Quería que esta entrada saliera a primera hora de la mañana, pero varios motivos me impidieron usar ayer el ordenador.
La noticia ya ha llegado a la primera página nacional: una familia musulmana denuncia al profesor de su hijo. Según la familia, el docente se burló de la religión del alumno e hizo un comentario xenófobo. Según el profesor, simplemente le comentó que él no tenía en cuenta ninguna religión al dar su clase y que podía cambiarse de instituto si no le gustaba cómo daba clase.
La verdad es que la respuesta me importa bien poco. Me importa más la causa de la disputa: un jamón. Alguien que piensa que puede vetar un simple alimento, dentro o fuera de su hogar, porque no le gusta es un autoritario. Me da igual que, como la religión islámica está por medio, varias autoridades hayan declarado que es un hecho aislado dentro de la maravillosa integración de nuestras aulas y se pida respeto a todas las creencias. Respecto a lo segundo, hay opiniones alternativas.
Por supuesto, desprecio a todos aquellos que han aprovechado la ocasión para insultar al prójimo, españolistas o antiespañolistas. Son todos iguales.
2 comentarios:
Lo alucinante es que esos preceptos contra el jamón, y el cerdo como animal inmundo, que fueron provocados por la mucha triquinosis que en la Edad Media había entre los musulmantes, haya llegado hasta nuestros días sin la menor revisión
En el instituto leí, como trabajo de filosofía, el libro de Marvin Harris Vacas, cerdos, guerras y brujas, donde se defendía una teoría, cuanto menos, curiosa. El argumento de la triquinosis no convencía a Harris porque otros animales como las reses también la sufrían, y los musulmanes comen su carne. Según él, la causa es que el clima de aquellos lares hacía difícil la cría porcina, y su carne un artículo de lujo tan impráctico para el musulmán/judío común como los demás animales impuros: buitres, marisco y otros animales poco nutritivos o inexistentes. Ahora soy menos impresionable, pero en su día me llegó a gustar.
De todos modos, sigue siendo lo mismo: seguir la tradición, sin pensar en las circunstancias que la originaron.
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