Habrá quien se haya asombrado de este encabezamiento.
Más o menos, me figuro que ha ocurrido principalmente con dos tipos de
personas:
- El ignorante simpático, consciente de no saberlo todo (al contrario que el necio), habrá pensado si ya por aquel entonces había friquis.
- El pedante biempensante, que se habrá preguntado cómo es posible que ya ocurrieran estas cosas sin la caja tonta.
El caso es que es verdad: la
mujer de la que vengo a hablar hoy llegó a ser increíblemente famosa en la
Inglaterra de principios del siglo XVII. Principalmente, por el motivo que
llevó al dramaturgo a referenciarla en la obra La duodécima
noche, o noche de Epifanía:
Wherefore are these things hid? Wherefore have these gifts a curtain before’em? Are they like to take dust, like Mistress Mall’s picture?¿Por qué esconden estas cosas? ¿Por qué tienen estos dones una cortina delante? ¿Quizás cogen polvo, como el retrato de la señora Mall?
En la edición que yo leí,
tuvieron el amable detalle de aclarar quién era esta señora, pero en este blog
de habla con más detalle de este personaje:
El verdadero nombre de mistress Moll, famosísimo en aquella época, era Mary Frith. Su apodo completo fue Moll Cortabolsas. Durante muchos años Londres se ocupó de su persona y sus hazañas. Era a la vez prostituta, proxeneta, ladrón a mano armada, matón muy diestro en la esgrima, encubridora de robos... y hermafrodita. Siempre fue vestida como hombre. Algunos autores escribieron comedias sobre su vida y hazañas. En el frontispicio de una de ellas, publicada en 1611, figura el retrato de mistress Moll vestido de hombre y fumando una larga pipa. Su vida completa apareció en 1662. Moll Cortabolsas nació en 1584 y murió en 1659. A pesar de sus robos, el populacho de Londres sentía por ella un interés novelesco. Además, sus dobles órganos sexuales fueron un motivo de curiosidad.
Continúen ustedes, porque seguro que no los
defrauda, pero vayamos al retrato:
El retrato al que se refiere Shakespeare estaba expuesto en una tienda de Londres, y el público lo veía pagando unos cuantos chelines. Como representaba desnuda a la pícara heroína para que todos pudieran apreciar su doble naturaleza, el cuadro estaba cubierto por una cortina que sólo era descorrida luego que el exhibidor se daba cuenta de la edad y cualidades de los visitantes. Shakespeare se burla de esta cortina fingiendo creer que es para librar de polvo el retrato.
En su día, yo aluciné. Nótese
cómo antes de la aparición de los grandes medios de comunicación, algunos ya se
prestaban a la atención de los morbosos mediante las chorradas más tremendas.
Con un simple retrato, esta mujer logró mayor revuelo que muchos con Photoshop.
Si nos ponemos esnobs, se me ocurre traer a cuento a un amigo que yendo de paso se metió hace unos días en esa librería recién inaugurada en la Rambla de Catalunya, por buscar La vida de las abejas, el de Maeterlinck –que dicen que es bueno-, pero resultó que en la sección llamada de Zoología sólo encontró títulos tales que Tu perro y tú o Todo para tu poni, y que el resto del local eran palés del pijama a rayas y el secreto y si quieres puedes y yoga para todos y la catedral marina, el Planeta y hasta un pangolín que dice que el cáncer el lo mejor que le ha pasado en la vida, con dos cojones. Conciliación todo, literatura no había. Un océano de mierda, hombre, llamémoslo así que es como se llama. La librería esa la inauguró nuestro carismático alcalde, que para eso la calle es suya, con algo así como: “Menos crisis y más cultura”. Eso me contaron, que lo dijo. Con dos cojones también, el nota.
Esto afirma Rubén Lardín. Es
decir, que se cree que el simple acto de leer es bueno, no el leer obras buenas.
Esto creen algunos políticos: que leer un libro de Javier Sierra es lo mismo
que leer uno de Stendhal. Luego nos quejaremos de los resultados electorales.
