martes, mayo 27

Quinta hilaridad.

¡No me lo creo ni yo! ¡He acabado un relato en menos de tres semanas! No está mal, voy mejorando. Esta vez es mucho más corto que el anterior, pero enlaza con mayor naturalidad con el siguiente, que ya está amasándose.

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Quinta hilaridad

Actos reflejos, o cómo el sistema parasimpático es, efectivamente, un hijo de puta

Las salas de audiovisuales reflejan, en cierto modo, los cines en los institutos. No sólo por la oscuridad, que se debe a motivos técnicos, sino también por la calidad de los asientos. Los peores pupitres, habitualmente de ese tipo que lleva integrado un soporte para escribir, son los reservados para estos habitáculos. La razón es la falta de espacio, pero ello no quita que los alumnos se sientan encajonados.
-¡Malditas sillas! ¿No hay una para zurdos?-solicitó Clarisa.
-No, pero no te preocupes, no vas a tener que tomar apuntes-le indicó Berta, la profesora de ciencias naturales, mezcla de biología y geología.
-¡Con lo poco que me gustan…! ¡A aguantar toca!-Clarisa se sentó con brazos y piernas cruzados, las últimas extendidas y apoyadas sobre los tacones de sus botas.
-¡Bien, escuchadme!-les pidió una mujer de pelo negro largo y rizado, y con cara de espabilada-Os voy a poner un vídeo acerca de la sexualidad, la reproducción y la sensualidad entre los seres humanos.
Los alumnos no se impresionaron. A su edad, sus ojos ya habían contemplado muchos cortometrajes de la misma temática. No obstante, y como ocurría con los principios matemáticos o las reglas ortográficas, no era desaconsejable reiterar en la materia.
Máxime porque la sensualidad adolescente es como una serpiente que se alza ante un caminante dormido: Bella, pero peligrosa. O mejor dicho, como un caramelo con bicho dentro, que es dulce por fuera, pero lleva premio por dentro.
-¡Ojalá sea como esa cinta porno que nos pusieron en el colegio!-deseó Piñero en voz alta-¿Eh, Clarisa?-pero Clarisa estaba irritada por el pupitre para diestros, y le hizo el mismo caso que a la lluvia.
-¿Cinta porno…? ¡Ah, te refieres a esos documentales en que mostraban a familias conviviendo desnudas, y todo eso!-le comentó Saray.
-¡A mí me parece que eran cintas porno!-rebatió Piñero.
-Pero bueno, hombre, ¿cómo quieres que te pongan una película erótica en el colegio?-le discutió Saray, levantando molesta el brazo izquierdo.
-¡Era porno!
-¡No!
-¡Sí!
-¿Queréis callaros los dos?-les ordenó la profesora-¿Qué os pasa?
-No lo era-musitó Saray. Piñero la ignoró.
A su lado, José reflexionaba.
“Pues lo cierto es que he oído que el profesor de la otra clase pone vídeos pornográficos. Debe de ser lo mismo.”
-Para porno bueno-le susurró Déisdrol al oído a Caín-, el que vimos en casa de José Luis antes del examen de ciencias naturales, ¿recuerdas? ¡Cómo se puso don Mateo cuando llegamos tan tarde!
“¡Jrzjrzzzz…!” fue la respuesta de Caín. Déisdrol sorprendió al chaval, que estaba roncando mientras su cabeza se balanceaba. Decidió chasquear los dedos. Caín abrió repentinamente los ojos, como una muñeca de las antiguas, cuando eran colocadas boca arriba.
-¡Espabila, tío!
-¡Joder, qué modorra!-comentó Caín.
-¿No has dormido esta noche?
-No he podido. Me he quedado pensando en qué pasará en casa a partir de ahora. A lo mejor tendré que colaborar en la tienda.
-¡Tómatelo con calma! Pero dime, ¿qué tal está tu madre?
-Dentro de lo que cabe, bien.
-¿Y tu hermana?
-Creo que se lo dijo ayer, está regular.
-¡Vaya…! Bueno, va a empezar el vídeo…-anunció Déisdrol, y señaló la pantalla.
