Recientemente, en You Tube he visto una tendencia, que ilustraré en estos dos enlaces. Lo importante no son los vídeos, sino las barritas de “Me gusta – No me gusta”.
En ambos casos gana “Me gusta” abrumadoramente. Sin embargo, vean estos comentarios:
80 ppl got their ass whoped by luffy
pokewolfpuphace 18 horas 4
38 cretinos no tuvieron infancia.
gonthalionhace 1 mes 4
Y si ustedes buscan, encontrarán más comentarios en la misma onda, siempre que exista la posibilidad de una legión de fans. Una legión a la que no le basta con haber encontrado algo que los divierte, ni que sean muchos, sino que además no puede soportar la disensión. Aunque sean cuatro gatos.
Hasta aquí, extraemos la famosa conclusión de que los fans son unos pesados. Pero yo quiero llegar más allá, ¡diablos! He de decir que esto me divierte un poco. Porque demuestra algo claro: que un fan sigue siendo un pesado, tenga 15, 30 ó 50 años.
Pensarán ustedes que estoy diciendo una perogrullada, pero elaboraré por qué me divierte. Yo soy un seguidor irredento de la animación, esto es, de los dibujos animados y técnicas relacionadas como el stop-motion. Y cuando digo dibujos animados, me refiero a todos: los primeros cortos de la Warner, la primera serie de Félix el Gato, las películas de Disney, las comedias modernas americanas, las series japonesas, las adaptaciones de tebeos franco-belgas, los intentos españoles y hasta las creaciones de un autor checoslovaco que conocí el año pasado. Obviamente, tengo mis criterios de afinidad y filtros de calidad. Simplemente dejo constancia de que no tengo prejuicios, de que no vivo en el gueto de animación de mi generación.
Por eso, siempre he visto con asombro esa manía de discriminar una serie por motivos tan triviales como que no esté basada en un tebeo japonés o que no se hiciera durante la infancia de alguien. Y claro, más pasmo me causan las luchas que entre estos guetos se dan, lo que me hace sentir como, permítanme que me ponga shakespeariano, si navegara entre Escila y Caribdis. Se ha dado la circunstancia de que entre los otakus, gueto ya bastante endogámico por sí, hay guerritas entre colectivos de fans de series populares. Sin embargo, mientras que estoy dispuesto a perdonar a los anteriores por su edad, no es así cuando veo a los pseudonostálgicos, esos melindrosos que no pueden vivir tranquilos sin manifestar su desprecio por cualquier animador posterior a que le salieran pelos en el ombligo y muestran poco menos que idolatría a las series de Su Infancia (con mayúsculas, por favor).
Estos fan-toches llegaron a uno de sus puntos álgidos de bochorno cuando se estuvo rodando Dragon Ball: Evolution. Lo cierto es que esta película no la he visto, y es muy probable que me parezca horrorosa en el mejor de los casos, pero mi desdén es amable comparado con la reacción de los mitoplastas, como los llama José Viruete. Peticiones para que no se estrenara, protestas por la red, un montón de tiras en el WEE acerca de lo mala que era… Aquello parecía Los dos minutos de odio, pero en ridículo.
Y claro, me regocija comparar los dos comentarios anteriores porque ambos revelan el mismo grado de cerrilidad. Tanto los unos, que se creen muy especiales por ver lo que en Japón es populachero, como los otros, que han decidido hacer un baluarte mental para refugiarse del hecho inexorable de que todo cambia, y de que sólo queda el recuerdo.
Y el recuerdo sirve para avanzar.
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