como si no hubiera los suficientes medios artísticos en este mundo. Queden mis mayores intentos literarios donde están, en esos dos conjuntos de historietas: las Hilaridades y Crónicas de los Diez.

La primera (Primer relato, léanlo bajo su responsabilidad) quiso ser Los Simpson a la española. Sí, sé que ha habido intentos, pero no me convencieron. Básicamente, trataba de un grupo de chavales de instituto que se veían envueltos en situaciones disparatadas, que eran a su vez una burla de los problemas del país: la educación, los odios políticos que no llegan a ninguna parte, que somos un país lleno de ridiculeces, etcétera. Llegué hasta la octava entrega, aunque como tener, tenía ideas para cien.

La segunda (Primera y única entrada, como antes) intentó ser de un modo bastante triste una especie de deconstrucción del grupo de héroes. Los susodichos Diez eran unos simples diez jovenzuelos, en reparto paritario para tocar las narices, que se iban a ver envueltos, muy a su pesar, en situaciones de descontento popular donde destacarían por motivos realmente disparatados, hasta el punto de que llegarían a ser identificados con los diez fundadores semimíticos de su país en ese peculiar mundo, mismamente paritarios, . Por si alguien se lo está preguntando, la idea se me ocurrió años antes del movimiento 15-M y otros similares (olfato sociológico, según se ve, no me falta).

Ambas se quedaron ahí. Viéndolo en perspectiva, he podido ver cómo se han hundido miles de webcómics en el ínterin junto a mis historias. Pero a diferencia del proverbial tonto que se consuela con el mal de muchos, creo que he aprendido de este mal que ha afectado a tantos:
  1. No basta con tener claros unos personajes, hay que tener claro el mundo en que se mueven (aunque luego este sea el más prosaico que se pueda pensar) y cómo están limitados. Eso me pasó en las Hilaridades.
  2. Tampoco basta con tener claro el mundo si de tus personajes sólo tienes ideas que te han inspirado esta y aquella obra, o incluso la vida real (como en tantos casos); hay que tener claro cómo se relacionan entre ellos y cómo se mueven en ese mundo. Tal me ocurrió en Crónicas de los Diez.


Si se fijan, en el fondo la cagué porque consideré a los personajes como puntos en el espacio, cuando son más bien volúmenes que se mezclan con el escenario. Por eso es que tantos y tantos webcómics de estos últimos años copian sin más My Little Pony y también que las primeras obras literarias sean épicas sobre personajes mitológicos: tienes hecho a los personajes, cómo se relacionan y su mundo, así que sólo tienes que crear nuevas aventuras y anécdotas sobre ese modelo, ya establecido.

Aunque los chavales de las Hilaridades estaban lo suficientemente definidos, su mundo no, porque lo tomé directamente de Los Simpson y de mi adolescencia sin imaginar lo que costaría describir esa mezcla. Aunque el mundo de los Diez tenía historia, política y hasta había países que ejercían influencia cultural y esas cosas, los propios Diez tenían la personalidad de un electrón cuántico y se relacionaban como los gases nobles; lo que para unos héroes, aunque sea un poco por casualidad y debido a un estrambótico malentendido, es inverosímil.

Y todavía yo tuve el fino detalle de intentar recrear a los personajes, aunque tarde. Sé de webcómics, que no pienso nombrar por compasión, cuyos personajes estaban copiados de aquí y de allá con apenas retoques y cuya originalidad estaba donde la ha perdido Shia Labeouf, presumo. Por lo tanto, tal como lo veo yo, el plagio es una forma de pereza: del mismo modo que, si no estudias, sacas un cate del tamaño de una catedral, si no reflexionas en TODOS los aspectos de tu obra, la pobrecita será en efecto una castaña monumental.

Al menos, me consuela que no acabaran siendo eso, y que sólo son un proyecto frustrado de juventud. Porque el Ozanu/Ozanúnest que intentó escribir esas obras ya no existe. Quizás podría planteármelo con las Hilaridades sin que fueran lo mismo, pero Crónicas ya ha se ha anquilosado. Primero, porque si la fuera a publicar ahora, aun con personajes excelentes, la gente pensaría que es una alegoría del ya mencionado 15-M, y con toda la razón del mundo. Segundo, porque la ha sustituido una idea, hija suya, más compleja y hasta con más mala leche.

Si ya Crónicas de los Diez se reía un poco de las historias épicas, siempre tan fidedignas porque las inspira un ser invisible sin nada mejor que hacer; en esta nueva idea ya la historia principal, nos dicen, es mentira. Este personaje que así nos habla es una estudiosa que ha estudiado previamente la obra y nos presenta su traducción, que nos comenta abundantemente, como estos responsables de edición que se entusiasman y te ponen notas en cualquier momento. Bueno, decir que es mentira es exagerar, porque nos aclarará con sus al fin y al cabo pertinentes notas que existe una base histórica para la historia, pero que esta ha sido manipulada por agitadores políticos y seguida por una masa ignorante de los hechos, distorsionados por el boca a boca. En sí, la historia nos habla del valiente Pintiño y de sus aventuras con sus amigos, que parece que nunca se equivocan y que todo les sale bien, ¡me cago en la mar salada! Pintiño es fuerte, listo, simpático, las chicas se mueren por sus huesos excepto si son lesbianas y además practica un curioso estilo de lucha, “que si fuera oriental, algunos llamarían arte marcial”, a lo que la crítica añade “muchos necios no captan la ironía, pues “arte marcial” al principio eran sólo, y son ahora con los otros, orientales o no, el boxeo, la esgrima y la lucha”.

La traductora nos desvelará que, si bien ella misma ve en Pintiño un tipo admirable, incluso más por haber sido un simple humano, sus hazañas han sido no sólo exageradas, sino a veces robadas de otros héroes asimismo admirables, pero que no han calado en el imaginario popular. También, que si bien era guapete, la idea de que dos de sus amigas eran lesbianas era falsa y que es, incluso, una patética excusa para ocultar el hecho de que una tenía de novio al hermano de la otra; pues los agitadores estaban influidos por el tópico hollywoodiense de que el héroe ha de quedarse a la chica después de enfrentarse al prometido oficial de esta y no les parecía “heroico” que Pintiño no se hubiera tomado la molestia de hacerlo.

Como ven ustedes, la idea es difícil. En realidad son dos historias: la auténtica y la pergeñada por los engañabobos. Por un lado, la historia de la literata dependerá de su nivel de formación, así que es verosímil que sea muy fidedigna, ¿pero cómo es una historia creada para engañar al pueblo? Por un lado, me arriesgo a hacer una historia que parezca una parodia bufa de una película de Hollywood e incluso de las historias religiosas, pero por otro lado hay que reconocer que aspectos de V de Vendetta y Kon-Tiki casi que lo son involuntariamente, que ya clama al cielo. Como que es ya difícil, a veces, de creer que el cristianismo haya calado con tantas contradicciones en la mismísima Biblia.

