jueves, abril 29

¡Quinto aniversario! Octava hilaridad

Llego un día tarde, pero continúo mi absurda costumbre de conmemorar el aniversario de esta bitácora con relatos. ¡Malditas manías!

Octava hilaridad

A esta catástrofe la encuentro poca intensa, o ese Apocalipsis que nunca llega

Antes del comienzo de las clases, Caín, Clarisa y Dani estaban jugando a las cartas en el aula de la pared curva, cuando un joven entró por la puerta.
-Perdonad, ¿alguno de vosotros es Caín?-preguntó el recién llegado.
-¡Sí, yo!-respondió-¿Qué quieres?
-¿Eres el delegado?-Caín asintió-Por favor, ven conmigo.
-¿Ya hay una reunión? ¡Qué pereza!
-Peor sería que tuvieras que ir durante el recreo-dijo Dani.
Salieron, y continuaron la partida. En ese momento, Celso entró en el aula, y se unió a ellos.
-¿Habéis abierto vosotros?-preguntó.
-No, Caín. Ha ido a una reunión-dijo Clarisa.
-¿Irán a cancelar las clases?
-¿Por qué?-preguntó Dani.
-¿No lo sabéis? Se ha hablado de cerrar los colegios por la amenaza de pandemia de gripe perruna.
-Pues yo no conozco a ningún enfermo-dijo Clarisa.
-Un sudamericano que trabaja con mi padre dice que en su país está causando problemas-dijo Dani.
-Pues que tomen medidas, pero a nosotros que nos dejen en paz-dijo Clarisa.
En ese momento, oyeron un tumulto proveniente del pasillo. Como creyeron que era obra de los gamberretes de 2º de ESO, no le concedieron importancia.
-He oído-continuó Celso-que todo el asunto es obra de uno de los miembros de la OMS, que tiene acciones de empresas farmacéuticas.
-Suena coherente-dijo Clarisa.
De pronto, llegó Saray y les preguntó:
-¿Qué pasa en la clase de al lado? ¡Se están pegando!
Ninguno de los tres lo sabía. Se disponían a seguir la partida, cuando Saray añadió:
-¿Por qué Caín está en medio?
Se levantaron y acudieron inmediatamente. El aula de al lado era incluso más pequeña que la suya, la extraña aula de la pared curva. Era una sala que medía unos cuatro metros de ancho y diez de largo. Estaba ocupada por el grupo menos numeroso de 4º de ESO, de once alumnos. Fuera, una chica miraba hacia dentro preocupada, mientras dos chicos comentaban algo en voz baja. Dentro, Caín y otra persona tiraban de algo metido en el armario empotrado.
-¿Qué ocurre?-preguntó Dani.
-¡Ah!-exclamó Caín-¡Venid los dos, os necesito!
Celso y Dani acudieron, y vieron a uno de sus compañeros, llamado Antonio. Era un chico alto, grueso, sudoroso; estaba aterrorizado y encogido dentro del armario.
-¡Oh, tíos, todos vamos a morir!-exclamaba.
Los recién llegados lo observaron con curiosidad y sorpresa.
-¿Qué? ¿No estás cansado de estar escondido?-preguntó Caín, con sorna.
-¡No hay escondite posible! ¿Cómo te puedes refugiar del aire contaminado? ¡Es el fin!
-¿De qué habla?-preguntó Clarisa.
-Piensa que el volcán de Islandia emite gases tóxicos-explicó Caín-, y que toda la humanidad va a morir.
-Pero bueno…- dijo Clarisa, suspiró, reprimió una carcajada y prosiguió-¿Sabes cuántas veces que se ha anunciado el fin del mundo?
-¡Pero esta vez se basa en algo racional! ¡En otras ocasiones, eran hipótesis descabelladas!
-¡Hombre, ahora sí!-dijo Celso, sonriendo alegremente-Pero si examinas libros, tebeos y películas de los ochenta, encontrarás recurrentemente el tema de la catástrofe atómica. De hecho, mucha gente creía “racionalmente” que la Guerra Fría acabaría fatal. Ya sabes, los EEUU contra la URSS.
-¿Por qué has dicho “EEUU” en vez de “Estados Unidos”?-preguntó Clarisa.
-Manías mías.
-¡Pero en realidad, la “URRS“ cayó! ¡Era una hipótesis descabellada!-dijo el desesperado.
-¡No, no, no, lo que cayó fue el muro de Berlín!- corrigió Caín, con el dedo índice levantado hacia arriba-La URSS se desintegró.
-¡El caso es que no tuvo sentido!
-¡Ahora sí, pero desde su época…!-dijo Celso inútilmente.
-¡Ninguno de vosotros lo entiende!
El jovenzuelo retrocedió y se tapó los ojos, aterrorizado.
-¿Como tú no entiendes la ironía?-sugirió Dani, guiñando el ojo.
-¡Todo es fútil…!-lloró.
Ya enojado, Caín lo cogió del hombro y tiró todo lo fuerte que pudo. A su señal, Celso, Dani y el cuarto chico tiraron de las piernas de Antonio. Finalmente, lograron sacaron, pero Celso cayó al suelo.
-¡Venga, a clase!-gritó Caín, mientras ayudaba a Celso. Se dirigió al otro chico-Mis disculpas.
-¡No, hombre! Gracias a ti por haberlo sacado.
Aún avergonzado por el brete, Caín levantó al histérico y lo arrastró hasta su clase. Pensó cuánta gente como él había cometido verdaderas locuras por peligros tan falsos como risibles.
-Pero bueno, ¿te parece bien?
Clarisa intercedió en su favor.
-Está nervioso, lo mejor es llevarlo a la psicóloga.
-Yo creo que es mejor llevarlo a la enfermería-dijo Saray.
Caín reflexionó, y mientras se acercó a una de las ventanas. Estaba a punto de decidirse por la opción de Clarisa, cuando Antonio se incorporó de pronto y salió corriendo. Celsio y Dani lo persiguieron. Las chicas y él se miraron un momento, nerviosos. Volvieron apurados.
-Oíd- dijo Celso, tras tomar aliento-, lo ha vuelto a intentar y se ha golpeado en la cabeza con la estantería.
-La enfermería-decidió Caín, y salieron.