En el vídeo, se mostraba el hecho de que varón y mujer eran dos, y que como ambos existía el ser humano. Por ello, continuaba el vídeo, se establecen un conjunto de relaciones que, bien llevadas, lograban la satisfacción mutua. El vídeo era más informativo que edificante, y seguramente por ello, y aunque no caben dudas de que sus creadores lo hicieron con intención educativa, no resultó esperanzador para las chavalillas de la clase mostrar cómo un recién nacido, prácticamente un hematoma viviente, era extraído por los proctólogos de la vagina de su madre. Muchas no quisieron ser madre, o prefirieron adoptar a una niñita china.
-¡Puaj!-dijo Clarisa, que no había desayunado y sintió que sus entrañas se rebelaban ante tal oráculo de maternidad.
Después mostraron los cambios hormonales y sociales de los jóvenes. Una alelada se pintarrajeaba mientras un pazguato se cortaba con una cuchilla de afeitar. Se supo por la reacción de llevarse la mano a la herida.
“Pues cuando yo me corto, no lo noto hasta ver la sangre.”, reflexionó Celsio.
Percibió que la cabeza de Caín estaba apoyada sobre su brazo derecho. En ese momento, oyó su respiración mientras el vídeo mostraba sólo imágenes.
“¡Se ha dormido! Lo despertaré con la pluma.”, y cogió una estilográfica que le regaló su padre. Empezó a darle golpecitos en la nuca, con disimulo.
“¡Despierta, que te va a caer una bronca…!”
De pronto, Caín se incorporó y chocó con la punta de la estilográfica.
“¡Ay!”, pensó Caín.
“¡Oh, oh!”, pensó Celsio.
Retiró de inmediato el útil, y durante un momento miró a otro lado. Sin embargo, le fue imposible ignorar el goterón de color escarlata que adornaba la cobertura de aluminio.
“¡Lo siento, Caín!”, pensó horrorizado.
Caín exploró con sus dedos la nuca, y atribuyó la sangre a un mal rasguño producido por rascarse con demasiado ímpetu. Desorientado, miró hacia su izquierda, y vio a Déisdrol de perfil. Miró a la derecha, y vio a Clarisa también de perfil.
“¡Ah, sí! ¡Los seminarios de orientación sexual!”
Volvió a prestar atención, pero enseguida volvió a su siesta. El final del vídeo ya llegó, y la mujer empezó a dar una charla. No se percató de la somnolencia del delegado porque estaba apoyado de modo que parecía estar atendiendo, con la cabeza sobre la mano, y el codo en el soporte para escribir.
Celsio, que limpiaba su pluma, no quiso interferir más en el sopor. Déisdrol, además, se había dado cuenta. Le estaba dando golpecitos suaves con el codo. Caín no quiso despertarse hasta el décimo golpe.
Esta vez Caín no sintió desorientación, sino estupor, porque su virilidad se había manifestado.
“¡Mierda, se me ha empalmado!”, pensó. Airado, su aliento se rompía entre los bloques enraizados en sus encías.
El bufido atrajo la atención de todos. La sexóloga pareció desconcertada.
-Bien, aunque vuestro compañero-comentó, refiriéndose a Caín-se ha quedado desconcertado, es perfectamente posible alcanzar el orgasmo sin usar el pene.
Caín se quedó estupefacto. Saray levantó la mano.
-¿Eso que dices también es aplicable a cosas cilíndricas?
Ahora el público le prestó atención a la muchacha. La sexóloga le confirmó que así era, y le explicó cierta técnica relacionada con el dedo gordo del pie y los labios. Caín, no obstante, se preocupaba más por el medio más considerado para obtener placer sexual.
“¡Maldita sea! ¡Si es que me pasa de todo! Sólo a mí se me podía poner tiesa la polla en una charla de sexualidad sin hacer caso de lo que dicen.”, pensó.
Intentó disimular todo lo posible, pero como es bien sabido, los nervios siempre juegan en contra. Sus continuos movimientos fueron creciendo en inoportunidad y estrépito, por lo cual sus compañeros empezaron a volver la mirada hacia él continuamente.
La profesora, Berta, consideró que le ocurría algo. Caín jamás daba problemas en clase. Se acercó a él, y le habló en voz baja.
-¿Estás bien? Te veo inquieto.
-¡Eh…! ¡Sí, sí, estoy bien!
Lo miró a los ojos, que contenían un follaje rojo.
-¡Pero bueno…! ¿Es que no has dormido esta noche?