Además, por si no fuera poco con esta idea, hay otra, que sería algo así como el hijo bastardo de Crónicas de los Diez, en cuyo título no he pensado, e iría sobre, ahora sí, un superhéroe, llamado Julio, que gana sus poderes, como en la más señera tradición del género, por accidente. Como que es el simbionte que en su día llevara Spiderman y luego llegaría a ser la base de Veneno… Pero desde otro punto de vista. Una cosa que a mí me fascinó del simbionte de Veneno era que copiara las características del anterior huésped, incluyendo sus recuerdos y sus habilidades. Me llamó la atención por el potencial que tenía semejante monstruo, porque si admitimos que lo que llamamos personalidad es el conjunto de recuerdos y de ideas de una persona, ¿no estaría copiando a la persona per se y arriesgándose a que el nuevo huésped acabara influido por esta, quizás dramáticamente? Cuando el huésped actual usa habilidades de otro anterior, ¿las aprende o es como si le hicieran los deberes/lo copiara en internet? Tal como quiero plantearlo, al principio sí es como si le soplaran la respuesta, y así, para sorpresa de sí mismo, se verá capaz de hablar idiomas que ni siquiera conoce, pero sólo cuando le hablan o lee en ese idioma; para después, con práctica, acabar aprendiéndolo, eso sí, más rápido que alguien sin simbiontes que valgan.

Esto mismo lo aplicaré con las habilidades y poderes: al principio las usará “en automático” y se verá en problemas cuando se dé cuenta de que los otros huéspedes eran distintos (más altos, por ejemplo) y que tiene que adaptarlas a su propio físico. Por último, tendrá problemas con dos huéspedes, cuyas personalidades parecen ser más insistentes que las de los demás y parecen decididos a continuar sus anteriores vidas y filosofías de vida a través del joven Julio. No será el único superhéroe, de hecho tendrá compañeros, aventuras y un montón de emoción, pero sin olvidar cierta mala leche. En este caso, la centraré en cierta variedad de ciencia-ficción moderna que se puede reconocer en este artículo. Autores que insisten en la FE, en el aiwannabiliv, que parece no saber qué coño es la ciencia: positivismo impenitente. Vale que no toda la ciencia-ficción tiene que ser científicamente verosímil, pero un poco de lógica no viene mal. Como dice Ursula K. Leguinn, un mundo de fantasía tiene que ser internamente tan coherente como la vida real: si en un mundo los orcos llegan a ser directivos de empresas, nadie debe sorprenderse a no ser que quieras reflejar discriminación racial. Asimismo, la fantasía no debe ser una excusa para que el protagonista resucite del modo más ridículo posible. A Obi-Wan se lo carga Darth Vader, y punto. Así, Julio y sus cuates pueden hacer grandes cosas, pero no todas.

Por otro lado, relacionado con esto, quiero reflejar el indiscutible enemigo de la humanidad: la estupidez, contra la que no puede ni Superman. Julio encontraría que no puede ayudar a la gente, no tanto por incapacidad ni falta de solidaridad como sí porque le piden imposibles, o lo que le piden es a largo plazo perjudicial y prefiere negarse, recibiendo así las críticas de un pueblo que no quiere entender que no existen los milagros.

Por último, hay otra idea. Giraría en torno a una muchacha de la Anatolia de la Edad de Hierro que, capturada durante una incursión pirata para ser vendida como esclava en una metrópolis lejana dentro de los transportes de le época, se fugaría por un azar del destino e intentaría volver a su casa. En el camino, va encontrando compañeros igualmente desfavorecidos y acaban uniéndose a ella con la esperanza de abandonar sus miserias. El final lo intentaré hacer sorprendente, claro. En sí, es una vuelta al hogar, pero tengo cierto interés por hacer que el relato sea fidedigno a la época descrita. En parte, porque me gusta mucho la literatura que trata de esa época y conozco varios usos y costumbres. También, porque no quiero caer en lo mismo que John Boyne: hacer personajes ridículos, que piensan como hoy en día cuando se supone que viven en un mundo totalmente diferente. Por último, porque quiero evitar esa especie de “mundo antiguo”, tan frecuente en obras de fantasía e incluso en algunas supuestamente no de ese género, porque tengo claro que no le daría originalidad. Por ejemplo, este tebeo que vi hace nada en el Fnac ha sido descrito como un trabajo brillante montado sobre la obra eternamente plagiada de Tolkien. Personalmente, prefiero arriesgarme y darle mi propio toque.

Por supuesto, estos proyectos, así como mis problemas vitales, vienen ya de antes. No es como si haya decidido abandonar el blog para centrarme en estos, sino que los preferí a este inconscientemente. Este blog ha tenido una larga vida con mejores y peores momentos, hasta hubo una vez que lo abandoné por un tiempo, pero esta vez tengo algo más apetecible en mente. Además, dudo mucho que lo vuelva a usar si uno solo de estos proyectos llega a realizarse: como con las Hilaridades y Crónicas de los Diez, son propiedad de otro Ozanu/Ozanúnest que ha ido desvaneciéndose poco a poco (las últimas entradas son ya más del nuevo). Así, me despido como bloguero, pero no como comentarista, pues creo que el peculiar apodo tiene ya demasiado peso para que deje de existir fácilmente. ¡Saludos! Ha sido maravilloso.

jueves, octubre 24

Los mitos contestatarios.

Mira que me lo propuse, pero nada: dejé de leer periódicos gratuitos porque cada vez que leo alguno me sulfuro horriblemente por cualquier gilipollez que llegue a mis ojos. Y como quise entretenerme un ratito en el bar, cogí un 20 minutos que había mi lado, sigo mi buena costumbre de leerlo a partir de la última página, ¡y pam! Allí mismo, el disparate, la tontería, la mamarrachada que, cortísima, se las ingenia para ser un insulto a la historia y a la lógica, y por ende a la verdad.

La noticia en sí podrán leerla aquí. Advierto que puede que se sulfuren como un servidor, porque la verdad es que se las trae. ¿Qué? ¿Ya? Supongo que ya verán la causa de mi cólera, pero voy a explicarlo. Veamos, la noticia trata de una adaptación cinematográfica de la famosa odisea del Kon-Tiki, una barca creada por el famoso Thor Heyerdahl con tecnología primitiva, con la que el noruego partió de la costa peruana y llegó a la Polinesia. Muy emocionante aventura, motivada no obstante por una idea desnortada: Thor Heyerdahl creía firmemente que los polinesios eran descendientes de pueblos precolombinos y no de asiáticos, la opinión más aceptada. Sí, ahora también. Y he aquí el primer error de la noticia, el atentado a la historia PRESENTE. Léase la primera frase:
Corrían los años 40 cuando el biólogo noruego Thor Heyerdahl, un hombre con ansias de aventura, planteó a la comunidad científica de la época una idea que por aquel entonces parecía increíble: que los primeros pobladores de la Polinesia provenían de Sudamérica y no de Asia, como se había creído hasta entonces.
Repasemos un poco esa gramática española: este verbo está en el llamado Pretérito Imperfecto, que viene a significar que la acción descrita del verbo era una acción que o bien se realizaba durante un momento dado del pasado, con carácter progresivo o rutinario. Aquí es lo segundo. Pero si la teoría del origen asiático sigue siendo aceptada, ¿a santo de qué presentar esto como si fuera algo del pasado? O sea, que tenemos una patada a los hechos históricos.

