domingo, abril 29

¡Aniversario! II

Aquí continúo con el aniversario, y ahora presento una historia que sí ha sido pensada para la ocasión. Es mucho más corta que la de ayer, ocupando dos hojas en el Microsoft Word, y es mínima comparada con la de mañana, que ocupa nueve. Sobre qué es, ni es una hilaridad, ni ninguna otra de las historias que tengo pensadas. Es una especie de cuento que escribí de un día para otro, hecha con cierto tono irónico desde el principio, que se mantiene hacia el final. Desde luego, no es un cuento clásico, tal y cual los entiendo, sin despreciar a los cuentistas, que en mi opinión particular están muy devaluados. En fin, allá va, disfrutadlo.

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Érase una vez, en un país muy, muy, muy lejano, un dragón cuya dieta consistía principalmente de seres humanos. El dragón era muy divertido, y tenía el descaro de organizar concursos en los cuales sus víctimas hacían de concursantes. Las pruebas eran diversos retos cuya resolución implicaba cultura e imaginación a partes iguales, por lo cual no era raro que la mayor parte de la gente cayera en las tretas del dragón, que además se complacía en contar chistes muy malos que no tenían nada de gracia.
El pueblo, desesperado ante tal falta de respeto al noble arte de la comedia, y también por la antropofagia del monstruo, pidió ayuda al rey. El rey, como primera medida, advirtió al dragón de que, de no cesar su actividad incívica y alarmante, como la llamó el monarca, se vería obligado a condenarlo públicamente con todo el rigor del estado soberano y libre. El dragón, que no carecía de inteligencia ni de conocimientos, y menos aún de dialéctica, a pesar de su mal sentido del humor, publicó un manifiesto que resumía magníficamente que tales reprimendas por parte de mandatarios públicos, sin importar cuán importantes fueran, no tenían efecto sobre aquellos que, como el dragón, no le daban la más mínima importancia al estado del derecho.
El rey desesperó ante semejante respuesta, ya que no sabía qué hacer. No quería mandar a sus oficiales porque temía que la oposición aprovecharía la coyuntura para llamarlo opresor del pueblo e intentar derrocarlo. Pero entonces recordó que en los límites de su reino, cerca de la frontera del oeste, vivía un espadachín en cuya juventud logró grandes hazañas que ayudaron a su patria en un tiempo difícil de guerras. Así que el rey en persona, seguido por la nación al completo, fue a su casa, una sencilla cabaña, pues el espadachín, como gran parte de los militares, era persona poco amiga de los lujos.
El espadachín, que vivía sólo con su mujer, pues sus hijos estaban estudiando en la universidad, se asombró cuando vio un gran número de personas a través de la ventana. ¡Toda la nación estaba ante la puerta de su casa! El valiente y gallardo espadachín los miró con todo el desprecio que albergaba su corazón, que no era precisamente poco. Aunque no pasaba necesidades, había trabajado muy duro junto a su mujer para poder permitirse un hogar, la manutención de unos hijos, unas hectáreas que proporcionaban a duras penas el alimento del día a día y un alambique en el que experimentaba con el tostado de la malta. Y es que nuestro espadachín, aunque nunca fue reacio al trabajo, jamás recibió una recompensa por sus proezas, que eran dignas del cantar de gesta más excelso. El antiguo rey, el padre del que ahora estaba rogando a su mujer que él saliera, consiguió negarle su justo premio, pues aprovechó el rechazo de la sociedad a los terribles hechos sucedidos durante las guerras para justificar su estafa. Aún recordaba cómo el interventor le enseñó su dinero, lo metió en un saco, se lo guardó bajo siete llaves y lo despidió, sin callar que diera las gracias de que no hiciese de chivo expiatorio.
No obstante, decidió aparecer para conocer el motivo de tal peregrinación, ya que era la hora de comer e intuía que si no atendía al asunto cuanto antes, no tendría el almuerzo hasta muy tarde. Siempre le pasaba lo mismo, pues su mujer era simpática y agradable, y algunos vecinos tenían el mal hábito de visitarla a esa hora por cualquier motivo, ya que la buena mujer era incapaz de decir que no. Así que se levantó, y cuando salió por la puerta todos callaron, mudos. El rey, impresionado por el buen plante del espadachín, a pesar de los años pasados desde su gloriosa juventud, le contó en pocas palabras qué ocurría. El espadachín se acarició la barbilla, pensativo, y decidió aceptar la empresa, pues consideraba que la antropofagia estaba mal en cualquier caso, y poco tenía que ver que esa gente le resultase no merecedora de socorro. Sin embargo, dijo que no partiría hasta haber almorzado, y todos aplaudieron al espadachín por su arrojo y coraje. Entonces muchos pilluelos intentaron irrumpir en la casa del espadachín en un intento de ser invitados también, pero el espadachín, con una gran sonrisa, asió un palo, y sin dejar de sonreír empezó a golpearlos y a decirles que tuvieran algo más de vergüenza, que su mujer no era su criada. A la mujer no le gustó que su marido actuara violentamente, pero se alegró de no tener que cocinar más.
Comió el espadachín sin apartar muy lejos el palo, comió también su mujer, y la muchedumbre los miraba con ojos suplicantes, pero nada, que no era posible, no había bastante para todos ellos. Entonces sacó su viejo equipo de combate, que mantenía lustroso, buscó las provisiones, ensilló al viejo caballo y partió en busca del dragón. Algunos habitantes del reino empezaron a seguirlo, y cuando el espadachín se dio cuenta, dio la vuelta y empezó a perseguirlos con el palo hasta que todos huyeron.
El rey le había dicho al espadachín que el dragón residía en un castillo construido en una antigua marisma, cuyo anterior dueño edificó tras sobornar a algunos administradores de la región. El dragón devoró a su dueño por haberlo desahuciado, y por el daño ecológico causado. Allí acudió, y vio un cartel en el comienzo del camino a la antigua marisma. Lo leyó, y comprendió que el dragón necesitaba continuamente nuevos figurantes en el concurso que organizaba cuando se alimentaba, pues también comía a sus ayudantes. Entonces ideó un plan para entrar en el castillo sin levantar sospechas: Entraría como uno de los solicitantes, así que tras dejar el caballo en un alquiler de cuadras, fue a la cola y esperó como todos.
En la cola había una larga fila de artistas con mayor o menor talento. Estos practicaban sin descanso, lo cual era lógico, ya que si sus habilidades no eran lo suficientemente buenas, morirían sin poder mostrárselas al mundo entero. Estaba claro para el espadachín que la vida de artista era tan pobre en su país que preferían arriesgarlo todo por la fama.
Dos días después, el espadachín pudo entrar en la recepción del castillo. Una vez dentro, se quedó mudo de estupor cuando comprobó que el dragón sólo escogía a los peores artistas, para evitar que le hicieran sombra a él, que tenía tanta gracia como un hormiguero en una merienda de campo. La indignación del espadachín se incrementó.
Cuando llegó su turno, el espadachín realizó unas demostraciones basadas en su entrenamiento como viejo soldado. Obviamente eran muy buenas, incluso el dragón lo reconoció.
-Eres un hombre recio y bien entrenado-dijo el dragón-, pero aquí no hay sitio para la maestría-y se abalanzó para devorarlo, pero es espadachín sacó entonces su espada.
El ataque fue violento, pero el dragón era hábil y se retiró a tiempo para evitar su muerte. Miró impresionado al espadachín, y supo que él era su trabajo. Interesado por alguien tan valiente, le preguntó quién era él, y cómo podía ser no lo temiera, como todo el mundo.
El espadachín no esperaba esto, y alegre porque alguien, aparte de su familia, le preguntara cómo se sentía, le contó toda su vida de heroicidades al dragón, con la traición de su gobierno. Le empezó a contar los primeros pasos de sus hijos, cuando el dragón le rogó que detuviese su narración, que se había hecho idea de cómo era su contendiente.
-¿Y por qué, si fuiste abandonado, has aceptado una misión?
-Porque no me gusta que devores a la gente, y porque tengo la esperanza de que me sea dado lo que legítimamente me corresponde-dijo el espadachín.
-Pues creo que no se habrían cumplido tus expectativas-dijo el dragón-, porque creo que ese hombre del saco era el dueño de este castillo.
El espadachín le preguntó que cómo podía estar tan seguro, y el dragón respondió que cuando entró en el castillo, ese hombre estaba burlándose de él con sus amigos, unos jóvenes de clase alta que no sabían qué era el trabajo. De hecho, lo guió a una cámara contigua, y el espadachín vio, como si de un espejismo se tratara, el mismo saco en el cual el administrador corrupto guardó su fortuna. Cuando pasó el espejismo, el espadachín se contentó aún más, pues el mismo saco seguía ahí igual de lleno, aunque más viejo. Entonces el dragón le propuso al espadachín un trato: Como jamás podría vencerlo, ya que el consumo de humanos había hecho al dragón fofo y lento, él se iría voluntariamente a la isla situada al norte, donde no hay seres humanos, y se alimentaría de tapires. Él, a cambio de permitirle huir con vida, podía llevarse cuanto dinero negro desease, sin importar la cantidad o la indiscreción. Al espadachín le pareció un acuerdo excelente, así que pactaron enseguida. El dragón se marchó, y el espadachín se quedó con aquel saco, pues le parecía peligroso llevárselo todo, además de imposible para su vieja montura.
Cuando llegó a su casa, su mujer lo recibió, y dentro de su casa el espadachín le mostró el saco y le contó qué pasó, y rieron durante la noche. La gente, al oír el rumor de que el dragón había muerto, exigió que el espadachín fuera gratamente recompensado. El rey le concedió entonces un premio muy superior al esperado, y el espadachín vivió desde entonces cómodamente.
Y el dragón, por su parte, recuperó la forma física y se contentó de hallarse entero. Y así fueron todos felices.

