lunes, agosto 1

Tralaralá... piri, piri, piri, piri...

¿Es gracioso el título? Pues sí lo es, oiga. Al menos, si lo yo leo en voz alta es gracioso. Ese tarareo aparece en la obra de Miguel Mihura Tres sombreros de copa, que leí en 3º de ESO. El protagonista, Dionisio, le cuenta a Paula, una bailarina de vida alegre (Una puta, vamos) que ese es el sonido aproximado que hace su novia cuando toca el piano. Tres sombreros de copa es una obra de teatro, por lo que resultaba idónea para ser leída en voz alta en clase por los alumnos, asumiendo un personaje concreto un alumno, intercambiando los papeles cada tiempo. Yo interpreté dos mientras la leíamos, pero fue el segundo, el de protagonista, el que resultó más exitoso. Resulta que un servidor lee muy bien, tanto en silencio como en voz alta. No tengo, ni tenía, nada que ver con la típica imagen de jovenzuelo que lee poco e ignora que, si en el texto aparece un signo de puntuación, es para ser respetado. En fin, mientras algunos compañeros míos interpretaban sin inflexiones y sin ninguna gracia, yo lo hacía con pasión (Bueno, no tanta XDDDDD). También es que un servidor tiene lo que yo llamaría "visión de la intencionalida", esto es, capacidad de adivinar qué quería decir al autor exactamente. Vamos, por así decirlo es una manera de captar el contexto hasta el más ínfimo detalle. Esto me permite leer como ya he dicho. El caso es que la profesora ya señaló durante la lectura del anterior libro, Morirás en Chafarinas, que yo recitaba con la intencionalidad exacta y que era el único de la clase. Así, seguí haciéndolo durante el curso. Pero claro, llegó el gran día y leí lo siguiente:
DIONISIO: (...) Y ella sólo ama cantar junto al piano "El pescador de perlas". Y "El pescador de perlas" es horroroso, Paula. Ella tiene voz de querubín, y hace así: (Canta) Tralaralá... piri, piri, piri, piri...
Toda la clase, simultáneamente y al unísono (En realidad, "al unísono" significa en el mismo tono, no a la vez.) empezó a reír, ¡incluso la profesora! Y yo, ¡qué diablos! XDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDD. Es que tuvo su gracia la interpretación del tarareo, me metí tanto en el personaje que provoqué la misma hilaridad. Cosas de leer demasiado bien...Al menos se rieron de lo bien que lo hice, no de leer mal o algo así. En fin, una experiencia curiosa.
No obstante, nos reímos más en otra ocasión, ya que en esa clase había un alumno llamado Adrián, apodado "El negro" por lo moreno que era. A él le tocó el personaje de Buby...¿Que qué pasa con Buby?
PAULA: Sí. Le voy a abrir. (Abre la puerta y entra Buby, un bailarín negro, con un ukelele en la mano.) (...).
¡Cuánto reímos! XDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDD. Al negro Adri, le tocó interpretar el negro Buby. Sí, también la profesora reía, la jodida. Desde luego, eran tiempos anteriores a la corrección política que hoy nos ahoga...¡Coño, han pasado ocho años!
Por otro lado, he recordado otra anécdota sucedida en el mismo curso no tan agradable, de hecho es desagradable. Resultó que en la asignatura de lengua, la misma en que se leía el libro que he comentado, había una biblioteca formada con las contribuciones de los alumnos, esto es, un libro por alumno. Los alumnos debían coger libros y leerlos, para posteriormente rellenar una ficha sobre el mismo. Al principio, era obligatorio leer cinco o un número que no recuerdo, pero aquellos a los que nos gstaba leer leímos muuuuchos libros. Yo, unos diecisiete aproximadamente, siendo el alumno con mayor número de libros leídos (¡Ejem! XD). Lo cierto es que cogí dieciocho, uno más, pero hubo un libro, el de Adrián, que no pude soportar. El primer relato iba de un tío que naufragó en altamar, que repitía cien mil veces que tras su odisea fue besado por las mujeres más bellas (Misses y demás), los políticos le dieron la mano y otras cosas que repetía hasta la náusea. El segundo iba de un vampiro que no pude soportar. ¡Diox, qué hartura! Lo devolví y pedí otro. Pero no esta no es la experiencia negativa. Al fin y al cabo, sólo era un libro de promoción de una marca de automóviles...
