Sé que este titular puede dar lugar a controversia, pero es el adecuado. Me parece que esta es la tercera vez, en menos de un mes, que menciono que yo estudié en un colegio religioso, pero es que fue ahí donde oí mejor resumen que jamás se haya hecho de la raíz del problema:
Tomás ve al Señor resucitado
24 Tomás, uno de los doce discípulos, al que llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. 25 Después los otros discípulos le dijeron:
--Hemos visto al Señor.
Pero Tomás les contestó:
--Si no veo en sus manos las heridas de los clavos, y si no meto mi dedo en ellas y mi mano en su costado, no lo podré creer.
26 Ocho días después, los discípulos se habían reunido de nuevo en una casa, y esta vez Tomás estaba también. Tenían las puertas cerradas, pero Jesús entró, se puso en medio de ellos y los saludó, diciendo:
--¡Paz a ustedes!
27 Luego dijo a Tomás:
--Mete aquí tu dedo, y mira mis manos; y trae tu mano y métela en mi costado. No seas incrédulo; ¡cree!
28 Tomás entonces exclamó:
--¡Mi Señor y mi Dios!
¡Efectivamente! Lo malo es el final de la historia:
29 Jesús le dijo:
--¿Crees porque me has visto? ¡Dichosos los que creen sin haber visto!
Y así ha sido la cuestión hasta nuestros días. Antes de nada, aclaremos: cuando hablo de partidarios, me refiero a cualquier creencia en general. Esto incluye religiones, supersticiones populares, nacionalismos, teorías pseudocientíficas y teorías científicas (luego se explicará bien esta inclusión). Cuando hablo de escépticos, hablo de gente que duda de una idea mientras no tenga pruebas sólidas de que la misma es verdadera.
Nótese, sin embargo, que el escepticismo en exceso resulta un problema. Dicen que el fundador del escepticismo, Pirro, no se fiaba de lo que veía y era capaz de andar hacia un precipicio. Se supone con bastante criterio que lo más probable es que fuera una calumnia inventada por sus rivales, pero no deja de ser demostrativo de lo que se volvería el extremo del escepticismo: nihilismo absoluto. Quizás por ello, se suele confundir escepticismo con otro término: negacionismo, el negar por sistema.
Por el otro lado, los partidarios de una idea son muchas veces confundidos con los creyentes más fanáticos de una idea, esos que creen sin ver, como se muestra en la parábola, el creyente cree que el mayor problema del escéptico no es que no esté convencido, sino que no quiere creer.
Sin embargo, todo el mundo es partidario de unas ideas y escéptico de otras. Por ejemplo, es imposible creer al mismo tiempo que la Tierra es redonda y plana. Esto es algo que los defensores más acérrimos de una idea suelen olvidar: el hecho de que ellos mismos no creen en otras.
Nótese que las ideas científicas no se libran tampoco de tener sus campeones y enemigos. Un buen ejemplo fue el famoso hombre de Piltdown, defendido a capa y espada como el eslabón perdido entre el mono humano y los monos no humanos. Se llegó al extremo perverso de que se rechazaron las investigaciones de A.T. Marston, el que logró demostrar efectivamente el fraude, porque este hombre no era paleontólogo. El doctor odontólogo, pues esa era la profesión de Marston, no tendría mucha idea de esa ciencia, pero afirmó con creces que las mandíbulas del fósil no se correspondían con el resto de la calavera ni a tiros.
El otro extremo es la famosísima teoría de la evolución: gente que confunde los diversos mecanismos de la evolución como teorías que derriban a la anterior, literalidad religiosa, posmodernos despistados, etc. Sus negacionistas no son quizás tan numerosos como los de las diversas supercherías, pero sí mucho más ruidosos.
El problema surge cuando la realidad, los hechos, deja de ser el juez para que lo sea un partido o un grupo de presión. Entonces los creyentes y los negacionistas son los que se enfrentan del modo más sonoro posible para ganar, en vez de para llegar a la verdad. Y he aquí la verdadera razón de que se llegue a demonizar a la otra parte: cuando se juega el poder, todo vale. En los dos ejemplos anteriores, uno de ellos aún motivo de controversia, diversos grupos intentaron y siguen intentando imponer su voz sobre las demás.
Es entonces, cuando más se grita, cuando ocurre lo terrible: la infantilización que la popularización de una idea suele conllevar.
3 comentarios:
Lo del hombre de Piltdown me ha hecho pensar en cómo funciona el argumento de la autoridad y en cómo la frontera que lo separa de la falacia es delgada y borrosa. Alguien está revisando por pares tal artículo. Puede mirar un simple nombre. Puede aplicar reglas probabilísticas intuitivas por las cuales puede pensar que el autor conocido por sus méritos tiene más probabilidad de publicar una buena investigación que un novato. Esto, evidentemente, no es el proceso más óptimo: algunas buenas investigaciones se quedarán fuera.
No obstante, es un compromiso entre agilizar el proceso y una capacidad para tomar decisiones rápidamente que en muchos casos no fallará estrepitosamente. En charlas cotidianas también podemos usar la autoridad para ahorrarnos una retahíla de argumentos que justifiquen tal postura. Podemos decir que alguien sabe de tal cosa, a ver si lo convencemos. Un hermoso truco para ser eficientes en el pensar.
El excepticismo total, como la excesiva credulidad son dos formas parejas de estupidez; en un caso te niegas a creer que la Tierra es redonda, en el otro te crees que los santos curan el cáncer
(Para el comentarista anterior):
El principio de autoridadd desautoriza cualquier argumento
Yo creo que McManus va más por la idea de que un nombre respetable puede ser transformado en una falacia.
Al respecto, pues sí. Yo he llegado a ver páginas web que defienden la idea de que los polos terráqueos no existen y que en su lugar hay abismos que llevan a un submundo curiosamente parecido al de Julio Verne.
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