Por otro lado, y no me importa que en la película lo presenten así, el supuesto pique entre el profesor universitario y Heyerdahl no pasaría, en realidad, de ser una bravata y una estupidez, porque una declaración como esa, tomada en serio, supone confundir la plausibilidad con la realidad, matiz que causa ciertos quebraderos de cabeza. Pongamos un ejemplo. Miren esta fotografía:

 

Podemos ver a dos personas, a la derecha, frente a un bar. Estas personas, como poder, pueden ir a la barra y tomarse unas cervecillas, pongamos. Esto es la plausibilidad: que un hecho es posible de acuerdo con lo que dictan las ciencias naturales, sociales y de la lógica. En este caso, estos tipos sólo tienen que acercarse, hecho físico posible, pedir una cerveza, acto perfectamente legal y pagar, que es lo normal.

Claro que esto no significa que hayan ido hasta la barra alguna vez durante sus vidas. Eso es la realidad: demostrar que alguien ha hecho algo. Por ejemplo, en nuestro caso otra fotografía que mostrara a los mismos tipos en la barra serviría de suficiente prueba. No obstante, lo que hizo Thor Heyerdahl fue lo primero, con la salvedad de que su propuesta era mil millones de veces más difícil que entrar en un bar. No, en serio, miren ahora este mapa del Océano Pacífico.

   

¿A ustedes les parece razonable que desde la costa de Nazca unos marineros lleguen en barca hasta la Isla de Pascua, en el vértice derecho de ese triangulillo que he marcado sobre el mapa? ¿No les parece más probable que llegue alguien, aunque sea en sucesivas generaciones, desde Indonesia pasando por todas esas islas que se ven al oeste de la misma? ¿A que sí? Pues eso mismo consideran la mayoría de antropólogos, además de tener en cuenta pruebas derivadas de comparaciones genéticas, culturales y lingüísticas, que nos dan a entender que los ancestros de los habitantes de la Polinesia fueran asiáticos. A lo mejor un día se refinan estas teorías y vemos hasta de cuál zona asiática, pero eso ya es una especulación.

Eso no quita que la hazaña de Heyerdahl, aunque revele una tremenda cabezonería, pueda ser admirable como demostración de coraje. No obstante, lo que no se puede es escribir una hagiografía del tipo y ya suponer que revolucionó una disciplina académica. Y antes de que nadie diga que en la película dicen eso mismo, pues me da igual: puede seguir siendo buena aunque se tome según qué libertades con los hechos exactos, pero un periodista debe ser serio y no publicar falsedades; y si se dedica a escribir de cine, debe saber mejor que el resto de los mortales que los directores suelen ser dados a realizar versiones románticas de lo que sea. … Si es que es simple ignorancia, y no estamos hablando de un intento de mito contestatario, que amenaza con llegar a ser una plaga. ¿Qué quiero decir con eso? Les pondré un ejemplo. En su blog, Imperator se quejó cierta vez a propósito de la película V de Vendetta, basada en un tebeo de Alan Moore, concretamente, de una costumbre nacida por esta: la famosa careta de Guy Fawkes que llevan diversos manifestantes, como los de Anonymous.



Estos tipos. Quería describirlo con mis propias palabras, pero Imperator lo hace mejor:
No importa quién era Guy Fawkes. No importa que esa máscara simboliza al equivalente católico de un mujaidín que se ata explosivos al pecho, adelantando a los de AlQaeda unos cuantos siglos. No importa que lo que se celebra en la fiesta es que el terrorista fracasó y fue capturado, de modo que los protestantes pudieron seguir oprimiendo a los católicos unos cuantos años más. No importa que esa máscara se quema en efigie en la fiesta, que es algo a destruir.
En efecto. No obstante, añadiré que no sólo es cosa de Hollywood, como dice Imperator, sino que ya el dibujante del tebeo original fue el que propuso que el anarquista de Moore fuese con una careta de Fawkes, porque es “nuestro gran revolucionario histórico” y que habría que celebrar su intento de volar el parlamento. A Moore también le agrada que la mascarita haya pasado a simbolizar el anarquismo. De nuevo cito a Imperator:
Guy Fawkes no es un símbolo de libertad, ni de anarquismo. Sólo puede ser concebido así por gente que lo ha vaciado previamente para convertirlo en un eslogan de la identidad que quieren transmitir. Guy Fawkes quería matar al rey y acabar con el Parlamento para poner otro rey y otro parlamento en su lugar, eso sí, afines a su secta preferida. Y luego llevar a cabo su propia represión, claro. No hay nada admirable en ese tipo, y lo que se celebra es que lo pillaron con las manos en la masa y lo ahorcaron.
Pero bueno, seamos justos: ninguno de los dos debería figurar ni mucho menos como el responsable de haber hecho de Guy Fawkes una especie de luchador por la libertad, sino que ya lo hicieron otros mucho antes:

   

Si ambos crecieron leyendo este tipo de cosas y jamás se interesaron por la figura histórica, pues me parece normal que hayan acabado pensando eso. En España, para mucha gente el Cid no es un personaje medieval, sino un símbolo íntimamente ligado al franquismo. Bien, pues esto es lo que yo llamo “mitos contestatarios”: consiste en coger a un personaje histórico cuyas ideas lo llevaron a enfrentarse bien a las fuerzas del orden, bien a las autoridades académicas que correspondan, lavarle la cara para quitarle los hechos menos presentables (en Fawkes, que era un radical católico; en Heyerdahl, que no le hicieron ni caso), inventarse lo que sea necesario y ya así, presentarlo como ejemplo de molonidad. ¡Con dos cojones!

Nótese que la religión contestataria no es una novedad en lo que hace, como se demuestra por ejemplo con las diversas interpretaciones hechas a partir de Nerón o Bruto; sino en el objetivo y en la forma. Cuando alguien manipulaba los hechos de las vidas de algún personaje histórico, lo hacía con el objetivo de justificar sus propias ideas sociopolíticas en la historia, intentando crear un verdadero mito fundacional basado en un personaje conocido dentro de la cultura a la que iba destinada el cambio. En la religión contestataria, personajes tan particulares como Fawkes, geográficamente, o Heyerdahl, académicamente, llegan a espectadores (pues suelen aparecer en películas) ajenos a esa cultura o no entendidos en una determinada especialidad académica con el simple objetivo de recaudar entradas de cine.

Una de las críticas más habituales a la globalización es la idea de que hacen de la cultura el equivalente de una pizza: van rellenando una masa de diversos componentes y lo que te sale al final es algo que puede estar rico, pero que no tiene en sí mucho estilo. Tal cual, a mí esta idea me parece un poco peligrosa porque ha llevado a ciertos rebotes puristas que no me gustan ni un pelo, pero podemos reformularla: un personaje histórico, un libro, un cuadro necesitan ser estudiados dentro de su contexto histórico. Fuera de ese contexto, puede quedar un personaje atractivo, un libro divertido o un cuadro bonito, pero los detalles pueden escaparse fácilmente.