Resultó que la profesora, con el objetivo de fomentar la lectura, decidió entregar un premio económico (500 pesetas, aunque fuéramos alumnos de quince años, no era una cantidad muy elevada ni muy baja) para dedicarlo a la compra de un libro (¡Qué tiempos, a lo mejor con esa cantidad tenías para un libro!). Esto no sería malo si yo hubiera ganado el premio, a tenor de lo que ya he comentado, estaréis pensando...¡Pero no fue así! ¡Hubo tongo! ¡Y YO ESTABA EN EL JURADO!
Sí, en el jurado. No recuerdo si la profesora nos escogió a todos o a una parte, o si salimos voluntarios. El caso es que el jurado estaba compuesto por cuatro alumnos que habían cursado EGB juntos...Debo explicar que ese curso, 3º de ESO, se impartió en un instituto, no en el colegio donde estuvimos juntos. La verdad es que fue así porque nosotros estudiamos para entrar en BUP no en la asquerosa y deficiente LOGSE...En fin, el caso es que corregiríamos las fichas de los alumnos, para ver cuántas de las fichas presentadas eran buenas y merecían ser contabilizadas. También, claro está, para ver cuántas eran malas y cuántos se habían copiado. Algunas de las veces corregíamos con al profesora, otras no, y el lugar donde se hacía era la sala de profesores. ¿Qué pasó? La corrección fue imparcial, incluso con nossotros mismos, nadie se autocorregía. Por ejemplo (Yo soy Carlos):
-Carlos, francamente, tus dibujos de los personajes son algo pésimos, y la letra es legible, pero no una maravilla...Si alguno es malo, voy a tener que restarte una ficha, aunque el resto está muy bien-decía Pablo.
-Bueno, bueno, esto es literatura-respondía yo-, no clase de dibujo.
-¡Apechuga, apechuga!-decía riéndose Miguel.
-Pues, Migue, tengo aquí una ficha tuya que voy a descontarte-respondí entocnes.
-¡Illo! ¡No seas así!
-No, no puede ser.
-¿Por qué, Carlos?-preguntó Alberto.
-Leedla los dos-tanto Pablo como Alberto vieron que Migue había puesto en todas las secciones "Este libro es tan malo que no merece una ficha". Migue, por cierto, era mi principal rival, era una persona inteligente con la misma mala caligrafía y escaso don para el dibujo que yo y quizás mejor comprensión lectora, aunque era una persona algo altiva con tendencia a desdeñar a quien consideraba menos inteligente. ¡Pero, coño, una cosa es deportividad y otra consentir tales cosas!
-¡Illo, Migue! Esto tampoco...-le comentó Alberto. Pablo se quedó de piedra.
-¡Es que es muy malo!-se qeujaba Migue.
-¡Pero que muy malo!-respondí yo-¡Pero tú haz las fichas, coño! Lo que no puedo hacer es consentir tales extremos. ¡O todos, o ninguno!
-¡Sea!-respondió él.
No fue así. La lectura de fichas fue muy divertida, ojo. Pude ver cómo eran los alumnos, cómo entendían las historias y cómo trampeaban. Otro ejemplo:
-¿Eh? Yo he leído esta ficha antes...A ver, Raquel...No espera, el color...¿¡Y esto!?-comenté en voz alta en algún momento de la corrección.
-¿Qué pasa?-preguntó Pablo.
-Resulta que creo que esta ficha es una copia de otra. A ver si la encuentro...¡Mirad!-les di las fichas para comparar.
-¿Las dos Raqueles?-en mi clase había dos alumnas, amigas, con el mismo nombre-¿Y eso?-volvió a preguntar Pablo.
-Se parecen mucho en las sensaciones causadas y los resúmenes del planteamiento, nudo y desenlace y, además, en la sección del párrafo favorito han escrito el mismo texto, pero con un detalle...
-A ver...-Migue leyó ambas fichas con una velocidad envidiable, aunque no para mí-Sí, no me cabe duda. Es una copia.
-¿Te has fijado en el intento de pasar la ficha como suya?-pregunté.
-¿A qué te refieres?
-Al párrafo favorito.
-Bueno, es el mismo, difícil que dos personas escojan el mismo sin estar de acuerdo...-respondió.