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Ni yo mismo me acabo de creer el giro final que le he dado a la historia. Mañana, la última historia. Tampoco es una hilaridad, sino un relato con un grupo de héroes-antihéroes que algunos, como Koopa, conocen por encima. ¡Nos vemos!

3 comentarios:

Koopa dijo...

Oh, pues mola un rato, sipe! =D

Chuck Draug dijo...

Pues el relato ha estado muy bien, desde luego. Y al final el caballero, por listo y por valiente, se ha llevado más recompensa de la que podría esperar. Y es que a veces, aunque tarde, nos llega lo que nos merece, ya sean recompensas o castigos.

Obviamente, yo prefiero las recompensas. xD

capolanda dijo...

Gracias a ambos.
Bueno, Draug, es un espadachín, en realidad no tiene título honorífico (esto es como en Samurai Champloo, que aunque se llame así, ni Mugen ni Jin son samuráis, el primero es un bandido y el segundo un rônin). Y sí, en el fondo ha sido su ofrecimiento y su persistencia lo que le ha valido su premio. Así eres, así te trata la vida.
Eso sí, un castillo contruido en una marisma... Esto viene a cierta marisma que quieren destrozar, o destruyeron en un pueblo para edificar. Por eso le he dado cierto tono irónico, con un espadachín voluntarioso, pero escéptico con los poderosos.