Piénsese en Los Simpson. Es indudablemente una serie divertida, pero algunos de los temas que tratan están a veces muy enraizados en la cultura americana. Así, cuando en algunos capítulos Lisa habla en el equivalente inglés del lenguaje no sexista, en nuestro doblaje a veces parece una verdadera retrasada mental porque traducir el chiste exacto y darle pleno sentido se antoja imposible, como cuando creando un mundo de ficción con otra solitaria como ella, pusieron dos mary-sues como las gobernantes de una reinada. En español, “reinado” es un período de tiempo y no un lugar, pero es que “reino” ya parece el masculino de “reina” y no serviría para trasladar aproximadamente la gracia entre “kingdom” y el ficticio “queendom”. De hecho, parte de la crítica de que los últimos capítulos eran menos graciosos se deben, inconscientemente en el caso español, a que cada vez aprovechaban más el tirón de famosos que ocasionalmente no conocía ni el Tato fuera de los Estados Unidos. Lo que muchos espectadores admiran de las primeras temporadas no es sólo, ni mucho menos, la calidad, sino que empleaban exclusivamente arquetipos universales como el gordo idiota y calvo, la mujer relamida, la niña incomprendida y el gamberro cafre.

Un ejemplo que a mí me sulfuró en su día fue el famoso chiste de la camiseta del gordo de la tienda de tebeos. Años después, cuando fui a mirar qué cojones era tan gracioso, resultaba que había que conocer cierto libro infantil que era muy famoso por la anglosfera, como para nosotros lo es el de Petete.

Pues si estas cosas ocurren con la comedia, figúrense cuando hablamos de dramas con todas sus implicaciones sociales o, como en el caso de la película, de hechos reales. Los mitos contestatarios es una consecuencia tanto de la falta de ganas de entender implicaciones culturales más profundas que “era un tipo opuesto a las ideas de su época”, como una continuación de la mitología propia de Hollywood del héroe enfrentado al sistema que acaba triunfando a pesar de todo. Por ello, no puedo descartar si el autor de esta noticia ignora la historia verdadera de qué le ocurrió a Heyerdahl, sino que le da igual porque asume que al público le importan una mierda los hechos exactos. Que en Internet haya desinformados que te salen lo de “Recuerda el 9 de noviembre”, pues es inevitable. Que salga en la prensa profesional como hecho contrastado, es muy grave.

Por otro lado, la ignorancia siempre ha sido muy común. Habrá que ver quién es el próximo al que le toca ser un símbolo de lo contestatario. ¿Apuestas?

viernes, septiembre 6

Conjeturas y observaciones.

