Desde que soy pequeñín, tengo la certeza de que soy un quisquilloso. A mis diez años, era capaz de exasperar a mis padres porque el nombre que se le diera a algo no encajara en mi lógica particular o con lo que me enseñaran en clase. Tuvo sus cosas buenas: se acabaron enterando por mí de que Castilla la Vieja y la Nueva tenían ahora otros nombres, o de que el símbolo de adición se escribía ahora al otro lado cuando se hacía la suma.
Por eso, cuando entra en escena lo políticamente correcto, soy capaz de acabar subiéndome a las paredes. La semana pasada tuve la ocasión de verlo no una, ni dos, sino tres veces gracias a nuestros perspicaces medios de información.
La primera fue cuando supe que habían detenido a un neoyorquino acusado de dedicarse a lanzar cócteles Molotov a viviendas de musulmanes, en la misma ciudad. Los medios se apresuraron a declarar que este hombre es xenófobo. Las autoridades se han apresurado a criticar los actos que empañaban la imagen de ciudad multicultural que le corresponde, en opinión de ellos, a Nueva York.
No obstante, y en contraste con la noticia anterior, tenemos el caso de otro detenido por incendios, este de nacionalidad alemana, que comenzó su actividad pirómana quizás por el mosqueo que le causó la posible deportación de su madre. Además, se dice que gritó “¡Odio América!” cuando fue detenido. ¿Fue llamado xenófobo? No, aunque sí está siendo calificado de terrorista, pues resulta que este sujeto nació en Chechenia y viajó allí.
¿Qué si esto me parece lógico? Podríamos pararnos a discutir hasta qué punto un ataque xenófobo pasa a ser terrorismo. Pero no deja de llamarme la atención que nadie se plantee que ambos individuos sean igual de xenófobos y terroristas, y la única razón para la diferencia está en que el primero es parte de la mayoría y el segundo de una minoría.
La tercera noticia reúne todos estos elementos llevados al absurdo. En el enlace no podréis leerlo, pero durante la semana pasada se habló en los siguientes términos de la víctima y de los imputados por su asesinato:
-Senegalés.
-Individuos de etnia gitana.
Como decían en un corto de Muchachada Nui, a lo mejor soy yo el anormal, pero esto no tiene ningún sentido. ¿Por qué no se identifica a los agresores como “gitanos” o, como alternativa, a la víctima como “individuo de nacionalidad senegalesa”? ¿Es que acaso el circunloquio “de etnia gitana” tiene como objetivo intentar eliminar las connotaciones negativas de “gitanos”? No creo a los racistas tan tontos, la verdad.
La tercera noticia fue continuada con otro despropósito similar. Antes de nada, quiero aclarar que la muerte del senegalés se sucedió con vandalismo por parte de algunos de sus compatriotas, lo que obligó a que representantes de las dos partes implicadas hicieran las paces delante de las cámaras en un intento de que las aguas volvieran a su cauce. Una vez más, no aparece en el enlace, pero os digo cómo se refirieron a las dos partes:
-Los senegaleses.
-El colectivo de etnia gitana (¡Otra vez!)
Cierto tiempo después, los senegaleses llegaron a convertirse en “colectivo senegalés” cuando denunciaron que los anteriores representantes no eran tales, sino unos impostores. Lo que jamás sabré es si eran senegaleses o de nacionalidad senegalesa.
2 comentarios:
Como dices en tu etiqueta, periodismo de baratillo, lleno de complejos y que trata la información de manera sesgada a lo mejor inconscientemente, por miedo a que les perjudique de alguna manera.
A mí me hace gracia, por ejemplo, como, en función de la afinidad de ideas, unos informan o ejercen democráticamente su labor de oposición y otros crispan
Eso daría para varias entradas como esta. No hace mucho comentaba lo mismo cuando se las dan de graciosos: los unos reivindican el humor negro y los otros se rompen las vestiduras.
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