-¡Bien…! No, la verdad es que no.
-¿Qué te pasa, Caín?
Él le hizo un resumen rápido de su reciente situación familiar, y de cómo lo sometía a la vigilia.
-¡Sal un rato, y descansa! Ve a clase, intenta dormir si quieres.
Caín tragó saliva. No es que le pareciera mala idea, pero le daba palo que todos vieran que se había puesto palote, y así tener que aguantar que mientras le dieran al palique con el tema, se enterara el puñetero instituto. Se levantó de una forma estrambótica, procurando que nadie pudiera mirarle el paquete si era su intención; lo cual, bien mirado, es absurdo, puesto que él jamás miraba la entrepierna de sus compañeras con fines fisgones (lo mismo no podía decirse de la parte anterior, que Caín escudriñaba cuando se ponía ante sus ojos). No obstante, el resto de alumnos interpretó que estaba al límite de sus fuerzas, y empezaron a cuchichear ligeramente preocupados. Piñero incluso levantó el brazo derecho, para sujetarlo si se desplomaba.
-¿Necesitas ayuda? ¡Claro, qué tontería! ¡Déisdrol, échale una mano!-y este se levantó, obediente. Pasó el brazo izquierdo de Caín sobre él, intentando arrastrarlo hacia su derecha. Caín opuso resistencia.
-¿A dónde vas?-le preguntó Déisdrol al oído.
-¡Por la izquierda, por la izquierda!
-¿Qué? ¡La puerta está ahí!-Déisdrol la señaló con el brazo libre. Entonces se dio cuenta-¡Ah, claro! ¿Necesitas apoyarte en la pared? ¿O prefieres que te sostenga por ese lado?
-¡Sí, sí!-imploró Caín.
Así, se cambió, y lo llevó, con los espectadores a la derecha de la pareja. Caín pudo ocultarse, que era lo que pretendía. Cuando llegaron a la puerta, una alumna les abrió la puerta.
-¡Gracias!-le dijeron ambos. La misma muchacha cerró la puerta.
Piñero los siguió con la vista, atento. La profesora le explicó a la sexóloga que el alumno tenía insomnio, a lo cual respondió con un asentimiento.
-¿Qué tendrá?-preguntó Piñero.
-A lo mejor es una bajada de azúcar-sugirió Saray.
-¡No, no!-rechazó Clarisa-Creo que se le ha ido la sangre de la cabeza.
-¿Y eso? Yo no lo he visto demasiado pálido-dijo Piñero.
-Dentro de lo cabe en él, no-reconoció Celsio-Creo que le vendría bien estar más morenito.
Clarisa no quiso decir nada. Tampoco era cuestión de dejarlo en ridículo.
“Con el pedazo de churra que le he visto, dudo horrores que le quede sangre en la cabeza.”, reflexionó, pues a pesar de todas las precauciones, vio el bulto de los pantalones a la altura de su clavícula.
“¡Qué corte! Me ha recordado aquella vez en el instituto de Tania, en la obra en la que actuaba, cuando se le pusieron los pezones tan duros bajo el disfraz de látex. Ni mamá, ni papá ni yo sabíamos a dónde mirar, con todos los compañeros de Tania perdidamente salidos.”
Se atusó el pelo, y suspiró.
En el pasillo, Caín esperó a dar dos pasos para poder desprenderse de su sostén.
-¡Eh, tranquilo! ¡Que te vas a caer!-le advirtió Déisdrol.
-¡Oh, tranquilo! Estoy bien. ¡Gracias, vuelve ya!
-¡Espera! ¡Me tienes preocupado! ¿Qué te pasa?
-¡Nada! Bueno, excepto que me caigo de sueño, y en consecuencia me duele la cabeza y estoy hecho polvo.
-¿Pero no estabas mareado?
-¡No!
-¿Entonces a santo de qué te has levantado así?
-Para que nadie lo notara.
-¿Qué? ¡Puedes decírmelo, si no es grave, no se lo contaré a nadie más!
Caín lo miró de frente. Déisdrol, ignorante de la situación, lo examinó de arriba abajo. Cuando llegó a las caderas, obtuvo la solución al enigma.
-¡Jodeeeeer, tío!-tuvo que reír, pero duró poco, porque era hora de clase. Caín permaneció impasible-¿Cómo ha sido? ¡Estabas sobado!
