Esta noticia tiene ya cierto tiempo:
Bob Esponja, ¡muy violento!
¡JESÚS! Estamos aviados si les parece muy violento. No sé qué dirán de cualquier otra cosa. De tanto en tanto, suele aparecer alguna organización, habitualmente compuesta por gente que se ha reproducido, para quejarse de que las obras de ficción atentan indudablemente contra la inocencia de sus indefensos retoños, y que deben ser retiradas.
Como aficionado a ciertos géneros de dudoso buen gusto, como los videojuegos de terror, siempre me ha llamado la atención la actitud de estos individuos. ¿Piensan EN SERIO que borrar la violencia de la ficción equivale a borrarla en la realidad? Una de las cosas mejores del colegio religioso donde estudié es que no estaba demasiado tocado por las ñoñerías pedagógico-políticas que empezaron a germinar por entonces, cerca de los noventa, muy a pesar de que algunas madres le insistieran a algunos profesores que aprender a dividir en cuarto era demasiado. Así, nos contaban historias, religiosas o seculares, valiosas por su moral y sin importar si estas pudieran resultar algo macabras o contuvieran detalles siniestros. Asimismo, solían recordarnos que en el mundo abunda la miseria.
No es que lo siniestro haga a una obra madura per se (tengo que decir al respecto, un día de estos), pero algunos efectos de esta manipulación benévola ya están teniendo efecto. Hace algún tiempo, leí una carta en un periódico escrita por un chico de trece años que aseguraba haber vivido los doce anteriores creyendo que todos los críos del mundo vivían como él: en una casa bien segura, bien alimentados y leyendo a Harry Potter. Comentaba que para él era desolador haber descubierto la verdad.
A mí, debo confesarlo, me cuesta creerlo. ¿Cómo pudo vivir hasta entonces sin darse cuenta de ello? Claro que mi experiencia está sujeta a mi punto de vista: yo me crié en un barrio lindante a unas chabolas, estudié en ese colegio religioso donde día sí y día también estaban con el tema de la caridad, y los informativos de aquella época aún no emitían anuncios pero sí hablaban de la pobreza, el hambre y la guerra de los Balcanes.
También está la ficción. Aunque la critiquen, la violencia y otros motivos desagradables de la actualidad poco son comparada con la de algunos cuentos tradicionales, donde niños asesinaban brujas, fieras devoraban abuelas y pobres víctimas acababan mutiladas.
Lo más chocante es cuando un moralista llega, en su impulso por evitar lo malo, llega a algo peor. Un ejemplo que se me viene a la cabeza es el de un videojuego, Final Fight. Este juego era un beat’em up, que en castizo podría verterse como “A hostias contra todo lo que se menee”. En el susodicho, los protagonistas se pelaban contra todos los miembros de una mafia por el secuestro de una moza, hija de un protagonista y novia de otro (acababan los ochenta). Durante el transcurso del rescate, salían a escena para recibir punkies de ambos sexos, heavies, un rastafari, gigantones y hasta un tío en silla de ruedas que recuerda a Chiquito de la Calzada.
¡ALTO!
¿Dije punkies de AMBOS sexos?
Sí.
Pues eso es inaceptable. Cuando comercializaron la versión americana de la adaptación de Super NES, se objetó que los jugadores les sacudieran a personajes femeninos, a lo que los japoneses contestaron rápidamente alegando que Poison era un transexual (o transgénero, he leído ambos términos). En la versión americana no quedaron muy convencidos, así que masculinizaron los sprites. Quede, no obstante, la parida de Capcom para el recuerdo: es más aceptable partirle la cara a un transexual que a una mujer. Y claro, un transexual no es una mujer realmente. Yo estoy de broma, pero da que pensar.
Un caso bien conocido es la remasterización de la primera de las películas de La guerra de las galaxias: que no puede ser Han Solo un mercenario cuyo pellejo es el que más valora, y tampoco cargarse al esbirro de Jabba que lo está apuntando con una pistola. Hay que darle la excusa al héroe de que el otro, aparte de posiblemente malvado, es gilipollas disparando primero y FALLANDO A MENOS DE UN METRO.
Otro, que fue anunciado a bombo y platillo hará cosa de un año, fue el de la asociación de psicólogos americanos, muy preocupados por el mal ejemplo que, según ellos, daban las adaptaciones cinematográficas de superhéroes, que eran muy malotes y/o muy chuletas. Que se había perdido el candor que en otros tiempos (mejores, ¡claro!) tenían Superman y Spiderman, por ejemplo. Risible a todas luces, porque estos superhéroes pudieron tener épocas controvertidas (como casi todos los superhéroes, huelga decir, por la longitud de las series). Léase la primera historieta de Superman como ejemplo de lo que quiero decir.
Dejo de listar ejemplos, porque esta entrada puede hacerse farragosa. Lo que caracteriza a un moralista es su negativa a aceptar lo que no le gusta. No critica que un detalle desagradable de una obra de ficción sea frivolizado, simplificado u objeto de burla, critica que se hable de este. Los moralistas no discuten si la realidad está bien o mal representada, si se trata de un retrato fiel o inexacto, mandan callar. Sólo se preocupan de mantener las apariencias.
Eso sí, no sé si es que confunden la realidad con la apariencia o son sólo cínicos.
Bob Esponja, ¡muy violento!
¡JESÚS! Estamos aviados si les parece muy violento. No sé qué dirán de cualquier otra cosa. De tanto en tanto, suele aparecer alguna organización, habitualmente compuesta por gente que se ha reproducido, para quejarse de que las obras de ficción atentan indudablemente contra la inocencia de sus indefensos retoños, y que deben ser retiradas.
Como aficionado a ciertos géneros de dudoso buen gusto, como los videojuegos de terror, siempre me ha llamado la atención la actitud de estos individuos. ¿Piensan EN SERIO que borrar la violencia de la ficción equivale a borrarla en la realidad? Una de las cosas mejores del colegio religioso donde estudié es que no estaba demasiado tocado por las ñoñerías pedagógico-políticas que empezaron a germinar por entonces, cerca de los noventa, muy a pesar de que algunas madres le insistieran a algunos profesores que aprender a dividir en cuarto era demasiado. Así, nos contaban historias, religiosas o seculares, valiosas por su moral y sin importar si estas pudieran resultar algo macabras o contuvieran detalles siniestros. Asimismo, solían recordarnos que en el mundo abunda la miseria.
No es que lo siniestro haga a una obra madura per se (tengo que decir al respecto, un día de estos), pero algunos efectos de esta manipulación benévola ya están teniendo efecto. Hace algún tiempo, leí una carta en un periódico escrita por un chico de trece años que aseguraba haber vivido los doce anteriores creyendo que todos los críos del mundo vivían como él: en una casa bien segura, bien alimentados y leyendo a Harry Potter. Comentaba que para él era desolador haber descubierto la verdad.
A mí, debo confesarlo, me cuesta creerlo. ¿Cómo pudo vivir hasta entonces sin darse cuenta de ello? Claro que mi experiencia está sujeta a mi punto de vista: yo me crié en un barrio lindante a unas chabolas, estudié en ese colegio religioso donde día sí y día también estaban con el tema de la caridad, y los informativos de aquella época aún no emitían anuncios pero sí hablaban de la pobreza, el hambre y la guerra de los Balcanes.
También está la ficción. Aunque la critiquen, la violencia y otros motivos desagradables de la actualidad poco son comparada con la de algunos cuentos tradicionales, donde niños asesinaban brujas, fieras devoraban abuelas y pobres víctimas acababan mutiladas.
Lo más chocante es cuando un moralista llega, en su impulso por evitar lo malo, llega a algo peor. Un ejemplo que se me viene a la cabeza es el de un videojuego, Final Fight. Este juego era un beat’em up, que en castizo podría verterse como “A hostias contra todo lo que se menee”. En el susodicho, los protagonistas se pelaban contra todos los miembros de una mafia por el secuestro de una moza, hija de un protagonista y novia de otro (acababan los ochenta). Durante el transcurso del rescate, salían a escena para recibir punkies de ambos sexos, heavies, un rastafari, gigantones y hasta un tío en silla de ruedas que recuerda a Chiquito de la Calzada.
¡ALTO!
¿Dije punkies de AMBOS sexos?
Sí.
Pues eso es inaceptable. Cuando comercializaron la versión americana de la adaptación de Super NES, se objetó que los jugadores les sacudieran a personajes femeninos, a lo que los japoneses contestaron rápidamente alegando que Poison era un transexual (o transgénero, he leído ambos términos). En la versión americana no quedaron muy convencidos, así que masculinizaron los sprites. Quede, no obstante, la parida de Capcom para el recuerdo: es más aceptable partirle la cara a un transexual que a una mujer. Y claro, un transexual no es una mujer realmente. Yo estoy de broma, pero da que pensar.
