lunes, mayo 4

¡Cuarto aniversario! Sexta hilaridad

Bueno, el aniversario fue hace una semana, y de hecho la historia estaba casi completa, pero no del todo. Debido a la ruptura consecutiva de mis dos viejos ordenadores, me quedé temporalmente sin el sexto capñitulo (ahora tengo copia de sefuridad). Sin más, allá vamos:

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Sexta hilaridad

Hijos de un vicio mayor, o víctimas de los propios

La civilización siempre se ha desarrollado cerca del agua. Este hecho pasa fácilmente desapercibido a las generaciones que han tenido la suerte de conocer el agua corriente, y que, por ello, han condenado al ostracismo las fuentes naturales de la misma más inmediatas. La Ciudad del Churro no era una excepción, desde tiempos remotos, pero no inmemoriales, la localidad se había alimentado de una laguna, llamada del Espejo, por la fuerte impresión que les causó a sus fundadores ver sus propios reflejos mientras descendían por la cuesta que se oponía a la actual urbe.
Al menos, eso decía la leyenda. En el momento de los hechos descritos en estas páginas, era difícil comprobar su veracidad, debido principalmente a la contaminación que quitaba lustre a la superficie del agua. Las orillas de la laguna estaban llenas de desperdicios, como botellas de plástico y vidrio, latas, bolsas e incluso un neumático de camión, que flotaba cuando nuestros protagonistas lo encontraron.
Al final, Shasha no pudo venir, y se fueron antes de lo esperado, a las cinco y veinte, por la puntualidad de Saray. Paseaban en silencio, dejando que el atardecer bañara sus rostros. No obstante, a Clarisa le pareció que Saray estaba demasiado separada del grupo, y se acercó a ella. Saray se dio cuenta, y se amoldó a su ritmo.
Los demás peatones eran viejos, sobre todo, y alguna madre con hijos pequeños. No había nadie más de la edad del grupo. Saray decidió aprovechar que Caín se había parado para observar a un niño que saltaba sobre baldosas del mismo color.
-¿Te puedo hacer una pregunta sobre el Bad Boy Rodríguez 3, ¡digo, Tale of Snorf!?-dijo ella cuando lo alcanzó. Él entonces volvió a andar al ritmo de las dos.
-Sí.
-Estoy en la Isla del Trueque con Truco, ¿hay algún modo de continuar sin tener que vender a alguno de los personajes?
-No, no puedes.
-¡Qué gamberrada! Con razón te dice el pillo de Klaus que “I’m a really bad boy, so I’m letting you decide it.”
-¡Ya te dije que es lo peor! Es uno de los protagonistas más sinvergüenzas de la historia del ocio. Si llega a salir al mercado hoy, el Tale of Snorf habría sido el centro de la polémica.
-¡Hombre, es que está mal!-dijo repentinamente Clarisa-¡Es esclavitud, es inmoral!
-¡Mujer, el juego es humorístico!-replicó Caín-¡Además, no es mucho peor que otros que hay en el mercado!
-¡Pero es que está mal!
-También está mal matar, y no por ello, cuando alguien ve una película, deja de alegrarse cuando el malo muere, a veces de forma muy cruel-argumentó Saray.
-¡Mujer, visto así…! Ocurre…
Clarisa dejó la frase interrumpida, y se quedó mirando algo rarísimo. En uno de los bancos del paseo, había alguien durmiendo. Era un niño, de pelo castaño claro, extremidades cortas, gran cabeza y horriblemente feo. Para colmo, el niño estaba cubierto por una sábana formada por latas de cerveza vacías.
-¡Oh, no!-gritó entonces Caín. Corrió hacia el chaval. Dani lo persiguió, pero para acompañarlo. Los demás no comprendían qué ocurría.
-¡Despierta, Penco!-gritó Caín cuando llegó al banco, y se subió al asiento para quitar a patadas todas las latas. Dani examinó al chico, le apartó el flequillo para verle la cara.
-¡Venga, Penco!-le dijo Dani. El resto del grupo se quedó parado.
-¿Soy yo, o le llaman Penco?-preguntó Clarisa.
-Eso parece…-comentó Andrés.
-¡Avisemos a una ambulancia!-propuso Saray.
No obstante, el muchacho despertó por las acciones de Caín y Dani. Abrió los ojos de una vez, y se incorporó de un salto. De pie, todos pudieron apreciar que además era pasicorto, y nervioso como pocos. Jamás mantenía la mirada en una dirección concreta más de un segundo, y ojeaba tan rápida y continuamente que provocaba mareo con sólo verlo.
Ese chico era el Niño Penco, como todos le apodaban, debido a su torpeza, causada por una absoluta falta de concentración cuyo origen era el consumo de alcohol y, ocasionalmente, otras sustancias. A pesar de esto, todos lo tenían como un juerguista y un chaval de puta madre, y es que el Niño Penco no se metía con nadie, e incluso tenía conversación y una opinión para todo (esta solía ser “¡Ergh!”).