Esa librería, qué poca duda
cabe, es innecesaria para la cultura. Merece incluso más condena que Sálvame,
pues al menos este último no esconde tan descaradamente su vulgaridad bajo una
capa de cultura (que lo ha hecho, pero no es el caso). Aplicando el principio
orteguiano de que evitar al mundo los libros innecesarios es una obra de
caridad, esta librería equivaldría a la mafia.
Para mí, a estas alturas, leer es
por lo general mejor que ver la tele, pero porque la literatura tiene miles de
años y la televisión un siglo. Muchos libros son buenos, algunos programas son
asimismo buenos. Hay más de los primeros que de los segundos porque la
literatura es mucho más antigua, pero también ocurre al contrario: la mala
literatura es un enorme ejército. En sus días, ya hubo caballeros dedicados a
combatirlo.
La verdadera novedad es que
ahora es más fácil y cómodo. Hoy en día, tanto los feriantes de sí mismos y los
espectadores deseosos de bufones lo tienen mucho más fácil. Los primeros sólo
tienen que ir al casting del próximo Gran Hermano, a ver si, como dicen en mi
casa, cae la breva y los segundos pueden estar cómodamente sentados mientras
toman un refresco para ver un desfile de patanes. De haber nacido hoy en día,
Mary Frith lo habría tenido fácil para asombrar al mundo con sus
excentricidades.
De hecho, la propia televisión quizás no tenga toda la culpa en sí. Hay
quien destaca que la televisión de hace unos años era diferente. Imperator
destacaba en esta entrada, que, por lo general, la televisión
de hace cincuenta años estaba en manos de gente que, como Concha Velasco o
Alfredo Landa, había trabajado mucho para estar ahí, independientemente de que
a él gran parte de su trabajo le parezca mala. Personalmente, yo creo recordar
que los telediarios que yo veía de pequeño eran más sustanciales, que realmente
informaban sobre un acontecimiento, mientras que hoy en día se dedican a
resumir la noticia en tres anécdotas y a ofrecer cortes publicitarios. Hasta
las comedias, que antiguamente duraban poco menos de una hora, se han extendido
hasta noventa minutos, con argumentos cada vez más laxos y repletos de
anécdotas poco constructivas.
El nivel de la televisión, por
tanto, ha bajado, acusación frecuente en el mundo académico acerca de la
enseñanza. No tengo los datos en la mano, pero me gustaría ver cifras sobre la
popularización de los televisores y especialmente el número de televisores por
hogar frente a años.
4 comentarios:
Estoy de acuerdo; y ya conocía el caso que mencionas en Shakespeare. Hoy también tenemos hermafroditas famoso/as: las/los atletas
Bueno, pseudohermafroditas, siendo puntillosos.
Estoy pensando en hacer una coda para esta entrada con un caso, en mi opinión, muy ilustrativo.
Muy mal tino de iniciar un texto con palabras como "ignorante" y "pedante"
Buenas lluvias, porque lo que es día, como que no.
No entiendo por qué es mal tino, si es lo que quería decir. Quizás entienda que es algo malo ser ignorante, pero en realidad todos lo fuimos en todo al nacer, y seguimos siéndolo en muchas cosas, así que en sí no es malo... Lo malo es creerse en el conocimiento de la verdad absoluta o hacer ostentación de la ignorancia, que es el caso del necio.
Sobre los pedantes, es que es la única palabra que se me ocurre dentro de lo educado. Los bufones, que es al fin y al cabo la palabra histórica para designar a esta pobre gente cuya única salida era ser el hazmerreír del prójimo, no los ha inventado la televisión, aunque algunos pretendan que sí. Las críticas que recibe la televisión "in tutto" son muy frecuentes y, digámoslo claro, son fáciles para quien quiere aparentar una erudición de la que carece. ¿Que hay telebasura? Pues claro que sí, por desgracia, pero curiosamente muchos de estos pedantes no tienen la misma actitud despectiva hacia la prensa, por ejemplo, a pesar de que sabemos que el periodismo basura existe y es hediondo. He ahí la pedantería: no expresar juicios exactos, sino "convenientes" para crearse una imagen.
Vamos, digo yo.
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