martes, septiembre 27

Nos tratan como palabras.

Colgué ayer una entrada acerca de la fobia numérica, particularmente estadística. Hoy quiero hablar de las palabras para demostrar de otra manera una de mis afirmaciones: el pensamiento común está más cercano a los métodos de la estadística de lo que quieren creer algunos.

La palabra se considera el don del hombre, como ustedes sabrán. De hecho, casi se considera divina: los cristianos suelen decir La palabra se hizo carne para describir la venida de Jesús de Nazaret. Tomar la palabra viene a significar que alguien puede hablar en una reunión. La mayoría suele creer, en cierto sentido, que el lenguaje es mágico y encierra la naturaleza de las cosas. Quédense con lo último.

No obstante, el número es considerado el detalle. Aunque nadie duda de la importancia de la palabra, el número no es tratado igual. Todos habremos oído el consabido “¡Es que nos tratan como números!”, ya citado anteriormente, que indica solapadamente el maltrato que sufren estos abstractos.

Ciertas personas pueden sentirse deshumanizadas si se les da un número de cita en un organismo público, aunque jamás en su vida vuelvan allí y nadie más, al menos durante ese día, fuese el número 7. Sin embargo, muy posiblemente estas mismas personas dirán con orgullo que son españoles, heavies, otakus o béticos.

Hay un relato de Borges que viene a la ocasión. Va de un sujeto que, debido a un accidente, pierde la capacidad de olvidar (sí, como suena). Nuestro protagonista obtiene un memorión sorprendente, y es capaz de recordar cualquier detalle. Puede, por ejemplo, reconstruir todo lo que hizo un día, de modo que la única diferencia con el día anterior sea la fecha.

Nuestro amigo, sin embargo, empieza a cuestionar el léxico español, ¡acusándolo de no ser rico! Por ejemplo, le incomoda que se llame “perro” a tantos animales que son claramente diferentes.

El narrador acaba confesando sus dudas acerca de la capacidad de pensar del protagonista. No obstante, fijémonos en el detalle. Al protagonista de la historia le fastidia que la individualidad de todos los perros sea eliminada por referirlos con un único vocablo, “perro”.

Es ficción, pero no creo que ande muy lejos de la verdad. Por ejemplo, la corrección política lleva años exigiendo que ciertos vocablos, muchos de ellos peyorativos, no sean usados porque en su opinión degradan a las personas.

Sin embargo, los propios propulsores de la corrección política dicen que existen otros modos de nombrar a la gente que están fuera de degradar a la gente. Hay un vocabulario que no es ofensivo, simplemente por definición: Negro es ofensivo, hombre de color no; maricón es ofensivo, homosexual no; etc.

¿Recuerdan lo que dije al principio? Que según los cristianos, “la palabra se hizo carne”. También, la entrada enlazada de Pseudópodo con la declaración de Feynman. Relaciónenlos con esto último.

¿No se podría decir que, del mismo modo que los cristianos dicen La palabra se hizo carne, los políticamente correctos dicen que la palabra se vuelve integración de minorías? En otras palabras, creen en el inverso del pensamiento mágico de Feynman: si nombramos las cosas de otro modo, estas cambiarán su naturaleza.

Concretamente, la peyorativa, pero no la clasificatoria. Desde el punto de vista del protagonista del relato de Borges, tanto da que llames a dos hombres negros que hombres de color, porque él seguramente dirá que no son exactamente iguales. A lo mejor uno de los dos sí tiene problemas graves de integración.

La corrección política demuestra que tampoco nos gusta vernos tratados como palabras. Aquí alguien pronunciará que lo que no le gusta a nadie es ser tratado con insultos, pero voy a demostrar que es el primer caso.

Hace algún tiempo, leí la protesta que una mujer envió a la sección de cartas al director. Esta había redactado con otros compañeros, todos ellos varones, un libro. Durante la presentación oficial del susodicho libro, el prologuista habló de los méritos, en absoluto escasos, de los creadores del libro, pero cuando llegó a la mujer, comentó que valía la pena comprar el libro sólo porque ella era muy guapa. A esta profesional no le gustó ni un pelo. No porque ser llamada guapa sea un insulto, sino por esa manera tan fuera de lugar de omitir sus méritos (únicos y definitorios de esta persona) por efecto del principio de la Pitufina.

Otro ejemplo fue todas esas protestas de feministas por la definición de mujer en la RAE.

mujer.
(Del lat. mulĭer, -ēris).
1. f. Persona del sexo femenino.


Según ellas, esta definición no comprendía la definición de “racional”, que sí aparece dentro de la definición de “hombre”:

hombre.
(Del lat. homo, -ĭnis).
1. m. Ser animado racional, varón o mujer.


(Creo que antes no aparecía “varón o mujer”)

Otras variaciones comprendían las acepciones más machistas de “femenino”:
femenino, na.
(Del lat. feminīnus).
3. adj. Que posee los rasgos propios de la feminidad.
4. adj. Dicho de un ser: Dotado de órganos para ser fecundado.
6. adj. Débil, endeble.


