He leído hace poco un libro que
reúne La gaceta sideral, de Galileo Galilei y Conversación con el mensajero
sideral, de Johannes Kepler, el primer escrito de Galileo en
que defendió públicamente el sistema copernicano1 frente al
geocentrismo y la respuesta favorable de Kepler, respectivamente. Hasta ahí llega la opinión popular, porque ambos ensayos fueron también un argumento en contra de otras
ideas relacionadas, como la perfección de los cuerpos celestes (esto es, la afirmación de que son inmutables sin experimentar generación ni destrucción) fue desestimada por la
observación del relieve lunar y la negación sobre que estos cuerpos tuvieran
dos movimientos, transformadas en certeza por los satélites que Galileo
descubrió en Júpiter, que llevan su nombre2. Ambas eran ideas aristotélicas esgrimidas contra el modelo de
Copérnico, pues en su visión del mundo todos los astros realizaban un único movimiento de traslación alrededor del Sol, pero la Luna hacía dos: la circunsolar y la circunterrestre.
Aparte, el libro contiene ciertos
extractos de cartas de Galileo y Kepler sobre otros descubrimientos
astronómicos de la época, como las manchas del Sol, una imperfección que agotó
la paciencia de los aristotélicos, y algunas observaciones más, como el hecho
de que Saturno fuera “tricorpóreo” (o más concretamente, que tenía muy cerca de
él lo que parecían dos cuerpos que lo ceñían) y cierta mancha roja
sobre Júpiter.
El libro, traducido por Carlos
Solís Santos, está convenientemente anotado. En las notas, se hace ver que
fueron especialmente los jesuitas quienes atacaron a Galileo por sus
descubrimientos, aunque hay que decir que no fueron los únicos: no pocos
filósofos, esto es, estudiosos de cualquier cosa, se quejaron. Los astrólogos,
de que los nuevos satélites jovianos revelaban la inutilidad de los horóscopos
tradicionales y otros que negaban que la física pudiera mezclarse con los
cuerpos celestes3. En el asunto de Galileo y la Iglesia ha habido
voces que han intentado dar a entender que todo es un malentendido y que la
segunda parte no intentó nada malo. A lo que digo que, ¡y un cuerno! Verdad es
que ni era toda la Iglesia ni todos los implicados eran eclesiásticos, pero que
hubo un juicio queda claro, aunque el libro cuenta que algunos jesuitas, como
Christopher Scheiner, empezaron su campaña contra Galileo por motivos tan
nimios por las manchas solares, que el citado pretendía haber descubierto el
primero.
Aparte del indudable interés
histórico, el libro es interesante para ver cómo se pensaba en la “física”
pre-newtoniana. Entre comillas, porque lo que llamamos hoy en día ciencia por
aquel entonces todavía se hallaba íntimamente ligado a la religión, en el
sentido de doctrina que intenta dar sentido a la existencia. De ambos autores,
el que se destaca más es Kepler el astrólogo, ocupación en la que ya de por sí
se intenta buscarle sentido metafísico a hechos naturales. Y es que, aunque
Kepler admite sin ningún problema la existencia de los cuatro satélites
jovianos, lo que asalta a Kepler es una duda, digamos, “trascendental”.
La belleza de estos cuatro
satélites quedaba desapercibida a los ojos terrestres si no se usaba una última
tecnología de la época. Luego, ¿para qué existían? Con la teleología hemos
topado. Todo existe para nosotros… La teleología parece una reliquia, pero
todavía se ve su fantasma en algunas de las peleas entre ateos entre
religiosos, como aquella anécdota entre el científico ateo y el sacerdote
católico, en la que el último le preguntó al primero cómo no podía creer en
Dios por las maravillas del universo, y el aludido respondió que le parecía que
Dios había desperdiciado casi todo el espacio.
Bien, Kepler era, aparte de un
tipo brillante, muy religioso. Para él, todo el universo era una obra de Dios
para nosotros. Luego, ¿qué hacían allá, tan lejos, esos satélites? En su obra
propone una explicación, la cual lo lleva a otro argumento. Advierto de
antemano que ambas son curiosas para el gusto actual y que se basan en que la
contemplación de los satélites de Galileo es mejor desde Júpiter que desde
cualquier otro punto del universo:
Los satélites están para que los
contemplen los jovianos o joviales, esto es, los supuestos habitantes de
Júpiter. Esta especulación, probable para Kepler, aparece después de que
mencione cierta hipótesis clásica sobre los selenitas. Se apoya en el hecho de
que como los satélites identificados fueron cuatro, el mismo número de planetas
más cercanos al Sol que Júpiter (Mercurio, Venus, la Tierra y Marte), están ahí
para “compensar” a los jovianos las enormes dificultades para contemplar estos
planetas, que deben ser prácticamente imperceptibles para ellos. Además, afirma
que para los jovianos la luna debe de ser imperceptible, con lo que demuestra
que, si la Luna es nuestra, los satélites de Galileo están para ellos.
Esta especulación lleva a Kepler
a otra consideración filosófica: si existieran los jovianos (u otros
alienígenas) y fueran racionales, ¿serían más nobles que el ser humano? No, en
opinión de Kepler, porque resulta que la Tierra está en un lugar privilegiado:
en el seno del universo, el único constituido con los cinco sólidos platónicos,
en el centro de las esferas celestes principales4 y donde se separan
las dos órdenes de los ya citados sólidos (sic). Esto demuestra sin lugar a
dudas que, incluso si hubiera jovianos y fueran racionales, el hombre es la
criatura favorita de Dios.