-¡Señor, cuánto he dormido!-comentó, quizás risueño, aunque parecía tener una sonrisa torva. Su cabeza giró hacia Caín, y tras cambiar de dirección tres veces, le dedicó un ditirambo.
-¡Oh, Caín!-dijo entonces-¡Gracias por despertarme, te lo agradezco! ¡Dime que además tienes algo de comer, y te lo agradeceré de corazón!
-¿No has comido?-preguntó Saray.
El Niño Penco observó con extrañeza a la chica, pero tuvo una revelación.
-¿Es tu novia, Caín?-dijo, con total sinceridad.
Caín abrió los ojos asombrado, pero se echó a reír, como todos menos Saray, que seguía preocupada.
-¡En tu casa te echarán de menos!
-¡No, no creo! Mi madre está acostumbrada, y a mi padre le da igual. ¡Por cierto, Caín, ¿has visto a mi padre últimamente?!
Caín se sulfuró, y Clarisa pudo apreciarlo. ¡Todo se había ido al garete!
-¡Ni siquiera veo al mío desde hace semanas! ¡Como para preocuparme por el tuyo!-le espetó, y el Niño Penco saltó hacia atrás.
-¡Oh, lo siento!
-¡Mis padres se han separado! ¿No te ha contado eso el tuyo?
-¡Mmmm…!-el Niño Penco se cruzó de brazos al cruzar-¡No, para nada! Y mira que van siempre juntos…
-¿Se conocen… vuestros padres?-preguntó Clarisa.
-¡Sí, son compañeros de parranda!-contestó el Niño Penco.
-¡Di más bien que son compañeros de borracheras!-contestó Caín.
-¿No es lo mismo?-preguntó el Niño Penco.
-No necesariamente-dijo Saray.
El Niño Penco la miró como si hubiese dicho una herejía.
-¡Qué desastre! ¡Pobre chico! ¡No sabe divertirse sin alcohol!-lamentó Saray.
-¡Como la mayor parte de la gente de este país!-dijo Andrés, con tranquilidad.
-¡No, también está el fútbol, la música, la televisión…!-empezó Clarisa.
-Los videojuegos…-continuó Dani.
-La literatura, los tebeos, el internet…-siguió Caín.
-¡Y hacerse unas pajillas!-concluyó Luisma.
Todos lo miraron con reparo, y una señora se volvió hacia ellos de lado, pero reanudó su camino de inmediato, convencida de que había oído mal.
-Hombre, habría sido algo más elegante nombrar el dibujo, el teatro, los juegos de rol…-propuso Saray.
-¿Juegos de qué?-preguntó Clarisa.
-De rol.
-Es un tipo de juego en grupo, Clarisa-le explicó Caín.
Antes de que Clarisa pudiera aprender más, Andrés quiso saber algo más del Niño Penco.
-¡Hey, chaval!-le dijo amigablemente-¿Cómo te llamas?
El Niño Penco se volvió a él. Andrés creyó haberse dado cuenta de la razón por la cual era apodado así. Aunque estuviera frente a su interlocutor, el Niño Penco sólo lo miraba a los ojos una de cada siete veces, pues no paraba quieto. Se figuró que ese era el motivo.
-¿Y tú quién eres…?-inquirió extrañado el pequeño, dando muestras de una sana desconfianza.
-Yo me llamo Andrés, ¿y tú?
-Yo no.
Todos se quedaron impresionados por la falta de luces del infante.
-¡Tócate los huevos…!-le espetó Clarisa, pero calló al acordarse del pene de Caín. Se dio golpes en la frente, intentando olvidar el bulto. Luisma, perplejo, no entendía nada en absoluto.
-A ver, él se llama…-Dani lo pensó un buen rato.
-¿Tú tampoco lo sabes?-preguntó Andrés.
Dani siguió pensándolo, y al final respondió.
-¿Crisógono…?-probó.
El Niño Penco redobló su viraje ocular, alterado.
-¡Ergh!-clamó.
-Me da a mí que no…-se disculpó Dani, aunque no consiguió evitar que los demás lo consideraran algo gilipollas.
-¡Anda ya!-lo abroncó Caín-¡Ese era el chico nuevo que conocimos en quinto!
-¿Hay gente que se llama así?-preguntó Luisma, como si hubiese oído que llegaban los marcianos.
-Sí, era de un pueblo. Se cambió de colegio no por haberse mudado, ni por problemas en el anterior, sino porque cerró.
-¿Cerró?
-Sí-continuó Dani-Verás, su pueblo es de los que están siendo abandonados. Él era el habitante más joven, ahora que recuerdo… A los niños los tenían todos en la misma clase, en mesas según su curso-los demás no dieron crédito a lo que oían-, y así fue hasta que quedaron… ¿doce niños?
-No-corrigió Caín-, había doce el último año que asistió. Quedaron tres.
-¡Eso! En ese momento, tuvieron que cerrar ese colegio, y los alumnos se fueron a otros. El tío recorría tres kilómetros todos los días por esa mierda, ¿os lo podéis creer?
