miércoles, noviembre 28

Argumentos dignos.

En la anterior entrada, hablé de los curiosos pensamientos que Galileo Galilei y Johannes Kepler desarrollaron después de ese enorme descubrimiento que fueron los satélites de Galileo. Aparte del propio interés histórico, lo hice por una buena razón: mostrar que dichos pensamientos surgían más de razonamientos (por extraños que parezcan) que de “intuiciones”.

Hoy en día, es lugar común que la astrología es básicamente irreal. El primer argumento, y más poderoso, es que nuestras constelaciones (lo que incluye, obvio es, el zodíaco) son totalmente arbitrarias: la forma y el número con que nos han llegado se basan en lo que egipcios, babilonios y griegos vieron en el cielo en tiempos antiguos. No hay más que comprobar que los chinos tienen su propio sistema de “constelaciones“. Donde los griegos vieron al famoso y desgraciado Orión, ellos veían “Las tres estrellas” y “El pico de la tortuga”. Hay que destacar que esta es una de las constelaciones más coincidentes en ambos sistemas.

A algunos lectores puede parecerles que mi anterior aclaración es una perogrullada, pero es necesario decirlo porque algunos creen que las constelaciones pueden, por ejemplo, ser descubiertas como si fueran especies desconocidas.

No obstante, hay una diferencia respecto a los astrólogos de ahora y los de la época de Kepler: se basaban en hechos astronómicos. Una de sus mayores preocupaciones fue si el horóscopo seguía teniendo validez, pues el descubrimiento de Galileo revelaba más astros de los tradicionalmente conocidos. La defensa de Kepler se basó en lo que hoy en día llamaríamos un argumento cuantitativo: como los satélites de Júpiter, en apariencia, no se alejan demasiado del propio planeta, su efecto se deduce de esta particularidad.

Esto es, los astrólogos de entonces observaban realmente el cielo. Cuando decían que Júpiter estaba en conjugación con Piscis, no era marear la perdiz con términos aparentemente profundos y llenos de significado, sino que querían decir que la posición de Júpiter en el cielo pasaba realmente por Piscis. Que luego le buscaran al hecho una influencia terrenal (correcto, quiero expresar que ocurre en el planeta Tierra) sobre el comportamiento y el devenir del prójimo, pues ya es una tontería, pero la astronomía ya purgó todos esas supersticiones... que se independizaron y mantuvieron inalteradas.

 La astrología actual ignora la estructura del universo. El universo puede estar montado sobre cuatro elefantes, a su vez posados sobre una tortuga gigante, que sus tonterías las seguirán vendiendo. Se basan sólo en la fe. Kepler puede que siguiera esta creencia, pero las intentaba racionalizar lo mejor posible, incluso con argumentos matemáticos. Esto no las hace ciertas ni defendibles, pero son falsables y cuantificables, lo que siempre tiene su honra.

Hasta qué punto se habrá disociado la astrología de cualquier observación que, como citaba antes, todavía no se han enterado de que Ofiuco cruza la elíptica desde hace ya un buen tiempo. Todo el rifirrafe de la decimotercera constelación, a propósito, surgió por los comentarios de un astrofísico ante la pregunta de por qué no creía en la astrología. Este señor no pudo menos que comentar que los horóscopos se hacen en base a como era el cielo desde tiempo de los babilonios (¡Ya son años!), y que entre los cambios del eje de rotación de la Tierra, los propios movimientos de las estrellas (el sistema solar está incluido) y que la Tierra se aleja del Sol, los cielos han cambiado lo suficiente como para que las coordenadas estelares se hayan alterado desde aquellos tiempos. Nótese que todos estos movimientos son relativamente lentos para la inmensa magnitud de las distancias que consideramos, causa de que los cielos hayan sido percibidos durante siglos como inmutables. Eppur si muovono…

La respuesta del mundo de la astrología y parte del paranormal (¡Cómo no!) se basó en el sentimiento y el ad hominem. Un tipo aseguraba que él se seguía “sintiendo un Leo”. A eso, con todos mis estudios y mi conocimiento no puedo sino quedarme callado, porque a ver qué cojones es ser “un Piscis” más allá del hecho astronómico. Esto es como lo que leí acerca de los chamanes y otros fenómenos culturales como los berserkir, que después de tomar ciertos brebajes estaban convencidos de que se transformaban en animales y adquirían un estado de invulnerabilidad. Yo puedo decirles que no hay constancia, pero hacen de la experiencia personal un hecho incontrastable y van por el mundo con esa actitud.

El ataque personal fue representado por aquel astrólogo que orgullosamente aseguró que ellos hacen felices a la gente, mientras la ciencia nos da Prozac. Claro que sí, hombre. Fíjate que, mediante esta tecnología, he podido llegar a oír tus ladridos. En otras circunstancias, tu estupidez me habría pasado desapercibida y al menos no habría tenido el disgusto de saber de tu pobre existencia.

Aún así, la parte sobre la numerología cósmica y el supuesto lugar privilegiado del hombre es poco digna de comentar. La defensa de Kepler es, como mínimo, débil al considerar una simple casualidad como un hecho trascendental sin otras pruebas. Sin olvidar que todo el razonamiento partió de la suposición de que existían jovianos… Siendo justos, esto se debía a que Kepler era un maniático que buscaba un cierto idealismo aritmético y geométrico en el universo y siempre podemos pasar por alto esta debilidad.

Además, como decía Darwin, citado en el blog de Lansky, tan malo puede ser no querer arriesgar en comprobar un hecho por temor a hacer el ridículo, como creer lo primero que pase. Dije que Galileo era reacio a admitir la participación de la Luna en las mareas porque eso de la “fuerza a distancia” le parecía una tremenda fantasía. Miren que, alternativamente, podría haber concluido que, si la Luna no causaba las mareas, sus fases podían ser otra consecuencia de la causa que él hubiera considerado más acertada, pero no quiso verlo así. Seguía convencido de que las mareas eran a causa del propio movimiento de la Tierra. Aún así, hay que admitir que también era una explicación que podía llegar a razonarse y comprobar su veracidad.

Hubo que esperar a que Newton elaborara su teoría universal de la gravitación para que todos estos hechos fueran explicados finalmente. Esta explica tanto los propios movimientos de los planetas como el efecto de las mareas. También esta teoría hirió de muerte las pretensiones de la astrología: todo el influjo de los astros era una de dos, el efecto de su gravedad en nosotros o en nuestro planeta, o su emisión electromagnética. En el primer caso, la Luna se queda con las mareas con cierta participación muy secundaria del Sol, mientras que el Sol atrae a la Tierra, y la Tierra a nosotros. En el segundo, el Sol es el máximo protagonista, con la Luna participando de un modo secundario con la energía que refleja de este. Los demás, con luz propia o prestada, no llegan ni a figurantes. En grupo, como la Vía Láctea, o todavía sin ser estrellas, como algunas nebulosas, sí.

Así, el universo pareció absolutamente ordenado. El Sol, en el centro, los planetas girando en orden, las estrellas girando todavía más lejos. El conjunto parecía lógico y lo observable coincidía con lo existente.

¡Ilusos! A acabar en la siguiente entrada.

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