Sergio, alias “Nápil”, el agradable muchacho
¡Sergio! ¡Qué estupendo zagal! Este joven es el protagonista de nuestra historia de hoy, debido a su simpatía y buen nervio para hacer amistades. Sergio, o “Nápil”, como lo llamaban amigablemente sus compañeros por su singular nariz, dejó profunda huella en sus compañeros a pesar de no pasar con ellos más de un curso escolar. Desde el principio, quedó clara su tendencia a gastar simpáticas bromas, las cuales eran recibidas de buen grado por sus jocosos condiscípulos.
-¡’Illo! ¿Cómo te llamas?-preguntó Sergio, alias “Nápil”, a un joven flaco, bajo, que, tranquilo, miraba por la venta hacia el patio.
-¿Yo?-preguntó el joven-Me llamo Sergio.
Tan pronto oyó el nombre, “Nápil” sacó una navaja, la abrió con el mismo movimiento, y con ella señaló al joven, que se apartó de la ventana estupefacto.
Lentamente, “Nápil” se acercó a él, y a una distancia de medio brazo, blandió el arma blanca hacia él, como quien espanta una mosca o desdeña la opinión de un necio.
Dentro de su impresión, Sergio no dejó de observar que la navaja de “Nápil” era más corta que su nariz.
-Te perdonaré porque tenemos el mismo nombre-dijo, mientras asentía y bajaba la navaja, pero la volvió a subir-¡Porque, con otro nombre, te habría rajado!
Teniendo una experiencia de la vida más madura que la de sus compañeros, Sergio los familiarizaba con ciertos usos del mundo adulto. Si bien alguien puede escandalizarse, ¿no es acaso el paso a la adultez una transgresión por parte del infante? Además, Sergio jamás se aprovechó para enriquecerse a costa de sus pueriles coetáneos.
-¡’Illo! ¡Sergio, ‘illo! ¿Estás interesado en unos condones?-preguntó “Nápil” al joven Sergio, quien se sobresaltó.
-¿Cómo?-preguntó Sergio.
-¡Unos condones! ¿Qué me dices, ‘illo?
Llegó otro joven flaco, tremendamente narizón, pero insignificante comparado con “Nápil”.
-¿En serio? ¿Por cuánto?-preguntó el mismo, interesado.
-¡Por cinco duros!-dijo “Nápil”, sonriente.
-¡Hala, qué baratos! ¡Dame uno!-ofreció el flaco, ofreciendo una de aquellas monedas agujereadas. “Nápil” sacó una bolsita, e hicieron el intercambio. El chico miró dentro de la bolsa, y enrojeció.
-¿Pero qué guarrada es esta?
-¿Qué te ocurre, “Agu”?-preguntó Sergio, pues el joven se llamaba Augusto.
-¡Este condón está usado! ¡Puedo ver que está dado de sí!
-¡’Illo, muy exigente eres tú! ¡Al menos lo he limpiado! ¡A ver si los farmacéuticos hacen lo mismo!
Persona de natural sociable, Sergio sentía la necesidad de verse rodeado por sus semejantes. No, sin embargo; como muchos jóvenes, tristemente, hacen; a costa de su personalidad. Además, no era en absoluto posesivo con ellos, y sólo por el bien de los mismos, presentó su grupo de amigos a sus compañeros.
Sergio y Agu estaban jugando al póker en un pupitre viejo y desvencijado, que cojeaba cada vez que uno de los jugadores ponía una carta sobre la mesa. De pronto, la puerta del aula se abrió de una patada.
Las cartas se cayeron al suelo, y Agu y Sergio miraron aterrados. El perfil del narigudo “Nápil” estaba recortado contra la luz. Se tranquilizaron.
-¿Qué quieres, “Nápil”?-preguntó Sergio.
-¡Vengo con unos colegas, para presentároslos!-se apartó, y entraron dos sujetos. Uno era alto y desgarbado, el otro era bajo y fornido. Ambos sonrieron torvamente.
Sergio y Agu se miraron, acongojados. Los dos gorilas se acercaron lentamente a ellos.
Uno de ellos levantó una mano, que Sergio rechazó con un golpe. Entonces chilló retrocediendo, y el segundo miró indeciso entre el que huía y los dos muchachos, antes de ser arrojado de un empujón.
Los dos salieron corriendo, apartando a “Nápil”, quien miró al dúo vencedor con cierto miedo, y dijo:
-Os aseguro que, antes en el callejón, me contaron que eran primos vuestros…
Por supuesto, esto conllevó la inevitable consecuencia de que Sergio era buscado por otros muchachos. ¡Todo esto, por supuesto, en situaciones de clara camaradería! Sergio se mostraba abierto a estos nuevos amigos.
-¡Tú, el de la nariz con forma de arpón!-oyó “Nápil” en los servicios.
Sorprendido, “Nápil” se estiró mientras miraba a la derecha y a la vez se metía más en el urinario.
-¿Qué pasa, ‘illo?-le dijo a un joven rubio, alto, flaco, con unos labios salientes semejantes a los de un sapo, por lo que era llamado “Saporro”. Su nombre verdadero era Manolo.