Efectivamente, no se lo podían creer.
-Bien, pues esa es la historia de Crisógono… A propósito, ¿a santo de qué hemos sacado este tema?-preguntó Dani.
-Yo quería saber el nombre del muchacho-respondió Andrés, y señaló al Niño Penco.
-¡Cierto! ¡Es curioso cómo hemos olvidado el tema, a pesar de tenerlo delante…!-comentó Saray, observando el frenético movimiento del protagonista de la charla.
-¡Jamás me ha hecho falta decir mi nombre!-declaró repentinamente el Niño Penco, con cierto orgullo-¡Se debe a mi carisma, que supera las fronteras de un vulgar nombre!
-¿Pero tú sabes qué significa “penco”?-le preguntó Saray.
-Torpe-respondió él.
-Más o menos, sí...
-¿No te molesta…?-preguntó insegura Clarisa.
-¡No! Tampoco es tan raro. Lo mismo podrían haberme llamado Niño Borrachín, o Niño Litrona.
-Visto así…
-Bueno… Ya puestos, creo que lo suyo es acompañarte a casa-le ofreció Caín al Niño Penco.
Este no lo esperaba.
-¿¡Ergh!? Estoy bien, no te molestes…
-¡No, no vaya a ser que te sientas mal por el camino! Has dicho que no has comido…-comentó Saray.
-¡Y además, ya damos el paseo!-dijo Luisma.
-¿Dónde vives?-preguntó Andrés.
-En La Costa Este.
-¡No puede ser!-dijo Luisma-Ahí, lo único que hay son chabolas… ¡Oh!
Todos se quedaron mudos.
-¡No os preocupéis, son buena gente!-dijo apresuradamente Caín.
-Sí, bueno, ya sabéis, gente… que no puede permitirse algo mejor por cobrar un sueldo de mierda-explicó Dani-El problema es que algunos son unos borrachos que no trabajan, ¡claro!-y miró por el rabillo del ojo al Niño Penco.
-¡Eh, mi padre sí trabaja! ¡Es perito cartonero!
-¡Ya, claro…!-dijo Caín con sarcasmo.
-¿Qué es eso de perito cartonero?-musitó Saray para que no la oyera el Niño Penco, quien discutía con Caín.
-Que recoge cartones, rebusca en basura y demás-le respondió Dani.
-Oye, ¿y tú cómo conociste a este chaval?-preguntó Luisma, también por lo bajo.
-No hace mucho, venía de vez en cuando a la casa de Caín. ¡La verdad es que es un personaje, apenas te aburres con él!
Mientras continuaba la discusión, mediada por Andrés, siguieron el paseo en la misma dirección, hacia la Costa Este. Esta fue concebida como una zona de disfrute, y un lugar pintoresco para el turismo, pero hacía unos doce años esta fue “poblada” por desesperados que aprovecharon la laxidad de las leyes, y la tolerancia del gobierno de la ciudad, que se excusaba en la “solidaridad” (consistente, básicamente, en que este no hace nada, y los ciudadanos aguantan lo que hay) hacia los necesitados. Al parecer, no era “solidario” convencerlos de que las zonas públicas estaban fuera de la “especulación” (o invasión, que dicen otros).
Por otra parte, y aunque era un sitio de mala fama, realmente no sucedía nada demasiado grave. Lo más seguro, por si acaso, era ir con alguien conocido en el barrio.
Ya estaban cerca, cuando Penco señaló su casa.
-¡Ahí vivo yo!-declaró.
La chabola parecía a punto de venirse abajo en cualquier momento. La pared derecha estaba increíblemente inclinada de modo convexo. Una cortina corredera de color azul marino hacía la función de puerta, y los paneles negros del tejado daban la impresión de bambolearse sobre las paredes amarillentas, que en algún momento fueron blancas.
-¡Pasad, pasad!-invitó el Niño Penco.
-¡No hace falta, esperaremos fuera!-dijo Saray.
Al final entraron Caín, Andrés y Clarisa. Se vieron en una habitación pequeña, con un suelo de material prefabricado, unas cuantas sillas, y una mesita que hacía de comedor.
-¡¿Dónde has estado?!-rugió una madre pequeña, rubia, de piel morena. Rasgos juveniles, como una nariz y unas orejas pequeñas, se entremezclaban con otros maduros, como arrugas.
-¡Por ahí!-contestó, sin dejar de mirar a todas partes, el Niño Penco.
Si su madre no le pegó, fue porque vio a las visitas.
-¡Ah, me lo has traído tú, Caín! ¡Te lo agradezco! ¡Este niño sigue los pasos de su padre…! ¡Aprende de él!-le conminó al Niño Penco-¡Él no sigue el mal ejemplo paterno!
-¡Ergh!-respondió el Niño Penco.
-¡Oh, no es nada!-contestó Caín, humildemente.
-¿Qué tal les va a tus padres?-preguntó la mujer.