Pues vi el otro día una película de animación basada en Los viajes de Gulliver, bastante antigua, del 39. La película, a pesar del título, sólo estaba basada en la primera parte del libro, el viaje a Liliput y Blefuscu (esto es, la acción de Gulliver queda en singular). Esta curiosa decisión puede estar basada en que la película se base en ciertas ediciones del libro que sólo incluyen la primera parte, nacida de la curiosa práctica de que esta obra fuera destinada como literatura infantil durante bastantes generaciones, y seguramente por el ascendiente tono misántropo del libro conforme Gulliver se embarca en nuevos viajes, sólo se les daba para leer la parte de Liliput, mucho más suave. A esta práctica los anglosajones la denominan “to bowdlerize”, que tiene incluso un sustantivo, “bowdlerization”. La palabra en sí viene de Thomas Bowdler, un farmacéutico, responsable de una curiosísima contribución a la literatura universal: las versiones censuradas, adaptadas para el público infantil y el FEMENINO, de los dramas de Shakespeare. Por si usted no conocía esto, le dejo unos minutos para asimilarlo. ¿Ya? Bien, pues para que se haga una idea, me limitaré a decir que en Hamlet, Ofelia no se suicidaba, sino que se ahogaba accidentalmente y que en otra obra no salía una prostituta porque está feo. Supongo que de Tito Andrónico arrancarían hojas enteras. Pues bien, el sobrino del señor Bowdler afirmó por escrito que estos trabajos fueron obra de la hermana de este tipo, esto es, una mujer (poetisa y novelista, para más señas). ¿Por qué no reivindicó sus “méritos”? Porque habría estado mal que una mujer leyera y entendiera, ya tiene delito, los pasajes más descarados de Shakespeare. Dejo otros tantos minutos para asimilarlo (supongo que más que antes). Resumen por si alguien no lo ha entendido: una mujer censuró una obra con el fin de que las mujeres (y los niños) no la leyeran, y esta censura la firmó su hermano para que no se supiera que ella leía y entendía de literatura atrevida. Después de tantos disparates, era inevitable que los Bowdler acabaran acompañando a Homer Simpson y su nombre ahora signifique adaptar una obra a un público inocente o a otro medio más popular retocando los asuntos moralmente más espinosos del argumento original. Normalmente tiene un sentido peyorativo, pero no siempre tiene que denotar que la adaptación sea mala. Por ejemplo, El nuevo traje del emperador de Andersen está basado en el relato del traje del rey de El conde Lucanor, de don Juan Manuel, pero se diferencia de este en que en el original, aquel que no viera el traje “no conocía a su padre” (que era un bastardo, vamos). Por ello, todos callaban para no perder su estatus, hasta que un esclavo, a quien le era indistinto quién era su padre, le contó al rey que iba desnudo. Andersen prefirió quitar del medio el asunto venéreo y, en consecuencia, de la imagen social para dejarlo en la inocencia infantil, que ve a través de todas las cosas. La fama de su versión es un argumento a favor del cambio que realizó. Pero esta entrada no va a ir acerca de Andersen, ni de Juan Manuel, ni de los Bowdler. Tampoco de la película, de la que sólo diré que no está mal, pero que para cambiar un argumento y dejarlo por la cuarta parte que se haga como Hayao Miyazaki cuando filmó El castillo en el cielo/Laputa*, esto es, que se hubiera llamado Liliput y Blefuscu. Vengo a hablar de la obra en sí, escrita por Jonathan Swift. Aunque, como digo al principio, algunos la hayan considerado una obra infantil por su tremenda fantasía, la obra en sí es una sátira de la Inglaterra de los tiempos del autor, que es retratada más y más mordazmente conforme el argumento transcurre. A su manera, la obra casi podría ser considerada un ejemplo de ciencia-ficción a medio camino entre aquellas obras griegas sobre gente que llegaba a la Luna y gente como H. G. Wells: una fábula que ilustra preocupación por una situación del presente. A partir de su visita al país de los gigantes, Brobdingnag, la situación de Inglaterra es representada como muy negativa, moralmente tan inferior al escenario de la historia como Gulliver físicamente contra sus habitantes; y esta crítica se extiende al resto de la humanidad a lo largo del siguiente viaje a Laputa**, Luggnagg, Glubbdubdrib y otros lugares. Después del último viaje, a la tierra de los houyhnhnms, uno no sabe si Gulliver se ha vuelto loco, pues su carácter se ha vuelto muy misántropo y dedica su tiempo a enseñar a hablar a dos potros. Mi comentario se refiere al tercer viaje, concretamente a Glubbdubdrib. Es curioso observar que si bien Laputa es descrita de un modo que casi, casi iguala el interés de Wells o de Verne en dotar a sus narraciones de solidez científica (la isla no flota, sino que se mantiene por la fuerza de repulsión de un potentísimo imán); en Glubbdubdrib se apuesta por la magia pura y dura: en esta nación, sus habitantes son magos capaces de invocar por un día a los muertos, con un descanso de tres meses para el difunto traído del más allá, quizás para recargar la batería que le permite pasar de un lado a otro o porque, como comentaba un conocido, los espíritus tienen que soportar una verdadera burocracia esotérica. Por supuesto, Swift aprovecha para invocar a unos cuantos muertos célebres y reírse un poco, por ejemplo, el protagonista llama a César y Bruto juntos, los cuales, lejos de enfadarse, resulta que se entienden y el propio César acaba declarando que su asesinato contaba para Bruto más que para sí mismo todas sus hazañas juntas. Después, el protagonista decide invocar a Aristóteles y le pregunta por su sistema natural, a lo cual contesta lo siguiente (pdf aquí):
This great philosopher freely acknowledged his own mistakes in natural philosophy, because he proceeded in many things upon conjecture, as all men must do; and he found that Gassendi, who had made the doctrine of Epicurus as palatable as he could, and the vortices of Descartes, were equally to be exploded.
Conjeturas, dice. Bueno, el caso es que decide hablar sobre la “teoría de la atracción” que tan de moda estaba por la época en que el libro fue publicado, y contesta esto:
He predicted the same fate to attraction, whereof the present learned are such zealous asserters. He said, “that new systems of nature were but new fashions, which would vary in every age; and even those, who pretend to demonstrate them from mathematical principles, would flourish but a short period of time, and be out of vogue when that was determined.
Que pasará, dice. Sí, bueno: trescientos años y todavía se enseña. Esta es la parte del libro que menos me gusta, algo predecible, dada mi formación científica: las pullas del autor hacia los primeros científicos de la época, que ya empieza en Laputa, cuyo nombre respondería, según algunos, a la aquiescencia de Swift con aquellas famosas declaraciones de Lutero. En Laputa viven filósofos, preocupados porque a lo mejor se les cae un cometa encima y que intentan verdaderos disparates, como obtener comida a partir de excrementos o dejar a un grupo de estudiantes mover al azar letras a imprimir en una especie de ordenador mecánico, con la esperanza de que algún día, vaya usted a saber cuándo, entre todos acabarán escribiendo grandes obras para la humanidad. Hay que reconocer que, desde la perspectiva de entonces, algunos de los experimentos de la Real Sociedad parecían extraños, pero es que en esa misma opinión podría haber coincidido un cateto cualquiera. Por otro lado, la declaración encierra ironía por un asunto que por aquel entonces, como ahora, era muy común: el Debate de los antiguos y los modernos, a saber, si hoy en día se sabe más que antes. Por supuesto, este debate continúa, sólo que los antes modernos pasan a ser también clásicos, tanto porque el tiempo no perdona a nadie como porque un clásico es quien trabaja para las generaciones futuras. A mí este debate me parece similar a otros tan imbéciles como “Fantasía contra ciencia-ficción” o “Sega contra Nintendo” (cuando yo era chaval, eran estas dos): puras y duras ganas de perder el tiempo. Está claro que en todas las épocas nace gente genial que realiza descubrimientos y/o escribe obras geniales, lo que nunca está claro es quién pasará a la historia y quién no será sino una moda. Ni siquiera en asuntos científicos, de los que dos más dos son cuatro se puede estar seguro, y si no miren a Mendel con sus leyes de la genética: por un tris llevan su nombre, porque nadie se enteró en su época por el hecho de que publicaba en una revista minoritaria, y porque los descubridores posteriores de estas leyes tuvieron un punto de honradez y de caballerosidad que provocaría el sonrojo de sedes políticas completas. No hablemos ya de los prejuicios culturales: el átomo es todavía presentado como un resultado de las ideas de Leucipo y Demócrito, pero lo cierto es que hay dudas sobre si a los indios se les ocurrió antes, concretamente a un tal Kanada, cuya fecha exacta de