A la salida, Caín y Dani comentaban el incidente. En cima de la entrada, las letras del nombre del centro, Rosario de la Aurora, refulgían.
-Fue buena idea que fueras a buscar a la enfermera-dijo Dani.
-¿Qué, si no, podíamos hacer, carajo?-respondió el otro, mohíno.
-¡Venga, no te pongas así! ¡Le hemos dado a ese chico la ayuda que necesita!
-¡Lo que necesita es pensar!
-¡Y tú también! ¡No te enfades!
Caín lo fulminó con la mirada, y le habría contestado, pero vio a Antonio, mucho más calmado. Estaba sentado en la acera, distraído.
-¿Qué le ocurre?-preguntó Dani.
Antonio los vio y saludó. Se acercaron, y se interesaron por él.
-¡Oh, nada! Tan sólo me han inyectado un calmante.
-¿Te han administrado un calmante en vena?-preguntó Caín, consternado.
Antonio mantenía los ojos cerrados y los abría de tanto en tanto, como si luchara contra el sueño. Antonio parecía desorientado.
-¿Estás lejos de casa?-preguntó Caín.
-No...
-¿Te acompañamos?-dijo Dani.
-Llama a tu casa para que te recojan-sugirió Caín.
-En casa no hay nadie. Mis padres están de viaje de negocios.
“Luego se quejan de que los hijos salen tontos”, pensó Dani.
“A veces”, pensó Caín, “es preciso chocar con el muro de la realidad. Y yo puedo proporcionar su remedio con beneficios, ¡todos ganamos!”
-¿Quieres venir a mi casa?-dijo Caín, de pronto.
Dani se quedó asombrado. Antonio se dejó llevar con facilidad. A los cinco minutos, llegaron.
-Bueno, entremos-dijo Caín.
Las ventanas del edificio eran pequeñas y daban a la fachada de otro, así que el portal estaba en penumbra. Caín se dirigió a una puerta metálica desconchada, de bisagras chirriantes.
-¡Tacaños del carajo!-se quejó Caín-Las bisagras necesitan un engrase de tanto en tanto, pero los vecinos se niegan. Dicen que mi familia es la única que debería, porque mi madre es quien más usa el almacén.
El almacén fue iluminado con un destello blanquecino. Pilas de cajas se alzaban sin demasiada estabilidad, mientras las paredes se hinchaban de humedad.
Caín se acercó a la pila mayor, y buscó durante unos momentos.
-¡Acércate, Antonio! Te servirá-exclamó.
Caín había apilado las cajas de modo que formaban una oquedad. Un colchón relativamente limpio, un surtidor de agua y un par de cajas de galletas eran todo el mobiliario.
-¡Esto es un refugio!-anunció solemne.
Antonio sonrió levemente. Dani se consternó.
-Gracias a mi refugio-continuó Caín-, podrás sobrevivir al aire contaminado, pues no tiene respiraderos.
“¡No se lo cree ni él mismo!”, pensó Dani, incrédulo.
Antonio se asomaba al interior de tanto en tanto, y finalmente se introdujo. Le era algo difícil por su tamaño reducido, pero Caín readaptó el refugio a su medida. Finalmente, quedó sentado en el centro, con las piernas entre las manos. Se balanceaba, como un niño sobre un su sillín.
-¡Listos! Podrás sobrevivir-añadió Caín, sonriendo como un banquero que concede una hipoteca-a cambio de la irrisoria cantidad de 1000 pelas.
Antonio se volvió, mustio y medio aturdido.
-¿Para qué necesitas el dinero, si el mundo va a concluir?-preguntó, muy acertadamente, Antonio.
Dani pensó que se había dado cuenta, pero el rostro de Caín era de seguridad absoluta.
-¡Buena pregunta! Verás, con el dinero reunido, podré financiar la construcción del Gran refugio general ®, cuyos terrenos, materiales y demás me salen por un huevo y la gónada del otro.
-Tiene sentido, te iba a preguntar cómo podría sobrevivir sin ir al supermercado por más comida-comentó Antonio.
Dani se horrorizó.
-Bueno, aquí tienes-dijo Antonio, que ofrecía un billete a Caín.
Antes de guardarlo, Caín fue lo bastante descarado como para examinar el billete, para bochorno del testigo.
-Sí, es bueno-dijo-De acuerdo, podrás sobrevivir durante cuatro días. Entonces vendré y te llevaré al Gran refugio general ®. No te preocupes por tus necesidades fisiológicas, antes pasarás hambre-dijo con otra gran sonrisa. Dani estaba avergonzado.
Finalmente, dejaron al muchacho allí. Dani examinó la expresión de Caín con actitud clínica.
-¡Vaya, al menos no has sido tan indecente como para dejarlo morir en cualquier parte! ¡Qué solidario!-ironizó.
-¡Bah! Mejor que le robe yo, que se puede vengar, a que lo engañe un granuja auténtico-dijo sarcásticamente, y cerró el almacén.
-¡Como se entere tu madre…!- advirtió él.
-¡Nada, nada! Le duele la espalda, soy yo el que lleva las cosas.
-¡Yo me lavo las manos!
-Tranquilo, my friend…-dijo él, exagerando el anglicismo.