-¡Peeeero han intentado disimularlo muy malamente! Fíjate en que varía una palabra.
-Sí-dijo Pablo-, una...¿Y?
-Hombre, veréis, no sé vosotros, pero yo he copiado los párrafos del libro tras haberlos leído. ¿No os parece raro que dos personas que copian el mismo párrafo del mismo libro lo hagan con palabras diferentes?
-Sí...-contestó Alberto.
-Es que está claro: Una de las dos lo copió de la otra, pero sistemáticamente ha cambiado algunos detalles para disimular su trampa, pero ha sido tan tonta que en el párrafo ha cambiado una palabra, cuando es la única parte donde no debió hacerlo.
-¡Claro, sí! Es verdad, varía periódicamente....comentó Migue.
-Muy espabilada no es-dijo Alberto riéndose-Y tú, muy agudo, Carlos.
Pablo me miró con cara extraña...Es que a mí me gustaban las dos chicas tramposas, ¿sabéis? Pero tampoco iba a ser débil con las mujeres, ¿no?
...¿Será por eso que no he tenido aún novia? ¬¬U.
Y así, hasta que cerca del final, surgió el problema. El ganador estaba a punto de ser desvelado.
-Hum...Migue, Carlos, tenéis dieciséis y diecisiete fichas respectivamente...Aunque no sé si habréis visto que José Carlos y Fulanito (No recuerdo el nombre del chico) tienen quince y catorce muy buenas, con caligrafía y dibujo mejor-comentó entonces Alberto-Aunque a mí me gustan más las de Carlos.
-¿Cuánto dinero se sortea, por cierto?-preguntó Migue.
-Quinientas pesetas-respondí. Hice mal. Pablo sonrió como lo hacía cuando tenía una idea avariciosa en mente.
-¿Y sí...hacemos tongo?-preguntó.
Todos se quedaron callados.
-¿Cómo que tongo?-pregunté irritado.
-¿Cómo?-preguntó Alberto.
Migue permaneció callado.
-Sí, haremos lo siguiente...Carlos gana, y nos repartimos la pasta...
-¿EIN?-protesté.
-¿Pero a cuánto tocaría?-preguntó Alberto.
-Ciento veinticinco pesetas-respondió Migue, que era genial en las Matemáticas...No, si era un auténtico ejemplo de inteligencia. Yo también era genial en cierto sentido, pero era más bonachón, y claro...
-¡Ni hablar! No podéis. Además, ¡porras, soy el ganador claramente!-expuse yo con toda la razón del mundo.
-Hombre...La verdad es que tiene la razón al quejarse-opinó Alberto.
-Mira, Carlos, o hacemos eso o declaramos ganador a Fulanito, porque con Migue la cosa cantaría mucho. Si tú ganas, la gente lo aceptará, porque saben que eres inteligente y dedicado...Si gana Migue, aunque es tan listo como tú, la gente sospechará porque saben que es un vago redomado. Por eso, Fulanito es ideal. No está en el jurado y la gente pensará que ha habido justicia-dijo Pablo, maquiavélicamente.
La cuestión, obviamente, era envidia. Pablo me envidiaba, al fin y al cabo yo tenía, como Migue, facilidad para aprobar, y era mi amigo desde la infancia. Quizás él pensaba que no debía ganar más, porque él me creía igual de vago que él, un adicto a los videojuegos y futuro friqui que encima resultaba simpático y bondadoso, nada orgulloso, aunque algo raro. Era una cuestión personal, vaya. Lo cierto es que en el colegio siempre tuvo notas parecidas a las mías, hasta que en octavo pareció quedar atrasado respecto a mí. Quizás era hora de que estudiara más y no confiara tanto en su genialidad natural, porque al fin y al cabo era muy inteligente.
En cuanto a Migue, era simplemente avaricia pasajera. A Migue le encantaba humillarme a quien pudiera, a mí quizás porque me veía como parecido a él pero algo inferior, sin capacidad de alcanzarlo, como su sombra.
Lo cierto es que siempre he sido sino considerado alguien inteligente, pero siempre de segunda categoría. Me pasó en el colegio, en el instituto e incluso en la facultad. ¿Qué queréis que os diga? Quizás eso me enseñó humildad, ningún genio del colegio ha llegado a la universidad excepto una chica, sólo llegamos los segundos y algunos de los terceros, como Pablo (Sí, sí) y yo mismo. Migue también, pero él fue el primero en esa desastrosa clase de 3º de ESO, cuya mayor parte de alumnos tenía una formación lamentable. Sólo destacábamos los de EGB.