Además, piensa Kepler que el
descubrimiento incitaría un “salto tecnológico”: propone que quizás esos
satélites hayan aparecido como una manera de estimular la creación de una
“máquina de volar” (sic) que llevara allí a intrépidos exploradores, los cuales
no faltarían. Kepler ya propuso la NASA, ¡vamos!
Increíble, ¿eh? Esta entrada no
hace justicia a la inmensa capacidad de digresión que demuestra Kepler en su
texto, en el cual toda esta discusión se sigue perfectamente de la aceptación
del descubrimiento de Galileo. De hechos llanos y cantados, pasa a buscar la
razón última y trascendente, como destaca Carlos Solís Santos.
Pero hay más: Kepler era, como he
dicho, astrólogo, y no uno cualquiera. Observaba continuamente los cielos y los
contrastaba con sus ideas acerca del efecto que los astros debían tener. Para
él, la aparición de los satélites de Galileo no fue tanto un problema con la
organización del universo, pues él era copernicano, como con el horóscopo. Si
había más astros de los que contemplaba su sistema, los cálculos obtenidos eran incorrectos. Al final justificó un poco
su sistema alegando, mediante ciertos razonamientos geométricos, que las características de los satélites jovianos sólo influyen en cierto tipos de características.
Es decir, Kepler aplicaba lo que podríamos llamar
el método científico a todo esto (eso sí, era una total pérdida de tiempo). Kepler
incluso afirmó su esperanza de que los satélites de Júpiter y los posibles de
Marte5 ayudaran a corregir las divergencias entre la realidad y su
modelo cosmológico.
Por su parte, Galileo rechazaba
de plano alguna influencia astral sobre los asuntos terrestres, incluyendo esa
relación bastante marcada entre las fases de la Luna y las mareas, porque eso
de ejercer fuerzas a distancia le parecía cháchara… Hubo que esperar a que a un
tal Newton se le ocurriera que había una cosa llamada gravitación para aclarar
esa parte. Para Galileo, las mareas se debían al propio movimiento de la Tierra
alrededor del Sol y de sí misma. Como con un vaso de agua, ¡vaya!
Galileo, asimismo, comparaba sus
observaciones de la Luna con el efecto de los mares terrestres en su
explicación del relieve lunar, pero desechará más adelante esa idea. También consideró
que esta tenía atmósfera, a la que atribuía algunos efectos ópticos, como que
la circunferencia del disco lunar parece más brillante que el interior del
mismo y carente de accidentes geográficos.
Ambos autores, curiosamente,
estaban plenamente convencidos de que el Sol era, sin duda alguna, el exacto
centro del universo. Lógico, pues con esos datos de la época no tenían que
pensar otra cosa. Excepto una: los cometas, cuya irregular órbita fue
aprovechada por los jesuitas y otros aristotélicos para impugnar la validez del
sistema copernicano. Galileo intentó encontrar una solución que salvara el
conjunto, pero fue (y sigue siendo) imposible6. Así, de pronto se
volvió aristotélico y declaró que los cometas eran fenómenos atmosféricos. En
tiempo de Galileo, no obstante, el sistema copernicano acabó sustituyendo al
ptolemaico definitivamente, muy a pesar de los jesuitas y, esta vez también
vamos a superar la versión popular, los luteranos radicales. Porque no tuvieron
tanta fama, pero Lutero criticó personalmente la obra de Copérnico y le
molestaba hasta tal punto la idea de que la gente no interpretara las
escrituras literalmente que llegó a exclamar aquello tan famoso de “La razón,
esa puta”. Los fanáticos, ya se sabe: cuando no tienen argumentos, atacan al
honor.
Primera parte de tres.
1 Es curioso observar hoy en día
que, ante la complejidad del universo, suena a chiste hablar de un posible
centro. Claro que, bien observado, este es más irrelevante porque, si este
existiera, no sería en absoluto observable desde la Tierra.
2 Calixto, Europa, Ganímedes e Ío
son llamados los satélites de Galileo, pero el propio Galileo los llamó Astros
Mediceos, en un intento basta claro de hacerle la pelota a Cosme de Médicis,
duque de Toscana y antiguo alumno suyo. De hecho, en su libro omite a Paolo
Sarpi, un religioso que le comunicó las nuevas sobre los telescopios, porque
este hombre estaba enemistado con los Médicis por aquel entonces.
3 Tal era la disociación del
mundo aristotélico, que las matemáticas no se solían usar para explicar los
fenómenos terrestres.
Se refería a la serie
Sol-Mercurio-Venus-Tierra-Marte-Júpiter-Saturno..
5 Kepler tiene el curioso honor
de haber predicho que Marte tenía dos satélites, pero basándose en un
razonamiento igual de poco realista: como la Tierra tiene uno, y Júpiter cuatro
(los de Galileo, claro), Marte debía tener dos para que la progresión fuera
correcta. Para que vean ustedes que acertar no supone tener mayor conocimiento.
6 Porque, aunque ya estaban
desarrolladas las leyes de Kepler, no identificaron el movimiento de los
cometas como órbitas de alta excentricidad. Curiosamente, para los jesuitas esta
anomalía “confirmaba” el sistema mixto de Tycho Brahe. De hecho, para ellos
cualquier cosa lo hacía.
2 comentarios:
Te recomiendo que leas la biografía novelada de Kepler del que probablemete es el mejor escritor actual en lengua inglesa, John Banville: 'Kepler' (Edhasa).
Muy bien la entrada
Gracias por el consejo y el elogio.
P.D: La palabra de verificación es "andomRes", que se parece a "Andrómeda".
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