-¡Ni idea! Cuando me desperté la última vez, ya estaba así. Y la penúltima, tenía un rasguño en la nuca.
-¿A ver?-Déisdrol apartó el cabello azabache-¡Oh, sí…! Pero esto parece más bien un pinchazo…
-¿De veras?
-¡Sí! Lo sé porque es un círculo…
-¡Curioso…! Me recuerda a cierto manganime, en el cual alguien quería despertar a un compañero dormido delante con el lápiz. Mientras lo golpeaba con el lápiz, éste se despertó, y sin darse cuenta, ni fuera la intención de su amigo, se clavó la punta, e inluso sangró. ¡Cuánto me reí!
-Bien, da igual. Te acompaño hasta la clase, e intenta dormir.
La sala de audiovisuales se encontraba, si el punto de partida se situaba en el aula de la clase, escaleras arriba, un par de puertas a la izquierda. A la derecha del aula, había unos servicios.
-¡Vale, pues gracias! Ya puedes irte-dijo Caín, y giró hacia los aseos.
-¿Estás seguro?
-¡Sí! ¡Sólo voy a ver si puedo hacer algo con esto!-y lo apuntó con la protuberancia.
-¡Déjate de mariconadas…! ¡Espera, ¿no irás a pelarla aquí, en el instituto?!
Caín lo miró consternado, y a continuación, alzando los brazos, exclamó.
-¡Pues claro! ¡Es el método más fácil y natural! ¡Gracias, tío! Sólo iba a sentarme con los calzoncillos y los pantalones bajados en el váter, a ver si el frío me lo bajaba.
-¡Caín, reconsidéralo! Si te pillan haciéndolo, te pasará como a esos chicos que montaron una orgía en los servicios del Antonio Patán y serás expulsado. Y encima quedarás como el pajillero oficial de la Ciudad del Churro.
-¡Bah, a este servicio no viene nunca nadie! ¡Y ya has oído a la sexóloga, no me voy a quedar ciego!-se echó a reír, pero se paró, se había acordado de algo-Por cierto, antes tengo que coger el jabón…
-¿Traes jabón?
-¡Claro! ¿Nos han puesto alguna vez jabón, acaso?
Y ambos rieron.
Cuando Déisdrol regresó al aula, la sexóloga estaba explicando algo relativo a los genitales femeninos, por lo cual supuso que no se había perdido nada importante. En realidad, tal idea era una estupidez, como descubriría unos años después.
-Y por ello, es conveniente que os examinéis delante de un espejo para poder exploraros óptimamente-les decía, pues el principal motivo del desconocimiento de la anatomía femenina es la interioridad de sus órganos erógenos.
“¡Claro, me voy al salón principal y me miro delante de toda mi familia!”, pensó Shasha.
“Pues podría hacerlo en mi habitación, pero me da cosa… ¿Y si entran mis sobrinos mientras juegan?”, consideró Clarisa.
“Me ducharé la última hoy, y podré hacerlo sin molestar a nadie”, decidió Saray.
Y siguió con otro tema. Mientras, Caín ponía en práctica los útiles consejos de la experta. Sentado en la taza, estrangulaba el glande. La víctima expulsó su espesa y grisácea sangre, y su cuerpo quedó fláccido.
En el improvisado tálamo, mientras las endorfinas seducían su mente, las huestes de Morfeo se preparaban para conquistar por derecho propio la nación de las neuronas. Aún así, la necesidad artificial de la higiene prevaleció durante unos momentos. Tras asearse, se encaminó a la clase. Allí, probó varios lechos hasta que encontró uno a su gusto. La mesa del profesor, que, curiosamente, apenas era usada por ninguno de los enseñantes.
En aquel entonces, los pajilleros tenían, como hoy en día, y siempre, muy mala consideración. Esta holística animadversión era especialmente virulenta cuando el hipotético pajillero era un adolescente. Se decía, “Esta película está pensada para adolescentes que se pasan el día sentados en el inodoro.”, y todavía pensaba el autor de la cita que había revolucionado el mundo con sus palabras. Esta costumbre resultaba aún más extraña si se tiene en cuenta que el crítico, en el mejor de los casos posibles, fue también un pajillero. En el peor, era un amargado patético que descargaba sobre los chavales los sinsabores acumulados durante una vida de intentos de fama en los círculos culturetas.
