La célula supuso la primera
frontera en el reconocimiento de que había todo un aspecto de la realidad
desconocido hasta entonces. No sólo las enfermedades y ciertos procesos como la
fermentación eran el resultado biológico de seres mínimos, sino que los seres
macroscópicos éramos enormes conglomerados de esas mismas células, divididas en
varios tipos. Este salto cualitativo en el conocimiento biológico difícilmente
será superado, pues todos los descubrimientos posteriores han tenido que
tenerlas en cuenta, sí o sí.
La astronomía, un siglo después,
volvería a echar abajo cualquier esperanza de que el mundo esté pensado para
que lo observemos con el descubrimiento de Urano. Un nuevo planeta, imposible
de observar sin potentísimos telescopios, más si son comparados con el humilde
objetivo de Galileo, posiblemente el mejor de su época. A todas luces resultaba
obvio que aquel planeta, si tenía fines, no era para los terrícolas. Después
vino Neptuno, ya intuido por las discrepancias de la órbita del anterior, y entretanto
ya se descubrieron las galaxias y sucesivos clústeres de creciente magnitud de
masa. Tales distancias que aturdían, simplemente1.
El edificio nomológico al que
pertenece la astronomía, la física, también tuvo unos cambios bien conocidos:
de creer que habían acabado y que sólo faltaba pulir los detalles, se pasó a
teorías que desafiaban la imaginación. Las células y el universo sólo aturden
por ser demasiado pequeñas y grandes, respectivamente, pero la mecánica
cuántica aturde por ser anti-intuitiva. ¿Cómo que no se puede medir
simultáneamente el momento lineal y la posición sin cometer un error? ¿Dice
usted que la función de ondas no tiene sentido físico? ¡Ah, que su cuadrado se
relaciona con la probabilidad de encontrar una partícula! ¿Y que si los signos
de las funciones de ondas de dos diferentes partículas son opuestos,
interaccionan destructivamente y ambas partículas no forman un enlace? De la
mecánica relativista prefiero callar porque lo poco que vemos en química tiene
que ver con el espín, pero aquí hay una serie de artículos que cuentan que el
universo es un lugar tremendamente raro.
Pero volvamos a la
biología, ahora en su faceta de historia natural. El desarrollo de la faceta
descriptiva, paleontología, y la deductiva, biología evolutiva, ha acabado por
matar sin piedad la última esperanza de que TODO era una suerte de tinglado
pensado para nosotros. Todavía lo anterior; lo muy pequeño, lo muy grande y lo
muy confuso podrían situarse, con una imaginación kepleriana, dentro de una
especie de juego dispuesto por la Providencia. Pero a los dinosaurios no hay
Kepler que les dé un sentido humano ni con toda la voluntad del mundo, a no ser
que uno se confunda. Le ocurrió a Johann Jakob Scheuchzer, un médico y
naturista suizo que encontró el fósil del Andrias scheuchzeri, una salamandra
gigante que vivió alrededor del Mioceno. No obstante, su gran tamaño y que
apareciera en unos sedimentos marinos hizo pensar a nuestro hombre que eran los
restos de un niño antediluviano, es decir, uno de esos que se ahogaron cuando
Noé y los suyos construyeron la celebérrima arca2.
Otra posibilidad es salirse por
la tangente (una verdadera especialidad humana) y negar lo obvio, aferrándose a
aquella creencia3 que el individuo considere imprescindible para su
felicidad. No crean que las peores creencias son necesariamente religiosas,
porque la filosofía también ha dado lugar a memorables momentos de rechazo. Uno
de los que más me ha divertido este año es fruto del mismísimo Engels, y eso
que ya fui advertido cuando me recomendaron el libro El azar y la necesidad, de Jacques Monod. Este libro es un ensayo
acerca de los descubrimientos vitales de la biología molecular en los sesenta
(nada novedoso para cualquier bachiller estudioso de ahora, pero tremendamente
bien escrito) y una valiente reflexión acerca de la tortuosa relación que las
tendencias filosóficas mantienen con la ciencia. Una de las críticas de Monod
está en que Engels rechazó el segundo principio de la termodinámica porque a
nivel cósmico predice que el universo agotará toda la energía disponible4.
Los últimos capítulos de este
libro hablan de que no sólo el hombre se ha dado cuenta de que hay muchas cosas
que le son invisibles, sino que el hombre se
sabe invisible para el propio universo.
Si acepta este mensaje [la ausencia de un destino inmanente] en su entera significación, le es muy necesario al Hombre despertar de su sueño milenario para descubrir su soledad total, su radical foraneidad. Sabe ahora que, como un zíngaro, está al margen del universo en que debe vivir. Universo sordo a su música, indiferente a sus esperanzas, tanto como a sus sufrimientos o a sus crímenes.
Esto, en opinión de Monod, es lo
que realmente asusta del desarrollo científico: la debilitación del principio
antrópico. Personalmente, pienso que da en el clavo: no hay más que ver cómo
todos los movimientos místicos suelen invocar la sabiduría de tiempos antiguos,
porque el conocimiento científico puede asombrar, pero no fascinar al prójimo
para seguidamente estafarlo.
El universo es demasiado grande y
demasiado pequeño para comprenderlo in
tutto. Este pequeño rincón del universo, llamado todavía la Tierra5,
tiene la respuesta de cómo y cuándo surgió el hombre, pero no le dice qué debe
hacer ni cuáles son sus aspiraciones. No obstante, el hombre, sigue intentando
encontrar su sentido de la existencia fuera de sí mismo, por el riesgo que comporta
aislarse del mundo. A su favor debe decirse que jamás pierde la esperanza,
incluso después de cometer tremendos errores.
¿Cómo no tenerle simpatía?
1 Si no se habla del centro del
universo, es por la imposibilidad de determinar algún núcleo en tal inmensidad.
2 Este malentendido sirvió de
base para el libro de ciencia-ficción La
guerra de salamandras, de Karel Čapek (creador del término “robot”), en el
que el fósil Andrias Scheuchzeri aparece en una isla de la Polinesia y se
revela como una salamandra inteligente. Lectura divertida y crítica, por
contradictorio que parezca.
3 Hay que diferenciar entre idea
y creencia. La primera está mejor definida y sirve para la discusión pública,
mientras que al segunda es más íntima, incluso visceral.
4 Baste decir que Engels confiaba
en que en nuestro universo existiera algo comparable, si no superior, a la
Fuerza de La guerra de las galaxias. Confiaba en que, de algún modo, la energía se reorganizaría y el cerebro humano volvería a aparecer.
5 Más que el planeta Agua, yo lo
llamaría como la Biosfera. Sería una sinécdoque, pero es totalmente apropiada.
2 comentarios:
El azar y la necesidad es uno de mis ensayos favoritos, y el tiempo transcurrido y los avances de la biología molecular no le han restado nada a su gran interés.
Es incuestionable, pero al menos yo he sentido una sensación de "pérdida de asombro" que debió de acompañar al lector de hace sólo cuarenta años, después de esa década prodigiosa que vio nacer los fundamentos de la biología molecular moderna.
Sí, soy consciente de que eso también ocurre con los trabajos de Galileo y Kepler, pero todavía puedo entender que cuatrocientos años son suficiente tiempo para distanciarme.
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