Por último, Alberto era una persona no muy destacable en los estudios, pero tampoco alguien lamentable. Era realmente buena persona, enemiga de problemas, peleas y discusiones, como sucedió a continuación.
-No-fue mi respuesta tajante.
-Bien...Ganador, Fulanito. ¿Quién está de acuerdo?-preguntó Pablo. Migue levantó la mano.
-¿Y en contra?-volvió a preguntar con sorna. Yo la levanté. Alberto no lo hizo antes ni ahora.
-¿Alberto?-preguntó Pablo.
-Mirad...Francamente, prefiero mantenerme al margen de esto-obviamente, estaba asqueado. Pero tampoco quiso oponerse firmemente. La verdad es que yo tampoco, quinientas pesetas no valían la pena que suponía una agria discusión acerca de chorradas.
-En fin, nada, no he ganado. Pero vosotros tampoco-les espeté.
-¿Tú crees?-dijo Pablo con una sonrisa sardónica-Podemos pedirle a Fulanito nuestra parte del dinero, diciéndole que ha ganado gracias a nosotros.
Alberto y yo nos miramos asombrados. Aquello era corrupción en gran escala. No estaba nada mal, para un alumno de quince años.
-¿Y creéis que os lo dará?-preguntó Alberto algo extrañado.
-Ya se verá-repuse yo.
-Bueno, soy convincente...¿Nos vamos ya, Migue?
-Sí-respondió el aludido.
-Tú no vienes aún, ¿verdad, Carlos?
-No-respondí malhumorado. Se despidieron y se marcharon. Alberto se quedó conmigo.
-Estaba pensando decirle esto a la profesora, pero la verdad...No, además no me creerá diciéndole que yo soy el ganador. Y si me cree, seguramente preferirá que el premio lo tenga Fulanito, ya que Migue y yo estaremos descalificado. ¿No crees?
-¡No lo hagas! No vale la pena. Ya sabes que Pablo y Migue son tontos, no caigas en su juego. Que les den por culo, ya pagarán su avaricia. Tú eres buena gente y siempre tendrás el favor de la gente, al revés que él, que sólo tiene su codicia. No seas tonto, que no lo eres.
-¡Gracias, Alberto!
Está algo dramatizado, pero más o menos así quedó la cosa...Bueno, no. Pocos días después, salió el resultado del concurso.
-¡Eh, Piñero!-me llamó Acosta-¿Ha salido el resultado de lengua?
-Sí, tú mismo, en el tablón, o eso parece-se quedó ante mi respuesta intrigado, se dio cuenta de que escondía algo. Fue al tablón, y leyó el resultado. Obviamente, no esperaba ese nombre. Ni ningún otro de la clase. La gente esperaba que saliera Migue o yo, sabían que éramos lectores natos, por eso, quizás formábamos parte del jurado. Volvió.
-Piñero...¿Ha habido trampa?-preguntó. Me miraban varias alumnos. Las dos Raqueles, también, por cierto. Ninguno creía que fuera la verdad.
-Sí-dije, simplemente. Me fui, empezaron a discutir. Estaban ofendidos, sabían incluso quiénes estaban en el ajo. Quizás, otras personas me preguntaron después los detalles, y cuando respondía siempre comentaban que eran unos cabrones. Por cierto, Fulanito se quedó sorprendido al ver su nombre, pero más cuando Pablo, ante todos, quiso hablar con él aparte. Jamás supe si el tongo fue exitoso.
En fin, una experiencia sin igual. Al menos, eso sí, me sirvió para darme cuenta de que el dinero destruye lo que sea y que tus amigos pueden darte la puñalada en el momento más inesperado. Habrá quien opine que el fallo estuvo en dotar un concurso escolar de un premio económico, otros dirán que en dejar al cargo a unos alumnos, algunos terceros que en realidad el error consistió en que los jueces también concursaban y no faltará quien diga que es una combinación de las anteriores. Para mí, será una vulgar cuestión de envidia. Curiosamente, Pablo y yo olvidamos el asunto. Algunos diréis que fue un error por mi parte seguir siendo amigo de alguien tan ruin, pero mi padre dice que no hay mayor tonto que aquel que quiere pasar por listo. Y su amistad me fue útil durante algunos años, hasta el fin del instituto.
En fin, hasta otra, que creo que será muy pronto.