-Bueno, como se han separado…-comenzó Caín, pero fue interrumpido.
La madre del Niño penco se consternó.
-¿Se han separado…? ¡No… no lo sabía!
-¡Yo me he enterado hace poco, también!-comentó el Niño Penco-Por lo visto, o papá no se ha enterado, o no va con el de Caín desde hace tiempo…
-¡Un momento…! Entonces, ¿con quién anda mi marido?
Caín levantó las manos, dando a entender lo evidente.
-¡Este hombre va a acabar conmigo!-lamentó, llevándose las manos a la cabeza-Pero bueno, gracias por traérmelo… Y a vosotros dos también… ¿Cómo os llamáis?
-Clarisa.
-Andrés.
-Yo, Alejandra.
Caín hablaba aparte con el Niño Penco, parecía estar aconsejándolo.
-Bueno, me voy-anunció-Si quieres, Alejandra, puede venir a mi casa mañana-comentó, señalando al Niño Penco.
-Mira, es mejor que vaya contigo a que vuelva a estar todo el día perdido.
Se despidieron, y salieron del barrio chabolista.
-Desde luego, llevabas razón-le comentó Caín a Clarisa.
-¿En qué?
-En que no debería preocuparme tanto. Bien mirado, lo que ha ocurrido era lo mejor que podía pasar. Si hubiera tenido que seguir aguantándolo, habría acabado medio loco.
-Bueno, sí, pero me da lástima esa familia-dijo Clarisa.
-Es inevitable, la única manera de no hundirse uno mismo es saber que otros lo están por motivos iguales, o peores, que los nuestros-declaró Saray.
-No estoy de acuerdo con eso que dices-dijo Dani-, mucha gente tiene un día feliz, y se entristece cuando oye de algún suceso desagradable.
-Lo que quiero decir es que muchas personas sufren innecesariamente, porque creen que son las más desgraciadas.
-Saray, en eso consiste estar deprimido, en no poder pensar claramente-replicó Andrés.
-Eso es diferente, yo me refiero a quienes hacen un drama por costumbre.
-¿Por costumbre?-preguntó Caín.
-Mi vecina, por poneros un ejemplo, siempre está contándole al que pilla su vida desgraciada.
-¿Qué le ocurrió?-preguntó Clarisa.
-Pues cuenta que tenía un hijo muy bueno, estudioso y trabajador. No obstante, ese mismo hijo, debido a que frecuentaba malas compañías, acabó muy mal, por lo que no pudo llegar a la universidad en su año.
-¿Tanto tardó?-preguntó Caín.
-Un año.
-Tampoco es para tanto, simplemente se pasaría el último año del instituto haciendo el ganso con sus amigotes-dijo Clarisa.
-¡No, qué va! Lo que os he dicho es lo que cuenta, no lo que ocurrió.
-¿Qué pasó, pues?-preguntó Andrés.
-Simplemente se fue a cenar con una amiga suya pocos días antes de Selectividad, con tan mala suerte que la comida estaba en mal estado por un problema relacionado con una huelga de transportistas, creo. El pobre pilló una enfermedad horrorosa, que lo tuvo cinco meses en fiebres y delirios.
-¡Joder, qué mala suerte!-lamentó Dani-Vamos, que no pudo presentarse a Selectividad porque estaba fatal, simplemente. ¡Para colmo, le echa la culpa a la chica!
-Pues lo más sangrante es que la chica… ¡es la novia actual del hijo!
-¡Buf, qué mujer más insoportable debe de ser!-suspiró Clarisa.
-¡No te puedes hacer una idea! En realidad, esto lo sé por mis padres… Deberías verla cuando se acuerda de su hermano, el que se quedó inválido del servicio militar.
Andrés sacudió la cabeza.
-Pero sigue sin ser lo mismo: Esa mujer gusta de dramatizar, pero no está realmente hundida.
Saray pareció admitir su argumento.
-¿Os hacen unos recreativos?-preguntó Dani.
-¿Por qué no? ¡Es mejor que discutir acerca de las desgracias!-admitió Caín.
-¿Aún existen recreativos?-preguntó Saray, asombrada.
-Uno queda, que conocemos-explicó Dani.
-¿Pero con recreativas actuales, o de los que se quedan congelados en el tiempo?-preguntó Andrés
-¡No pidas tanto!-se quejó Caín.
Clarisa, sin embargo, apenas entendía algo. Luisma, por su parte, se despidió, pues había quedado con un amigo suyo.
Llegaron a un antro perdido en una callejuela del centro. En el interior, recreativas viejas y polvorientas formaban una orquesta estridente. Vieron a dos conocidos, Vilma y Rafael.
-¡Eh, qué tal! ¿Jugando al Pang?-saludó Dani a Vilma.
La chica rubia apenas se volvió, tenía los ojos fijos en la pantalla.
-Sí, a ver si consigo los récords.
-¿Los récords…?-preguntó Clarisa, con duda.