De ahí el temor de Déisdrol hacia que Caín fuera descubierto. De todos modos, es de interés comentar que no fue ni el primero ni el último que se la cascó en esos urinarios.
De todos modos, nadie se habría enterado del caso de onanismo, pues pocos días después, unos chicos de primero de ESO decidirían que lo mejor que podían hacer era reformarlos a patadas, que quedaban más bonitos. La reparación posterior borró cualquier rastro de actividad sexual.
Los estudiantes acabaron entonces el seminario de orientación sexual. Les tocaba el recreo, así que fueron a clase para recoger el bocadillo. Encontraron la puerta abierta, y a Caín roncando plácidamente.
-¡Mejor no lo molestemos!-propuso Déisdrol, y buscó la llave del aula en sus bolsillos. Se la entregó a la subdelegada, Shasha, y salieron sin hacer demasiado ruido.
-¡Mira, por una vez me alegro de estar en esta tosca clase!-dijo Shasha mientras salía con el grupo-Si Caín se despierta y quiere salir, no necesita llave ni para eso ni para dejar la clase cerrada.
Como se comentó, la puerta tenía un cierre automático. La encajó, y Caín siguió soñando con Clarisa. En realidad, empezó fabulando que Déisdrol y él leían tebeos en su casa, pero Déisdrol desapareció sin más y se transformó en la simpática y saludable muchacha de cabello castaño.
Caín se agitó, sobre la mesa del profesor, inquieto. En ese momento era un fiel reflejo de su padre, que estaba borracho en un bar, dormido sobre la barra. Ninguno de los dos habría aceptado el parecido.
En su fascinación, Caín se acercó a Clarisa, la cual le contó algo al oído. Como no podía oírlo, se acercó más, hasta que su oreja rozó los finos labios.
En ese momento, Caín despertó. Se desperezó, y cuando percibió que sus pantalones lo aprisionaban, maldijo su destino.
“¡Otra vez no!”, lamentó fastidiado. Por segunda vez en menos de una horas, su sistema parasimpático había tomado control de su ser. En esta ocasión, más que debido al efecto regulador sobre el sistema parasimpático, era una consecuencia del sueño, que aunque suave, tuvo efecto.
A punto estuvo de levantarse e ir de nuevo al lavabo, pero se sentó inmediatamente, asemejando el movimiento de esos muñecos que surgen del interior de una caja. Otra vez sería una odisea ocultar su virilidad, porque Shasha estaba entrando por la puerta, junto a Déisdrol, Piñero y Clarisa.
-¡Oh, ya te has despierto!-comentó Clarisa-¿Estás mejor?
-¿Eh? ¡Ah! ¡Sí! ¡Sí!-respondió Caín.
-¿Seguro? ¿No te sientes mal?
-Bueno… Me duele la cabeza, pero estoy más o menos acostumbrado.
-¿Es una enfermedad crónica?-preguntó Shasha.
-¿Crónica…? Bueno, supongo que sí, hace mucho que tengo insomnio.
-¡Ay, así que es por eso que tienes esas ojeras…!-lamentó Clarisa-¡Pobrecito!
-Bueno, no creas, no es para tanto…-quiso explicarse Caín.
-¿Y desde cuándo la sufres?-preguntó Shasha, creyendo que Caín tenía una enfermedad.
Él dudó en responder. Por el umbral del aula entró el eco de decenas de pasos y de voces.
-Desde que empezaron los problemas entre mis padres-contestó al fin.
Shasha frunció el ceño con extrañeza.
-¿Será algo psicológico…?-preguntó retóricamente Clarisa.
Déisdrol tuvo una revelación.
-¡Esperad, os confundís! No está enfermo, sólo tiene sueño. No ha podido dormir en toda la noche, eso es todo.
Shasha y Clarisa exclamaron aliviadas. Piñero, por el contrario, estaba contrariado.
-¿Entonces por qué has salido así de clase? ¡Yo pensaba que ibas a caerte encima de ella!-señaló a Clarisa.
-¡Hombre, es que está hecho polvo! ¡Ponte en su lugar!-dijo Shasha.
-¡Ya, pero me ha dado un buen susto!
-Pero ahora estás bien, ¿no?-preguntó Clarisa.