Yo, como soy un verdadero bastardo capaz de continuar por mi cuenta el razonamiento de alguien para ver si se estrangula, decidí buscar “varón”:
varón.
(Del lat. varo, -ōnis, fuerte, esforzado).
1. m. Ser humano de sexo masculino.


Por supuesto, decidí buscar “persona” y “humano”:

persona.
(Del lat. persōna, máscara de actor, personaje teatral, este del etrusco phersu, y este del gr. πρόσωπον).
1. f. Individuo de la especie humana.
humano, na.
(Del lat. humānus).
1. adj. Perteneciente o relativo al hombre.


Pues no sé, ¿no será que “persona” y “hombre” son enfoques distintos? La primera denota la individualidad y la segunda las capacidades latentes. Que en la definición de los heterónimos de la especie humana se emplee uno de los dos no quita que el otro sea aplicable: “mujer” es “ser humano de sexo femenino” y “varón” “persona del sexo masculino”. Por supuesto, esto es lo obvio. Pero no en el reino de la corrección política, donde temen ser tratados como palabras.

Y si no, ¿a qué tanta preocupación? Preocupación que se ve aumentada porque las palabras tienen varias acepciones y matices. Los números no tienen mayor peligro que una rima malsonante.

El fondo del problema no es ser tratado como números o como palabras. El problema es que somos ajenos a la monosfera de los demás. Y precisamente por ser ajenos, alguno de nuestros detalles pesará tanto para ellos que no tendrán en cuenta el resto de nuestra idiosincrasia, y seremos reducidos a un vulgar estereotipo: beatillo, gordo, baboso, friqui, mamón, rubia, listillo, empollón, futbolero, cachas, etc, etc, etc.

A todos nos gusta sentirnos tratados como individuos y que el médico, por ejemplo, tenga ese detalle. El mal está en que nos trate como si fuéramos tan insignificantes como un pasajero de un autobús para otro. Cuanto mejor sea la atención personalizada, mejor estaremos. Excepto si aceptamos a Brian como nuestro salvador, en cuyo caso todos somos muy especiales incluso aunque no lo creamos:

4 comentarios:

Lansky dijo...

"Escribo
en defensa del reino
del hombre y su justicia. Pido
la paz
y la palabra. He dicho
«silencio»,
«sombra»,
«vacío»
etcétera.
Digo
«del hombre y su justicia»,
«océano pacífico»,
lo que me dejan.
Pido
la paz y la palabra."

Miguel Baquero dijo...

Yo creo que, en efecto, el lenguaje puede tener algunos elementos sexistas uo peyorativos, heredados de otra época y que, en mi opinión, se han corregido cuando era justo y pertinente. Quizás quede algún residuo, vale. pero lo que me parece ya ridículo es el afán actual de buscar cualquier forma de machismo debajo de todos los adjetivos y detrás de todos los palabras.

Siempre he tenido claro que, cuando una persona quiere indignarse, siempre encontrara motivos para ello. Y da igual que se cambie el diccionario a su gusto; siempre encontrará una ofensa insoportable en cualquier rincón

Paloma Polaca dijo...

En el universo virtual que son las palabras que pueblan mi cerebro, ahí sólo reino yo. Nadie, salvo yo mismo atendiendo a las circunstancias y a la protección de mi integridad, me dictará lo que tengo que decir.

Hay que ser políticamente correcto, por supuesto. No que no se puede ser un/a gilipollas intransigente que se aprenda de carrera una lista de palabras que hay que prohibir, en virtud de una "santa causa".

Conozco mucha gente válida y correcta, pero jamás he conocido ningún/a defensor/a de una santa causa que no fuera un/a idiota redomado/a. Conozco a una que hasta la hicieron ministra.

En lenguaje verbal y escrito sirve para comunicarnos, lo que hay que hacer es reflexionar sobre cómo uno quiere hablar, no recortarlo y encorsetarlo de una manera estúpida y ridícula.

Las palabras que has encadenado han creado un bonito e interesante post, enhorabuena Ozanu, estás que te sales.

capolanda dijo...

Lansky No conocía el poema, gracias.

Miguel Es que esas definiciones siguen ahí porque los textos donde usaban con esos sentidos peyorativos aún existen. La única solucion sería manipularlos, y todos sabemos los malos resultados de esta práctica.

Paloma Polaca Yo tengo la sensación de que ahora se llama políticamente correcto a lo que anteriormente se llamaba hablar con propiedad y tener educación. De hecho, yo soy de los que piensan que el lenguaje políticamente correcto tiene mucho de neolengua de 1984. Especialmente porque muchas veces es intencionadamente confuso, para no hablar con claridad.

Sobre eliminar palabras, da igual. Aunque no uses esas, crearán otras nuevas y continuaremos igual.

¡Gracias por el elogio!