-¡Ah, hola!-dijo Vilma, quien dejó de mirar en un momento-Cada vez que vengo, marco el mejor récord. Sólo me falta uno más, y entonces en la pantalla de récords sólo saldrán mis tres primeras letras, ¡ja!
-¿Cuántos salen en la pantalla?-preguntó Clarisa, consternada.
-Cincuenta-respondió Andrés.
-¿Y tú, Rafael? ¿Qué, has podido llegar al fin a Sagat?-preguntó con sorna Caín.
-¡Déjame en paz!-respondió este, enfadado-¡Ya verás cómo llego, y lo venzo!
-¡Pobre diablo! Mira que no haber llegado aún a ese enemigo…
-Y eso que tiene cuatro botones-añadió Dani.
-¿Qué tiene que ver?-preguntó Clarisa.
-Verás, para jugar bien al Street Fighter II es aconsejable usar todos los golpes, para lo que necesitas seis botones. No obstante, las máquinas en España sólo tienen la mitad, o como Rafael, cuatro. Vamos, que juega con desventaja, pero mejor que lo habitual-explicó Caín.
-¡Oh…!-contestó Clarisa, sin más.
-¡Esa mesa está libre!-señaló Dani.
-¡Bien! Hace tiempo que no juego a esto-comentó Caín.
Era una tabla de hockey de aire. Las mazas colgaban de un lado de tablero de juego.
-¿Quién empieza?-preguntó Dani.
-¡Tú misma, Clarisa!-dijo Andrés.
-¡Vale! ¡Pero contra Caín!-respondió ella.
-¡Te vas a enterar!-contestó él, desafiante.
Tomaron las mazas, y se enfrentaron. Lucharon con denuedo, con el objetivo de marcar los siete goles que les daban la victoria.
-¡Maldita!-rugía él.
-¡Ahora verás!-amenazaba ella.
Los dos golpeaban el disco con furia, pero con control. Finalmente, un rebote inesperado le dio el primer tanto a Clarisa.
-¡Olé!
-¡Mierda!
Caín decidió no quedarse atrás, y cuando depositó el disco sobre el tablero, lo golpeó con saña. El disco, rápidamente, se dirigió al lado contrario. Clarisa intentó interceptarlo, pero le fue imposible. No obstante, no desesperó: sabía que el disco chocaría contra la pared, y no rozaría siquiera la portería.
-¡Ja!-rió ella.
Pero Caín estaba concentrado. El disco rebotó hacia la maza de Clarisa. Cuando Clarisa percibió el impacto, fue tarde. El disco había chocado contra su mano desde detrás, y se coló por su portería.
-¿Eh? ¿¡Será posible…!?-maldijo ella.
-Lo cierto es que desarrolló esta técnica tras jugar incesantemente contra mí-explicó Dani.
-Tienes buena mano, Clarisa-dijo él sarcásticamente.
Ella se airó.
-¡Vale, ahora voy en serio!-gritó, y golpeó el disco con rabia. Lamentablemente, la precisión no fue la mejor, y falló en trayectoria y velocidad. Caín le devolvió el disco con vigor.
-¡Para esa!-gritó él, entusiasmado. Clarisa lo obedeció, pero no pudo darle ninguna trayectoria al disco, que fue de un lado a otro con mientras describía problemas de trigonometría. Caín esperó pacientemente, y entonces volvió a golpear el disco de la misma manera.
Quedaba claro que Caín apostaba por la potencia para desconcertar a su adversario, mientras que Clarisa apostaba por la técnica, y le gustaba apuntar a las esquinas de las porterías.
Clarisa dio un golpe para reducir la velocidad del disco, y apuntó a una esquina.
-¡Ahora sí!-gritó ella, y volvió a golpear con impulso.
Aunque lo realizó perfectamente, Caín lo vio venir, y detuvo el gol, devolviendo el disco. Clarisa se dio por contenta.
“Era imposible que volvieras a golpearla del mismo modo”, pensó ella. “Es imposible golpear así sin calcularlo, y ahora no puedes.”
Clarisa movió la maza en un cuarto de círculo, y golpeó el disco para enviarlo a la otra esquina. Caín no pudo evitarlo, y ella volvió a marcar.
-¡Hurra!-clamó ella.
-Aún queda partido-dijo él, sonriente. Así, la victoria sería más divertida.
Decidió darle cancha, no usar toda su potencia para no quedar exhausto. Esperaba poder encontrar un hueco en su defensa que le permitiera atacar con todo su furor. No obstante, acabó dándose cuenta de que Clarisa era el tipo de persona con una gran resistencia.
“¡Aún así, es muy impulsiva! Debo engañarla… No se lo pensará dos veces.”, pensó él.
Así, de pronto rechazó el disco con energía hacia una esquina del tablero, descaradamente. Dicha esquina se situaba al lado derecho de Clarisa, donde sostenía el maza.
-¡Ahora no será igual!-anunció ella, y devolvió bien, hacia una esquina de su portería, ahora desprotegida. Caín, sin embargo, predijo su acción.
