lunes, septiembre 26

Nos tratan como números.

En el libro El triunfo de los números, de I. B. Cohen, se resumen varias de las razones por las cuales el lenguaje numérico ha acabado imponiéndose en casi cualquier área más o menos seria. Una curiosidad es que el libro dedica todo un capítulo a las críticas de, entre otros, Dickens y Carlyle a la estadística. Concretamente:

(…) el descontento, la miseria real puede ser grande. Los sentimientos de los trabajadores, su noción de si los tratan con justicia o injusticia; su sana compostura, frugalidad, prosperidad en unos casos, su acre conflictividad, imprudencia, gestión de ginebra y ruina gradual en otros. ¿Cómo puede representarse todo ello mediante las cifras de la aritmética? (Thomas Carlyle)
No sé, señor Carlyle, ¿la ginebra no puede medirse en volumen como cualquier otro líquido? Y diría que la prosperidad o ruina lo calculaban muchas amas de casa, ¡en serio!

También se cita Tiempos difíciles, novela de Dickens, en al cual un joven comete un delito y hace que culpen a un trabajador honrado por la perniciosa influencia de la educación matemática de su padre, concretamente de que el último le contó al chico que la probabilidad de que alguien sea corrupto es muy alta. Por supuesto, señor Dickens, yo empecé aprendiendo aritmética de pequeño y al llegar al instituto era una mezcla del villano de Conan Baal-Pteor y del Indio de La muerte tenía un precio.

Lo realmente curioso es que la impresión que me da a mí es que ambos, más que odiar a la estadística por sí, odian el uso que se hacía de las estadísticas para no acometer reformas de seguridad laboral y otros avances humanitarios. Quizás, en el mejor de los casos, no entendían la necesidad de los promedios o, en el peor, eran pedantes de letras.

En el capítulo anterior a estas críticas, el libro comenta la enorme contribución de Quetelet, quien acuñó el término “física social”. Quetelet creía que se podían encontrar un equivalente a las leyes físicas en el estudio de la sociedad y, de hecho, que encontró regularidades en los recuentos anuales de varios tipos de delitos. No obstante, se le ocurrió definir al “hombre medio”, que es el “tipo” que puede representar la media de cualidades humanas de una población dada. Hay que entender que el hombre medio es, por tanto, una construcción teórica.

No obstante, el propio Quetelet se acabó convenciendo de que su hombre medio podía ampliarse al “homme type”, que es lo mismo pero para naciones, y que “las desviaciones del promedio eran accidentes”. Chungo, suena muy chungo. Ambos conceptos han sido atacados, pero sigue habiendo quien opina que la idea de que la estadística es deshumanizadora o, más exactamente, uniformadora. A veces, esta crítica puede extenderse a la información numérica.

Ahora bien, ¿es la estadística deshumanizadora? No, creo que no. De hecho, está más íntimamente ligada al pensamiento común de lo que a algunos humanistas les gusta pensar. Ahora, ¿ataca lo individual, como opinaba Dickens? Pues sí, pero no es culpa de la estadística olvidar al individuo. Mejor dicho, no es la herramienta adecuada.

Pongamos un ejemplo de la vida cotidiana. Yo sé que esta sugerencia hará que alguno se sienta ofendido, sobre todo aquellos que piensan que debatir es encerrarse en un cuarto a hablar ya no sólo de lo que ocurre a cien kilómetros de donde se está ricamente sentado, sino también de si los ángeles tienen sexo, y que sienten nostalgia por la filosofía bizantina.

Yo he adquirido un local, dicho en términos legales. Monto un negocio, digamos que una churrería. Antes de poder abrir el comercio, necesito poner una puerta. ¿Cómo ha de ser una puerta? Ortoédrica, dirá alguno. Cierto, pero además de ortoédrica, ¿qué cualidades debe tener? Pues tres:

1. Debe estar en un hueco lo suficientemente grande como para permitir el paso de los clientes (¡Cielos!, dirá algún pardillo).

2. Debe tener el sistema de apertura a la altura adecuada, que significa que uno pueda abrir la puerta moviendo sólo la mano sin levantarla demasiado, sin tener que agacharse o ponerse de puntillas para abrirla, y que sea fácil de accionar para todos.

3. No debe ser muy pesada ni muy liviana, para que los clientes puedan entrar pero sin que sea probable arrancarla involuntariamente.

Por supuesto, hay más, como que tenga bisagras y otros detalles, pero estos se definen en función de los tres anteriores. Si mi puerta es pesada, pondré bisagras fuertes. Ahora bien, ¿cómo cumplir todas estas características? Porque otra cosa no, pero variedad hay en el maldito género humano: los hay bajitos y altos y los hay fortachones y esmirriados. ¡Necesito una solución!

La solución puede ser la siguiente: “En la zona donde voy a abrir mi churrería, el noventa y cinco por ciento de los residentes miden entre 1,50 y 1,90 metros”. Nada, pues: El hueco de mi puerta medirá 2,10 metros. También sé que casi el 100% de los residentes pueden usar bien ambas manos. Pondré un pomo a un metro de altura. Por último, sé que el 95% de los residentes pueden empujar un objeto de 2 kg con gran facilidad con una mano pero tienen dificultades con objetos de a partir de 5 kg. Mi puerta pesará 3 kg.