Caín estaba haciendo los prosaicos deberes de matemáticas cuando Carolina, su hermana, entró en su habitación.
-Caín… Tengo la extraña sensación de que oigo voces-le dijo al entrar.
Caín se quedó estupefacto.
-¡Viene del almacén!-dijo ella, restregándose las manos.
Él se tranquilizó repentinamente. Sabía de sobras cuál era la causa.
-¿Qué oyes?-le preguntó.
-Una canción, me parece… La verdad es que no se oye muy bien.
“Cerraré el tragaluz. Total, en el almacén hay aire para varios días”, pensó.
-Voy a ver, no sea que se haya colado algún mendigo…-dijo Caín, y se levantó.
-¡Ten cuidado! ¡Llama a la policía!
-¡Tranquila, tranquila!-dijo él. Salió al rellano, en el camino pudo confirmar que, aunque débil, se oía el estribillo de una canción de moda.
“El maldito también tiene mal gusto, podría estar tarareando algo realmente bueno”, reflexionó Caín, molesto.
Abrió el almacén sin preocuparse por el chirrido. Se dirigió al tragaluz que daba a los bloques, y lo cerró. A pesar de ser el artífice de la farsa, se impresionó al oír su nombre.
-¿Qué haces, Caín?-dijo Antonio, ahora más lúcido y atento.
Caín ya había cerrado el tragaluz.
-Impedir que te descubran-dijo él, de pronto.
-¿Quién no debe descubrirme?-preguntó, y Caín se dio cuenta de que seguía siendo el mismo pardillo.
“Furioso o tranquilo, es el mismo tonto”, pensó divertido.
-¡Los agentes del Nuevo Orden Mundial! Quieren negar toda evidencia de que el público debe cuidarse del apocalipsis venidero, simplemente por orgullo y poder.
-Luego entonces, ¿por qué cierras por ahí, y no por allí?-señaló un segundo tragaluz que daba a la calle.
-Porque no hay peligro. Mis vecinos, como te dije, tienen desavenencias con mi familia, y están más al tanto de nuestras actividades. Si supieran de nuestros nobles esfuerzos, no dudarían un segundo en delatarnos. Además, yo suelo divertirme con mis colegas aquí, así que no sospecharán.
-¡Malvados!-exclamó Antonio.
Caín se reprimió para no echarse a reír.
-¡Bueno, te vuelvo a dejar! Mañana por la mañana, seguramente, te haré una visita. Si quieres algo, pídemelo.
-¡No sabes cuánto te lo agradezco!-respondió Antonio, emocionado.
Caín salió con porte regio y dejó encajada la puerta sin cerrarla. Subió silenciosamente las escaleras, llegó a su vivienda, tranquilizó a su hermana diciendo que había oído el eco de la música de algún vecino. Cuando su hermana se fue, cerró la puerta, se asomó por la ventana y empezó a reír con ganas.
Sus carcajadas llegaron a Antonio.
-¡Oh, no! ¡He sido descubierto!-dijo, y huyó.

