martes, diciembre 6

En el día de la Constitución...

Quiero citar a José María Blanco White respecto al pudor que muestran algunos ciertos políticos cuando se les sugiere modificar la Constitución.

Así es que el primer defecto que se presenta a mis ojos en la parte de la Constitución que va inserta en este número es el juramento que se exige de los nuevos diputados, de <>. Prescindamos, ahora, (aunque no se prescindirán de ello los enemigos de toda Constitución, si les llegare tiempo oportuno) de que las Cortes debían haber pedido la aprobación de sus comitentes antes de sancionar sus leyes constitutivas; o lo que sería mejor, debieran haber dejádola en fuerza, pero sin darle sanción perpetua; hasta que otras Cortes se las diesen, después de seis u ocho años de observada, logrando de este modo que la sanción realmente la sancionase con el conocimiento y deliberación que le habría proporcionado la experiencia… Pero el ansia de hacer perpetua la Constitución ha cegado a sus autores para que en sus cimientos hayan dejado partes en flaco, que desde ahora le amenazan ruina. El modo de evitarla es que cada cual contribuya a hacer ver estos defectos a las Cortes venideras, quienes, como soberanas, podrán ponerles remedio, si lo juzgan por conveniente; porque según el artículo 3. º de la Constitución, <>. Yo creo que no se querrá probar que tiene este derecho solo una vez en el discurso de los siglos. Si se hace creer a la nación española que su constitución presente es tan una e indivisible que no se le puede alterar ni un artículo; cuando se vea la imposibilidad de ejecutarlo, sus enemigos lo le persuadirán para que todos deben venir en tierra.

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