Con estas medidas, voy al carpintero y le mando que me haga una puerta así y baratita. Este me la hace e inauguro el establecimiento, muy contento. De pronto, mi primer cliente resulta ser Shaquille O’Neal.



“Podría haber puesto un hueco de 2,30”, pienso, pero olvido el reproche cuando veo que detrás de él viene Sung Ming-Ming.



No me desanimo, pues pienso que estos dos están en la cola de la campana de Gauss y porque además me han comprado muchos cucuruchos de churros. Entonces, veo que va a entrar un chaval…

-¡Oiga, haga el favor de abrir! ¡Que me casqué el brazo jugando al fútbol y ya llevo dos bolsas!-me grita el chico.

-¡Ah! ¡Espera!-y entonces pienso, y aquí no tengo excusa, que una de estas puertas que siempre están abiertas habría sido mejor para todos.

Vuelvo a vender muchos churros, y me vuelvo a alegrar, pensando que estas escenas son por lo general raras, estadísticamente hablando. Además, llega un nuevo consumidor que… ¡NO!



Me quedé sin puerta. Este ejemplo basado en algo tan trivial nos enseña cómo la estadística no es sólo una cosa rara que los políticos usan para tratarnos como números (se conoce que estos viven humillados), es algo que se aplica al día a día. ¿La dosis a partir de la cual un producto es nocivo para la salud? Es una media, cada individuo tiene su límite. ¿La velocidad a partir de la cual un conductor tiene nula visibilidad de la carretera? Ídem. Cualquier asunto que afecta a un mínimo de cuatro personas tiene ya una alta probabilidad de incluir promedios.

Y nótese que digo personas, esto es, humanos. Si la gente, motu proprio, suele generalizar, ¿por qué criticar el uso expresivo de números para zanjar disputas? La estadística es la expresión numérica de las generalizaciones.

Ahora bien, el individuo sale claramente perdiendo. Las particularidades acaban difuminándose en la vastedad, a lo que Dickens asentiría. Popularmente, mis problemas parecen más pequeños cuando los comparo con la extensión del mundo.

Ahora, ¿esto invalida la estadística? Pues mire, depende de cómo se plantea el problema, qué muestreo se realiza y cómo se interpretan las conclusiones. Es decir, de si la estadística es una herramienta o una excusa para la dejadez.

El propio Dickens daba un buen ejemplo, hay que reconocerlo, pero en el libro de Cohen pueden ver ustedes otro mucho mejor de Henry Morley, socio de una de las revistas del escritor. Les presento el primero y ya buscan ustedes el segundo en el libro si quieren.

Esta gente de mente estadística, según Dickens, <> diciéndole que <>.
Pues sí, señor Dickens, lleva usted toda la razón. Pero permítaseme hacer hincapié en algo: quien da esa respuesta, ¿quién es? ¿El ministro inglés de trabajo o el equivalente local? Porque si es el primero, puedo entenderlo hasta cierto. Si es el segundo, es para pegarle. Vamos a ver, señor mío: usted debe fijarse en lo que ocurra en su zona. La media nacional está fuera de sus competencias.

La única manera de compensar el vacío que reciben los individuos es que el análisis estadístico se haga a varios niveles: nacional, autonómico, municipal, dentro del distrito, en cada comunidad de vecinos, en cada casa. Cuanto más pequeño es el tamaño de una población, más probable que el caso particular reciba al fin la solución que merece.

Por supuesto, siempre que tengamos funcionarios honrados. Si estos son corruptos o, peor, paternalistas, es para echarse a temblar. Y tenía la intención de hablar del lenguaje publicitario, pero sería repetir.

En fin, el problema es que nada funciona:



Mañana, la segunda parte de esta entrada.

2 comentarios:

Paloma Polaca dijo...

Joder Ozanu, qué post más currado has hecho.

Bueno, que sepas que ese título me lo voy a leer, eso no está sujeto a ningún tipo de incertidumbre ;)

Yo adicionalmente te recomiendo El andar del borracho

Yo soy un defensor de la Estadística, primero por el amor que profeso a las matemáticas y segundo por motivos laborales.

Bien es cierto, que aplicar sus técnicas hacia el estudio de los aspectos humanos puede provocar cierta repulsión, como tú bien comentas.

Sin embargo aplicada a otros campos tales como la física, química, telecomunicaciones, metoerología, etc, propicia innumerables beneficios a la humanidad, desde ese punto de vista se podría decir que la "Estadística es nuestra amiga" (al estilo de Barrio Sésamo).

Yo quisiera criticar el uso interesado que se hizo de esta disciplina por parte de algunos iluminados en la primera mitad del siglo XX, buscando el "hombre perfecto". Pero eso es un uso anormal, equivocado y perverso de una buena herramienta.

Excelente post.

capolanda dijo...

Es que el problema con la estadística es su uso original, que le dio su nombre: "estadística", esto es, el gobierno del estado. Lo que no quita que se aplica a otras áreas. pero claro, ha quedado el recuerdo de las miserias racistas.

Me apunto el libro.