lunes, enero 30

Mentiras.

Yo creo que existen, básicamente, tres clases de mentiras: las objetivas, las subjetivas y las calumnias. Las primeras me molestan desde el punto de vista estrictamente intelectual porque ocultan la verdad a quien carezca de los suficientes conocimientos o, para qué negarlo, son vulgares excusas para vanos intentos de boutades. Las terceras me molestan desde el punto de vista emocional porque, incluso aunque no suelen caer encima de mí, sí lo hacen encima de otros.

Las segundas, en contraste, no me afectan. ¿Que Paco me cuenta que es un hacha en inglés y que lo habla como si hubiera nacido en Edimburgo? ¡Mola! ¿Que resulta que Paco me ha contado una trola y no sabe conjugar ni el verbo to be? ¡La madre que lo parió! Pero ahí queda la cosa. No pienso perseguirlo ni, pongamos el caso, denunciarlo. Muy posiblemente comentaré la anécdota cuando venga a bien mencionar a un mentiroso descarado, pero ya está.

Por el mismo motivo, no malgasto mi tiempo en pensar si lo que Juan dice de esas tres noruegas que se tiró aquella noche en la discoteca es verdad. Si lo que cuenta está en clara contradicción con la lógica, pues me daré cuenta, pero entonces se puede pensar que se ha debido principalmente a un error del embustero.

Esta entrada viene a santo de que me molestan algunos individuos no sólo preocupados con estas posibles mentiras, sino que también vienen a irritarme con cábalas acerca de las verdaderas intenciones del sospechoso de ser embustero. No preocupados porque, pongamos el caso, de la palabra del otro dependan su bien o su mal, sino porque se sienten ofendidos. No entienden que si el otro dice mentiras que no me perjudican, a mí me importa una mierda. ¿Por qué? Porque creo en la verdad. No digo que yo tenga la verdad absoluta (de hecho, estoy lejos de tenerla), pero creo que existe. Y este tipo de mentiroso puede engañar (o engañarse a sí mismo) por un tiempo, pero al final se daña a sí mismo.

Y no es raro que algunos de estos descubridores, a la hora de la verdad, sean incapaces de reconocer la mentira objetiva de la que he hablado al principio, pero sí capaces de mantenerse en una opinión absolutamente disparatada porque creen que estar a la defensiva y agresivos equivale a un buen argumento. Cuando tú veracidad sólo depende mucho del buen hablar y apenas de lo demás, eres vulnerable a los lenguaraces.

2 comentarios:

Lansky dijo...

Bien traido

capolanda dijo...

¡Gracias! A ver si algunos entienden que no hay que darle importancia a un fantasmón.