2 comentarios:

Chuck Draug dijo...

Bueno... lo gracioso de las historias reales es que, quieras o no, pueden ser mucho más interesantes que las de ficción. Desde luego, uno se queda sorprendido ante los despropósitos de algunas personas.

Sobre inteligencia y genios, el problema en mi colegio y en mi instituto es que yo destacaba demasiado entre los demás alumnos. A saber: estaba atento a clase, hacía los deberes, estudiaba día a día... sólo había una persona que me igualara (e incluso superara en algunos aspectos) y que, bueno, era mi mejor amigo (hace meses que no nos hablamos, pero confío en que los lazos no se rompan), pero admito que también era un envidioso. Siempre trataba de hacer ver a los demás que yo era demasiado soberbio y que me lo tenía creido, cuando eran en verdad los profesores quienes me ponían en las nubes. Yo, la verdad, es que simplemente quería esforzarme.
Claro que en aquel momento me debería haber enfadado con él y probar si era tan "amigo" como yo creía, pero en el fondo yo sabía que aquella envidia era sana (o, al menos, era la menos perjudicial de las envidias), por así decirlo, y la verdad es que en el instituto eso quedó como agua pasada.

Perdón por el off-topic, pero es que hay cosas que me recuerdan los viejos tiempos. ^^U

capolanda dijo...

Pues claro, la realidad siempre supera la ficción.
Y no te preocupes, para eso permito los comentarios: Para que la gente pueda escribir a costa de lo que digo cuanto quiera.
En los lugares donde he estudiado, curiosamente, los más estudiosos eran los más admirados (Aunque había algo de favoritismo, pero bueno). De ahí deduje que el que en las series yanquis se veía que los estudiosos eran considerados bichos raros y acosados es por la ignorancia de estos, teoría que cierta elección ha confirmado XDDDDD.
Pero vamos, la envidia es universal, cualquier cosa que uno haga y le guste hacer a otro pero no pueda es suficiente. El problema surge cuando esa persona encima daña a la otra.
Y sí, no vale la pena amargarse por estas gilipolleces.