nacimiento varía entre el siglo VI a.C. (antes de los dos griegos) y el siglo II a.C (después). Eso cuando todavía admitimos que anuncian ideas nuevas, porque no pocas veces se anuncia el redescubrimiento de la pólvora y de que si metes la cabeza bajo el agua, no puedes respirar. Piénsese en todos esos cantamañanas que amparándose en, pongamos, internet o el libro electrónico casi que anuncian la llegada del Homo novus, que será sabio, guapo y no olerá mal después de tres días sin ducharse en pleno agosto. Ocurre, seamos sinceros. No obstante, el bando de los clásicos suele estar incluso más desnortado que el moderno. En común, ambos fallan en presentar las ideas y conocimientos de una época como monolíticas y sin desacuerdos, cosa que es ridícula. No hay más que ver que en cualquier época hay materialistas e idealistas, humanistas y nacionalistas, populares y elitistas, ateos y religiosos; y más factores que crean tantas facciones que uno se pierde entre argumentos y diatribas, porque cada grupo tenía, tiene y tendrá de enemigos a otros, charlatanes para ellos. Cuando yo era un chaval, recuerdo que en literatura iba muuucho mejor que en filosofía, y estoy empezando a pensar que era porque en la primera asignatura te presentaban a los autores clásicos en primer lugar (desde el Arcipreste de Hita hasta llegar a la generación del 27), y si bien había movimientos literarios, te los explicaban con calma, mientras que el siglo XX y toda la filosofía eran escuelas detrás de vanguardias, o al revés. Si a otros hombres los árboles no les dejan ver el bosque, a mí las facciones intelectuales no me dejaban ver una disciplina del saber. También fallan en algo, bastante curioso en los modernos: idealizar el pasado. En realidad, es un fallo de perspectiva: la antigüedad de la que hablaban era un período de casi un milenio de duración, que asimismo había ocurrido otro milenio antes. Entre ambos tiempos, se produjeron varias cribas que rechazaron mucha basura. Porque no se crean que en la Atenas clásica sólo existieron Pericles, Sócrates y Arístides. Estaba esa masa que le ponía las cosas difíciles al primero (más a continuación), condenó a muerte al segundo y al tercero al ostracismo. Y muchos de esos se atrevían a producir memeces que en la posteridad no quisieron salvar ni sus descendientes porque el recuerdo del ancestro era, parafraseando a Camilo José Cela, egeo-pelásgico. Es decir, que no todos los antiguos eran iguales. Unos antiguos en concreto, pues sí, es innegable que eran de un ingenio maravilloso. Como algunos modernos, pero con una diferencia: ya están muertos. No lo digo en contra de ellos, sino de sus defensores: los clasicistas se aprovechan de esta circunstancia para desbarrar a gusto. Como bien saben en cualquier grupo que promete consecuencias después de la muerte, los muertos todavía no han vuelto, ni uno de ellos, a rectificar a cualquiera que hable de ellos. Con los modernos también se hace, pero el interesado o bien critica, o bien elogia a sus supuestos defensores y aliados. Por eso mismo mucha gente habla tanto de las tradiciones perdidas: es fácil, cómodo y perfecto para no tener que enfrentarse a nadie. Estos tres errores llevan a conclusiones disparatadas. Por ejemplo, afirmar que los descubrimientos modernos no eran sino algo pequeño al lado de los clásicos. Pues será, pero esto no quita que, por un lado, el conocimiento antiguo no pueda ser complementado, a veces de manera brillante, por el reciente; y por el otro, que el moderno en algún momento no rectifique algo que se tuvo por verdad absoluta durante más de un milenio. Del primer caso, podemos irnos de nuevo con Pericles y lo que le pasó a un maestro suyo, Anaxágoras. Este hombre, un materialista, tuvo la osadía de afirmar en la politeísta Grecia que el Sol y la Luna no eran, como era bien sabido, Febo Apolo y Artemisa, sino una bola en llamas y una roca que reflejaba la luz de la primera, respectivamente. Existe un mito según el cual los paganos eran unos hippies que estaban abiertos a la tolerancia religiosa tal como la entendemos hoy en día, lo cual está algo equivocado. No les importaba mucho reconocer que los pueblos de al lado tienen sus propias montañas sagradas y similares, pero que nadie tocara sus lugares sagrados, y este tío escogió los dos astros más luminosos del firmamento. Los sacerdotes, ¡cómo no!, pidieron a gritos que fuera ejecutado por impiedad, el mismo delito achacado a Sócrates. Tuvo que salvarlo el ya citado alumno suyo, y sacarlo de extranjis de la cárcel y de la poleis, en un caso claro de que a veces ir en contra de la voluntad del pueblo es lo moralmente correcto. Pues piensen ustedes lo que se habría alegrado este hombre de saber que, siglos después, Galileo hubiese visto la superficie de la Luna y hubiese visto que era, en efecto, de roca. Del Sol, baste nombrar el prisma de Newton. Acerca de creencias antiguas rechazadas, podemos volver al libro de Swift. Mi mayor desacuerdo con el párrafo anterior es la idea de que la gravedad y la filosofía natural de Aristóteles equivalen. Más que nada, porque Aristóteles dijo muchas cosas. Por ejemplo, se le ocurrió que, como el hombre al nacer es un ser indefenso, quizás el primer humano fue criado por otro animal. Punto para Aristóteles, que sin darse cuenta conjeturó la evolución natural. También quiso colocar la ética dentro del campo de la biología, adelantando la etología. Otro más. Pero cuando llegamos a los dientes, ya no podemos perdonarlo. Resulta, verán, que Aristóteles tenía ciertas manías respecto a la naturaleza masculina y femenina. Como era común en el mundo griego, creía que lo femenino existía como imperfección de lo masculino, pero de un modo muy peculiar: en los dientes. Los varones, según él, tenían más dientes que las mujeres. El hombre perfecto de Aristóteles, bien mirado, debía de ser algo así como un superhéroe dibujado por Rob! Tampoco podemos dejar de lado el asunto del semen, porque se las trae. Aristóteles desarrolló la idea de que nuestro sexo era determinado por las características de este fluido. Hasta aquí hay que reconocer que su idea fue afortunada y es verdad que el sexo se determina por vía paterna. El problema viene al cómo se figuraba él que ocurría. Por humedad. Verán, para Aristóteles, el aire era bueno por ser activo y dinámico, mientras que el agua (el frío) era mala por ser pasiva (esto se demostró después igualmente incorrecto por la teoría cinética molecular). Por ende, si en el momento de eyacular, el semen era afectado por los vientos del norte, nacía nene seguro; y si era afectado por los del sur, nena seguro, porque son más húmedos. Y después de escribir esto, cenaba tan tranquilo. Lo que yo vengo a criticar es que decir todo esto eran conjeturas es discutible. Los dos primeros razonamientos se basan en hechos observables: cómo son los niños al nacer y que los animales suelen tener ciertos patrones de comportamiento. Lo siguiente fue pura especulación basada en prejuicios, incluyendo lo del semen, porque Aristóteles consideraba el semen como causa eficiente del hombre, ya que la mujer sólo se echaba de espaldas y “pensaba en Atenas”. Lo peor no es que en la era moderna estas ideas resulten risibles, sino que en la misma época “antigua” también lo habrían sido para algunos. De hecho, incluso antes: Anaxágoras llevó a cabo sus observaciones del Sol y la Luna un siglo antes y también empezó a considerar que la manualidad era condición previa de inteligencia, y no al revés (una vez más, Aristóteles). Erastótenes y Arquímedes, el siglo posterior, realizaron asombrosos descubrimientos basándose en observaciones del día a día que jamás pasaron de moda, porque eran hechos objetivos. Que el palo de Erastótenes proyectara una sombra no depende de la filosofía, me parece, ni que el agua de la bañera de Arquímedes se desplazara cuando ahí se metía. De todos modos, no hay que olvidar que alguna vez se ha admitido la existencia de algo sin tener más que conjeturas, aunque fueran muy sólidas. Por poner un ejemplo ya mencionado, el concepto de gen, tal como lo presentó Mendel, era más una formulación matemática basada en sólidas observaciones que un concepto biológico per se, y de hecho Jacques Monod menciona en El azar y la necesidad que para muchos biólogos la idea del fenotipo era una especie de excusa para seguir hablando de algo cuya existencia no había sido demostrada. Va a ser que no, Swift, y de veras lamento que no exista un lugar como Luggnagg para invocarte e indicártelo. Aunque si existiera un lugar así, me parece que no te llamaría, porque hay quien comenta que eras un pelín amargado, aunque ya se sabe que los críticos literarios a veces hablan demasiado (y quién no). Casi mejor que a ti, invocaría a Boccaccio y a Maupassant, y nos iríamos de juerga. *Quenosparióatodos. ** Por cierto, en la edición que leí yo, que compró mi padre hace ya más de cuarenta años, hay un caso de censura amable a lo Bowdler y la llaman Lupata.

