jueves, marzo 17

Papá censor no cuida tan bien de nosotros.

¡No paramos, señores, no paramos! Ayer hablaba de inexistente pornografía infantil, pero hoy sí hay infantes.

Una tele llena de rombos.

Léase con calma. Veamos, estoy de acuerdo con la crítica en sí. Sobre las soluciones:

Regulación de contenidos
Se comenta que es censura, pero es peor: es inservible. Veamos, pongamos un multazo a quien hable en horario infantil de la tal Carmen y su perrino, que diría mi abuela. ¿Y? ¿Acaso esto hará que el público deje de seguir interesado en este tema u otros similares? ¿Sería para el canal que "investiga" este suceso un freno a su cuestionable actividad? Pienso que lo peor es que es poco convincente: se debería criticar más el hecho en sí que quién pueda ser el espectador. Además, ya hay chicos que ven la televisión hasta muy tarde. No me extrañaría que la medida sólo incrementara su número.

Efecto psicológico en los niños
Aquí me gustaría decir que el efecto psicológico no se limita a ellos. Tanto porque la neuroplasticidad se está comprobando como porque ver Sálvame durante horas no puede ser bueno. No niego que el daño sea mayor en los chavales, pero es como si avisaran de que los menores beban lejía cuando saben que los adultos también la beben.

De todos modos, me gustaría preguntarle algo al psicoanalista: ¿Qué considera usted un comentario con adultez? ¿Por qué la adultez es nociva? ¿Usted pasó de niño a joven sin período de transición, con pendiente infinita? Hablando de esta noticia con el amigo McManus, se le ocurrió decir lo siguiente, con lo que coincido plenamente:

Hablar a un niño del método científico es un mensaje que transmite adultez.

Del mismo modo que muchos cuentos tradicionales, tremendamente crueles (¡Y a veces guarretes!), contenían lecciones valiosas. Sí, los contenidos brutales y obscenos, pero no porque la brutalidad y la obscenidad sean valiosas en sí, sino porque existen y es mejor advertir de su existencia que negarlas sistemáticamente.

De hecho, es curioso, pero, según esta definición, yo mismo sufrí tensiones negativas cuando era pequeño, debido a las historias que nos contaban en clase. Desde cuentos que demuestran que el ser humano puede sobrellevar mejor sus penas si las del prójimo son mayores a aquellas que hacen lo propio con la maldad humana. Que mi colegio fuera religioso también tuvo que ver: la necesidad de inculcar la caridad lleva a hablar de la pobreza. También la televisión tuvo que ver: en aquella época, los telediarios, que aún no emitían publicidad, solían mostrar con frecuencia imágenes de la extrema pobreza del tercer mundo, y yo ya tenía uso de razón cuando estalló la guerra de Yugoslavia.

En contraste, llego a leer comentarios chocantes en la prensa actual. Hace ya unos años, una extraña carta publicada en un periódico me consternó. Era de un treceañero que, no me explico aún cómo, no sabía nada de cómo era realmente el mundo. Comentaba que él pensaba que todos los niñoss del mundo vivían como él, en un hogar seguro y leyendo a Harry Potter hasta el año anterior a la publicación de la misiva. No diré que yo comprendía el mal funcionamiento del mundo cuando fui al laico instituto, pero al menos sabía que el mundo no era bueno para todos.

Al menos, este señor admite que es como ponerle puertas al campo. Pero ya lo era antes de que todos tuvieran un ordenador, ¡ojo! Que los chicos no son sordos, y escuchan a sus mayores, incluso cuando los últimos creen no ser oídos. Ya no es tan acertado cuando dice no los miramos porque no estamos de acuerdo con ellos [esos programas]. Eso será cierto en su caso, en el de la mayor parte de mis conocidos y en el mío, pero fuera de este grupo...

Además, aún tengo otro comentario: lo insustancial puede ser incluso más nocivo que lo obsceno o lo brutal. Gran parte de las noticias relativas al mundo del cotilleo son, vistas con frialdad, nimiedades. Simplemente se habla de ellas porque el protagonista es famoso. Sin ir más lejos, en uno de estos programas hubo una discusión acerca de la venta de un pozo, que abastecía de agua a una finca, sin que los propietarios de la última lo hubieran sabido. Añada que todos los participantes son familiares y todas las propiedades fueron conseguidas en heredad de la misma persona, y como mucho tendremos una anécdota acerca de la avaricia. Pero no merece un debate. Si es legal, nada hay que decir. Me parecerá mal éticamente, pero no pasa de eso. Me importa tan poco como que Pepito Piscinas, fontanero, venda la casa de su abuela, heredada de su abuela, costurera, sin que lo supiera Jacinta Piscinas, su hermana. La acumulación de estas anécdotas podría llevar, ahora sí, a una discusión sobre la pérdida de los valores familiares.

Para mí, si el público no cambia sus gustos, nada se alterará. El público tiene que asumir su parte de la responsabilidad, de lo contrario actúa, ahora sí, como un puñado de críos.

2 comentarios:

Lansky dijo...

Eso sólo se cambia con la Educación (lo escribo con respetuosas mayúsculas) que es la que propicia los cambios más duraderos en el compartamiento d elas gentes, pero, por desgracia, también es el más lento.

Miguel Baquero dijo...

A mí lo que me parece realmente nocivo es eso, que se contemple como algo bueno la insustancialidad y la irresponsabilidad (yo soy como soy y digo lo que me sale, eso es tenido por modelo hoy día)