Caín caviló unos instantes.
-Sí, pero… no vendría mal que alguien me acompañara hasta los servicios, no vaya a ser que por cualquier motivo me encuentre peor a mitad de camino.
Déisdrol, quien estaba hurgándose la nariz, se dio cuenta de que volvía a requerir su ayuda.
“¿¡Otra vez!? ¡Imposible!”, pensó, “¡Este tío quiere batir un récord!”
Pero no contaba con que Piñero se ofreciera primero.
-¡Venga, yo te llevo!
Caín se quedó paralizado. Piñero era un buen chaval, pero más indiscreto que un elefante en una cacharrería.
-¡Déjalo…! Era sólo un ejemplo para Clarisa, ¡gracias!
Entonces, quiso aprovechar el hecho de que la silla del profesor tuviera ruedas, y empezó a girar a la derecha con la intención de ir hasta su asiento pasando por detrás de las mesas, y no levantarse hasta que la languidez volviera a sus bajos. No pudo obrar así, porque Clarisa le dirigió de nuevo la palabra.
-Antes has dicho que todo empezó con las peleas de tus padres, ¿cierto?
-Sí.
-¿Y también esta noche ha sido por eso?-Clarisa pensaba que el padre de Caín había vuelto a casa para disputar.
-No… Bueno…-miró con duda a Shasha, inseguro de si era digna de su confianza. Los demás, que sí sabían la verdad, estaban tan pendientes de su respuesta que no advirtieron la llegada de Celsio y Saray, quienes a su vez se quedaron prendados ante el suspense. También llegó Luisma, y también pasó desapercibido.
Caín decidió que no importaba, ya que Shasha era muy seria.
-Verás, es que mi padre está pasando de nosotros, y no nos va bien en casa. Económicamente, quiero decir.
Shasha se quedó asombrada.
-¿Tus padres están divorciados?
-No. Bueno, aún no… De momento, él se ha ido para no volver.
-¡Qué putada!-exclamó Luisma.
Caín botó sobre la silla, desplazándose esta hacia atrás. También vio a los otros dos. Se había enterado la tercera parte de la clase.
-¡Vaya, lo siento!-dijo Celsio-¡No tenía ni idea!
-¿Te sientes mal por ello?-preguntó Saray.
Caín reaccionó rápidamente a la duda, y se adelantó en la silla. Se había olvidado de su pene (por increíble que les resulte a algunos en un varón), y sin darse cuenta, el problema estaba solucionándose automáticamente.
-¡Para nada!-espetó casi agresivamente. Saray no lo esperaba-Lo prefiero así. Lo único que lamento es la pérdida de su sueldo, y eso fue hace un mes. ¡Sólo volvía a casa para dormir la mona!
A algunos de los presentes les entristeció la notoria falta de afecto, a otros les pareció más bien inconveniente expresar tan claramente el odio filial (aunque estuviera justificado), y los últimos pensaron que era comprensible. Uno de estos era Déisdrol, que conocía los malos momentos que Caín soportó mientras iban al colegio.
Caín no deseaba seguir contándoles a sus condiscípulos sus ordalías, especialmente porque a él no le importaban demasiado sus vidas, así que se levantó de un salto, y fue a parar entre sus compañeros, quienes se apartaron como si les hubiesen tirado una piedra. Quería sentarse en su sitio, acabar las malditas clases, volver al hueco de la madriguera que era suyo, y no hacer nada el resto del día. Al fin y al cabo, era viernes.
Una vez más, no pudo cumplir sus propósitos. Clarisa le dirigió la palabra.
-¿Sabes qué te hace falta? Salir más, hacer deporte, o ir de tiendas… Lo que sea, excepto quedarte en tu casa, porque allí acabas pensando siempre en lo mismo.
Caín se detuvo como si alguien hubiese pulsado el botón de pausa sobre él. Abatido, incapaz de darse la vuelta para encararla, se encogió de hombros y otorgó.
-¡Necesitas el aire libre, y la luz del sol!-continuó ella.
-¿Qué sol, ni nada? ¡Si estamos en noviembre!-comentó Celsio-¡A las seis y media ya da miedo salir a la calle!
-¡Sólo es un consejo! Y si te da miedo, siempre puedes salir antes-replicó Clarisa con mucha calma, aunque se notaba mohín de enfado en su mirada.