“¡Eres mía!”, pensó.
Rápidamente, giró la maza en el sentido de las agujas del reloj, y golpeó el disco, de modo que su trayectoria hizo un ángulo prácticamente recto. El disco se coló por la esquina de la portería de Clarisa. Ella no pudo evitarlo, Caín había adelantado su golpe unos treinta centímetros antes de lo habitual.
-¡Traidor!-gritó ella.
-¡Déjate de cuentos!-replicó él.
Los tantos siguieron aumentando, mientras los contendientes empezaban a usar trucos más descarados, como casi saltar sobre el tablero para llegar lo más lejos posible.
-¡Ríndete!-decía él, sudoroso.
-¡Jamás!-respondió ella, jadeando.
“¡Bien! Ha llegado mi hora, ha durado mucho más de lo que esperaba, pero al final se ha quedado sin fuelle.”, pensó él, y preparó el contraataque. Dio un golpe inesperadamente fuerte. Clarisa intentó evitarlo, pero no pudo.
“¡No pasa nada, va al tablero!”, reflexionó ella.
Pero Caín no esperó que Clarisa no contraatacara, y el disco volvió con mucho vigor hacia su portería. La sorpresa le impidió pararlo.
Clarisa empezó a reírse, mientras Caín maldecía furiosamente. El público se quedó pasmado.
-¡Ahora voy en serio!-rugió él.
-¡Aquí estoy!-invitó Clarisa, risueña.
Caín lanzó el disco con ira, y Clarisa lo paró como tuvo. Rápido como una serpiente, el brazo de Caín interceptó el disco con un golpe seco, y este despegó de la superficie de juego.
Caín se quedó absorto mientras veía el disco volar, y Clarisa sólo pudo apartarse, estupefacta. El disco salió volando hacia un chaval que jugaba en una recreativa del Peggen 4.
-¡Cuidado!-le gritó Andrés, y el chico se volvió a tiempo para ver el disco. Se quedó aterrado, pero Andrés lo salvó del golpe.
-¡Lo siento, de veras!-se disculpó Caín.
-¡Falta! ¡Exijo penalti!-reclamó Clarisa.
-¡No te pases!-dijo él.
-No sé, Caín, pero me parece que lleva razón-dijo Saray.
-Sí, la falta es falta aunque sea involuntaria-afirmó Dani.
-¡Putos! ¡Va, da igual, no me das miedo!-aceptó Caín.
Andrés puso el disco en el centro exacto entre el medio tablero y la portería de Caín. Clarisa se adelantó para poder tirar. Ambos se concentraron: Ella, porque sabía que si fallaba, podía salirle caro. Él, porque era difícil.
Clarisa tiró bien, pero mejor interceptó Caín. De nuevo, el disco despegó. Pero ahora, no tocó el tablero hasta que entró por la portería de Clarisa.
-¡No lo puedo creer!-lamentó Clarisa.
-Si te soy sincero, yo mismo tampoco-admitió Caín, consternado.
-¿Cuál será la probabilidad de que ocurra algo así?-preguntó Saray.
-Ni idea… ¿Una entre un millón?-sugirió Dani.
-¡Fascinante…! ¡Tengo que jugar contigo, Caín!-comentó Andrés, consternado.
-Me refiero a ambos tiros volantes seguidos, más que entre justamente en la portería-añadió Saray.
-Ya lo sé-dijo Dani-Hay mucho burro por ahí suelto, y basta que el disco se deteriore por un lado para que esto pase con mayor facilidad.
Volvieron a ponerse en juego, se disputaban los últimos tantos. De pronto, Clarisa perdió la maza.
-¡Oh, no!-lamentó. Caín golpeó el disco antes de darse cuenta, y se quedó mirando con cara de circunstancias. Clarisa tuvo que actuar rápido. Se balanceó sobre la esquina del tablero hacia el mango, y lo cogió con la mano izquierda. El disco estaba cerca de la portería. Sabedora de que no podía pararlo, lo desvió desde detrás, desde el sentido de su contrario. El disco fue con un impulso mayor a la esquina del tablero.
Así, el disco llegó cerca de Caín, y Clarisa recuperó su sitio. Caín dio un primer golpe para reducir su velocidad, y volvió a hacerlo para dirigirlo a la esquina izquierda de la portería de Clarisa.
“¡Leches, no ha cambiado de mano!”, pensó, asombrado.
Ella golpeó, y Caín experimentó la sensación de luchar contra un zurdo. Desacostumbrado, perdió el control y el juego. Clarisa le había ganado por sólo dos goles.
-¡Hurra!-gritó ella.
-Sí, has jugado muy bien-dijo Caín-Ha sido divertido, pero la segunda vez no será igual.
-¡Jujuju! ¡No creas, yo también he aprendido de ti!
-¡Ahora yo!-dijo Andrés.
-Tengo el brazo molido-dijo Clarisa.
