Mis más sinceras disculpas por no haber actualizado durante más de un mes. He estado distraído con un proyecto, con las futuras prácticas de empresa y por ocio variado.
Así que actualizo hoy, al día de la Hispanidad. Una comunidad que permite hablar con diversos amigos de distintos países y cuyos miembros pueden pertenecer simultáneamente a otras, por bilingüismo o aprendizaje.
¡Y dejemos las ñoñerías a un lado! En El retorno de los charlatanes leí esta entrada. Uno de los magufos denunciados recomienda la siguiente receta. Me parto con la descripción: charla mística seguida de descripción científica.
Lo gracioso es que la ciencia ha demostrado fenómenos más asombrosos que las pseudociencias, como supe en Understanding Materials Science, de Rolf E. Hummel. Este libro estudia los materiales no sólo desde el punto de vista científico, sino también el histórico.
Uno de los capítulos trata de la siderurgia, y llega a examinar las recetas que los alquimistas medievales llegaban a emplear. Hay que destacar que el libro es absolutamente escéptico: trata cada fórmula objetivamente, sin desprestigiarla previamente por ridícula.
Así, respecto a una fórmula que aseguraba que la sangre de dragón ayuda a obtener un acero estupendo, el autor sólo comenta que esta fórmula debía de ser difícil por la inexistencia de dragones (¡Qué flema!). En otra, que recomienda el uso de orina fresca de macho cabrío, el autor comenta que es una idea más correcta, pues el nitrógeno de la urea tiene un efecto endurecedor sobre el hierro.
Pero el máximo llega con la historia que da nombre a esta entrada: el pollo de Wieland, una leyenda medieval. En las frías tierras germánicas, vivía el herrero Wieland con un pollo, el cual era parte de una receta magistral: mezclaba raspadura de hierro con el pienso del pollo para que este se lo comiera, y luego reunía el acero de las heces con un imán. Forjaba el acero tras siete ingestas, y obtenía excelentes espadas. Tan buenas eran, que el dueño de una partió en dos a su adversario en un concurso.
Cuando leí esto hace años, me reí un rato, y seguí leyendo que un metalurgista alemán de los años 30, con mucho tiempo libre y/o mucha pasión por el folclore de su país, decidió poner a prueba el método. Bien, señores: la experiencia fue positiva. El acero tenía mejores propiedades mecánicas tras la digestión séptuple del ave.
¿Por qué? Porque, durante el paso por el tracto intestinal del ave, el acero sufre dos procesos causados por la digestión. Primero, se lleva a cabo una descarbonilación que reduce el tanto por ciento de carbono en hierro, y a la par una nitrificación. Ambos aumentan la tenacidad del acero.
Si la leyenda refleja algún método tradicional de siderurgia... agropecuaria, practicado cuando los hornos no eran comparables a los actuales, no lo sé. Lo realmente importante de la historia es que su aparente absurdidad puede ser comprobada científicamente. Del mismo modo que se comprobó esto, no debería haber problemas en comprobar los beneficios de la acupuntura o del reiki, si existen. Clavar agujas o poner las manos, y curarse, no es más raro que darle a un pollo comida con hierro, y recoger de las heces un hierro más fuerte.
Por supuesto, el que funcionasen no implicaría que la base teórica fuera necesariamente correcta, del mismo modo que la orina no tiene que ser de macho cabrío. También se equivocaba Aristóteles cuando presumía que, durante la forja, el hierro se volvía más fuerte por ser purificado: el hierro puro es un material frágil. Las impurezas le dan consistencia.
De todos modos, nunca se dará, porque esto precisa ser crítico, algo que los seguidores de las pseudociencias no pueden permitirse para seguir teniendo negocio.
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