miércoles, julio 31

Al final, todo quedó en la raza.

Pues al final han declarado no culpable al tipo que, patrullando su barrio, se lió a tiros con un chaval. Las protestas no se han hecho esperar, en especial por los negros, que consideran que el principal motivo de que el tipo actuara así fue porque el chaval era negro. La otra parte del debate es el del control de armas, que desde luego tiene su parte de lógica. Desde que me enteré del caso, me llama la atención que casi nadie se haya planteado que fue absurdo de cojones que un individuo en plena formación de policía se dedicara a patrullar un barrio. Yo no sé si eso puede ser declarado delito, pero muy seguro no parece, vistos los resultados.

Claro que casi mejor es la opinión de una miembro del jurado, casada y con hijos, acerca del veredicto de no culpable: “ambos tienen la misma culpa en el resultado”. Claro que sí, señora: la misma culpa tiene un chaval que volvía de comprar golosinas que un tipo que va paseándose con una pistola ex profeso para usarla. La misma culpa tienen, cuando el chaval se volvió, ya alarmado, al tipo y le preguntó quién era, y el pistolero, que decidió pasar de guardián a interrogador y le preguntó qué hacía por allí. Nada de identificarse, que hasta lo hacen los vigilantes de pasillo de los institutos estadounidenses. Igual de culpable Zimmerman por patrullar sin pareja y de civil, cosas que debía de saber porque, repito, estaba preparándose para ser policía, que el chaval por salir mientras llovía y con una capucha puesta. Ustedes ya saben que si se pasean bajo la lluvia, viene un policía y te pone una multa. Culpabilísimo.

A mí me preocupan sobremanera las posibles consecuencias del caso en un país que, como Estados Unidos, tira tanto de precedentes legales. Parece que no, pero semejante veredicto condona no sólo la vigilancia vecinal por parte de inexpertos, sino también los posibles accidentes derivados de esta. A la gente le mosqueó muchísimo el posible racismo de Zimmerman, pero es ahora cuando le van a dar alas no sólo a los racistas, sino a cualquier chiflado con sospechas del vecino de enfrente. No es coña. Estados Unidos, en mi opinión personal, no debe de tener mayor porcentaje de gente exaltada que otros países, pero está claro por las estadísticas que esespecialmente violento. En otros países, una de dos, o los gobiernos se las arreglan mejor para controlar la cólera de sus ciudadanos, o simplemente la gente no tiene a su alcance los mismos medios para dañar el prójimo.

Y añádase que ya hay una cuestión racial de por medio: ya en la primera entrada que escribí sobre el tema, me escandalizó que Spike Lee casi diera inicio a un linchamiento (que sea de inocentes o no me da igual, lo siento) y que, no obstante, recibiera considerablemente muchas menos críticas. La sensación de inseguridad de la población negra estadounidense estaba ya lo bastante elevada y el resultado del juicio va a subirla aún más. Ya me figuro que esa vieja historia de un negro conduciendo, al que un policía le pregunta de dónde ha sacado el coche, va a volver a estar al día, sólo que ahora la pregunta será realizada por cualquier pistolero aficionado.

No es raro que Estados Unidos, construida desde una base inglesa, pero con contribuciones de lo mejorcito de todo el mundo, siga teniendo sus mayores problemas con la población descendiente de aquellos llevados en esclavitud hasta esa tierra. Pero también sorprende que, ante casos como este, el gobierno falle para tratar el asunto como lo que es: un asalto claro a los derechos del individuo. Aunque en este caso, se ha tratado de algo en apariencia tan trivial como el derecho a pasear por donde queremos.


miércoles, julio 10

Viendo la tele…

Miren que yo no soy partidario de machacar continuamente la televisión, a diferencia de algunos culturetas que lo hacen para demostrar un supuesto intelecto que no tendrían ni vendiendo su alma al diablo, pero sí lo soy cuando veo u oigo cosas que son para morirse.

Y me pasó el domingo, cuando zapeando, llegó mi viejo a una peli en que salía una niña encontrándose con su familia no conocida, gente de dinero (tópico excelso). Cuando la niña va informándose, llega al conocimiento de que su madre era una muchacha que se llevó mal con la familia por ser idealista y luchadora buenrollista (otro tópico excelso). Sólo se llevaba bien con el criado indio, de pelo largo, muy sabio (un tópico excelso más). Según su tía, estaba en contra de todo, del capitalismo, de la energía nuclear y del racismo (mezcla de varios tópicos izquierdistas), y según su tío político, calvo (atentos luego a esto), “salía con un melenudo con pinta de profeta, con media de carrera de filosofía por acabar” (tópico hippie). Bravo, todos en menos de un minuto.

Después, se descubre que el calvo era un malvado contrabandista o algo así. Nótese la comparación entre los melenudos, sabios, buenos, que votan a los partidos blandiblú de izquierdas; frente al calvo, explotador, mercantilista, prejuicioso, votante de la derecha rancia y carpetovetónica. Es decir, que los calvos son gente indigna de recibir confianza. Ríanse, ríanse, pero es lo mismo de los libros que publicaban aquellos psicólogos decimonónicos, según los cuales todos los asesinos tenían el pelo alborotado, como en el teatro de Shakespeare, si no recuerdo mal. Es como decía Seleucus cuando se quejaba de que un tío lo llamó “calvorota” por criticar los Premios Planeta: en otras circunstancias, a lo mejor lo habría llamado “negrata”.

El resto, se encuadra a la perfección en la entrada ya clásica de Copépodo, resumida por Imperator, de <i>Mentiras y gordas</i>: la cuestión es no ser un rebelde, sino parecerlo.


A mí no me importaría demasiado, si no fuera porque encima presumen de ofrecer una “programación de calidad”, lo que sólo se cumple con algunos programas y si se da la circunstancia de que te interesen. Por supuesto, en otros países pasa igual o incluso peor, allá fueran inventaron el <i>Gran Hermano</i> y <i>Gandia Shore</i>. De hecho, esta película es alemana. Cuando los alemanes imitan los tópicos usacas, llegan a superarlos.

Pero eso queda para otro día.

jueves, mayo 30

La fascinación por los elementos celestes.

He leído Utopía, de Tomás Moro. Como siempre me ocurre cuando me acerco a uno de estos clásicos, he salido con una impresión diferente a lo que me enseñaban en la escuela. Sería un lugar idílico, pero sólo a la manera católica, especialmente en el formalismo religioso. No obstante, vengo a discutir de una cita en concreto:
Estos [los utópicos] se preguntan, en efecto, si puede haber hombres que queden embelesados ante el brillo engañoso de una perla diminuta o de una piedra preciosa, cuando tienen la posibilidad de contemplar una estrella, y hasta el mismo sol.
Una constante de la humanidad es su fascinación a lo desconocido, pero esta se ve acompañada por la fascinación a lo inalcanzable. La Luna y el Sol han fascinado por estar ahí colgados sin haberse sabido muy bien qué son hasta hace poco más de quinientos años. El resto de los objetos celestes han disfrutado a veces de pequeños cultos individuales, aunque por lo general suelen ser mencionados en grupos. No es casualidad que incluso las religiones monoteístas, esas que en los libros vienen señaladas como “que no adoran las fuerzas de la naturaleza”, le den tanta importancia al pabellón celeste. En el zoroastrismo, más o menos el primer monoteísmo funcional, tiene como símbolo el gallo, como traedor de la mañana. Las aureolas de los santos son símbolos solares. Los musulmanes usan la Luna Creciente como símbolo de su religión. Incluso los politeísmos tendían a un henoteísmo de la personificación del Sol, como fue la reforma de Akenatón y el caso de los incas.