-Gracias, pero tengo sed. Voy a comprar algo-dijo Caín.
-¡Invítame a algo!-exigió Clarisa.
-¡Bah…!-dijo él, y discutieron.
-¿Quién, entonces?-preguntó Andrés.
-¡Yo!-contestó Dani-¿No te importa?-añadió a Saray.
-¡No, jugad!-indicó ella.
El partido que disputaron no fue tan divertido como el anterior, ya que la diferencia entre Andrés y Dani era demasiado obvia. El momento más señalado fue cuando Dani logró confundir a Andrés, y le coló un gol por el borde tras usar intencionadamente la esquina.
Finalmente, Andrés lo venció con gran diferencia.
-Has empeorado desde que empezamos el curso-dijo Caín-Demasiadas juergas.
Sorbió un refresco de cola.
-¡Qué poca habilidad ha demostrado! ¿Seguro que es tu gran rival?-preguntó Clarisa.
Bebió un refresco mineral de naranja.
-¡Callaos! No sabéis lo difícil que es recuperar fuerzas en sólo cinco horas de sueño para estar de marcha toda la noche.
-¡Ya…!-ironizó Caín.
-¡Si tú lo dices…!-dijo Clarisa de falsete.
Saray parecía sentirse aparte.
-¿Seguro que no quieres jugar?-le preguntó Andrés.
-Es que no me gusta demasiado-contestó ella-Prefiero el billar-señaló una mesa que iba a quedar libre.
-Pero somos impares, para jugar por equipos no vamos bien-dijo Dani, y entonces vio que Rafael deambulaba cerca.
Caín se giró para verlo mejor.
-¿Qué tal te ha ido?-le preguntó Caín.
-¡He ganado! ¡Ha habido un noqueo doble, pero le he ganado!
-¡Mola!-dijo Dani.
-Bison es, si lo llevas bien, más fácil de vencer-comentó Caín.
-¿Te apuntas a jugar, Rafael?-ofreció Andrés-Nos falta uno para hacer un equipo.
-¡Me gustaría, pero no me queda ni un pavo!-dijo él, desolado.
-¡Te invito, hombre!-comentó Dani-¡Como premio por haber ganado al fin!
-¡Muchas gracias!
-Bien, veamos… ¿A quién se le da bien jugar?-preguntó Andrés.
Sólo Saray y Dani levantaron la mano.
-¡Vale, pues cada uno en un equipo!-concluyó.
-¡Yo voy con Dani!-dijo Rafa.
-Yo prefiero ir con Saray-dijo Clarisa-¡Únete tú también, Caín!
-¡Vale!-gritó este, entusiasmado.
-Yo me voy con vosotros dos, pues-dijo Andrés.
Echaron a suertes quién empezaba con el relativamente desconocido método de lograr que un chicle se quedara pegado al techo. Clarisa era hábil en ese arte, y ganó, pero dejó que sacara Caín.
-¡Ten cuidado, ¿eh?!-le advirtió Clarisa-No te pases, que eres capaz de meter la negra antes que ninguna.
-¡Tranquila!-dijo él, sacando la lengua. Clarisa volvió junto a Saray.
-¿No te parecen curiosas las personas que sacan la lengua antes de hacer nada?-preguntó Clarisa.
-En mi opinión, es un instinto que viene de la parte más primitiva del ser humano, como el que los niños se lleven las cosas a la boca…-respondió Saray.
Caín tiró con energía, pero moderadamente. Las bolas se desperdigaron velozmente, con resultado dispar: entraron dos bolas lisas y una rayada.
-¡Bien, puedes tirar de nuevo!-celebró Clarisa.
-¡Nanay, ha metido una de las otras!-se quejó Dani.
-Se compensa porque ha metido después una bien-comentó Saray, y señaló las tres bolas introducidas. La rayada estaba entre las otras dos.
-¡Dita sea su estampa! Vale, ¡pero que no vuelva a hacerlo!-admitió Andrés.
Caín volvió a tirar, y se las arregló para poner varias bolas de su color cerca de huecos.
“¡Maldito, tiene la suerte del principiante!”, pensó Dani, fastidiado.
Fue su turno, y se las arregló para meter una bola con carambola, de modo que apartó una bola de los contrarios al otro lado. Dani sonrió, complacido.
“¡Hala, qué hábil es!”, admitió Clarisa.
Caín no se sorprendió, sabía de su habilidad. Saray tampoco pareció impresionada.
-¡Mirad y llorad!-de un tiro, Dani fue capaz de introducir una bola más, y preparar otra para el turno siguiente.
-¡Mola!-exclamó Andrés, contentísimo.
-¡Sigue, sigue!-lo animaba Rafael.
Dani metió otra más, pero tuvo las cosas más difíciles en el siguiente tiro, y sólo pudo ver cómo su bola se quedó cerca del hueco.
-¡Os toca!-comentó, sin más.
Clarisa fue la siguiente, y no pudo meterla, pero pudo tener turno. Andrés, a continuación, tuvo buena suerte y metió otra. En su siguiente turno, la perdió.