-Tengo entendido que has amenazado con tu mafia-que era el término sevillano de entonces para hablar de una banda juvenil- a Agu y "Cuqui"-que era el apodo del otro chico llamado Sergio.
-¡No, ‘illo! ¡Eran sus primos!-Manolo lo miró mordiéndose los labios inferiores-Bueno, me dijeron que eran sus primos. ¡A mí no me puedes culpar!
-¡Pero qué morro tiene el colega!-expresó desde la entrada hacia el pasillo un alumno de nariz chata, de estatura media y tez muy oscura, motivo por el cual lo llamaban…
-¡Ya está el negro del Adrián tocando los huevos! ¡Vete a tomar por el culo, ‘illo!
Pues eso, el Negro.
-Escucha, nos tienes mosqueados desde que el primer día dijiste esa tontería de rajar a un pobre chaval, ¿sabes? Como no dejes de hacer tonterías, te pateamos el culo, ¿comprendes?-exigió Manolo.
-¡’Illo, no me des la brasa!
-¡No aprende! ¡Cogedlo!-dijo una voz desde atrás. Era un chico bajito, llamado Francisco.
-¡Mierda, el cabrón del “Cucu”! Me cago en todo!-maldijo el “Nápil”, mientras le arrebataban los pantalones para tirarlos por la ventana.
Así, Sergio tuvo una magnífica relación con sus condiscípulos mientras duró aquel curso escolar. Pues nuestro amigo se vio obligado a abandonar a sus amigos al final del mismo. Huelga decir que Sergio luchó por seguir junto a ellos.
“Nápil” volvió a su casa, donde suspiró agotado por otra jornada de acoso escolar. No le habían vuelto a quitar los pantalones, pero el idiota del “Cucu” había adquirido la costumbre de dibujar una caricatura suya en la pizarra. En esta, su nariz era tan hiperbólica que llegaba a contener una “Nápil-Sevilla”, sus propios “Nápil-habitantes”, “Nápil-países” y hasta “Nápil-Cucus”. Después de la caricatura, lo ignoraban sin más, y eso le dolía más aún.
Creyó que sería impresionante el número de la navaja del primer día, pero la fastidió completamente. Como cuando trajo a aquellos dos para darles un pequeño susto, y resultaron ser unos cobardes.
Debía cambiarse de colegio. Pero, ¿cómo convencer a sus padres?
De pronto, su madre entró dando un portazo.
-¡Sergio! ¡Tu padre y yo hemos hablado de tus notas! ¡El año que viene cambias de colegio!
Emocionado, Sergio se lanzó a los brazos de su extrañada madre, golpeándola con su nariz en el ombligo, lo que le dolió a la pobre mujer.
La partida fue desoladora para sus compañeros. Estos no querían perder a quien consideraban su punto de apoyo como grupo, aquel que definió su identidad como curso escolar, aquel, en suma, que los reunió bajo un mismo ideal. Siendo así, le rogaron a Sergio que se quedara con ellos.
-¡A ver, señores!-gritó Manolo, imponente-Aquí hay que hablar de evitar que el “Nápil” se vaya, ¿no es cierto?
-¡Sí!-respondieron los demás.
-Luego, ¿qué se hace cuando uno quiere que otro se quede? ¡Tratarlo bien!-gritó, y dio un puñetazo en la mesa.
-¿Y vamos a hacer eso de veras?-preguntó Adri el Negro-¿Tratar bien al “Nápil”?
Todos se miraron sin decir nada. Manolo dio un nuevo golpe sobre la mesa.
-¡Señores, digamos adiós al “Nápil”!-dijo, y todos estuvieron de acuerdo.
Como bien escribió Cervantes, “como las cosas humanas no sean eternas”, tampoco lo fue la permanencia de Sergio. Nostálgicos, sus compañeros, en un acto de amor, contaron la bella historia de Sergio a quienes tuvieran interés por escucharla.
“Cucu” dibujó otro de los caricaturescos perfiles de “Nápil” en la pizarra, y empezó a llenarlo de “Nápil-cosas”. Justo entonces, pasó por su lado Carlos, quien mucho tiempo después tendría la curiosa idea de hacerse llamar Ozanúnest por la red y crear un blog. No obstante, por aquel entonces no sabía siquiera qué era el Word ni que haría sus trabajos universitarios con ese programa, y estaba más interesado en el extraño dibujo.
-¿Qué se supone que es?-preguntó a “Cucu”-¿Es un personaje que has creado?-el pubescente Carlos ya sentía admiración por aquellos capaces de crear e imaginar.
-¡Es el “Nápil”!
-¿Y quién es ese?-y le fue contada la historia, no sólo entonces, sino muchas más veces. Como no era idiota, dedujo que la historia era un camelo destinado a engañar a pardillos, o quizás una exagerada tergiversación de los hechos ocurridos a uno o varios zopencos. Aún así, le pareció que, aunque falsa, la historia era divertida; o como leería mucho después Si non è vero, è ben trovato. Así, determinó que algún día contaría la historia.
El valor moral de esta historia es bien simple: Las chorradas anteriores a la popularización de internet no caen en el olvido. Simplemente son recopiladas y presentadas en una entrada. Por tanto, arrimen la oreja a los chismes, y quizás algún día puedan atribuirse los méritos de otros.
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