A la mañana siguiente, Caín se preparaba para ir a clase y ver cómo andaba su paciente.
-¿Qué, qué tal?-le pregunto Dani, con sarcasmo-¿Algún nuevo secuestro para hoy, padrino?-le preguntó con un acento italiano propio de un histrión.
-¡Vete a tomar por el culo!-le replicó, divertido, Caín-Hoy hay demasiado trabajo como para seguir alojando a histéricos.
-¡¿Qué trabajo, si no haces casi nada y encima sacas notas de puta madre?!-dijo Dani, envidioso.
-¡No tengo ocasión de escuchar tus quejas ñoñas! Veamos si ese imbécil ha ganado seso.
-¿Y si exige que le devuelvas el dinero?
-¡Cállate, coño!-gritó Caín -¡No nombres esa posibilidad, que me aterra!
Dani carcajeó, el sonido revitalizó la melancólica portería. Caín entró en el almacén. Dani echó un vistazo para comprobar que no había algún posible delator, pero oyó un grito de alarma por parte de Caín.
-¿Qué pasa?-preguntó, cuando entró vio que el refugio había sido destrozado.
-¡Madre mía, este chico se ha pirado! ¡Ya lo veo denunciándome en la comisaría! ¡Nos hemos caído con todo el equipo!-gritó Caín, desesperado.
-¡Eh, habla sólo por ti! ¡Yo no sé qué ha pasado! Me ibas a dar una goma de borrar, y he encontrado que tenías una caja abierta con restos de paquetes de galletas y un par de botellas de agua.
-¡Traidor, discípulo de Judas! ¡Ah, mi brillante carrera ha llegado a su fin! ¡Adiós, posibilidad de montar un trío con Clarisa y Saray!
-Nunca te conformas con lo que ya tienes.
-¡Ya sé! Si dice algo, borraremos las pruebas… ¡Tráeme la fregona, rápido!
-¡Ya sabes que no entiendo de limpieza…!-mintió.
-¡Joder, si es que…!-empezó a gritar Caín mientras él mismo buscaba la fregona.
-¡Voy, voy!-dijo Dani.
Caín empezó a limpiar, y Dani a recoger las cosas.
-Gracias. No sé qué haría sin ti-dijo el primero.
-Sin mí, habrías acabado muy mal hace mucho. ¿Recuerdas en el colegio, cuando aseguraste que encontrarías al culpable del robo del examen para que el capullo de Martínez nos levantara el castigo?-le preguntó Dani.
-¡Buf, claro que lo recuerdo! ¡Casi inicio una guerra civil!-comentó Caín. Tenía ahora muy claro que acosar a la gente con preguntas relativas a sus amigos, su orientación sexual o la persona que le gustaba no eran las mejores para esperar colaboración.
Caín suspiró.
-En fin, es justo es ese histérico se haya largado. Le pediré disculpas, le devolveré lo que es suyo, y callaremos este asunto hasta que, como mínimo, haya prescrito-dijo Caín.
No fue necesario. A los dos días, Antonio volvió a clase después de dos días de nervios e insomnio. Estaba más tranquillo porque la misma web que colgó la fábula de los gases aseguraba que estos se disolvían en la atmósfera bajo la acción del sol de España. Como no dijo nada, Caín no vio necesario devolverle el dinero.
Y así acabó la histeria en torno a la erupción del Eyjafjalla. Nadie la recordó cuando, cinco años después, hubo casos de pánico ante el temor de que un cometa fuera a destruir la Tierra; o cuando, ocho después, cierta confusión por un proyecto científico causó numerosas abstenciones laborales, académicas e incluso lúdicas en la población. Al fin y al cabo, todos sabemos que nuestros antepasados se asustaban por naderías.

2 comentarios:

Lansky dijo...

Hola Ozanu.

Buen relato, pero mi consejo es que los fracciones; los posts más cortos se adecúan mejor al medio de la Red, aunque a tí como bioquímico te gusten más las macromoléculas.

un saludo

capolanda dijo...

¡Gracias por el elogio! Sí, llevas razón en el fragmentación, pero siento debilidad por los tochos. Un dato curioso del relato es que escribí la primera versión en pleno auge de la histeria de la máquina de los hadrones. Decidí reciclarlo cuando supe que alguno ya estaba relacionando el volcán islandés con la llegada de los extraterrestres.

Por cierto, soy químico, sin prefijos. Y aunque las macromoléculas me fascinan, también siento atracción por los sólidos infinitos.