Tampoco podemos dejar de lado el fenómeno OVNI, que aunque se revestía de capas de racionalismo y de ciencia dura, era un variado conjunto de religiones sincréticas o creencias viejísimas, apenas disfrazadas tras tres o cuatro términos. Un buen exponente es la película Encuentros en la tercera fase, realizada por un Spielberg creyente en el contactoextraterrestre, quien llegaría a declarar:
Spielberg also compared the theme of communication as highlighting that of tolerance. “If we can talk to aliens in Close Encounters of the Third Kind,” he said, “why not with the Reds in the Cold War?
En lo que supuso un nuevo intento del ser humano para buscar en el universo una solución a sus problemas y dudas, que no son precisamente algo pequeño. Callado el universo, la ufología se ha vuelto cada vez más una parodia de sí misma (al principio lo era de la ciencia y de lareligión), y si los hombres miran las estrellas, es por admiración estética.

Aunque esto no impide que surjan nuevas creencias pedestres, una vez más por cosas vistas en el firmamento. Un buen caso es el revuelo alrededor de las estelas químicas (chemtrails), aunque conozco casos incluso más ridículos, como un tipo que se maravillaba de un espectáculo de fuegos artificiales y los comparaba con aquellos que nada más que miraban a sus móviles, a esas “piezas de tecnología”. Se conoce, yo no lo sabía, que los cohetes son naturales (quizás sean el fruto de algún extraño árbol).

Tampoco podemos ignorar el otro elemento: el desprecio a las piedras preciosas, porque están en el suelo. Teniendo en cuenta la época, la comparación de la belleza de las estrellas con el de las piedras, dando por ganadoras a las primeras, se debe al aristotelismo que consideraba perfecto cualquier elemento del universo externo a la Tierra (esto es, los cuerpos celestes). No obstante, es curioso mencionar que esta dualidad de Cielo (guay) contra Tierra (cutre) sobrevive, aunque con otros argumentos. El fenómeno OVNI, ya mencionado, suele suponer que en esas civilizaciones extraterrestres se ata a los perros con longanizas, y se llegó a mezclar con cierta rama que empezó a considerar que la energía era un elemento místico de carácter cósmico (posiblemente, por la idea de que varias de las estrellas de nuestro firmamento son en realidad la luz emitida por dichas estrellas hace ya años); en oposición una vez más a la triste y material (en contexto científico, suena ridículo) Tierra. En un relato de Richard Matheson, hay un escritorzuelo, descrito además como un pedante de letras inaguantable y maltratador, que llega a opinar, entre otras mamarrachadas, que sus compañeros catedráticos observan burdos pedruscos teniendo a las estrellas. Incluso en una comedia como The Big Bang Theory, Sheldon muestra un claro menosprecio por la geología y sus ramas.

Únase a eso que en Utopía se muestra desprecio por el dinero, por lo que tiene otra ventaja la belleza celestial: que es gratis. Se nota que Tomás Moro nació bastante antes de los descubrimientos de Galileo. Hoy en día, más que por desprecio al dinero, la grandeza celestial se usa para contraponer los problemas terráqueos y nuestras preocupaciones como insignificantes ante la extensión del universo: el punto de vista galáctico, usado por Carl Sagan en Cosmos y muchas veces usado en películas como Ultimátum a la Tierra.


Curiosamente, como comentaba yo aquí y escribió el ya mentado Richard Matheson, lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño son quizás los terrenos donde, actualmente, el hombre busca si no ya la divinidad, sí la belleza sobrecogedora que comparte sus características: independencia, eternidad e inmensidad.

jueves, mayo 16

Misión cinematográfica religiosa.


El mes pasado emitieron en Paramount la versión cinematográfica de La guerra de los mundos rodada en 1953 por Byron Haskin. Como sólo conocía la peculiar versión que Spielberg realizó, decidí verla con mi padre. En general, me causó una buena impresión, teniendo en cuenta la época en que se rodó. Sin embargo, hay escenas ridículas.

Una es cuando, dentro de una casa, el protagonista, el doctor Crawford, se carga una cámara de los marcianos y estos, en vez de hacer lo lógico, freírlos sin más ni más, va uno de ellos a investigarlo por su cuenta. Sin armas, que también es divertido.

Otra ocurre mucho antes y es la que motiva esta entrada. Cerca de la ciudad donde caen los infames cilindros marcianos, el sacerdote local se relaciona con las líneas de defensa, como representante de lo que en otros tiempos se llamaban fuerzas vivas. Al tipo no lo convence demasiado la idea de bombardear a los marcianos sin hablar primero, muy a pesar de que estos han freído previamente a tres hombres y han causado unos cuantos destrozos. Así que decide, sin advertirle previamente a nadie, presentarse ante los marcianos… PROVISTO DE UNA BIBLIA. El motivo es que, para el tipo, esa gente tan avanzada “debe conocer la palabra del señor”. Claro que sí, ¿y por qué no el Tao, o la naturaleza búdica? Su táctica merece ser recogida en la antología del disparate militar: recitar versículos mientras agita el libro. Bien mirado, casi, casi que comprendo a los marcianos.

Tengo una Biblia, ¡Y ESTOY DISPUESTO A LEERLA EN VOZ ALTA!
Que el tío hable en inglés, bueno, que asuma que los marcianos hablen ni lo comento por obvio. Al final, le disparan con el infame rayo de la muerte y queda vaporizado. Por algún motivo que mi pobre mente es capaz de alcanzar, luego es descrito como un héroe.

La pera. Luego dirán, a propósito de “pilículas” como Prometheus, que hay una especie de ola religiosa en la ciencia-ficción moderna. Claro, tonterías. Ya se ve por esta película que el principio antrópico ya era
conocido hace sesenta años, aunque no siempre por ese nombre. La novela original de Wells, aunque vista desde ahora tenga ciertos errores, no dejaba de ser una especulación muy curiosa en el aspecto biológico, con seres con aspecto de pulpo, asexuales y telépatas. La película cambia el aspecto de los alienígenas y los hace más humanos, sólo en el sentido de que tienen cuatro miembros, pues la “cara” estaría en el “tronco”, por llamarlos así. Además, tienen tres ojos dispuestos en círculo específicos para cada color, esto es, un ojo para cada tipo de color recogido por los conos oculares. Incluso hacen una simulación de cómo sería su visión y un comentario sobre su sangre. Vamos, que la película no carece de nivel. Al final, acaba como la novela de Wells, aunque esa escena, no diré cuál, en la película se oye con un oportuno toque de campanas procedente de una iglesia.


Pues en esta misma película, un tío decide echar un sermón religioso, como si los marcianos fueran rigelianos, ya saben, Kang y Kodos, que no hablan inglés, pero sí rigeliano, que por una casualidad del mismísimo carajo es exactamente igual al inglés. Aunque en ese caso, displicentemente, los dos habrían contestado que son presbiterianos cuánticos.


Luego criticarán el space opera.