“¡Vamos ganando! Ellos han metido dos, y nosotros, cinco”, reflexionó ufano Rafael.
Saray tomó el taco de manos de Clarisa. Examinó la situación de las bolas, midió ángulos con el taco, y pareció reflexionar. Finalmente, se dispuso a golpear la bola blanca.
“¡Bah, se va a limitar a lo fácil, a esa bola!”, pensó Dani. Una de las bolas enteras había quedado libre para entrar tras el tiro de Andrés.
Sorprendentemente, la bola blanca pasó al lado.
-¡Falló!-gritó Dani, sin evitar su regocijo. Pero su regocijo se fue de inmediato.
Una hábil carambola introdujo dos bolas enteras en sendos huecos inmediatos. Saray volvió a estudiar la situación, y entonces metió otra bola difícil. Finalmente optó por la más fácil. Con los dos turnos sobrantes, decidió mejorar la situación a su favor como pudo.
Caín estaba asombrado, y Clarisa ya cantaba victoria. Rafael se quedó espantado, Andrés patidifuso, y Dani disimuló su preocupación.
“¡Mejor así, con una buena rival!”, quiso convencerse.
Quedaban dos bolas que meter a su equipo, así que se concentró para su turno.
“Basta con esperar. Ya hay pocas bolas y es fácil conseguir resultados. Basta que Rafael mueva las bolas, es difícil que pueda estar peor la situación”, decidió. Sabía que no tendría otra oportunidad, porque Saray podía sentenciar el resultado.
Rafael tiró al fin, pero lo hizo mal, y le dio a la bola ocho. No obstante, la trayectoria que siguió movió las dos bolas rayadas restantes del modo más adecuado.
Fue el turno de Caín, que miró su bola, y el que le pareció el hueco más razonable. Estuvo un buen rato mientras decidía cómo tirar, y se decidió. Falló, pero la carambola hizo que se metiera en otro hueco.
“¡Tiene una suerte diabólica…!”, pensó Dani. “¡Pero bueno…!”, se dio cuenta entonces.
-Caín…-empezó a decir Clarisa.
-¿Sí?-preguntó él.
-Tienes que meter la bola negra en ese mismo agujero.
Caín se quedó boquiabierto.
-¡Ah, sí! Ya no me acordaba.
Por supuesto, la bola ocho estaba bastante inaccesible en un solo tiro. Clarisa se llevó las manos a la cabeza. Saray mantenía la sangre fría.
Ufano, Dani se preparó bien, e introdujo las dos bolas, una tras otra. La bola ocho estaba difícil, pero él podía.
“¡Ya está!”, pensó, pero algo inesperado ocurrió. Una segunda bola blanca entró, dio un golpe a la ocho, y se coló antes de que nadie pudiera evitarlo. Todos se quedaron de piedra.
-¡Ahí va, qué mal le he dado!-gritó un individuo adulto, con cara de pardillo-¡Perdonad, ha sido un accidente! ¿Ha pasado algo?
Ninguno tuvo ánimos de responderle. Finalmente, el resultado fue empate por injerencia de un jugador de la mesa vecina. La bola ocho, quizás porque el destino es irónico, o el azar es un guasón, se coló justo por el hueco situado entre los objetivos de los jugadores.
-¿Alguien tiene ganas de más?-preguntó Andrés.
-La verdad, a mí me esperan en mi casa-dijo Saray.
-Yo tengo que cuidar a mis sobrinos-dijo Clarisa.
-Dentro de poco, me iré de juerga-comentó Dani.
-Yo, en principio, no tengo nada que hacer-dijo Caín.
-Yo tampoco, pero los dos solos será algo aburrido-comentó Andrés.
-¡Lo hemos pasado bien, que es lo que cuenta!-comentó Clarisa.
-¡Sí!-confirmó Saray.
-Pues nada, cada cual a su madriguera… Caín, mañana iré a tu casa, ¿vale?-dijo Dani.
-Sí, estaré con el niño Penco.
Se despidieron, así como de Rafael, que iba a ver a un amigo suyo. Mientras salían, vieron a Vilma.
-¿Has marcado el nuevo récord?-le preguntó Dani.
-¡Sí!-respondió, con los dedos en señal de victoria-¡A partir de ahora, sólo se leerán mis iniciales!
-No es por nada, pero los récords se borran cada tres meses… ¿Lo sabías?-le dijo Caín.
-Sí, lo he grabado con el móvil-respondió ella, pizpireta-A partir de mañana, me concentraré en el Snow Bros…
-¡No tiene remedio!-comentó Dani, impresionado.
Así, cada cual fue a su casa.

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Dentro de poco, otro especial por un motivo diferente.

1 comentario:

An dijo...

AGGGG! XD Por cierto, debajo de la tira en galego, la tienes en castellano...al menos que uses explorar, que siempre descoloca todo el blog. Saúdos y gracias por tu visita a paxaradas :)