Hoy en día, es lugar común que la
astrología es básicamente irreal. El primer argumento, y más poderoso, es que nuestras
constelaciones (lo que incluye, obvio es, el zodíaco) son totalmente
arbitrarias: la forma y el número con que nos han llegado se basan en lo que
egipcios, babilonios y griegos vieron en el cielo en tiempos antiguos. No hay
más que comprobar que los chinos tienen su propio sistema de “constelaciones“.
Donde los griegos vieron al famoso y desgraciado Orión, ellos veían “Las tres
estrellas” y “El pico de la tortuga”. Hay que destacar que esta es una de las
constelaciones más coincidentes en ambos sistemas.
A algunos lectores puede
parecerles que mi anterior aclaración es una perogrullada, pero es necesario
decirlo porque algunos creen que las constelaciones pueden, por ejemplo, ser descubiertas como si fueran especies desconocidas.
No obstante, hay una diferencia respecto a los astrólogos
de ahora y los de la época de Kepler: se basaban en hechos astronómicos. Una de sus mayores preocupaciones fue si el
horóscopo seguía teniendo validez, pues el descubrimiento de Galileo revelaba
más astros de los tradicionalmente conocidos. La defensa de Kepler se basó en
lo que hoy en día llamaríamos un argumento cuantitativo: como los satélites de
Júpiter, en apariencia, no se alejan demasiado del propio planeta, su efecto se deduce de esta particularidad.
Esto es, los astrólogos de
entonces observaban realmente el cielo. Cuando decían que Júpiter estaba en
conjugación con Piscis, no era marear la perdiz con términos aparentemente
profundos y llenos de significado, sino que querían decir que la posición de
Júpiter en el cielo pasaba realmente por Piscis. Que luego le buscaran al hecho
una influencia terrenal (correcto, quiero expresar que ocurre en el planeta
Tierra) sobre el comportamiento y el devenir del prójimo, pues ya es una
tontería, pero la astronomía ya purgó todos esas supersticiones... que se independizaron y mantuvieron inalteradas.
La respuesta del mundo de la
astrología y parte del paranormal (¡Cómo no!) se basó en el sentimiento y el ad hominem. Un tipo aseguraba que él se
seguía “sintiendo un Leo”. A eso, con todos mis estudios y mi conocimiento no
puedo sino quedarme callado, porque a ver qué cojones es ser “un Piscis” más
allá del hecho astronómico. Esto es como lo que leí acerca de los chamanes y otros
fenómenos culturales como los berserkir,
que después de tomar ciertos brebajes estaban convencidos de que se
transformaban en animales y adquirían un estado de invulnerabilidad. Yo puedo
decirles que no hay constancia, pero hacen de la experiencia personal un hecho
incontrastable y van por el mundo con esa actitud.
El ataque personal fue
representado por aquel astrólogo que orgullosamente aseguró que ellos hacen
felices a la gente, mientras la ciencia nos da Prozac. Claro que sí, hombre.
Fíjate que, mediante esta tecnología, he podido llegar a oír tus ladridos. En
otras circunstancias, tu estupidez me habría pasado desapercibida y al menos no
habría tenido el disgusto de saber de tu pobre existencia.
Aún así, la parte sobre la
numerología cósmica y el supuesto lugar privilegiado del hombre es poco digna
de comentar. La defensa de Kepler es, como mínimo, débil al considerar una
simple casualidad como un hecho trascendental sin otras pruebas. Sin olvidar
que todo el razonamiento partió de la suposición de que existían jovianos…
Siendo justos, esto se debía a que Kepler era un maniático que buscaba un
cierto idealismo aritmético y geométrico en el universo y siempre podemos pasar
por alto esta debilidad.
Además, como decía Darwin, citado
en el blog de Lansky, tan malo puede ser no querer arriesgar en comprobar un
hecho por temor a hacer el ridículo, como creer lo primero que pase. Dije que
Galileo era reacio a admitir la participación de la Luna en las mareas porque
eso de la “fuerza a distancia” le parecía una tremenda fantasía. Miren que,
alternativamente, podría haber concluido que, si la Luna no causaba las mareas,
sus fases podían ser otra consecuencia de la causa que él hubiera considerado
más acertada, pero no quiso verlo así. Seguía convencido de que las mareas eran
a causa del propio movimiento de la Tierra. Aún así, hay que admitir que
también era una explicación que podía llegar a razonarse y comprobar su
veracidad.
Hubo que esperar a que Newton
elaborara su teoría universal de la gravitación para que todos estos hechos fueran
explicados finalmente. Esta explica tanto los propios movimientos de los
planetas como el efecto de las mareas. También esta teoría hirió de muerte las
pretensiones de la astrología: todo el influjo de los astros era una de dos, el
efecto de su gravedad en nosotros o en nuestro planeta, o su emisión
electromagnética. En el primer caso, la Luna se queda con las mareas con cierta
participación muy secundaria del Sol, mientras que el Sol atrae a la Tierra, y
la Tierra a nosotros. En el segundo, el Sol es el máximo protagonista, con la
Luna participando de un modo secundario con la energía que refleja de este. Los
demás, con luz propia o prestada, no llegan ni a figurantes. En grupo, como la
Vía Láctea, o todavía sin ser estrellas, como algunas nebulosas, sí.
Así, el universo pareció
absolutamente ordenado. El Sol, en el centro, los planetas girando en orden,
las estrellas girando todavía más lejos. El conjunto parecía lógico y lo
observable coincidía con lo existente.
¡Ilusos! A acabar en la siguiente
entrada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario