Este es muy corto.
El código
Dejó de trabajar cuando el mensaje llegó. Lo abrió y lo leyó. La información era escueta pero eficaz.
Nuevos territorios a dos jornadas de viaje al oeste de vuestra base. Comprobad su aprovechamiento.
Se preparó para el viaje, pero sin dejar de reflexionar en lo extraño de la situación. Hacía sólo dos generaciones que habían fundado aquella colonia y hecho aquel tratado con los nativos, pero vivían en paz, e incluso habían construido aquel lenguaje mutuo.
Por supuesto, era un lenguaje básico y simple. No era posible para los nativos aprender las lenguas de los colonos, y viceversa. Su anatomía, su fisiología, su medio era diferente.
La colonia vivía en el suelo. Los nativos en el aire. Los primeros modificaban el terreno a su antojo. Los segundos construían sus casas en árboles muy altos a partir de una sustancia cerosa obtenida del néctar de las flores, su alimento. El alimento de la colonia era más variado, vegetales y animales que cazaban o criaban.
El lenguaje de los nativos era fascinante: se bailaba. Cuando uno de ellos encontraba un campo de flores, lo comunicaba a sus compañeros mediante una estudiada danza. Por lo visto, aspectos como la duración de la danza y el ángulo respecto al sol incluía información respecto a las nuevas zonas de recursos.
Nunca tuvo muy claro cómo se usaba ese lenguaje para comunicar un estado anímico, o un pensamiento. Estaba claro que los nativos eran inteligentes, pues entendían el concepto de la paz, pero poco más sabía. ¿Habría algún modo de indicar mediante un rápido giro que ese élitro volvía a dolerle demasiado? ¿Que si volvía a vomitar néctar necesitaría unas vacaciones?
Al fin y al cabo, aquella lingua franca sólo se usaba para estudiar el terreno. Su vocabulario se reducía a nombrar accidentes geográficos, fenómenos meteorológicos, flora, fauna y acotaciones espacio-temporales. Y en algunos casos, se había debido restringir. En las acotaciones espaciales habían prescindido de indicar la altura, ya que lo que la colonia llamaba “a gran altura”, los nativos lo llamaban “un poco debajo de nosotros”, en un término a medio camino entre “profundidad” y “altura”.
Su expresión era sólo a través de medios artificiales, lo que la hacía aún más extraña. ¿Cómo podían estar los habitantes de la colonia seguros de entenderse de veras con los nativos? ¿Era posible que dos especies inteligentes, alienígenas entre sí, pudieran llegar a un mismo pensamiento simbólico?
Las interacciones directas con los nativos eran muy frecuentes y había participado en varias. Ya fuera un intercambio de productos, ya fuera una asistencia ocasional de heridos, ya fuera una defensa del territorio de invasores. Pero eso tampoco garantizaba que entendieran lo mismo que ellos, de mismo modo que los animales de una granja no entendían su destino.
Sin embargo, la vida seguía así en la colonia, con la ayuda de esos simpáticos nativos, quienes, aunque no la colonia no procesara más que una pequeña parte de su información, eran su principal fuente de información externa, aún mayor que la de la patria de donde los colonizadores partieron en su día.
Dejó de filosofar. Mientras iba a la salida para unirse al grupo de exploración, atrapó a un pulgón que había escapado de su habitáculo.
3 comentarios:
Señor, no crea que no sabía que ud tenía un blog, ahora será más fácil acusarlo de herejía.
Lo estoy vigilando.
Mahoma Sánchez
Si ya es difícil estar seguro de que un semejante entiende lo mismo que tú, imagínate otra especie. Muy bien planteado y muy bien narrado
Mahoma Sánchez Sea bienvenido a mi humilde blog. Siéntase libre de denunciarme, aunque si me permite, eso es más fácil que pescar en un barril.
Miguel Máxime cuando el narrador es también alienígena respecto a nosotros. Eso me ocurre a veces cuando leo a los clásicos si intentan describir algo extraordinario que se ha vuelto normal, o viceversa.
Esa es la razón de que triunfe tanto la ficción pseudohistórica del palo de la novela que criticabas en El timo de los zares.
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