-A mí me parece bien, pero lo veo cansado-comentó Piñero-Recuerda que hace un rato dijo que prefería que alguien lo acompañara por si quería ir al baño.
-¿Al baño…?-preguntó Caín, y se dio cuenta. Se tapó con la sudadera, pero sorprendentemente, ya había pasado.
-¿¡Qué haces, tío!?-preguntó Luisma extrañado.
-¡Oh…! ¡Nada!-Caín se destapó, y no vio sus genitales inmediatamente, y suspiró aliviado. Nadie, menos Déisdrol que reía, entendía qué le pasaba por la cabeza.
-¿Qué dices, entonces? ¿Te animas?-volvió a preguntar Clarisa.
Caín se dio la vuelta, y Clarisa pudo percibir cierto agradecimiento en sus globos oculares, castigados por la irritación.
-¡Bueno, vale! Total, no tengo ganas de hacer nada en especial…
-¡Estupendo!-dijo Clarisa sonriendo-¿Quién se apunta?
-¡Si tantas ganas tienes, vale, me apunto!-dijo Piñero.
-¡No se te puede dejar solo…!-lamentó de broma Péibol.
-¡Pitorreo! Espero que, esta vez, no vaya a pasar nada con mi coche…-se preocupó Luisma.
-¡Pero si en realidad es de tu padre…!-comentó Clarisa.
-¡Pero me lo pasará cuando cumpla los dieciocho, el año que viene!-durante la otra salida, el susodicho automóvil fue el objetivo de las acciones deshonestas de un individuo perverso, como algunos recordarán.
Clarisa se fijó en los tres que no se habían pronunciado.
-¿Y vosotros qué, os apuntáis?
-¡No sé…!-comentó Saray.
-Es que yo vivo lejos-explicó Celsio-, y por gusto, la verdad, como que no… La otra vez fue porque tenía que hablar con un profesor.
-Yo no sé, depende de si viene visita a casa o no-dijo Shasha-Te mandaré un toque para que lo sepas.
Clarisa asintió a todo, pero quiso probar con Saray.
-¡Venga, mujer, que así no me sentiré sola por si no viene ella!-señaló a Shasha.
Saray reflexionó, y al fin lo confirmó.
-¡Vale! Ya de paso, quiero preguntarte un par de cosas del juego que me prestaste-le dijo a Caín.
-¡Bien! ¡Todos delante del instituto, a las seis!-propuso Clarisa.
-Un poco tarde, quizás… ¿Cuánto tardas en llegar, Saray?-preguntó Piñero.
-Unos veinte minutos…
-¿Y tú, Shasha?
-Una media hora.
-Mejor a las cinco y media-dijo Piñero-e incluso antes si se puede.
-¿Os viene bien…?-preguntó Clarisa a Caín y Déisdrol.
-¡Sí, viven muy cerca!-dijo Piñero.
-¡Decidido!
Los demás compañeros fueron llegando, y la diminuta clase quedó repentinamente repleta. El profesor de física y química hizo acto de presencia, y cada cual fue a su asiento.
Caín y Déisdrol se sentaban juntos ahora.
-¡Lo bien que te han convenido tus calenturas!-comentó él mientras se carcajeaba.
Caín estaba mortalmente serio.
-¿Qué te ocurre?
-Déisdrol… una pregunta.
-¿Sí?
-Si sueñas con una chica, que te toca una oreja con los labios, y después se te pone dura… ¿Quiere decir que la chica te gusta?
Déisdrol parpadeó, no esperaba ese tipo de pregunta.
-No necesariamente. He oído casos de gente que han tenido sueños eróticos con tías a las que consideraban feas, estúpidas y/o antipáticas. Eso es algo que sólo sabes tú.
-¡Ajam…! Gracias…
Los ojos le escocían, pero resistía el impulso de frotárselos. No porque fuera adecuado, sino porque no quiso perder de vista a Clarisa, cuyo cabello brillaba por los haces de luz.
Ajena a Caín, Clarisa se sorprendió pensando que había visto por primera vez en persona un pene erecto. Sus mejillas se tiñeron de bermellón.
El profesor, al verlos a ambos, añoró su maravillosa juventud.
Por lo visto, nunca ha habido adolescencias infelices.

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¡Nos vemos el mes que viene!