Un caso bien conocido es la remasterización de la primera de las películas de La guerra de las galaxias: que no puede ser Han Solo un mercenario cuyo pellejo es el que más valora, y tampoco cargarse al esbirro de Jabba que lo está apuntando con una pistola. Hay que darle la excusa al héroe de que el otro, aparte de posiblemente malvado, es gilipollas disparando primero y FALLANDO A MENOS DE UN METRO.
Otro, que fue anunciado a bombo y platillo hará cosa de un año, fue el de la asociación de psicólogos americanos, muy preocupados por el mal ejemplo que, según ellos, daban las adaptaciones cinematográficas de superhéroes, que eran muy malotes y/o muy chuletas. Que se había perdido el candor que en otros tiempos (mejores, ¡claro!) tenían Superman y Spiderman, por ejemplo. Risible a todas luces, porque estos superhéroes pudieron tener épocas controvertidas (como casi todos los superhéroes, huelga decir, por la longitud de las series). Léase la primera historieta de Superman como ejemplo de lo que quiero decir.
Dejo de listar ejemplos, porque esta entrada puede hacerse farragosa. Lo que caracteriza a un moralista es su negativa a aceptar lo que no le gusta. No critica que un detalle desagradable de una obra de ficción sea frivolizado, simplificado u objeto de burla, critica que se hable de este. Los moralistas no discuten si la realidad está bien o mal representada, si se trata de un retrato fiel o inexacto, mandan callar. Sólo se preocupan de mantener las apariencias.
Eso sí, no sé si es que confunden la realidad con la apariencia o son sólo cínicos.
8 comentarios:
Como siempre, ni tanto ti tan calvo. Ni educar a los chavales en la violencia a todas horas ni en el asdesinato como algo común y corriente, ni meterles en una burnuja y mantenerles ajenos al sufrimiento a su alrededor. Para todo hay un término medio. Ni crear a seres ilusos, confiados y panolis, ni tampoco a conspiranoicos ni tontainas como los que (esto es verídico) creían ver en el Aserejé de las Ketchup un mensaje de Satanás
La realidad:La moral es siempre mejor aplicarla a terceros, y si se tiene la mínima idea posible al respecto, mejor.
La utopía: El ejercicio de la moral debería ser meramente masturbatorio.
Qué paradójico es vivir en una sociedad que se escandaliza por pergarle a una fulana virtual, y donde se gastan millones de dólares en prostitución. Esto que podría ser un comentario demagógico pero por desgracia es una realidad.
Miguel Es que los cuentos tradicionales son un buen ejemplo de que la violencia en la ficción está directamente relacionada con la real, pero justo al revés de como piensa esta gente: el mundo era más duro, empezando por la mayor mortandad infantil. Esa es otra, de todos modos, que gran parte de la población no conoce ficción anterior a la época en que sus padres eran jóvenes, sino panfletos pseudohistóricos.
Paloma Pues si no lo conoces, te encantará el famosísimo estudio sobre la identidad de género presente en videojuegos que publicó el instituto de la Mujer hace unos años. Hay una descacharrante serie de críticas en ADLO! Novelti Librari llamada "Con el dinero de los demás".
Hola,
Durante muchos años se ha tratado de culpar a los juegos / pelis / comics / libros violentos de todo. No se ha podido.
No se ha podido porque no hay relación. La relación no es con el material, es con lo que hacen los padres con ello.
SI tú estás con tu hijo mientras juega, compartes la experiencia con él, y le enseñas como eso sólo es una ficción y nada más, es una experiencia lúdica. Si lo usas como una cosa que tiene a tu hijo callado, no tanto.
Al final la responsabilidad siempre es nuestra.
PS: La entrada de la operación SGAE me ha hecho mucha gracia
Bienvenido, Imperator.
Creo recordar que, aunque la correlación que se encontró era mínima, se continuó investigando porque su responsable estaba convencido de que existía una mayor correlación.
Sí, en el fondo es pereza: es más cómodo callar al niño con el último GTA o dejarle que navegue por la red sin control.
P.D: Es que la SGAE se ha buscado unos defensores impagables.
Hola Ozanu,
Gracias por la recomendación de ADLO, no lo conocía. No viene más que a ratificar lo que pensaba.
Yo propongo otro nuevo "estudio" inútil y estúpido:
"Es lo mismo corregir la moral ajena que incrementar la estupidez propia?"
Ahí dejo eso.
Un saludo,
Yo estuve riéndome un rato ayer, hacía tiempo desde la última vez que leí la jugada de ADLO!
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